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- TÉRMINO «EXPIACIÓN Y PROPICIACIÓN» $ USD
Por Jeremiah H. Russell
En la teología cristiana se usan en conjunto y directamente correlacionan y definen la naturaleza y los efectos del sacrificio sustitutorio en relación a Dios y a los creyentes. Los dos términos tienen significados ligeramente diferentes y a veces los teólogos los colocan en oposición, aunque también es posible verlos como complementarios. La expiación habla del proceso por el cual los pecados son anulados o cubiertos. La propiciación habla del apaciguamiento de la ira o del enojo de la parte ofendida, o sea, específicamente del Dios cristiano. La expiación está incluida dentro del concepto de propiciación. En las Escrituras, la expiación no puede existir sin propiciación. Otros términos usados para propiciación son apaciguamiento y aplacamiento.
Terminología bíblica
En el AT, la palabra hebrea kaphar, que normalmente se traduce “ofrecer expiación”, se usa casi siempre en el contexto de apaciguar la ira de Dios. Por ejemplo, Núm. 25:11-13 afirma que el Señor le dijo a Moisés que Aarón le había hecho apartar Su furor porque “hizo expiación por los hijos de Israel”. Otros ejemplos son Ex. 32:30-33; Núm. 16: 41-50; Isa. 47:11 y Mal. 1:9-10. En relación al hombre como objeto del apaciguamiento, se usa “apaciguar” (Gén. 32:20); “dar satisfacción” (2 Sam. 21:3-14), y “evitar” (Prov. 16:14). Otros textos hablan de dioses o ídolos como objeto de la acción apaciguadora (Deut. 32:17; Jer. 32:35 y Sal. 106:37-38). Aunque kaphar a veces se traduce “cubrir” o “limpiar” (comp. Sal. 85:2-3), lo que tiende a la idea de expiación, el término casi siempre está en el contexto de propiciación. Por lo tanto, aplacar la ira de Dios es un tema que se trata dentro del contexto de los sacrificios del AT.
Aunque la controversia sobre expiación y propiciación aparece en el AT, la tensión aumenta en el NT con la palabra griega hilasmos (la forma verbal, hilaskomai, y el sustantivo correspondiente, hilasterion) en cuatro pasajes clave: Rom. 3:25; Heb. 2:17; 1 Jn. 2:2; y 4:10. Diversas versiones de esta palabra en traducciones modernas ilustra la controversia sobre el significado y el efecto de la expiación.
Por ejemplo, la palabra hilasterion en Rom. 3:25 se traduce “propiciación” y “expiación” (NVI). Esta dualidad deja al lector indeciso en cuanto a la función de la expiación, pero apela al lugar que ocupa la sangre rociada sobre el propiciatorio en el día de la expiación. La LXX usa 28 veces la palabra hilasterion, y en todas alude al propiciatorio, excepto en Amós 9:1. Esta traducción de hilasterion como “propiciatorio” en el NT conlleva, sin embargo, cierta ambigüedad, ya que Cristo fue a la vez la encarnación personal de la Deidad y el medio de expiación, no un lugar impersonal de esta acción. Es mejor no traducir la palabra por “propiciatorio”.
Pablo explica que la ira de Dios se cierne sobre todos los seres humanos debido a la terrible pecaminosidad (Rom. 1–3, especialmente 1:18-32). En Rom. 3:25 demuestra la iniciativa de Dios por satisfacer Su ira al hacer de Cristo el hilasterion o la propiciación. Si Pablo hubiera tenido intención de tratar únicamente la expiación en este versículo, habría abandonado el tema de la propiciación hasta después de este punto de la carta.
En Heb. 2:17 tas harmartias (los pecados) son el objeto directo de hilaskomai, lo que podría hacernos pensar que la mejor traducción sería “expiación”. Sin embargo, este pasaje, aunque habla de la expiación que lava nuestros pecados, no niega el concepto de que se considera la ira de Dios, e incluso menciona a un “misericordioso y fiel sumo sacerdote”, lo que indica el aplacamiento de una ira justa. El otro pasaje se encuentra en 1 Jn. 2:2, que habla de un abogado necesario para detener al Dios airado. Aunque 2 Cor. 5:18-20 no usa la palabra hilasmos, sí habla de un Dios que “nos reconcilió consigo mismo por Cristo”, lo que denota una enemistad previa con Dios. Esta imagen no se podría explicar solo mediante la expiación, sino que debe tener como base la propiciación; por lo tanto, las traducciones deberían reflejar este significado preciso.
Formulación teológica
Hallamos la necesidad de propiciación en Dios mismo, en que el pecado provoca Su ira. Sin embargo, eruditos como C.H. Dodd y A.T. Hanson creen o que la ira de Dios es inexistente o bien que es impersonal, un episodio de causa y efecto. Dodd creía que la palabra hilasmos en griego (tanto clásico como koiné) significaba “propiciar”, y que la adoración pagana incluía un aplacamiento similar de las deidades por medio de sacrificios. No obstante, no sentía que esto se aplicara al judaísmo helenístico ni al NT. Entonces interpretó los versículos del AT y del NT únicamente en el sentido de expiación, negando así la propiciación. El interés teológico de Dodd de redefinir la naturaleza de Dios sin hacer referencia a Su justa ira contra el pecado parece haber condicionado sus conclusiones. Otros eruditos, como León Morris y Roger Nicole, han defendido y respaldado la realidad de la ira de Dios y de la doctrina de una expiación propiciatoria.
La doctrina de la propiciación en las Escrituras está en franca oposición con la propiciación de los rituales paganos de sacrificios. En primer lugar, el objeto del sacrificio pagano estaba relacionado con deidades personales que no tienen poder absoluto o con una deidad absoluta e impersonal, ninguna de las cuales puede producir expiación. El destinatario del sacrificio en las Escrituras es el Dios triuno, absoluto y personal. En segundo lugar, las deidades objeto de adoración pagana despliegan ira de una manera irracional y caprichosa. La Deidad de las Escrituras despliega ira debido a Su naturaleza interna y no por causas externas y caprichosas. En tercer lugar, el sujeto de la propiciación pagana es el adorador que ofrece el sacrificio. Quien apacigua la ira de Dios el Padre es Dios el Hijo, que voluntariamente presenta la expiación eficaz, ya que la humanidad no es digna de ofrecer un sacrificio al Dios contra quien se ha rebelado. Esta forma de sacrificio se describe en el AT en Lev. 17:11, donde Dios le dio la expiación a Israel con el propósito de propiciar Su ira.
El efecto de la expiación está directamente vinculado con la ira de Dios. Si Dios no tuviera ni ira ni enojo hacia los pecadores, no habría necesidad de propiciación. La mera expiación bastaría. Si hay expiación sin propiciación, Dios es a la vez indiferente al pecado y, por lo tanto, injusto. La propiciación es la única manera en que Dios puede ofrecerles perdón a los pecadores y, al mismo tiempo, ser justo. “Pero en el tiempo presente ha ofrecido a Jesucristo para manifestar Su justicia. De este modo Dios es justo y a la vez el que justifica a los que tienen fe en Jesús” (Rom. 3:26 NVI). Otro atributo de Dios que algunos creen incompatible con Su ira es Su amor, pero ambos se muestran compatibles a través de la expiación, “en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rom. 5:8; comp. Ex. 34:7). La tensión debe reconciliarse porque esta falta teológica (a saber, no reconciliar la aparente paradoja del amor y la ira de Dios) es probablemente la razón de gran parte de la controversia sobre cuál de los dos conceptos, la expiación o la propiciación, es el sentido correcto. Los que no pueden reconciliar la aparente paradoja rechazan la ira y la propiciación a cambio del amor, lo cual es innecesario. En 1 Jn. 4:9-10, el autor afirma que Dios “nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados”. La crucifixión es la encarnación misma del amor. Aunque los pecadores odiaban a su Creador, Él buscó una manera de reconciliarse con ellos. Isaías 53:10 afirma que “el Señor quiso quebrantarlo, y hacerlo sufrir” (NVI). Jesús no fue una víctima. Este acto de Su parte fue un amor incomparable, un entregarse completamente por nosotros, “como ofrenda y sacrificio fragante para Dios” (Ef. 5:2 NVI).
Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.
Foto por Angelica Reyes, en Unsplash
- TÉRMINO «EXPIACIÓN» $ USD
Por Russel D. Moore
Doctrina bíblica referente a que Dios ha reconciliado a los pecadores con Él por medio de la obra sacrificial de Jesucristo. El concepto de la expiación abarca ambos Testamentos y señala siempre la muerte, la sepultura y la resurrección de Jesús por los pecados del mundo.
La expiación como concepto penal
El concepto bíblico de expiación no se puede entender excepto dentro del contexto de la ira de Dios contra el pecado. La necesidad de expiación surge en las primeras etapas de la narración bíblica cuando los seres humanos recientemente creados se rebelaron contra el mandato de Dios. A causa de la desobediencia y la traición a Dios, se les dice a Adán y Eva que morirán y que la maldición de Dios se ha derramado sobre ellos y sobre todo el orden creado (Gén. 3:13-19).
Como resultado de esta rebelión primigenia, todo el sistema mundial se encuentra en enemistad con los propósitos de Dios (Ef. 2:2) y enceguecido por el engaño de Satanás (2 Cor. 4:4). Los seres humanos no solo se irritaron ante el mandato que Dios había dado en el huerto, sino que además desobedecieron la ley que Él les reveló en el corazón (Rom. 2:14-16) y en una revelación específica (Rom. 3:19-20). En esta condición, cada ser humano se ha volcado a la idolatría (Rom. 1:18-32) y es culpable delante del tribunal de Dios (Rom. 3:9-18).
Los profetas hebreos advertían que el mundo estaba encendiendo la ira de Dios contra la injusticia. Predecían que llegaría un gran día de juicio catastrófico contra toda forma de rebelión. Los secretos del corazón humano se pondrían en evidencia y nadie podría sostenerse en pie frente a la furia de la justicia recta de Dios (Sal. 1:5; Nah. 1:6; Mal. 3:2). La ira de Dios echaría por tierra toda oposición mediante una manifestación feroz de Su retribución contra el pecado (Isa. 2:12; 61:2).
Sin embargo, los profetas del AT también hablaban de Aquel que cargaría en su propio cuerpo la condenación de Dios contra los pecadores. El profeta Isaías escribió que el Siervo de Dios que iba a venir salvaría a muchos de la condenación por medio de su sufrimiento (Isa. 53). Los escritos neotestamentarios identifican estos pasajes del Siervo Sufriente con la muerte de Jesús en la cruz fuera de las puertas de Jerusalén (Hech. 8:32-35).
Jesús mismo reconoció la naturaleza penal de la expiación al hablar de la cruz como un “bautismo” ardiente que tenía que padecer (Mar. 10:38; Luc. 12:49-50). Expresó angustia ante la perspectiva de la cruz (Juan 12:27) e inclusive rogó ser librado de ella si existía la posibilidad (Luc. 22:42). Los evangelios presentan de manera vívida la naturaleza penal de la expiación al describir la agonía de Jesús en la cruz clamando como alguien abandonado por Dios (Mat. 27:46). Describen la crucifixión acompañada de señales de juicio escatológico tales como la oscuridad, las alteraciones de la naturaleza y la resurrección de los muertos (Mat. 27:45-54).
Los apóstoles y los escritores del NT hablaban de la expiación de Jesús que absorbía la ira de Dios merecida por los pecadores. Describieron la muerte de Jesús como una propiciación que echa a un lado la ira de Dios (Rom. 3:25; 1 Jn. 2:2). El apóstol Pablo les escribió a los corintios diciendo que Jesús era contado como pecador a fin de que los pecadores pudieran ser contados como justos en Él (2 Cor. 5:21). Jesús soportó la maldición de la ley con el propósito de otorgarles a los gentiles las bendiciones del pacto con Abraham (Gál. 3:10-14). Pedro habla de manera similar diciendo que Jesús llevó los pecados “en su cuerpo sobre el madero” (1 Ped. 2:24).
No obstante, la obra de Cristo cargando los pecados en el Gólgota no se puede entender fuera del concepto de la resurrección. Pedro les predicó a los espectadores reunidos en Pentecostés, diciendo que la resurrección de Jesús era la prueba de que Dios no lo había abandonado para dejarlo en la tumba, sino que lo exaltó como el Mesías triunfante, por causa de quien se hicieron las promesas del pacto veterotestamentario (Hech. 2:22-36). Aunque Jesús fue considerado “herido de Dios” en la cruz (Isa. 53:4), en la resurrección “fue declarado Hijo de Dios con poder” (Rom. 1:4). Luego de haber soportado plenamente la pena de muerte debida al pecado, Jesús ahora ha resucitado como el Justo en quien Dios halla contentamiento. Debido a que Jesús ha satisfecho la pena por el pecado, los creyentes aguardan expectantes a Aquel que “nos libra de la ira venidera” (1 Tes. 1:10).
La expiación como sacrificio
El NT coloca la expiación dentro del contexto del sistema de sacrificios del AT. El concepto de sacrificio aparece aun en los pasajes más antiguos del relato bíblico, cuando Abel tomó un animal de su rebaño para ofrecerlo (Gén. 4:4-5). El sacrificio desempeñó un papel crucial en la liberación de los israelitas de Egipto, cuando el sacrificio del cordero de la pascua salvó a los niños hebreos de la visita tenebrosa del ángel de la muerte (Ex. 12:1-32). El pacto mosaico introdujo un sistema detallado de sacrificios que la nación israelita debía cumplir (Lev. 1:1–7:38).
El NT afirma que los sacrificios de los animales del antiguo pacto señalaban la ofrenda del sacrificio de Jesús en el Gólgota. En la identificación de Jesús como el Siervo Sufriente de Isaías, el profeta describe al Mesías como una “expiación” (Isa. 53:10), y hace referencia al antiguo código mosaico de sacrificios (Lev. 5–7). Juan el Bautista enfatiza la naturaleza sacrificial de la misión de Cristo al denominarlo el “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). Jesús mismo habla de dar su vida voluntariamente por las ovejas como una ofrenda de sacrificio a Dios (Juan 10:11).
Pablo habló de Cristo denominándolo “nuestra pascua”, lo que ligaba directamente la obra expiatoria de Cristo con el sacrificio del cordero de la Pascua (1 Cor. 5:7). Utiliza el lenguaje de los sacrificios del AT para hablar acerca de la expiación de Jesús como un “olor fragante” ofrecido a Dios (Ef. 5:2). De manera similar, Pedro usa la imagen del cordero sacrificado para referirse a los creyentes que son comprados por la “sangre preciosa” de Jesús (1 Ped. 1:18-19) quien, al igual que los animales para el sacrificio del AT, es sin mancha. En la visión de Juan en la isla de Patmos, el apóstol ve que Jesús es adorado por las multitudes redimidas debido a que Él es el Cordero sacrificado que los compró con su sangre (Apoc. 5:1-14).
La naturaleza sacrificial de la expiación quizás se explica más claramente en el libro de Hebreos. Para el escritor de ese libro, el Jesús crucificado es el sacrificio definitivo que soluciona permanentemente el problema del pecado y, en consecuencia, pone fin al sistema de sacrificios (Heb. 10:11-12). El escritor afirma que la sangre de los animales jamás fue suficiente como para quitar el pecado de los seres humanos, sino que simplemente apuntaba hacia el sacrificio futuro del Mesías (Heb. 10:4).
Hebreos explica, probablemente a los cristianos judíos que pensaban regresar al sistema de sacrificios mosaico, que Jesús es el sacerdote (Heb. 7:23-28) que se presenta ante Dios para ofrecer su propia sangre por los pecados de la humanidad, y lo hace como un sacrificio una vez y para siempre (Heb. 9:11-28). Haciendo alusión a los animales que en el antiguo pacto se sacrificaban “fuera del campamento”, el escritor señala el sufrimiento de Jesús fuera de las puertas de Jerusalén (Heb. 11–13). Su resurrección de los muertos es la prueba de que Dios ha oído los clamores de este postrer Sacerdote y ha aceptado su sacrificio (Heb. 5:7).
