Por Russell D. Moore
En el NT, la palabra griega ekklesia se refiere a cualquier asamblea, cuerpos locales de creyentes o al cuerpo universal de todos los cristianos.
La iglesia como pueblo de Dios
La historia de la redención demuestra que los propósitos de Dios no están limitados a la redención de individuos. En su lugar, la intención divina fue formar un pueblo (Gén. 12:1-3).
El AT relata que Dios fundó la nación judía, gobernada por un rey elegido por Él, regida por revelación divina y establecida en la tierra de la promesa. No obstante, el AT preveía un día cuando Dios llamaría a los gentiles para que se acercaran a Él. Después de Pentecostés, los apóstoles creyeron que esta promesa se cumplió cuando Dios creó una iglesia nueva multinacional y multiétnica (Hech. 2:14-42; 15:6-29). Jesús era el hijo de David que dio inicio a la reunión escatológica de las naciones (Hech. 15:15-17).
La identidad de la iglesia como pueblo de Dios se observa en términos de creyentes tanto judíos como gentiles. Pablo señaló que los gentiles habían sido “injertados” al pueblo de Dios junto con los creyentes de Israel (Rom. 11:11-25). Los paganos que en un tiempo habían estado separados de Dios y excluidos de la ciudadanía de Israel, se convirtieron en “conciudadanos” con los judíos en la redención planificada divinamente (Ef. 2:11-22). Ya “no hay judío ni griego” en la iglesia (Gál. 3:28). Utilizando el lenguaje que en una época estaba reservado únicamente para Israel, Pedro escribió acerca de la iglesia diciendo que era un “sacerdocio santo” y una casa de “piedras vivas” (1 Ped. 2:4-10). Pedro estaba haciendo eco de las palabras de Oseas (Os. 1:9) y les recuerda a los creyentes gentiles que “en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios” (1 Ped. 2:10).
La visión del fin de los tiempos que tuvo Juan fue una vasta multitud de todas “naciones y tribus y pueblos y lenguas”, redimidos delante del trono de Dios (Apoc. 7:9,10). Jesús comisionó a sus discípulos para que llevaran el evangelio “hasta lo último de la tierra” (Hech. 1:8). El carácter multinacional y multiétnico de la iglesia neotestamentaria no solo da testimonio de la universalidad del mensaje del evangelio (Rom. 10:11,12) y de la reconciliación personal concretada en la cruz (Ef. 2:14-16), sino también del alcance global del reino venidero de Cristo (Sal. 2:8). En consecuencia, la obediencia a la Gran Comisión (Mat. 28:16-20) no es simplemente una función de la iglesia sino que es esencial para que se la identifique como pueblo de Dios.
Del mismo modo, la adoración no es un tema secundario. Puesto que Dios ha reunido un pueblo “para alabanza de la gloria de su gracia” (Ef. 1:6), la adoración es necesaria dentro de la vida colectiva de la iglesia. Esto no solo se observa en la práctica israelita sino también en la de la iglesia primitiva (Juan 4:20-24; Ef. 5:18-20).
La iglesia como cuerpo de Cristo
La iglesia no solo es una sociedad religiosa sectaria. Jesús habla de edificar personalmente esta nueva comunidad sobre la base de la confesión de Su señorío (Mat. 16:18,19). Los apóstoles reconocieron que el nacimiento de la iglesia en Pentecostés era obra de Jesús mismo. En Pentecostés (Hech. 2:14-39), Pedro asoció los eventos que tuvieron lugar en esa ocasión con las promesas de un Mesías davídico (2 Sam. 7; Sal. 16; 110).
En el NT se utilizan varios términos para describir a la iglesia: cuerpo de Cristo (Ef. 5:22,23,30), “nuevo hombre” (Ef. 2:14,15), “su (de Dios) casa” (Heb. 3:6; 1 Ped. 4:17) y otros. Pablo en repetidas ocasiones denomina a la iglesia “cuerpo de Cristo”; creyentes unidos a Cristo en Su muerte y resurrección. Por lo tanto, la persecución a la iglesia es la persecución a Cristo mismo. La metáfora del cuerpo muestra la unidad de los creyentes en Cristo y enfatiza los diferentes roles y dones de los creyentes dentro de la comunidad más amplia (1 Cor. 12:12-31).
