Por Russel D. Moore
Doctrina bíblica referente a que Dios ha reconciliado a los pecadores con Él por medio de la obra sacrificial de Jesucristo. El concepto de la expiación abarca ambos Testamentos y señala siempre la muerte, la sepultura y la resurrección de Jesús por los pecados del mundo.
La expiación como concepto penal
El concepto bíblico de expiación no se puede entender excepto dentro del contexto de la ira de Dios contra el pecado. La necesidad de expiación surge en las primeras etapas de la narración bíblica cuando los seres humanos recientemente creados se rebelaron contra el mandato de Dios. A causa de la desobediencia y la traición a Dios, se les dice a Adán y Eva que morirán y que la maldición de Dios se ha derramado sobre ellos y sobre todo el orden creado (Gén. 3:13-19).
Como resultado de esta rebelión primigenia, todo el sistema mundial se encuentra en enemistad con los propósitos de Dios (Ef. 2:2) y enceguecido por el engaño de Satanás (2 Cor. 4:4). Los seres humanos no solo se irritaron ante el mandato que Dios había dado en el huerto, sino que además desobedecieron la ley que Él les reveló en el corazón (Rom. 2:14-16) y en una revelación específica (Rom. 3:19-20). En esta condición, cada ser humano se ha volcado a la idolatría (Rom. 1:18-32) y es culpable delante del tribunal de Dios (Rom. 3:9-18).
Los profetas hebreos advertían que el mundo estaba encendiendo la ira de Dios contra la injusticia. Predecían que llegaría un gran día de juicio catastrófico contra toda forma de rebelión. Los secretos del corazón humano se pondrían en evidencia y nadie podría sostenerse en pie frente a la furia de la justicia recta de Dios (Sal. 1:5; Nah. 1:6; Mal. 3:2). La ira de Dios echaría por tierra toda oposición mediante una manifestación feroz de Su retribución contra el pecado (Isa. 2:12; 61:2).
Sin embargo, los profetas del AT también hablaban de Aquel que cargaría en su propio cuerpo la condenación de Dios contra los pecadores. El profeta Isaías escribió que el Siervo de Dios que iba a venir salvaría a muchos de la condenación por medio de su sufrimiento (Isa. 53). Los escritos neotestamentarios identifican estos pasajes del Siervo Sufriente con la muerte de Jesús en la cruz fuera de las puertas de Jerusalén (Hech. 8:32-35).
Jesús mismo reconoció la naturaleza penal de la expiación al hablar de la cruz como un “bautismo” ardiente que tenía que padecer (Mar. 10:38; Luc. 12:49-50). Expresó angustia ante la perspectiva de la cruz (Juan 12:27) e inclusive rogó ser librado de ella si existía la posibilidad (Luc. 22:42). Los evangelios presentan de manera vívida la naturaleza penal de la expiación al describir la agonía de Jesús en la cruz clamando como alguien abandonado por Dios (Mat. 27:46). Describen la crucifixión acompañada de señales de juicio escatológico tales como la oscuridad, las alteraciones de la naturaleza y la resurrección de los muertos (Mat. 27:45-54).
Los apóstoles y los escritores del NT hablaban de la expiación de Jesús que absorbía la ira de Dios merecida por los pecadores. Describieron la muerte de Jesús como una propiciación que echa a un lado la ira de Dios (Rom. 3:25; 1 Jn. 2:2). El apóstol Pablo les escribió a los corintios diciendo que Jesús era contado como pecador a fin de que los pecadores pudieran ser contados como justos en Él (2 Cor. 5:21). Jesús soportó la maldición de la ley con el propósito de otorgarles a los gentiles las bendiciones del pacto con Abraham (Gál. 3:10-14). Pedro habla de manera similar diciendo que Jesús llevó los pecados “en su cuerpo sobre el madero” (1 Ped. 2:24).
No obstante, la obra de Cristo cargando los pecados en el Gólgota no se puede entender fuera del concepto de la resurrección. Pedro les predicó a los espectadores reunidos en Pentecostés, diciendo que la resurrección de Jesús era la prueba de que Dios no lo había abandonado para dejarlo en la tumba, sino que lo exaltó como el Mesías triunfante, por causa de quien se hicieron las promesas del pacto veterotestamentario (Hech. 2:22-36). Aunque Jesús fue considerado “herido de Dios” en la cruz (Isa. 53:4), en la resurrección “fue declarado Hijo de Dios con poder” (Rom. 1:4). Luego de haber soportado plenamente la pena de muerte debida al pecado, Jesús ahora ha resucitado como el Justo en quien Dios halla contentamiento. Debido a que Jesús ha satisfecho la pena por el pecado, los creyentes aguardan expectantes a Aquel que “nos libra de la ira venidera” (1 Tes. 1:10).