La expiación como obra sustitutoria
El lenguaje penal y sacrificial que describe la expiación hace evidente que la muerte de Jesús fue sustitutoria. Así como los israelitas del AT tenían que ofrecer animales para que ocupen el lugar de los pecadores, de la misma manera se describe que la muerte de Jesús es una ofrenda en lugar de aquellos que merecen la ira de Dios. Jesús habló de su muerte comparándola con la de un pastor que da su vida por sus ovejas (Juan 10:11). Describe su misión diciendo que se ofrece como “rescate” por los pecadores (Mar. 10:45). En la noche que Judas lo traicionó, Jesús les dijo a sus discípulos que el pan que estaba partiendo delante de ellos representaba “[su] cuerpo, que por vosotros es dado” (Luc. 22:19).
Después de hablar de la condenación universal que merecían los pecadores, Pablo escribió acerca de la sangre de Jesús, derramada como propiciación por el pecado, de manera que Dios pudiera seguir siendo justo al castigar el pecado mientras al mismo tiempo justifica a los que tienen fe en Jesús (Rom. 3:2-26). El apóstol fundamenta la seguridad del pueblo de Dios en cuanto a que ellos no se enfrentarán con su ira, que Él “no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros” (Rom. 8:31-34). El apóstol habló acerca de la naturaleza sustitutoria de la expiación diciendo que es la esencia de su proclamación del evangelio (1 Cor. 15:3-4). Pablo afirma que Jesús sufrió la pena del pecado “por nosotros” (2 Cor. 5:21). Argumenta que Jesús soportó la maldición de Dios “por nosotros” (Gál. 3:13). Emplea el lenguaje del rescate para hablar de la obra de mediación de Jesús (1 Tim. 2:5-6). De manera similar, Pedro habla de la muerte de Jesús por los pecados diciendo que el justo muere en lugar de los injustos, y eso da como consecuencia la reconciliación con Dios (1 Ped. 3:18).
La naturaleza sustitutoria de la expiación enfatiza la importancia de la humanidad de Jesús. Tal como se señaló anteriormente, la Biblia muestra el papel de Jesús como el mediador designado por Dios entre Él y la humanidad (1 Tim. 2:5). Al tomar la naturaleza humana, Jesús se identificó con la humanidad pecadora mediante el sufrimiento y finalmente la muerte. Jesús, en su condición de segundo Adán, representa a la humanidad al vencer las tentaciones del mundo y del diablo (Mat. 4:1-11). Él no sufre en la cruz como un lejano semidiós sino como un ser humano nacido bajo la ley (Gál. 4:4-5). Al soportar la ira de Dios tomando el lugar de la humanidad pecadora, Jesús es el “precursor” (Heb. 6:20) que triunfa sobre el dominio que la muerte tiene sobre la raza humana (Heb. 2:14). Como tal es capaz de presentar ante Dios a los “hermanos” redimidos por quienes sufrió, murió y resucitó (Heb. 2:10-13).
La doctrina bíblica de la expiación sustitutoria hace que los escritores de la Biblia se maravillen ante el amor de Dios por el mundo (1 Jn. 2:2), pero también los induce a quedar pasmados frente a la naturaleza profundamente personal de esa obra. En consecuencia, a la comunidad del reino se le recuerda que Jesús dio Su vida porque ama a Su iglesia (Ef. 5:25-27). El apóstol Pablo puede proclamar con vigor que en la expiación Dios no solo “estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo” (2 Cor. 5:19) sino también que el Señor Jesús “me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gál. 2:20).
La expiación como obra universal
No se puede decir que Jesús murió por los “pecados” de los animales, las rocas o los árboles. De hecho, las Escrituras señalan de manera explícita que Jesús ni siquiera murió por los seres angelicales (Heb. 2:16). Él se colocó en el lugar de los seres humanos, los agentes morales que atrajeron sobre sí la condenación de Dios. No obstante, esto no significa que la obra expiatoria de la muerte y la resurrección de Jesús no afecte el orden universal en su totalidad.
Pablo le recuerda a la iglesia de Roma que como resultado de la maldición adánica “toda la creación gime a una […] con dolores de parto” (Rom. 8:22). La maldición que cayó sobre el universo por el pecado de la humanidad finalmente se revertirá mediante la obra expiatoria del segundo Adán, quien lleva a cabo una reconciliación cósmica por medio de la sangre de su cruz (Col. 1:20). A causa de la expiación, el universo aguarda una renovación cósmica donde habrá cielos nuevos y tierra nueva, donde el Mesías triunfante hará desaparecer toda oposición a Dios (2 Ped. 3:13; Apoc. 21:1–22:9).
La Biblia revela que la intención original de Dios para la humanidad era que las criaturas hechas a su imagen gobernaran la tierra (Gén. 1:27-28; Sal. 8:3-8). La caída parece haber hecho descarrilar dichos propósitos. No obstante, Dios colocará todas las cosas debajo de los pies del segundo Adán triunfante mediante la expiación que Jesús concretó (1 Cor. 15:27-28; Heb. 2:5-9).
Con la caída de Adán, la serpiente se estableció como “el dios de este siglo” (2 Cor. 4:4) y mantiene a los seres humanos cautivos bajo sus pasiones corruptas (2 Tim. 3:6). Sin embargo, desde tiempo antiguo el Creador le hizo una promesa a la humanidad sobre el juicio inminente de la serpiente (Gén. 3:15). En la obra expiatoria, Jesús triunfa sobre los poderes de las tinieblas (Col. 1:15-16) y destruye los propósitos de Satanás (1 Jn. 3:8).
Las Escrituras también revelan que el propósito original de Dios para la creación incluía Su morada en comunión con la humanidad, situación que fue interrumpida por el pecado (Gén. 3:8). En la obra expiatoria de Jesús, Dios reclama un pueblo para sí mismo (Tito 2:14) y promete estar para siempre con los suyos en el universo redimido (Apoc. 21:3).
La expiación y el mensaje del evangelio
La Biblia deja en claro que la esencia de la proclamación de la iglesia debe ser la obra expiatoria de Dios en Cristo (1 Cor. 1:22-25). Las Escrituras presentan la verdad de la expiación como el evangelio en sí (1 Cor. 15:3-4), que es lo único que puede salvar a un pecador de la ira de Dios (Hech. 2:13-21).
Dios en la expiación le ha revelado Su amor salvador a la humanidad. Él no desea condenar al mundo sino salvarlo por medio de Su Hijo (Juan 3:17). El pecador debe reconocer que está viviendo bajo una sentencia de muerte, aguardando el juicio futuro (Juan 3:36). El pecador debe mirar a Jesús que carga en la cruz la pena justa por el pecado (Juan 3:14-16). El pecador debe confiar en que Dios ha aceptado este sacrificio a su favor al resucitar a Jesús de los muertos (Rom. 10:9).
El pecador halla refugio en Cristo cuando abandona toda esperanza de su propia justicia delante de Dios y confía en la provisión divina mediante la muerte y la resurrección de Jesús (Fil. 3:9). El pecador ahora está en paz con Dios (Rom. 5:1). En realidad, mediante el poder del Espíritu, ahora es una “nueva creación” que aguarda la redención del universo creado (2 Cor. 5:17). Al creyente se le asegura que ya no enfrenta la condenación, porque está unido a aquel que ya ha soportado y satisfecho la ira de Dios (Rom. 8:31-39).