La descripción de la iglesia como cuerpo de Cristo indica el gobierno de Jesús sobre la comunidad. En su condición de hijo de David exaltado, Él ejerce soberanía mediante Su Espíritu y por Su Palabra. Por Su resurrección recibe la designación de “cabeza” de la iglesia (Col. 1:18). El liderazgode Jesús muestra que los creyentes están sujetos a aquel que los amó y los compró con Su sangre (Ef. 5:23-27). Los dones individuales deben desempeñarse conforme a la distribución soberana del Espíritu Santo (Ef. 4:4-16).
El cuerpo de Cristo no solo se refiere a la iglesia universal sino que también se aplica a cada congregación local de creyentes. Al escribirles a los corintios, Pablo enseña que Dios ha dotado a los miembros de la congregación para que se edifiquen mutuamente para gloria de Dios (1 Cor. 12:1-31). En este sentido, cada iglesia local es autónoma, gobernada por el Cristo resucitado mediante la sumisión a la autoridad de la revelación bíblica (Ef. 5:24).
Que la iglesia es el cuerpo de Cristo implica obligatoriamente que los miembros individuales le pertenecen a Él. Como tal, cada iglesia debe estar compuesta por miembros regenerados, aquellos que dan evidencia de su fe en Jesucristo. El NT inextricablemente asocia la regeneración personal con la membresía a la iglesia local (Heb. 10:19-25). Puesto que el bautismo es tanto un rito inicial dentro de la iglesia como también un testimonio de la conversión, debe ser administrado solamente a aquellos que confiesan a Jesús como Salvador y Señor (Hech. 10:47,48). El bautismo está reservado para aquellos que están unidos a Cristo en Su muerte y resurrección (Rom. 6:3,4). Asimismo, la Cena del Señor da testimonio de una membresía regenerada de la iglesia. Los que participan de la Cena del Señor recuerdan la muerte de Cristo a su favor y dan testimonio de su unión con Él (1 Cor. 11:23-34).
La iglesia como comunidad del pacto
El NT se refiere a la iglesia como “columna y baluarte de la verdad” (1 Tim. 3:15). Desde el comienzo, la iglesia tenía que servir como cuerpo confesional, aferrado a la verdad de Cristo tal como revelaron los profetas y los apóstoles que Él había escogido (Ef. 2:20).
Una iglesia local está organizada en torno a una confesión de fe. Los líderes de la iglesia deben proteger la fidelidad doctrinal de la congregación predicando fielmente las Escrituras (Hech. 20:25-30; 1 Tim. 4:1-11; 2 Tim. 3:13-17). Cuando surgen errores doctrinales, la iglesia tiene que enfrentarlos y desarraigarlos, aun cuando esto signifique la expulsión de falsos maestros que no estén arrepentidos (1 Tim. 1:19,20; 6:3-5; 2 Tim. 3:1-9; Sant. 5:19,20).
La naturaleza de pacto de la congregación local también se observa en la responsabilidad mutua de los creyentes. Los miembros de la iglesia son responsables de edificarse unos a otros (Ef. 5:19) y están encargados de restaurar a los que vacilan en la fe (Gál. 6:1-2). Cuando fracasan los intentos personales para lograr la restauración, entonces la iglesia tiene que aplicar disciplina (Mat. 18:15-20). Si un miembro de la iglesia no se arrepiente, el último paso es destituirlo de la membresía (1 Cor. 5:1-13).
La iglesia y el mundo
La Biblia presenta a la iglesia como una entidad marcadamente diferente del mundo. La iglesia tiene que estar compuesta por creyentes regenerados apartados de un mundo hostil y llamados al evangelio de Cristo. En esta condición, la iglesia debe enfrentar al mundo con la realidad del juicio venidero y el evangelio de la redención por medio de Cristo.