La expiación como sacrificio
El NT coloca la expiación dentro del contexto del sistema de sacrificios del AT. El concepto de sacrificio aparece aun en los pasajes más antiguos del relato bíblico, cuando Abel tomó un animal de su rebaño para ofrecerlo (Gén. 4:4-5). El sacrificio desempeñó un papel crucial en la liberación de los israelitas de Egipto, cuando el sacrificio del cordero de la pascua salvó a los niños hebreos de la visita tenebrosa del ángel de la muerte (Ex. 12:1-32). El pacto mosaico introdujo un sistema detallado de sacrificios que la nación israelita debía cumplir (Lev. 1:1–7:38).
El NT afirma que los sacrificios de los animales del antiguo pacto señalaban la ofrenda del sacrificio de Jesús en el Gólgota. En la identificación de Jesús como el Siervo Sufriente de Isaías, el profeta describe al Mesías como una “expiación” (Isa. 53:10), y hace referencia al antiguo código mosaico de sacrificios (Lev. 5–7). Juan el Bautista enfatiza la naturaleza sacrificial de la misión de Cristo al denominarlo el “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). Jesús mismo habla de dar su vida voluntariamente por las ovejas como una ofrenda de sacrificio a Dios (Juan 10:11).
Pablo habló de Cristo denominándolo “nuestra pascua”, lo que ligaba directamente la obra expiatoria de Cristo con el sacrificio del cordero de la Pascua (1 Cor. 5:7). Utiliza el lenguaje de los sacrificios del AT para hablar acerca de la expiación de Jesús como un “olor fragante” ofrecido a Dios (Ef. 5:2). De manera similar, Pedro usa la imagen del cordero sacrificado para referirse a los creyentes que son comprados por la “sangre preciosa” de Jesús (1 Ped. 1:18-19) quien, al igual que los animales para el sacrificio del AT, es sin mancha. En la visión de Juan en la isla de Patmos, el apóstol ve que Jesús es adorado por las multitudes redimidas debido a que Él es el Cordero sacrificado que los compró con su sangre (Apoc. 5:1-14).
La naturaleza sacrificial de la expiación quizás se explica más claramente en el libro de Hebreos. Para el escritor de ese libro, el Jesús crucificado es el sacrificio definitivo que soluciona permanentemente el problema del pecado y, en consecuencia, pone fin al sistema de sacrificios (Heb. 10:11-12). El escritor afirma que la sangre de los animales jamás fue suficiente como para quitar el pecado de los seres humanos, sino que simplemente apuntaba hacia el sacrificio futuro del Mesías (Heb. 10:4).
Hebreos explica, probablemente a los cristianos judíos que pensaban regresar al sistema de sacrificios mosaico, que Jesús es el sacerdote (Heb. 7:23-28) que se presenta ante Dios para ofrecer su propia sangre por los pecados de la humanidad, y lo hace como un sacrificio una vez y para siempre (Heb. 9:11-28). Haciendo alusión a los animales que en el antiguo pacto se sacrificaban “fuera del campamento”, el escritor señala el sufrimiento de Jesús fuera de las puertas de Jerusalén (Heb. 11–13). Su resurrección de los muertos es la prueba de que Dios ha oído los clamores de este postrer Sacerdote y ha aceptado su sacrificio (Heb. 5:7).
La expiación como obra sustitutoria
El lenguaje penal y sacrificial que describe la expiación hace evidente que la muerte de Jesús fue sustitutoria. Así como los israelitas del AT tenían que ofrecer animales para que ocupen el lugar de los pecadores, de la misma manera se describe que la muerte de Jesús es una ofrenda en lugar de aquellos que merecen la ira de Dios. Jesús habló de su muerte comparándola con la de un pastor que da su vida por sus ovejas (Juan 10:11). Describe su misión diciendo que se ofrece como “rescate” por los pecadores (Mar. 10:45). En la noche que Judas lo traicionó, Jesús les dijo a sus discípulos que el pan que estaba partiendo delante de ellos representaba “[su] cuerpo, que por vosotros es dado” (Luc. 22:19).
