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UNA BIBLIA PERSONALIZADA PARA TI


  • TÉRMINO «EXPIACIÓN» $ USD

    Por Russel D. Moore

    Doctrina bíblica referente a que Dios ha reconciliado a los pecadores con Él por medio de la obra sacrificial de Jesucristo. El concepto de la expiación abarca ambos Testamentos y señala siempre la muerte, la sepultura y la resurrección de Jesús por los pecados del mundo.

    La expiación como concepto penal

    El concepto bíblico de expiación no se puede entender excepto dentro del contexto de la ira de Dios contra el pecado. La necesidad de expiación surge en las primeras etapas de la narración bíblica cuando los seres humanos recientemente creados se rebelaron contra el mandato de Dios. A causa de la desobediencia y la traición a Dios, se les dice a Adán y Eva que morirán y que la maldición de Dios se ha derramado sobre ellos y sobre todo el orden creado (Gén. 3:13-19).

    Como resultado de esta rebelión primigenia, todo el sistema mundial se encuentra en enemistad con los propósitos de Dios (Ef. 2:2) y enceguecido por el engaño de Satanás (2 Cor. 4:4). Los seres humanos no solo se irritaron ante el mandato que Dios había dado en el huerto, sino que además desobedecieron la ley que Él les reveló en el corazón (Rom. 2:14-16) y en una revelación específica (Rom. 3:19-20). En esta condición, cada ser humano se ha volcado a la idolatría (Rom. 1:18-32) y es culpable delante del tribunal de Dios (Rom. 3:9-18).

    Los profetas hebreos advertían que el mundo estaba encendiendo la ira de Dios contra la injusticia. Predecían que llegaría un gran día de juicio catastrófico contra toda forma de rebelión. Los secretos del corazón humano se pondrían en evidencia y nadie podría sostenerse en pie frente a la furia de la justicia recta de Dios (Sal. 1:5; Nah. 1:6; Mal. 3:2). La ira de Dios echaría por tierra toda oposición mediante una manifestación feroz de Su retribución contra el pecado (Isa. 2:12; 61:2).

    Sin embargo, los profetas del AT también hablaban de Aquel que cargaría en su propio cuerpo la condenación de Dios contra los pecadores. El profeta Isaías escribió que el Siervo de Dios que iba a venir salvaría a muchos de la condenación por medio de su sufrimiento (Isa. 53). Los escritos neotestamentarios identifican estos pasajes del Siervo Sufriente con la muerte de Jesús en la cruz fuera de las puertas de Jerusalén (Hech. 8:32-35).

    Jesús mismo reconoció la naturaleza penal de la expiación al hablar de la cruz como un “bautismo” ardiente que tenía que padecer (Mar. 10:38; Luc. 12:49-50). Expresó angustia ante la perspectiva de la cruz (Juan 12:27) e inclusive rogó ser librado de ella si existía la posibilidad (Luc. 22:42). Los evangelios presentan de manera vívida la naturaleza penal de la expiación al describir la agonía de Jesús en la cruz clamando como alguien abandonado por Dios (Mat. 27:46). Describen la crucifixión acompañada de señales de juicio escatológico tales como la oscuridad, las alteraciones de la naturaleza y la resurrección de los muertos (Mat. 27:45-54).

    Los apóstoles y los escritores del NT hablaban de la expiación de Jesús que absorbía la ira de Dios merecida por los pecadores. Describieron la muerte de Jesús como una propiciación que echa a un lado la ira de Dios (Rom. 3:25; 1 Jn. 2:2). El apóstol Pablo les escribió a los corintios diciendo que Jesús era contado como pecador a fin de que los pecadores pudieran ser contados como justos en Él (2 Cor. 5:21). Jesús soportó la maldición de la ley con el propósito de otorgarles a los gentiles las bendiciones del pacto con Abraham (Gál. 3:10-14). Pedro habla de manera similar diciendo que Jesús llevó los pecados “en su cuerpo sobre el madero” (1 Ped. 2:24).