El mensaje de la expiación se presenta en términos asombrosamente universales. Todos son invitados a hallar refugio en la expiación de Cristo (Luc. 14:16-17). Los apóstoles les rogaban a los pecadores que confiaran en la obra expiatoria de Jesús (Hech. 2:40; 2 Cor. 5:20). Los seres humanos no solo son invitados a creer en el evangelio sino que tienen la obligación de hacerlo (Hech. 17:30-31). No obstante, esto no significa que el cumplimiento práctico de la expiación dé como resultado salvación universal. Jesús mismo es la propiciación de la ira de Dios contra el mundo (1 Jn. 2:2). Los que son redimidos son salvos del juicio de Dios porque están unidos a Cristo por medio de la fe (Ef. 1:7). En el día del juicio final, los que no estén “en Cristo” padecerán la condenación eterna por sus pecados (2 Cor. 5:10) y por la tremenda trasgresión de haber rechazado la provisión de Dios en Cristo (Juan 3:19; Heb. 10:29).
La expiación y la vida de la iglesia
La Biblia habla acerca de la iglesia como la manifestación visible de la obra expiatoria de Cristo (Hech. 20:28). En el sacrificio de Jesús en la cruz Dios no solo se proponía rescatar a una determinada cantidad de almas individuales. Más bien, se proponía que naciera una comunidad nueva, la iglesia (Ef. 5:25-27). Por lo tanto, los escritores del NT constantemente basan sus advertencias en relación con la vida de la iglesia en el relato de la muerte, la sepultura y la resurrección de Jesús.
Debido a que Jesús murió por el mundo, la iglesia no se identifica en términos de fronteras raciales, étnicas o nacionales (Ef. 2:11-22) sino que en sus relaciones internas debe reflejar la paz de Dios en Cristo. La composición y las actividades de la iglesia deben reflejar el resultado final armonioso de la expiación, o sea, una vasta multitud multinacional de pecadores redimidos que alaban al Mesías crucificado y exaltado (Apoc. 5:1-14). Asimismo, los creyentes maduros deben tener cuidado de no ofender a los más débiles “por [quienes] Cristo murió” (1 Cor. 8:11). Por el contrario, los creyentes deben soportarse y perdonarse “como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo” (Ef. 4:32). La expiación además sirve para instruir a la iglesia en cuanto a la manera de relacionarse con el mundo exterior. Jesús instruye a sus discípulos diciéndoles que la cruz significa que enfrentarán tribulaciones de parte del mundo, y también significa que Él ha vencido al mundo mediante la cruz (Juan 16:33). La crucifixión de Jesús debe recordarles a los creyentes que no corresponde reaccionar ante las hostilidades del mundo (Heb. 12:3) participando de contraataques vengativos (1 Ped. 2:21-25). Más bien, la cruz de Cristo les recuerda a los creyentes que Dios es justo (Rom. 3:26) y que la venganza no proviene de la mano de ellos sino de la de Él (Heb. 10:30-31).
Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.
Foto por CRISTIANO DE ASSUNÇÃO, en Unsplash
- TÉRMINO «EXILIO» $ USD
Por G. Gary Hardin
Acontecimientos que condujeron a las tribus israelitas del norte al cautiverio a manos de los asirios, y a las tribus del sur a ser capturadas por los babilonios. A veces, los términos “cautiverio” y “llevados a cautiverio” se refieren al exilio de Israel y de Judá.
En tiempos del AT, los asirios y los babilonios iniciaron la práctica de deportar cautivos a tierras extranjeras. La deportación se consideraba la medida más dura, y solo se recurría a ella cuando otros medios de dominación habían fracasado. Los asirios preferían exigir tributo antes que deportar a las naciones a las que amenazaban conquistar. Ya en el 842 a.C., Jehú, rey de Israel, pagaba tributo a Salmanasar, rey de Asiria. No fue sino hasta el reinado de Tiglat-pileser (745–727 a.C.) que los asirios comenzaron a deportar personas de las diversas tribus de Israel.
En el 734 a.C., Tiglat-pileser capturó las ciudades de Neftalí (2 Rey. 15:29) y se llevó cautivas a las tribus de Neftalí, Rubén, Gad y media tribu de Manasés (1 Crón. 5:26). En el 732, el rey tomó control de Damasco, la ciudad capital de Siria. Por ese tiempo hizo tributario a Oseas (732–723 a.C.), el último rey de Israel (Reino del Norte). Este se rebeló aprox. en el 724 a.C. y fue capturado por los asirios (2 Rey. 17:1-6).
Samaria, la ciudad capital de Israel ofreció resistencia hasta el 721 a.C., cuando Salmanasar (727– 722 a.C.) decidió sitiarla. La consiguiente caída de la ciudad se produjo a manos de Sargón II (722– 705 a.C.). Estos acontecimientos marcaron el final de las diez tribus del norte (2 Rey. 17:18).
Los asirios exiliaron a los israelitas hacia Halah, Gozán y Sefarad (2 Rey. 17:6; 18:11; Abd. 20). Llevaron a Samaria gente de Babilonia, Cuta, Ava, Hamat y Sefarvaim (2 Rey. 17:24; Esd. 4:10). Sargón II registró que se deportaron 27.290 israelitas.
Los profetas Oseas y Amós habían anunciado la caída de Israel, y también proclamaron que dicha caída se debía más a su degeneración moral y espiritual que a la supremacía militar de la nación asiria. Esta era solo “la vara de mi [de Dios] ira” (Isa. 10:5).
Historia del exilio de Judá
Más de cien años antes del exilio babilónico, el profeta Isaías había anunciado la caída de Judá (Isa. 6:11-12; 8:14; 10:11). Además, los profetas Miqueas, Sofonías, Jeremías, Habacuc y Ezequiel coincidían en que Judá iba a caer.
Hubo tres deportaciones de judíos a Babilonia. La primera en el 598 a.C. (2 Rey. 24:12-16). La segunda en el 587 a.C. (2 Rey. 25:8-21; Jer. 39:8-10; 40:7; 52:12-34). Después de esta, Gedalías fue designado gobernador de Judá por los babilonios, pero fue asesinado (2 Rey. 25:22-25). Una tercera deportación, como castigo por el asesinato de Gedalías, ocurrió en el 582 a.C. (Jer. 52:30).
La vida en el exilio
Esto significó vivir en cinco regiones geográficas diferentes: Israel, Judá, Asiria, Babilonia y Egipto. Poseemos poca información de los acontecimientos en estas regiones entre los años 587 y 538 a.C.