Después de hablar de la condenación universal que merecían los pecadores, Pablo escribió acerca de la sangre de Jesús, derramada como propiciación por el pecado, de manera que Dios pudiera seguir siendo justo al castigar el pecado mientras al mismo tiempo justifica a los que tienen fe en Jesús (Rom. 3:2-26). El apóstol fundamenta la seguridad del pueblo de Dios en cuanto a que ellos no se enfrentarán con su ira, que Él “no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros” (Rom. 8:31-34). El apóstol habló acerca de la naturaleza sustitutoria de la expiación diciendo que es la esencia de su proclamación del evangelio (1 Cor. 15:3-4). Pablo afirma que Jesús sufrió la pena del pecado “por nosotros” (2 Cor. 5:21). Argumenta que Jesús soportó la maldición de Dios “por nosotros” (Gál. 3:13). Emplea el lenguaje del rescate para hablar de la obra de mediación de Jesús (1 Tim. 2:5-6). De manera similar, Pedro habla de la muerte de Jesús por los pecados diciendo que el justo muere en lugar de los injustos, y eso da como consecuencia la reconciliación con Dios (1 Ped. 3:18).
La naturaleza sustitutoria de la expiación enfatiza la importancia de la humanidad de Jesús. Tal como se señaló anteriormente, la Biblia muestra el papel de Jesús como el mediador designado por Dios entre Él y la humanidad (1 Tim. 2:5). Al tomar la naturaleza humana, Jesús se identificó con la humanidad pecadora mediante el sufrimiento y finalmente la muerte. Jesús, en su condición de segundo Adán, representa a la humanidad al vencer las tentaciones del mundo y del diablo (Mat. 4:1-11). Él no sufre en la cruz como un lejano semidiós sino como un ser humano nacido bajo la ley (Gál. 4:4-5). Al soportar la ira de Dios tomando el lugar de la humanidad pecadora, Jesús es el “precursor” (Heb. 6:20) que triunfa sobre el dominio que la muerte tiene sobre la raza humana (Heb. 2:14). Como tal es capaz de presentar ante Dios a los “hermanos” redimidos por quienes sufrió, murió y resucitó (Heb. 2:10-13).
La doctrina bíblica de la expiación sustitutoria hace que los escritores de la Biblia se maravillen ante el amor de Dios por el mundo (1 Jn. 2:2), pero también los induce a quedar pasmados frente a la naturaleza profundamente personal de esa obra. En consecuencia, a la comunidad del reino se le recuerda que Jesús dio Su vida porque ama a Su iglesia (Ef. 5:25-27). El apóstol Pablo puede proclamar con vigor que en la expiación Dios no solo “estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo” (2 Cor. 5:19) sino también que el Señor Jesús “me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gál. 2:20).
La expiación como obra universal
No se puede decir que Jesús murió por los “pecados” de los animales, las rocas o los árboles. De hecho, las Escrituras señalan de manera explícita que Jesús ni siquiera murió por los seres angelicales (Heb. 2:16). Él se colocó en el lugar de los seres humanos, los agentes morales que atrajeron sobre sí la condenación de Dios. No obstante, esto no significa que la obra expiatoria de la muerte y la resurrección de Jesús no afecte el orden universal en su totalidad.
Pablo le recuerda a la iglesia de Roma que como resultado de la maldición adánica “toda la creación gime a una […] con dolores de parto” (Rom. 8:22). La maldición que cayó sobre el universo por el pecado de la humanidad finalmente se revertirá mediante la obra expiatoria del segundo Adán, quien lleva a cabo una reconciliación cósmica por medio de la sangre de su cruz (Col. 1:20). A causa de la expiación, el universo aguarda una renovación cósmica donde habrá cielos nuevos y tierra nueva, donde el Mesías triunfante hará desaparecer toda oposición a Dios (2 Ped. 3:13; Apoc. 21:1–22:9).
La Biblia revela que la intención original de Dios para la humanidad era que las criaturas hechas a su imagen gobernaran la tierra (Gén. 1:27-28; Sal. 8:3-8). La caída parece haber hecho descarrilar dichos propósitos. No obstante, Dios colocará todas las cosas debajo de los pies del segundo Adán triunfante mediante la expiación que Jesús concretó (1 Cor. 15:27-28; Heb. 2:5-9).
Con la caída de Adán, la serpiente se estableció como “el dios de este siglo” (2 Cor. 4:4) y mantiene a los seres humanos cautivos bajo sus pasiones corruptas (2 Tim. 3:6). Sin embargo, desde tiempo antiguo el Creador le hizo una promesa a la humanidad sobre el juicio inminente de la serpiente (Gén. 3:15). En la obra expiatoria, Jesús triunfa sobre los poderes de las tinieblas (Col. 1:15-16) y destruye los propósitos de Satanás (1 Jn. 3:8).
Las Escrituras también revelan que el propósito original de Dios para la creación incluía Su morada en comunión con la humanidad, situación que fue interrumpida por el pecado (Gén. 3:8). En la obra expiatoria de Jesús, Dios reclama un pueblo para sí mismo (Tito 2:14) y promete estar para siempre con los suyos en el universo redimido (Apoc. 21:3).