    No obstante, la obra de Cristo cargando los pecados en el Gólgota no se puede entender fuera del concepto de la resurrección. Pedro les predicó a los espectadores reunidos en Pentecostés, diciendo que la resurrección de Jesús era la prueba de que Dios no lo había abandonado para dejarlo en la tumba, sino que lo exaltó como el Mesías triunfante, por causa de quien se hicieron las promesas del pacto veterotestamentario (Hech. 2:22-36). Aunque Jesús fue considerado “herido de Dios” en la cruz (Isa. 53:4), en la resurrección “fue declarado Hijo de Dios con poder” (Rom. 1:4). Luego de haber soportado plenamente la pena de muerte debida al pecado, Jesús ahora ha resucitado como el Justo en quien Dios halla contentamiento. Debido a que Jesús ha satisfecho la pena por el pecado, los creyentes aguardan expectantes a Aquel que “nos libra de la ira venidera” (1 Tes. 1:10).

    La expiación como sacrificio

    El NT coloca la expiación dentro del contexto del sistema de sacrificios del AT. El concepto de sacrificio aparece aun en los pasajes más antiguos del relato bíblico, cuando Abel tomó un animal de su rebaño para ofrecerlo (Gén. 4:4-5). El sacrificio desempeñó un papel crucial en la liberación de los israelitas de Egipto, cuando el sacrificio del cordero de la pascua salvó a los niños hebreos de la visita tenebrosa del ángel de la muerte (Ex. 12:1-32). El pacto mosaico introdujo un sistema detallado de sacrificios que la nación israelita debía cumplir (Lev. 1:1–7:38).

    El NT afirma que los sacrificios de los animales del antiguo pacto señalaban la ofrenda del sacrificio de Jesús en el Gólgota. En la identificación de Jesús como el Siervo Sufriente de Isaías, el profeta describe al Mesías como una “expiación” (Isa. 53:10), y hace referencia al antiguo código mosaico de sacrificios (Lev. 5–7). Juan el Bautista enfatiza la naturaleza sacrificial de la misión de Cristo al denominarlo el “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). Jesús mismo habla de dar su vida voluntariamente por las ovejas como una ofrenda de sacrificio a Dios (Juan 10:11).

    Pablo habló de Cristo denominándolo “nuestra pascua”, lo que ligaba directamente la obra expiatoria de Cristo con el sacrificio del cordero de la Pascua (1 Cor. 5:7). Utiliza el lenguaje de los sacrificios del AT para hablar acerca de la expiación de Jesús como un “olor fragante” ofrecido a Dios (Ef. 5:2). De manera similar, Pedro usa la imagen del cordero sacrificado para referirse a los creyentes que son comprados por la “sangre preciosa” de Jesús (1 Ped. 1:18-19) quien, al igual que los animales para el sacrificio del AT, es sin mancha. En la visión de Juan en la isla de Patmos, el apóstol ve que Jesús es adorado por las multitudes redimidas debido a que Él es el Cordero sacrificado que los compró con su sangre (Apoc. 5:1-14).

    La naturaleza sacrificial de la expiación quizás se explica más claramente en el libro de Hebreos. Para el escritor de ese libro, el Jesús crucificado es el sacrificio definitivo que soluciona permanentemente el problema del pecado y, en consecuencia, pone fin al sistema de sacrificios (Heb. 10:11-12). El escritor afirma que la sangre de los animales jamás fue suficiente como para quitar el pecado de los seres humanos, sino que simplemente apuntaba hacia el sacrificio futuro del Mesías (Heb. 10:4).

    Hebreos explica, probablemente a los cristianos judíos que pensaban regresar al sistema de sacrificios mosaico, que Jesús es el sacerdote (Heb. 7:23-28) que se presenta ante Dios para ofrecer su propia sangre por los pecados de la humanidad, y lo hace como un sacrificio una vez y para siempre (Heb. 9:11-28). Haciendo alusión a los animales que en el antiguo pacto se sacrificaban “fuera del campamento”, el escritor señala el sufrimiento de Jesús fuera de las puertas de Jerusalén (Heb. 11–13). Su resurrección de los muertos es la prueba de que Dios ha oído los clamores de este postrer Sacerdote y ha aceptado su sacrificio (Heb. 5:7).