Israel
Asiria se llevó a líderes y personas educadas del Reino del Norte, y los remplazó con pobladores de otros países conquistados (2 Rey. 17:24). Hicieron regresar a algunos sacerdotes de Israel para enseñarle a la gente las tradiciones religiosas del Dios de la tierra (2 Rey. 17:27-28). Tales sacerdotes probablemente servían a una población de agricultores judíos pobres dominados por líderes extranjeros. Un remanente fiel intentó, a su manera, mantener la adoración a Jehová cerca de Siquem, donde finalmente se fundó la comunidad samaritana. Cuando Babilonia conquistó la región, estableció una capital provincial en Samaria. Los líderes del lugar se unieron con otros líderes provinciales para impedir que Zorobabel –que lideraba el regreso del exilio– y su gente reedificaran el templo (Esd. 4:1-24). En Esdras 10 se nos muestra una gran escena de arrepentimiento, y así, gradualmente, fue emergiendo una población mixta.Asiria
Los exiliados del Reino del Norte fueron dispersados entre las avanzadas asirias (2 Rey. 17:6). Aisladas de otros judíos, pareciera que estas pequeñas comunidades no pudieron mantener su identidad nacional. Se desconoce qué sucedió con este pueblo, de allí la designación “las tribus perdidas de Israel”. Con el tiempo, algunos quizás regresaron a su tierra de origen. Otros tal vez establecieron el fundamento de comunidades judías que aparecen en registros históricos posteriores.Judá
Los babilonios no destruyeron totalmente la tierra de Judá. En realidad, dejaron labradores para cuidar la tierra (Jer. 52:16). Algunos que habían huido del país antes que Babilonia lo invadiera, regresaron a la tierra después de la destrucción de Jerusalén (Jer. 40:12). Los babilonios establecieron un gobierno que tal vez haya dependido del gobierno provincial en Samaria. Los judíos leales a la tradición davídica asesinaron al gobernador Gedalías (2 Rey. 25:25). Posteriormente, muchos huyeron a Egipto (2 Rey. 25:26; Jer. 43). Los que permanecieron en el país continuaron adorando a Dios en las ruinas del templo y buscando una palabra de esperanza de parte de Dios (Lamentaciones). Es probable que muchos se hayan molestado al ver que los judíos regresaban de Babilonia para reclamar tierra y liderazgo.Babilonia
El centro de la vida judía se desplazó hacia Babilonia con líderes como Ezequiel. Babilonia llegó a reconocer a la familia real de Judá, como se advierte en 2 Rey. 25:27 y también en documentos recuperados de esa zona. Los judíos exiliados basaron su calendario en el exilio del rey Joaquín en el 597 a.C. (Ezeq. 1:2; 33:21; 40:1). Zorobabel, nieto de Joaquín, acompañó a los primeros exiliados de regreso a Jerusalén en el 538 a.C. (Esd. 2:2; Hag. 1:1). La mayoría probablemente siguieron las prácticas normales del Cercano Oriente y se convirtieron en agricultores con tierras de propiedad del gobierno. Documentos babilónicos muestran que algunos judíos llegaron a ser comerciantes exitosos. Aparentemente, líderes religiosos como Ezequiel lograron organizar encuentros religiosos (Ezeq. 8:1; comp. Esd. 8:15-23). Siguió habiendo correspondencia entre los que estaban en el exilio y los que habían quedado en Judá (Jer, 29), y los ancianos judíos fueron líderes entre los exiliados (Jer. 29:1; Ezeq. 8:1; 14:1; 20:1). Esdras y Nehemías demuestran que las genealogías y los registros familiares se convirtieron en material importante al extremo para la identidad de los desterrados. Las personas eran económicamente solventes y algunos hasta tenían esclavos (Esd. 2:65). También contaban con recursos para financiar su regreso a Jerusalén (Esd. 1:6; 2:69). Es más, muchos anhelaban volver y no querían cantar cántico a Dios en Babilonia (Sal. 137). Seguían a profetas como Ezequiel en su deseo de reedificar el templo y restaurar al pueblo judío. Se reían de los dioses babilónicos y los consideraban leños sobrantes de alguna fogata (Isa. 44:9-17; 45:9-10; 46:1-2,6-7; Jer. 1:16; Ezeq. 20:29-32). Se había establecido una comunidad judío-babilónica que ejercería fuerte influencia mucho después de que Ciro, el rey de Persia, permitiera que los judíos regresaran a Judá. Estos judíos habían organizado su propia adoración, habían recopilado textos de las Escrituras y habían comenzado a interpretarlos en una paráfrasis aramea y con explicaciones que finalmente se convirtieron en el Talmud babilónico; estos judíos continuaron brindando apoyo a los judíos en Jerusalén.Egipto
Hubo judíos que escaparon de Jerusalén a Egipto (2 Rey. 25:26) en contra de la advertencia de Dios (Jer. 42:13-44:30). Muchos se convirtieron en parte del ejército egipcio estacionado en los fortines de las fronteras para protegerse de la invasión babilónica. Probablemente se hayan unido a judíos que estaban en Egipto desde antes. Los arqueólogos han descubierto inscripciones en Elefantina y en el sur de Egipto que muestran que allí se había emplazado un gran ejército de judíos. Aparentemente edificaron un templo donde adoraban a Jehová y a otros dioses. Estas comunidades militares con el tiempo desaparecieron, pero la influencia judía en Egipto se mantuvo. Finalmente, una comunidad numerosa se estableció en Alejandría y produjo la Septuaginta, la traducción más antigua del AT al griego.El edicto de Ciro en el 538 a.C. (2 Crón. 36:22- 23, Esd. 1:1-4) liberó a los judíos de Babilonia para que pudieran regresar a su tierra. Aunque las condiciones en su patria eran deplorables, muchos regresaron. Las predicaciones de Zacarías y de Hageo (520–519 a.C.) animaban a los cautivos liberados para que regresaran a edificar el templo en Jerusalén. Este se completó en el 515 a.C., fecha que tradicionalmente marca el fin del exilio babilónico.
Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.
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- TÉRMINO «EVANGELISMO» $ USD
Por G. William Schweer
Invitación activa a las personas para que respondan al mensaje de gracia y se entreguen a Dios en Jesucristo. Si bien muchos creen que el evangelismo es un fenómeno del NT, una profunda preocupación por todas las personas es igualmente obvia en el AT (1 Rey. 8:41-45; Sal. 22:27-28; Isa. 2:2-4). El cuidado de Dios hacia la primera pareja después de que pecaran, su plan para “bendecir” a todas las personas por medio de la nación israelita, y sus continuas tentativas mediante los profetas y la disciplina para forjar a Su pueblo y convertirlo en una nación útil, todo habla de su amoroso interés.
Si bien la influencia de Israel era principalmente nacional e interna, había ocasiones en que su testimonio era individual y externo (Dan. 3-6; 2 Rey. 5:15-18; Jon. 3:1-10). Aunque Israel fracasó en gran medida en su misión, la importante cantidad de personas temerosas de Dios al comienzo de la era cristiana muestra que su atracción y sus esfuerzos proselitistas no fueron totalmente en vano.
Sin embargo, el NT manifiesta el empuje dinámico del evangelismo. Si bien la palabra no aparece en la Biblia, está entretejida en la trama de las Escrituras.
A pesar de su evidente importancia, un amplio abanico de opiniones busca definir qué significa y qué debería incluir. Las definiciones abarcan desde concepciones extremadamente estrechas hasta otras amplias en exceso.
Evangelismo deriva de la palabra griega euangelion, que significa “buenas nuevas”. La forma verbal euangelizo significa “llevar” o “anunciar buenas nuevas”, aparece unas 55 veces (Hech. 8:4, 25, 35; 11:20) y se traduce normalmente con la forma apropiada de la palabra “predicar”. El evangelismo tiene que ver con la proclamación del mensaje de buenas noticias.
En vista del amplio espectro de definiciones y del debate continuo, conviene considerar dos clases de definiciones. En primer lugar, muchos insisten en definir evangelismo solo en el sentido más estricto de las palabras neotestamentarias antes mencionadas. Es decir, predicar el evangelio, comunicar el mensaje de la misericordia de Dios hacia los pecadores. Tal definición impone un marco limitado para llegar a una definición precisa. Rehúsa hablar en términos de los receptores, los resultados o los métodos, y coloca todo el énfasis en el mensaje.
Hasta donde podemos ver, este tipo de definición es sin duda correcta. Representaría la visión de muchos evangélicos en relación a la evangelización. Muchos otros, sin embargo, creen que tales definiciones son inadecuadas para la actualidad y que son parcialmente responsables de una especie de evangelismo truncado que se practicó a menudo en el pasado.
Por lo tanto, muchos preferirían lo que podría describirse como una definición “holística” o que tome en cuenta “las buenas nuevas del reino”. Esto podría expresarse de la siguiente manera: el evangelismo es la comunicación del evangelio del reino guiada por el Espíritu de tal modo que los receptores tengan una oportunidad válida de aceptar a Jesucristo como Señor y Salvador y convertirse en miembros responsables de Su iglesia. Dicha definición toma en cuenta la obra esencial del Espíritu Santo, las diversas maneras de hacer llegar la buena nueva, el interés holístico hacia las personas involucradas, la necesidad de comunicación y comprensión reales del mensaje, y la necesidad de una membresía productiva en la iglesia por parte de la persona convertida.
Lucas 8:2-56 muestra cómo Jesús llevaba la buena nueva. No solo predicó; demostró su poder sobre las fuerzas de la naturaleza al salvar a sus asustados discípulos. Exorcizó un demonio, sanó a una pobre mujer que sufría desde hacía doce años de una hemorragia, y resucitó a la hija de Jairo. Presentó claramente la buena nueva mediante la palabra y las obras, y no solo con palabras.