La expiación y el mensaje del evangelio
La Biblia deja en claro que la esencia de la proclamación de la iglesia debe ser la obra expiatoria de Dios en Cristo (1 Cor. 1:22-25). Las Escrituras presentan la verdad de la expiación como el evangelio en sí (1 Cor. 15:3-4), que es lo único que puede salvar a un pecador de la ira de Dios (Hech. 2:13-21).
Dios en la expiación le ha revelado Su amor salvador a la humanidad. Él no desea condenar al mundo sino salvarlo por medio de Su Hijo (Juan 3:17). El pecador debe reconocer que está viviendo bajo una sentencia de muerte, aguardando el juicio futuro (Juan 3:36). El pecador debe mirar a Jesús que carga en la cruz la pena justa por el pecado (Juan 3:14-16). El pecador debe confiar en que Dios ha aceptado este sacrificio a su favor al resucitar a Jesús de los muertos (Rom. 10:9).
El pecador halla refugio en Cristo cuando abandona toda esperanza de su propia justicia delante de Dios y confía en la provisión divina mediante la muerte y la resurrección de Jesús (Fil. 3:9). El pecador ahora está en paz con Dios (Rom. 5:1). En realidad, mediante el poder del Espíritu, ahora es una “nueva creación” que aguarda la redención del universo creado (2 Cor. 5:17). Al creyente se le asegura que ya no enfrenta la condenación, porque está unido a aquel que ya ha soportado y satisfecho la ira de Dios (Rom. 8:31-39).
El mensaje de la expiación se presenta en términos asombrosamente universales. Todos son invitados a hallar refugio en la expiación de Cristo (Luc. 14:16-17). Los apóstoles les rogaban a los pecadores que confiaran en la obra expiatoria de Jesús (Hech. 2:40; 2 Cor. 5:20). Los seres humanos no solo son invitados a creer en el evangelio sino que tienen la obligación de hacerlo (Hech. 17:30-31). No obstante, esto no significa que el cumplimiento práctico de la expiación dé como resultado salvación universal. Jesús mismo es la propiciación de la ira de Dios contra el mundo (1 Jn. 2:2). Los que son redimidos son salvos del juicio de Dios porque están unidos a Cristo por medio de la fe (Ef. 1:7). En el día del juicio final, los que no estén “en Cristo” padecerán la condenación eterna por sus pecados (2 Cor. 5:10) y por la tremenda trasgresión de haber rechazado la provisión de Dios en Cristo (Juan 3:19; Heb. 10:29).
La expiación y la vida de la iglesia
La Biblia habla acerca de la iglesia como la manifestación visible de la obra expiatoria de Cristo (Hech. 20:28). En el sacrificio de Jesús en la cruz Dios no solo se proponía rescatar a una determinada cantidad de almas individuales. Más bien, se proponía que naciera una comunidad nueva, la iglesia (Ef. 5:25-27). Por lo tanto, los escritores del NT constantemente basan sus advertencias en relación con la vida de la iglesia en el relato de la muerte, la sepultura y la resurrección de Jesús.
Debido a que Jesús murió por el mundo, la iglesia no se identifica en términos de fronteras raciales, étnicas o nacionales (Ef. 2:11-22) sino que en sus relaciones internas debe reflejar la paz de Dios en Cristo. La composición y las actividades de la iglesia deben reflejar el resultado final armonioso de la expiación, o sea, una vasta multitud multinacional de pecadores redimidos que alaban al Mesías crucificado y exaltado (Apoc. 5:1-14). Asimismo, los creyentes maduros deben tener cuidado de no ofender a los más débiles “por [quienes] Cristo murió” (1 Cor. 8:11). Por el contrario, los creyentes deben soportarse y perdonarse “como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo” (Ef. 4:32). La expiación además sirve para instruir a la iglesia en cuanto a la manera de relacionarse con el mundo exterior. Jesús instruye a sus discípulos diciéndoles que la cruz significa que enfrentarán tribulaciones de parte del mundo, y también significa que Él ha vencido al mundo mediante la cruz (Juan 16:33). La crucifixión de Jesús debe recordarles a los creyentes que no corresponde reaccionar ante las hostilidades del mundo (Heb. 12:3) participando de contraataques vengativos (1 Ped. 2:21-25). Más bien, la cruz de Cristo les recuerda a los creyentes que Dios es justo (Rom. 3:26) y que la venganza no proviene de la mano de ellos sino de la de Él (Heb. 10:30-31).
Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.
Foto por CRISTIANO DE ASSUNÇÃO, en Unsplash
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