    La expiación como obra sustitutoria

     El lenguaje penal y sacrificial que describe la expiación hace evidente que la muerte de Jesús fue sustitutoria. Así como los israelitas del AT tenían que ofrecer animales para que ocupen el lugar de los pecadores, de la misma manera se describe que la muerte de Jesús es una ofrenda en lugar de aquellos que merecen la ira de Dios. Jesús habló de su muerte comparándola con la de un pastor que da su vida por sus ovejas (Juan 10:11). Describe su misión diciendo que se ofrece como “rescate” por los pecadores (Mar. 10:45). En la noche que Judas lo traicionó, Jesús les dijo a sus discípulos que el pan que estaba partiendo delante de ellos representaba “[su] cuerpo, que por vosotros es dado” (Luc. 22:19).

    Después de hablar de la condenación universal que merecían los pecadores, Pablo escribió acerca de la sangre de Jesús, derramada como propiciación por el pecado, de manera que Dios pudiera seguir siendo justo al castigar el pecado mientras al mismo tiempo justifica a los que tienen fe en Jesús (Rom. 3:2-26). El apóstol fundamenta la seguridad del pueblo de Dios en cuanto a que ellos no se enfrentarán con su ira, que Él “no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros” (Rom. 8:31-34). El apóstol habló acerca de la naturaleza sustitutoria de la expiación diciendo que es la esencia de su proclamación del evangelio (1 Cor. 15:3-4). Pablo afirma que Jesús sufrió la pena del pecado “por nosotros” (2 Cor. 5:21). Argumenta que Jesús soportó la maldición de Dios “por nosotros” (Gál. 3:13). Emplea el lenguaje del rescate para hablar de la obra de mediación de Jesús (1 Tim. 2:5-6). De manera similar, Pedro habla de la muerte de Jesús por los pecados diciendo que el justo muere en lugar de los injustos, y eso da como consecuencia la reconciliación con Dios (1 Ped. 3:18).

    La naturaleza sustitutoria de la expiación enfatiza la importancia de la humanidad de Jesús. Tal como se señaló anteriormente, la Biblia muestra el papel de Jesús como el mediador designado por Dios entre Él y la humanidad (1 Tim. 2:5). Al tomar la naturaleza humana, Jesús se identificó con la humanidad pecadora mediante el sufrimiento y finalmente la muerte. Jesús, en su condición de segundo Adán, representa a la humanidad al vencer las tentaciones del mundo y del diablo (Mat. 4:1-11). Él no sufre en la cruz como un lejano semidiós sino como un ser humano nacido bajo la ley (Gál. 4:4-5). Al soportar la ira de Dios tomando el lugar de la humanidad pecadora, Jesús es el “precursor” (Heb. 6:20) que triunfa sobre el dominio que la muerte tiene sobre la raza humana (Heb. 2:14). Como tal es capaz de presentar ante Dios a los “hermanos” redimidos por quienes sufrió, murió y resucitó (Heb. 2:10-13).

    La doctrina bíblica de la expiación sustitutoria hace que los escritores de la Biblia se maravillen ante el amor de Dios por el mundo (1 Jn. 2:2), pero también los induce a quedar pasmados frente a la naturaleza profundamente personal de esa obra. En consecuencia, a la comunidad del reino se le recuerda que Jesús dio Su vida porque ama a Su iglesia (Ef. 5:25-27). El apóstol Pablo puede proclamar con vigor que en la expiación Dios no solo “estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo” (2 Cor. 5:19) sino también que el Señor Jesús “me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gál. 2:20).

    La expiación como obra universal

    No se puede decir que Jesús murió por los “pecados” de los animales, las rocas o los árboles. De hecho, las Escrituras señalan de manera explícita que Jesús ni siquiera murió por los seres angelicales (Heb. 2:16). Él se colocó en el lugar de los seres humanos, los agentes morales que atrajeron sobre sí la condenación de Dios. No obstante, esto no significa que la obra expiatoria de la muerte y la resurrección de Jesús no afecte el orden universal en su totalidad.

    Pablo le recuerda a la iglesia de Roma que como resultado de la maldición adánica “toda la creación gime a una […] con dolores de parto” (Rom. 8:22). La maldición que cayó sobre el universo por el pecado de la humanidad finalmente se revertirá mediante la obra expiatoria del segundo Adán, quien lleva a cabo una reconciliación cósmica por medio de la sangre de su cruz (Col. 1:20). A causa de la expiación, el universo aguarda una renovación cósmica donde habrá cielos nuevos y tierra nueva, donde el Mesías triunfante hará desaparecer toda oposición a Dios (2 Ped. 3:13; Apoc. 21:1–22:9).