Pablo, de modo similar, describe cómo fue usado: “para la obediencia de los gentiles, con la palabra y con las obras, con potencia de señales y prodigios, en el poder del Espíritu de Dios […] todo lo he llenado del evangelio de Cristo” (Rom. 15:18-19).
Algunos advierten sobre el peligro de tales definiciones porque abren la puerta a un énfasis exagerado en la dimensión social del evangelio en detrimento del mensaje oral. Por cierto, que esto es posible. Un evangelio completo incluye el evangelio verbal. Hace falta equilibrio, aunque diferentes situaciones pueden a veces exigir mayor énfasis en un aspecto que en otro. El mandato bíblico sigue siendo: “a todos me he hecho de todo, para que de todos modos salve a algunos” (1 Cor. 9:22).
Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.
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- TÉRMINO «EVANGELIOS SINÓPTICOS» $ USD
Por Bill Warren
Nombre empleado para referirse en forma conjunta a los Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas. El término “sinóptico” significa “con el mismo ojo”, por lo tanto, “con el mismo punto de vista”.
Mateo, Marcos y Lucas comparten una organización común de los materiales para relatar la historia del evangelio. Orientan el ministerio de Jesús geográficamente: comienzan con Su ministerio en Galilea, continúan con una etapa de transición que incluye tanto los viajes fuera de Galilea como dentro y a través de esa región, y concluyen con el relato de los sucesos que tuvieron lugar en Jerusalén y culminan con Su muerte y resurrección. Por otra parte, Juan organizó el relato de la historia de Jesús de una manera diferente. Relata numerosos viajes de Jesús entre Galilea y Judea debido a Su participación en diversas fiestas judías. Aunque un modelo de organización no es mejor que el otro, las similitudes entre Mateo, Marcos y Lucas se pueden notar fácilmente cuando se los compara. La relación que existía entre Mateo y Marcos resalta especialmente la forma común de contar la historia de Jesús. Mateo provee 606 de los 661 versículos de Marcos (1:1-16:8), ya sea en una forma exacta o similar. En otras palabras, Mateo incluye en su Evangelio prácticamente todos los versículos de Marcos. Lucas incluyó 320 versículos que son paralelos a los de Marcos, por lo tanto, también guarda una relación cercana con este y con Mateo. Hay 250 versículos que aparecen en Mateo y Lucas pero que no se encuentran en Marcos. En algunas de estas instancias se encuentran las mismas expresiones en diferentes Evangelios, no solo en lo que se refiere a las palabras de Jesús sino también en la manera de relatar las historias.
Existen tantas indicaciones acerca de la relación literaria que los eruditos generalmente dan por sentado que los escritores de estos Evangelios compartieron una o más fuentes. Se han efectuado varios intentos para explicar la naturaleza de esta relación literaria. Algunos eruditos postulan que Marcos empleó tanto a Mateo como a Lucas para armar su Evangelio. Sin embargo, la gran mayoría de eruditos sostiene que Marcos escribió primero su Evangelio y que Mateo y Lucas lo utilizaron como una de sus fuentes. La gramática de Mateo y de Lucas es, en general, mejor que la de Marcos, y no en el sentido contrario. Este modelo indicaría que Marcos se escribió antes que Mateo y Lucas debido a que sería improbable que Marcos no hubiese copiado el lenguaje más sofisticado y menos vulgar de los otros dos. Si Marcos hubiese realmente contado con una copia de los otros Evangelios cuando escribió el suyo, habría sido incomprensible que no incluyera las enseñanzas maravillosas de Jesús que aparecen en Mateo y Lucas, tales como el Sermón del Monte y las parábolas de Lucas 15. Marcos parece haber escrito primero su evangelio sin el beneficio de las ediciones griegas de Mateo y Lucas que conocemos. Por lo tanto, un tiempo después de que Marcos escribiera su Evangelio, Mateo y Lucas lo utilizaron como una ayuda para escribir los de ellos.
Por otro lado, Mateo y Lucas también tuvieron una fuente común que posiblemente haya sido una forma más antigua de Mateo (tal vez escrita en arameo) u otro documento o documentos diferentes que contenían muchas enseñanzas y dichos de Jesús. A esta fuente común de materiales para Mateo y Lucas generalmente se la conoce como Q (Quelle), palabra que significa “fuente” en alemán. Desde luego, Lucas señala que conocía otros que habían tratado de contar la historia del evangelio y que él personalmente había investigado las fuentes cuando escribió el suyo (Luc. 1:1-4). Por lo tanto, no es para nada sorprendente que Mateo haya hecho lo mismo y haya utilizado diversas fuentes. Debido a que Marcos no fue un testigo ocular, también habría empleado numerosas fuentes de las que, según la iglesia primitiva, la prédica de Pedro fue la primera. El relato de la historia del evangelio fue un emprendimiento tan importante que probablemente los escritores hayan utilizado todas las fuentes confiables a las que pudieron tener acceso. Aunque los tres Evangelios tienen mucho en común y encaran el relato de la historia de Jesús con un mismo plan general y la misma organización, cada uno presenta una visión única acerca de Jesús y de las implicancias del discipulado. Cada escritor se dirigió a diferentes grupos ubicados en lugares y entornos históricos distintos. Por lo tanto, las características comunes de estos tres Evangelios no se deberían interpretar como que estos presentan un solo punto de vista en lugar de tres. Cuando se estudian paralelamente estos tres evangelios, las diferencias que existen entre ellos pueden resaltar la riqueza de los distintos énfasis que posee cada uno. Mateo, Marcos y Lucas se complementan para comunicar la historia del evangelio a través de los aspectos en común, aun cuando presenten el mensaje con una profundidad que solo se observa al considerarlos de manera separada.
Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.
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- TÉRMINO «EVANGELIO» $ USD
Por Donny Mathis
Parte II
El evangelio en los Evangelios y en Hechos
Marcos
utiliza el término euangelion en más oportunidades que los otros evangelistas (ocho veces que incluyen 16:15). Empieza con la declaración programática de que el libro es “el comienzo del evangelio de Jesucristo, el Hijo de Dios”. El uso sorprendente del término euangelion refleja el sentido que tenía tanto para los paganos como para el AT en lo referente a la llegada de un nuevo rey y la promesa del AT de que Jehová retornaría a Sión y derrotaría a los enemigos de Su pueblo. Todo lo que Marcos describe sobre la vida y el ministerio de Jesús manifiesta que Él es el Mesías que Dios envió para liberar a Su pueblo. A través de Sus milagros, Jesús demuestra que es el Mesías, el Hijo de Dios, que tiene poder sobre la naturaleza, los demonios, las enfermedades e incluso la muerte. Por medio de las parábolas, el lector puede aprender acerca del reino que Jesús vino a establecer. El propósito final de la vida del Mesías fue morir para rescate de muchos. A través de la resurrección, Jesús se vindica como Mesías y manifiesta que Su condición de Hijo de Dios es incuestionable.
Marcos también emplea el término euangelion para describir el ministerio que Jesús comenzó luego del encarcelamiento de Juan el Bautista (1:14-15). Jesús comenzó a predicar el evangelio, la proclamación de que el tiempo se había cumplido y que elreino de Dios estaba cerca. El Dios de Israel actúa para restaurar a Su pueblo a través del ministerio de Jesús. El corolario de esta proclamación es el llamado a arrepentirse y a creer en el evangelio. La prédica de Jesús hace eco a la de Juan el Bautista y le da cumplimiento porque Jesús era el Mesías, el Hijo de Dios, quien establecería el reino de Yahvéh. Para Marcos, el evangelio trata esencialmente del establecimiento del reino de Dios. También utiliza euangelion con el sentido de kerusso cuando Jesús anuncia que la mujer que lo había ungido para la sepultura sería recordada en todo lugar donde se predicara el evangelio (Mar. 14:3-9).