La Biblia presenta a la iglesia como una sociedad diferente, llamada a una vida en el Espíritu, opuesta a la cultura mundana. La iglesia debe ser una colonia del reino que mantiene lealtad definitiva hacia Cristo. En oposición a un mundo que adora de manera servil el poder político crudo, como es el caso del César, la iglesia proclama que “Jesús es Señor”. En oposición a un mundo de mortales luchas de poder, la iglesia se sacrifica y sirve a los demás. No obstante, esto no significa que tenga que apartarse del mundo. Está en el mundo pero no debe conformarse a él (Rom. 12:2). El NT habla continuamente acerca de la iglesia primitiva que confrontaba sinagogas, el culto pagano y la filosofía griega. La iglesia no debe abandonar las relaciones y las responsabilidades terrenales sino transformarlas mediante las vidas regeneradas que la constituyen.
No obstante, la iglesia no puede coaccionar al mundo (Juan 18:11). El mensaje de la iglesia es que Dios regenera a los pecadores y los incorpora al cuerpo de Cristo. Si la conversión genuina es un requisito para la membresía a la iglesia, dicha transformación no se puede forzar. La iglesia da testimonio de la soberanía de Dios mediante el poder persuasivo de la palabra predicada. Los pecadores, pues, son cortados hasta el corazón, regenerados y rescatados “de la potestad de las tinieblas” (Col. 1:13).
Por lo tanto, la iglesia y el estado deben permanecer separados. La primera tiene prerrogativas sobre las cuales el último carece de jurisdicción (1 Cor. 5:1-13). El estado posee responsabilidades que no forman parte de la misión de la iglesia (Rom. 13:1-4).
La misión de la iglesia
El NT nunca se equipara a la iglesia con el reino de Dios. El cuerpo de Cristo tiene relación con el reino, pero el uso del lenguaje del reino para la iglesia (Mat. 16:18,19; Col. 1:11-18) sugiere que esta es una manifestación inicial del reino venidero.
Toda iglesia local que confiesa que Jesús es Señor constituye un recordatorio visible frente a los poderes del mundo en cuanto a que vendrá el juicio. El Rey justo y recto un día aplastará los reinos de este mundo y todo el cosmos temblará ante la Cabeza de la Iglesia, el Cristo resucitado y soberano (Dan. 2:44; Fil. 2:5-11). Aunque los creyentes se sometan a las autoridades gubernamentales, la lealtad suprema no les corresponde a las entidades políticas transitorias sino al futuro reino mesiánico.
El gobierno de la iglesia
Que Dios haya otorgado dones a cada miembro de la iglesia no significa que esta carezca de liderazgo. Por el contrario, el NT habla de que Dios designa líderes para Su iglesia para la edificación del cuerpo (Ef. 4:11-16). Los líderes de una iglesia neotestamentaria son los pastores (llamados también “sobreveedores” u “obispos” o “ancianos”) y los diáconos (1 Tim. 3:1-13). Estos hombres son dotados por Dios y llamados de en medio de la congregación para servir a la iglesia.
El pastor es llamado para liderar a la iglesia enseñando la verdad de las Escrituras, estableciendo un ejemplo piadoso y pastoreando al rebaño (Heb. 13:7). No obstante, la toma definitiva de decisiones de la iglesia corresponde a la congregación bajo el señorío de Cristo. Los escritores del NT se enfrentaron con diversos temas de conflicto dentro de la vida de la iglesia. A menudo no dirigían estos asuntos de política a “juntas” supracongregacionales sino a la congregación en sí (1 Cor. 5). En este sentido, cada miembro de la congregación es responsable delante de Dios por las decisiones del cuerpo local. No obstante, los líderes de la iglesia que han sido llamados asumen una responsabilidad aun mayor delante de Dios (Sant. 3:1) pues darán cuenta del alma de cada miembro de la congregación (Heb. 13:17).
Puesto que cada congregación posee dones y es responsable de la política interna, la iglesia local no se somete a ningún control externo. Las iglesias pueden cooperar conjuntamente para la obra del reino de Dios. Por ejemplo, la iglesia primitiva designó un consejo de líderes eclesiásticos para que abordara preguntas doctrinales apremiantes que estaban echando a perder a las congregaciones (Hech. 15:1-35). De manera similar, Pablo instó y organizó iglesias locales a fin de enviar ayuda a los creyentes empobrecidos de otras congregaciones (2 Cor. 8–9; Fil. 1:15-18).
Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.
IMAGEN MERAMENTE ILUSTRATIVA. Foto por Edwin Andrade, en Unsplash
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