    La Biblia revela que la intención original de Dios para la humanidad era que las criaturas hechas a su imagen gobernaran la tierra (Gén. 1:27-28; Sal. 8:3-8). La caída parece haber hecho descarrilar dichos propósitos. No obstante, Dios colocará todas las cosas debajo de los pies del segundo Adán triunfante mediante la expiación que Jesús concretó (1 Cor. 15:27-28; Heb. 2:5-9).

    Con la caída de Adán, la serpiente se estableció como “el dios de este siglo” (2 Cor. 4:4) y mantiene a los seres humanos cautivos bajo sus pasiones corruptas (2 Tim. 3:6). Sin embargo, desde tiempo antiguo el Creador le hizo una promesa a la humanidad sobre el juicio inminente de la serpiente (Gén. 3:15). En la obra expiatoria, Jesús triunfa sobre los poderes de las tinieblas (Col. 1:15-16) y destruye los propósitos de Satanás (1 Jn. 3:8).

    Las Escrituras también revelan que el propósito original de Dios para la creación incluía Su morada en comunión con la humanidad, situación que fue interrumpida por el pecado (Gén. 3:8). En la obra expiatoria de Jesús, Dios reclama un pueblo para sí mismo (Tito 2:14) y promete estar para siempre con los suyos en el universo redimido (Apoc. 21:3).

    La expiación y el mensaje del evangelio

    La Biblia deja en claro que la esencia de la proclamación de la iglesia debe ser la obra expiatoria de Dios en Cristo (1 Cor. 1:22-25). Las Escrituras presentan la verdad de la expiación como el evangelio en sí (1 Cor. 15:3-4), que es lo único que puede salvar a un pecador de la ira de Dios (Hech. 2:13-21).

    Dios en la expiación le ha revelado Su amor salvador a la humanidad. Él no desea condenar al mundo sino salvarlo por medio de Su Hijo (Juan 3:17). El pecador debe reconocer que está viviendo bajo una sentencia de muerte, aguardando el juicio futuro (Juan 3:36). El pecador debe mirar a Jesús que carga en la cruz la pena justa por el pecado (Juan 3:14-16). El pecador debe confiar en que Dios ha aceptado este sacrificio a su favor al resucitar a Jesús de los muertos (Rom. 10:9).

    El pecador halla refugio en Cristo cuando abandona toda esperanza de su propia justicia delante de Dios y confía en la provisión divina mediante la muerte y la resurrección de Jesús (Fil. 3:9). El pecador ahora está en paz con Dios (Rom. 5:1). En realidad, mediante el poder del Espíritu, ahora es una “nueva creación” que aguarda la redención del universo creado (2 Cor. 5:17). Al creyente se le asegura que ya no enfrenta la condenación, porque está unido a aquel que ya ha soportado y satisfecho la ira de Dios (Rom. 8:31-39).

    El mensaje de la expiación se presenta en términos asombrosamente universales. Todos son invitados a hallar refugio en la expiación de Cristo (Luc. 14:16-17). Los apóstoles les rogaban a los pecadores que confiaran en la obra expiatoria de Jesús (Hech. 2:40; 2 Cor. 5:20). Los seres humanos no solo son invitados a creer en el evangelio sino que tienen la obligación de hacerlo (Hech. 17:30-31). No obstante, esto no significa que el cumplimiento práctico de la expiación dé como resultado salvación universal. Jesús mismo es la propiciación de la ira de Dios contra el mundo (1 Jn. 2:2). Los que son redimidos son salvos del juicio de Dios porque están unidos a Cristo por medio de la fe (Ef. 1:7). En el día del juicio final, los que no estén “en Cristo” padecerán la condenación eterna por sus pecados (2 Cor. 5:10) y por la tremenda trasgresión de haber rechazado la provisión de Dios en Cristo (Juan 3:19; Heb. 10:29).

    La expiación y la vida de la iglesia

     La Biblia habla acerca de la iglesia como la manifestación visible de la obra expiatoria de Cristo (Hech. 20:28). En el sacrificio de Jesús en la cruz Dios no solo se proponía rescatar a una determinada cantidad de almas individuales. Más bien, se proponía que naciera una comunidad nueva, la iglesia (Ef. 5:25-27). Por lo tanto, los escritores del NT constantemente basan sus advertencias en relación con la vida de la iglesia en el relato de la muerte, la sepultura y la resurrección de Jesús.