La importancia del reino también se puede observar en el uso del término euangelion en Mar. 8:35 y 10:29-30. En 8:35, luego del anuncio de Su muerte, Jesús describe el costo de seguirlo y explica que quien quiere ser Su discípulo debe estar dispuesto a perder su vida por amor a Él y al evangelio.
Mateo
Mateo utiliza cuatro veces euangelion (4:23; 9:35; 24:14; 26:13) y una vez euangelizomai (11:5; comp. Luc. 7:18-23). Mateo califica tres veces euangelion como el euangelion tou basileias, el evangelio del reino. En 4:23, Mateo resume el ministerio de Jesús en Galilea diciendo que Él enseñaba en sinagogas, predicaba el evangelio del reino y sanaba enfermedades y dolencias. Para Mateo, el evangelio se centra en el reino que Jesús vino a establecer a través de Su vida y muerte. Esta buena nueva encaja muy bien en la esperanza judía de que Jehová/Yahvéh restauraría a Su pueblo mediante la obra del Mesías, y apoya el argumento de Mateo en cuanto a que Jesús vino para dar cumplimiento a las Escrituras.
Lucas – Hechos
Lucas no utiliza euangelion en su evangelio pero emplea diez veces el verbo que se refiere al acto de proclamar las buenas nuevas.
En Hechos, Lucas utiliza quince veces euangelizomai y solo dos veces euangelion. En las narrativas sobre Jesús y Juan el Bautista, Lucas emplea euangelizomai en la proclamación de Gabriel a Zacarías (1:19) y del ángel a los pastores la noche del nacimiento de Jesús (2:10). Cuando Jesús habla en la sinagoga en Nazaret (4:16-21), lee en Isaías sobre la restauración de los pecados y el exilio del pueblo de Jehová (Isa. 61:1; 58:6). El Mesías proclamará buenas nuevas a los pobres, declarará libertad de los cautivos, dará vista a ciegos, libertará a oprimidos y proclamará el año aceptable del Señor. Luego de leer este texto, Jesús le explica a la multitud que esta profecía se cumple en Él. Este texto bosqueja el enfoque central del relato de Lucas sobre la vida y el ministerio de Jesús. Lucas emplea nuevamente este texto para comunicarle el mensaje a Juan el Bautista cuando este buscaba confirmación de que Jesús era el que vendría después de él (7:22). La proclamación de las buenas nuevas se centra en el reino de Dios y en el cumplimiento de la ley y los profetas (8:1; 16:16). En Hechos, Lucas utiliza euangelizomai para enfatizar la proclamación sobre la vida y ministerio de Jesús. Utiliza ocho veces esta proclamación para referirse a Jesús el Mesías que es Señor de todos (5:42; 8:4-6,12,35; 10:36-44; 11:20; 13:16-41; 17:18). Estas buenas nuevas acerca de Jesús componen el centro de la prédica de los misioneros de la iglesia primitiva (8:12,25,40; 14:7,15,21; 15:35; 16:10). Las buenas nuevas que predicaban se relacionaban íntimamente con las promesas del AT y se centraban en la vida y ministerio de Jesús, particularmente en la cruz y la resurrección (8:26-39; 10:36-44; 13:16-41).
Juan
Juan no emplea euangelion ni euangelizomai en su Evangelio y prefiere los términos que significan “testigo” y “verdad”. También enfatiza la acción de creer que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y la vida que se imparte como resultado de la fe (Juan 20:20-31).
El evangelio en otros lugares del NT
En 1 Ped. 1:3-12, el apóstol define el evangelio como el mensaje que prometieron los profetas y se cumplió en el sufrimiento y la gloria de Jesucristo. La resurrección de Jesús ha provisto esperanza viva y herencia eterna. Este evangelio revela algo tan importante que incluso los ángeles anhelan tener una visión de él. En 1:23, Pedro llama al evangelio Palabra de Dios viva y perdurable. En 4:1-19, para disipar las dudas de los que argumentan sobre el tiempo del juicio venidero y del castigo final, Pedro explica que a los que rechazan el evangelio les espera un final terrible. En Heb. 4:2,6 se utiliza el término euangelizomai para aludir al mensaje acerca de Jesús el Mesías de manera similar a 1:1-4. Apocalipsis 14:6 describe el evangelio eterno que se utiliza en el juicio.
Conclusión El evangelio en el NT se puede resumir como el mensaje sobre el reino de Dios que se instauró por medio de la vida, muerte y resurrección de Jesús el Mesías, a quien Dios exaltó como Señor de todo. Estas buenas nuevas describen sucesos que se profetizan en toda la Escritura y declaran que Jesús, el Mesías, derrotó de una vez y para siempre a todos los principados y poderes. Finalmente, Dios juzgará a los seres humanos según hayan recibido o rechazado estas buenas nuevas.
Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.
Foto por Dahiana Waszaj, en Unsplash
- TÉRMINO «EVANGELIO» $ USD
Por Donny Mathis
Parte I
El término “evangelio” aparece con frecuencia en el NT como sustantivo y como verbo, y literalmente significa “buenas nuevas” o “proclamar las buenas nuevas”. El sustantivo euangelion, aparece 75 veces y el verbo euangelizomai 56.
Trasfondo
Hay dos puntos de vista sobre el trasfondo del uso neotestamentario de los términos euangelion y euangelizomai. Uno hace referencia a que provienen del contexto judío que es la base sobre la que se estableció la iglesia, particularmente por la forma en que se utilizan en la Septuaginta (LXX). El segundo estipula que los términos provienen de la cultura helenística (pagana). Estos puntos de vista se han erosionado mutuamente de tal manera que los intérpretes no entienden en forma total a qué alude la Biblia cuando utiliza el término “evangelio”.
La LXX podría establecer el significado de estos vocablos, pero no aparece el uso singular de euangelion. Por esta razón, algunos argumentan que la influencia primaria, tal vez única y externa sobre el uso del NT del término euangelion proviene de la cultura pagana. Sin embargo, el papel importante que tiene euangelizomai en pasajes del AT (LXX) que se mencionan en el NT, hace difícil sostener una posición contra antecedentes judíos del término. En Isa. 40:9; 52:7-10; 60:6; 61:1 el heraldo de las buenas nuevas anuncia que Jehová, Dios de Israel, derrotó a los enemigos paganos, terminó con el exilio de Su pueblo y estableció Su reino. Esto se adecúa perfectamente al contexto del NT.
Originalmente, el sustantivo euangelion significaba el anuncio de victoria luego de la batalla, y posteriormente el contenido de ese mensaje. El término también llegó a describir el nacimiento o arribo al poder de un nuevo rey. Una inscripción de Priano en Asia Menor, que probablemente data de aprox. el 9 a.C., describe la asunción de Augusto como nuevo emperador romano. Augusto recibe honores como el salvador que traerá la paz, y proclama su nacimiento como “el comienzo de las buenas nuevas (euangelion) que han llegado a los hombres a través de él”. Esto ilustra el contenido religioso del término que se relaciona con el culto al emperador.
Cuando se compara el uso pagano de euangelion con la forma en que la LXX usa euangelizomai, se manifiesta un paralelo asombroso con un rey a quien el pueblo adora. El evangelio y su confesión en cuanto a que Jesús es el Señor confronta la proclamación de que César es el señor y declara que, en la cruz y en la resurrección, Jesús sube al trono como Rey de reyes. El César o cualquier otra cosa creada que reclama señorío doblará su rodilla ante el Cristo crucificado y resucitado.
Pablo y el evangelio
El evangelio fue el centro de la prédica de Pablo y la regla por la que vivió para gloria de Dios. El apóstol utiliza euangelion 60 de las 75 veces que aparece en el NT. Las congregaciones a las que se dirigía conocían el contenido del evangelio. Esto se puede observar en que Pablo empleó el término 28 veces sin calificadores. También califica el término como: el “evangelio de Cristo”, el “evangelio de Dios”, el “evangelio de la paz”, el “evangelio de nuestra salvación”, etc. Cuando emplea el vocablo euangelizomai, tiene el mismo significado que kerusso; ambos describen la acción de predicar el evangelio. En 1 Cor. 15 y Rom. 1, Pablo explica el contenido del evangelio que predicó.