    Debido a que Jesús murió por el mundo, la iglesia no se identifica en términos de fronteras raciales, étnicas o nacionales (Ef. 2:11-22) sino que en sus relaciones internas debe reflejar la paz de Dios en Cristo. La composición y las actividades de la iglesia deben reflejar el resultado final armonioso de la expiación, o sea, una vasta multitud multinacional de pecadores redimidos que alaban al Mesías crucificado y exaltado (Apoc. 5:1-14). Asimismo, los creyentes maduros deben tener cuidado de no ofender a los más débiles “por [quienes] Cristo murió” (1 Cor. 8:11). Por el contrario, los creyentes deben soportarse y perdonarse “como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo” (Ef. 4:32). La expiación además sirve para instruir a la iglesia en cuanto a la manera de relacionarse con el mundo exterior. Jesús instruye a sus discípulos diciéndoles que la cruz significa que enfrentarán tribulaciones de parte del mundo, y también significa que Él ha vencido al mundo mediante la cruz (Juan 16:33). La crucifixión de Jesús debe recordarles a los creyentes que no corresponde reaccionar ante las hostilidades del mundo (Heb. 12:3) participando de contraataques vengativos (1 Ped. 2:21-25). Más bien, la cruz de Cristo les recuerda a los creyentes que Dios es justo (Rom. 3:26) y que la venganza no proviene de la mano de ellos sino de la de Él (Heb. 10:30-31).


    Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.


    Foto por CRISTIANO DE ASSUNÇÃO, en Unsplash

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    • ¿Qué significa “altar” según la Biblia? $ USD

      Por Joel F. Drinkard (h)

      Altar es una estructura utilizada durante la adoración como lugar para presentar sacrificios a Dios o a dioses.

      Antiguo Testamento 

      La palabra hebrea para altar que se utiliza con más frecuencia en el AT está formada a partir del verbo correspondiente a “matanza y significa literalmente “lugar de matanza”. Los altares se utilizaban principalmente como lugares de sacrificio, en especial el sacrificio de animales.

      Mientras que los animales eran un sacrificio común en el AT, los altares también se utilizaban para ofrendar granos, frutas, vino e incienso. Los sacrificios de granos y frutas se ofrec.an como diezmo de la cosecha o como representación de los primeros frutos o primicias. Se presentaban ante el sacerdote en canastas y este las colocaba ante el altar (Deut. 26:2-4). El vino se ofrecía junto con los sacrificios de animales y de pan. El incienso se quemaba sobre los altares para purificación después de las matanzas y para agradar a Dios con un olor fragante.

      El “altar” es diferente al “templo”. Mientras que el templo se refiere a una estructura edilicia y techada, el altar corresponde a una estructura abierta. A menudo el altar y el templo se encontraban uno junto al otro, aunque no todos los altares tenían un templo adyacente. La referencia al sacrificio de Isaac que debía hacer Abraham (Gén. 22) probablemente indique que el animal que se iba a sacrificar se colocaba vivo en el altar y luego se lo ataba y mataba allí mismo. Es posible que la práctica antigua haya sido esa. Para la época de las leyes levíticas, el animal se mataba frente al altar, se dividía en partes y solo se colocaban sobre el altar las porciones con grasa (Lev. 1:2-9).

      En el AT, los altares se distinguían por el material que se utilizaba en su construcción. Los altares más simples, y quizás los más antiguos, eran de tierra (Ex. 20:24). Este tipo de altar estaba hecho ya sea de ladrillos de barro o de un montículo de tierra que se levantaba dándole una forma aproximada. El ladrillo de barro era un material de construcción común en la Mesopotamia, y es probable que allí hayan aparecido los altares de este material. Un altar de tierra no habría sido muy práctico para los pueblos establecidos en forma permanente ya que la estación lluviosa

      de cada año podía dañarlo o destruirlo. Este tipo de altar era más indicado para pueblos nómades que se trasladaban regularmente y se preocupaban menos de la necesidad de tener un altar permanente. También podría reflejar el antepasado mesopotámico de los hebreos ya que el ladrillo de barro era un material de construcción típico de ese lugar.

      El altar de piedra es el que se menciona más comúnmente en los registros bíblicos y el que se halla con más frecuencia en las excavaciones en Palestina. Una sola piedra grande podía servir de altar (Jue. 6:19-23; 13:19-20; 1 Sam. 14:31-35). De manera similar se podían apilar cuidadosamente piedras sin tallar para formar un altar (Ex. 20:25; 1 Rey. 18:30-35). Es probable que estos altares de piedra hayan sido la forma más común antes de la edificación del templo de Salomón. En Palestina se han excavado una gran cantidad de altares de piedra. El santuario de Arad, perteneciente al período de la monarquía dividida (900–600 a.C.), tenía un altar de piedra de este tipo. Los altares de piedra hebreos no debían tener escalones (Ex. 20:25-26), probablemente en cierta medida para diferenciarlos de los altares cananeos que sí los tenían. En

      Meguido se excavó un asombroso altar cananeo circular que data de la época entre 2500 a.C. y 1800 a.C. Tenía unos 7,5 m (25 pies) de diámetro y unos 14 m (45,5 pies) de altura. Cuatro escalones conducían hacia la parte superior del altar. Aparentemente, en años posteriores no fue obligatorio que los altares hebreos carecieran de escalones porque en la visión de Ezequiel del templo restaurado el altar tenía tres niveles y varios escalones.

      Se han excavado otros altares de piedra en Palestina. Uno en Beerseba, también perteneciente al período de la monarquía dividida, era de piedras grandes talladas y, cuando se lo reconstruyó, tenía cuernos en las cuatro esquinas (Ex. 27:2; 1 Rey. 1:50). Aparentemente, las restricciones que aparecen en éxodo sobre las piedras sin tallar, como así también las de los escalones, no se cumplieron de manera constante en el período del AT. El tercer tipo de altar que se menciona en el AT es el de bronce. El altar central del atrio del templo de Salomón era de bronce. Las dimensiones que se dan del altar corresponden a 20 codos por 20 codos de lado por 10 codos de alto, alrededor de 3 m2 (30 pies cuadrados) y 4,5 m (15 pies) de altura (2 Crón. 4:1). No obstante, no resulta claro si todo el altar estaba hecho de bronce o si tenía un enchapado de ese metal. También es posible que la porción de bronce fuera una rejilla colocada en la parte superior del resto del altar que estaba hecho de piedra (Ex. 27:4). A este altar se lo conocía comúnmente como el altar del holocausto. El antiguo tabernáculo tenía un altar similar hecho de madera de acacia recubierto de bronce (Ex. 27:1-2). Dicho altar era más pequeño, solamente de cinco codos de lado y tres codos de alto. No se especifica la ubicación del altar del holocausto en el tabernáculo ni en el templo de Salomón. Estaba ubicado “en” o “delante” de la puerta del tabernáculo de reunión, que también era el lugar donde se mataban los animales para el sacrificio. En general, las reconstrucciones del tabernáculo y del templo ubican el altar en el centro del atrio, pero el texto parece estar a favor de una ubicación cercana a la entrada de la estructura del tabernáculo o del templo.

      Probablemente lo racional era ubicar el altar lo más cerca posible del punto central de la presencia de Dios, cerca del arca. La visión de Ezequiel del templo restaurado tenía el altar del holocausto ubicado en el centro del atrio. Aunque las dimensiones no se indican con detalles en el texto, aparentemente este altar tenía aproximadamente 12 codos de lado y 4 codos de alto (Ezeq. 43:13-17). El altar de Ezequiel tenía tres niveles superpuestos, cada uno de ellos un poco más pequeño que el anterior, y con escalones en el extremo oriental que conducían hasta la parte superior.

      Tanto la descripción del altar del tabernáculo como la del de Ezequiel incluyen cuernos. Es probable que el altar del holocausto del templo de Salomón también haya tenido cuernos. En el altar de piedra que se encontró en Beerseba dichos cuernos se habían conservado. Aparentemente, aferrarse a los cuernos del altar era una manera de buscar la protección del santuario cuando alguien era acusado de una ofensa grave (1 Rey. 1:50-51; 2:28-34; comp. Ex. 21:12-14). Más importante aún era que los cuernos del altar constitu.an el lugar donde se aplicaba la sangre de un animal sacrificado para la expiación del pecado (Ex. 29:12; Lev. 4:7). Jeremías describió gráficamente el pecado del pueblo diciendo que era tan grave que se había esculpido sobre los cuernos del altar (Jer. 17:1). Durante ciertas festividades se realizaba una procesión sagrada que entraba al templo y subía hacia los cuernos del altar (Sal. 118:27). Es probable que esta procesión acarreara el animal del holocausto para hacer expiación por los pecados del pueblo y finalizara en el lugar del sacrificio.

      Durante el reinado de Acaz, el altar de bronce o altar del holocausto del templo de Salomón se remplazó con un altar que el rey había construido en base a un modelo sirio (2 Rey. 16:10-16). Este altar aparentemente era más grande que el altar de bronce de Salomón y fue colocado en un lugar central en el atrio para que fuera el más importante del sacrificio.

      No existe ninguna descripción bíblica del altar del holocausto del segundo templo. No obstante, dicho altar se construyó aun antes de que se reedificara el templo (Esd. 3:2). El historiador Josefo describió el altar del templo reedificado de Herodes. Escribió que el altar tenía 50 codos cuadrados y 15 codos de alto, con una rampa que conducía a la parte superior. Este altar debe de haber sido mucho más grande que los anteriores.

      Un cuarto tipo de altar es el altar de oro o altar de incienso. Estaba ubicado en la habitación interior del santuario, exactamente afuera del lugar santísimo (1 Rey. 7:48-50). En Éxodo se describe que el altar del incienso estaba hecho de madera de acacia, recubierto de oro y sus dimensiones eran de un codo al cuadrado y dos codos de altura

      (Ex. 30:1-6). Al igual que el altar del holocausto, el altar del incienso tenía cuernos en las cuatro esquinas. Tal como lo indica su nombre, en este altar se quemaba incienso, un medio de purificación después de la matanza de los animales, un sacrificio costoso y también una ofrenda de olor grato que era agradable a Dios.

      Otra palabra hebrea para “altar” que se utilizaba con poca frecuencia en el AT significa literalmente “lugar alto” (heb. bamah). Es probable que estos “lugares altos” fueran plataformas elevadas donde se realizaban sacrificios y otros ritos. El “lugar alto” tal vez haya sido una especie de altar, aunque no hay seguridad. El altar circular cananeo que se menciónó anteriormente podría ser un ejemplo de un “lugar alto”, un espacio elevado para sacrificio y adoración.

      Nuevo Testamento 

      La palabra griega que se utiliza para altar se traduce literalmente “lugar de sacrificio”. Las referencias a altares en el NT se relacionan con la adoración adecuada (Mat. 5:23-24) y la hipocresía en la adoración (Mat. 23:18-20). El altar del incienso que se describe en el AT (Ex. 30:1-6) se menciona en Lucas (Luc. 1:11). Varias referencias a altares en el NT se remontan a acontecimientos en altares del AT (Rom. 11:3; Sant. 2:21). Juan describe en Apocalipsis un altar de oro (Apoc. 9:13) que, al igual que el altar de bronce del AT, tenía cuernos.

      Aunque son pocas las referencias directas en el NT concernientes al altar y al sacrificio de Jesucristo (Heb. 13:10), el tema del NT es el mensaje en cuanto a que Jesucristo es el sacrificio final que hace posible la reconciliación con Dios.

      Significado teológico 

      Los altares eran lugares de sacrificio. Además, eran los lugares de la presencia de Dios. Las narraciones patriarcales registran continuamente la edificación de un altar en el lugar de una teofanía, sitio donde Dios se le había aparecido a un individuo (Gén. 12:7; 26:24-25). Era natural edificar un altar y celebrar con un sacrificio la aparición de Dios. Si Dios había aparecido en un lugar en alguna ocasión, esa sería una buena ubicación para que volviera a aparecer. En consecuencia, los sacrificios se ofrecían allí sintiendo que Dios estaba presente y aceptaba la ofrenda. Cuando se construyó el templo de Salomón, la presencia de Dios se asociaba especialmente con el arca del pacto. El altar del holocausto, pues, pasó a tener un significado más relacionado con la reconciliación o la mediación. El adorador llevaba un sacrificio al altar donde se quemaba y, en consecuencia, se lo ofrecía a Dios. La aceptación de las ofrendas por parte del sacerdote simbolizaba la aceptación de Dios manifestada en bendiciones (Ex. 20:24) y en la renovación del pacto. 

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