Primera Corintios 15
Pablo comienza a analizar la certeza de la resurrección y asegura que el evangelio que ellos recibieron los sostiene y es el medio por el cual son salvos. Pablo define el contenido de ese evangelio como el mensaje que recibió de Jesucristo. La muerte de Jesús el Mesías en la cruz y la resurrección de entre los muertos conforme a las Escrituras son las dos características centrales. La base escritural de Pablo para su evangelio proviene de textos seleccionados del AT, pero también brota de su fe en que en toda la Escritura se menciona la muerte y la resurrección de Jesús el Mesías. Por medio de la cruz y la resurrección, Dios destruyó el pecado de Adán y la maldición que vino sobre toda la creación. Jesús en Su muerte tomó nuestro pecado y lo venció. La resurrección destruye el poder de la muerte y esta ya no posee ningún aguijón. El sepulcro ya no tiene la victoria.
En 15:3-8, Pablo demuestra que el mensaje que proclamó tiene el mismo contenido que el de Pedro y de los otros apóstoles. Enfatiza la unidad del mensaje porque tanto él como los otros discípulos tienen el mismo Señor resucitado. A pesar de que en una época había perseguido a la iglesia, el encuentro que Pablo tuvo con Cristo lo ubica al mismo nivel de aquellos que vieron al Señor. Esta descripción del evangelio abre la discusión que sigue acerca de la resurrección, porque si Jesús había resucitado, entonces todos los que creen en Él también resucitarán. Si Jesús no resucitó, el evangelio no tiene poder y Jesús solo puede ser definido como un falso Mesías.
Romanos 1:1-17
En el saludo, Pablo nuevamente establece el contenido de su evangelio, cuya autoría es de Dios el Padre y presenta a Su Hijo Jesucristo. Pablo les recuerda a sus lectores que el evangelio ya había sido prometido en las Escrituras. Fortaleció este argumento al reconocer que Jesús es la simiente de David, tal como los profetas habían declarado sobre el Mesías. Jesús fue designado Hijo de Dios en virtud de Su resurrección de entre los muertos. La cruz y la resurrección son el corazón del evangelio. Toda la historia se basa en esto y si se minimiza la importancia de la muerte de Jesús en la cruz, se perjudica el evangelio. La consecuencia es la confesión de que Jesús, el Mesías, es el Señor. En Su muerte y resurrección, Jesús recibe el reconocimiento como el Mesías de Jehová y el Señor, ante quien se doblará toda rodilla y toda lengua jurará fidelidad para gloria de Dios el Padre (Fil. 2:10-11). El resumen de Rom. 1:4-5 es prácticamente idéntico a lo que Pablo llama “mi evangelio” en 2 Tim. 2:8. En 2 Cor. 4:3-5, Pablo describe el evangelio con un enfoque en la gloria de Cristo, y la confesión de que Jesucristo es Señor se equipara con el evangelio que predicó. En la conclusión de esta sección (Rom. 1:16-17), Pablo afirma que el evangelio no es solo un corpus de información sino además poder de Dios para salvación. Por medio de la cruz y la resurrección, la salvación del pecado se hizo posible para todos los que creen, tanto judíos como griegos.
Otros pasajes paulinos
En Rom. 10:8c-13, la fe que Pablo predica y el mensaje que se debe creer para salvación es que Jesús es el Señor y que Dios lo levantó de entre los muertos. En 10:15, la enseñanza de Pablo se refiere a la relación entre el que anuncia el retorno victorioso de Jehová y el siervo sufriente de Jehová (Isa. 52:13–53:11). En Rom. 10:8c-13, el mensajero que proclama esta palabra acerca de Jesús se asemeja al que anuncia el retorno de Jehová a Sión. Pablo entiende que el evangelio es la proclamación de que Jehová Dios venció a todos Sus enemigos y estableció Su reino.
El evangelio se refiere a que Jesús de Nazaret, el Mesías, fue crucificado por nuestros pecados, se levantó de entre los muertos y es también Señor de toda la creación. Este mensaje es poder de Dios para salvación y trae consigo todos los aspectos que forman parte de la salvación (por ej., fe, regeneración, justificación, etc.). El evangelio es el mensaje de Pablo (1 Cor. 9:14-18; Fil. 1:5; 2:22) y la razón de su encarcelamiento y sufrimiento (Fil. 1:7; 2 Tim. 1:8; 2:8-9). Dios llamó a Pablo para proclamar las buenas nuevas, y este llamado lo anima a predicar el mensaje de salvación a los gentiles (Rom. 15:16- 20; 1 Cor. 9:19-23; 2 Cor. 10:12-18; Gál. 1:15-23; 1 Tes. 2:2,8-9; 2 Tim. 2:11-12). El evangelio también hace un llamado a vivir una vida ética (Fil. 1:27; 1 Tes. 2:12; 2 Tes. 1:11). Pablo relaciona el evangelio con el juicio final donde todos serán juzgados según la respuesta ante el Salvador proclamado en las buenas nuevas (Rom. 2:16; Col. 1:23; 2 Tes. 1:8; 2 Tim. 4:1).
Continuara…
Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.
Foto por Dahiana Waszaj, en Unsplash
- TÉRMINO «ÉTICA» $ USD
Parte II
El contenido de la ética bíblica
La ética bíblica se fundamenta en toda la revelación de la Biblia. El Decálogo y sus expansiones en los otros tres códigos legales básicos se unen al Sermón del Monte en Mateo 5–7 y el Sermón del Llano en Lucas 6:17-49 como textos fundamentales de la enseñanza bíblica en el orden moral y ético. Todos los otros textos bíblicos, o sea, las narraciones de las acciones incorrectas, la colección de Proverbios, las solicitudes personales de cartas, todo contribuye al conocimiento de la ética bíblica. La Biblia no ofrece una lista de donde podamos elegir. Insiste sobre un estilo de vida y llama a ponerlo en práctica.
Varios ejemplos del contenido de la ética bíblica pueden ayudar a entender mejor de qué manera el carácter de Dios, en particular Su santidad, establece la norma para todas las decisiones morales.
Honrar o respetar a los padres era una de las primeras aplicaciones de lo que implicaba la santidad, según Lev. 19:1-3. Esto no debería sorprender, ya que uno de los primeros mandatos que Dios dio en Gén. 2:23-24 establece que la relación monogámica es el fundamento y la piedra angular de la familia.
Marido y mujer debían ser iguales ante Dios. La esposa no era una simple posesión, un bien ni solamente una “procreadora”. No era solo regalo “del Señor” (Prov. 19:14) y “corona” de su esposo (Prov. 12:4), sino también “una fuerza igual” a él (la palabra “ayuda” en Gén. 2:18 NVI, se traduce mejor “fuerza, poder”). El requisito de honrar a los padres no podía darse como excusa para no asumir la responsabilidad de ayudar a los pobres, a los huérfanos y a las viudas (Lev. 25:35; Deut. 15:7-11; Job 29:12-16; 31:16-22; Isa. 58; Amós 4:1-2; 5:12). Los oprimidos debían hallar consuelo en el pueblo de Dios y en sus autoridades.
De igual manera, la vida humana se debía considerar tan sagrada que al asesinato premeditado le correspondía el castigo de la pena capital a fin de mostrar respeto hacia las víctimas afectadas, creadas a la imagen de Dios (Gén. 9:5-6). De esta manera, la vida de todas las personas, ya sea las que no habían nacido y que aún estaban en el útero (Ex. 21:22-25; Sal. 139:13-6) o aquellas que provenían de una nación conquistada (Isa. 10; Hab. 3), para Dios tenían un valor infinito.
La sexualidad humana era un regalo de Dios. No era una maldición ni una invención del diablo. Fue concebida para la relación matrimonial y para disfrutar (Prov. 5:15-21), no solo para procrear. La fornicación estaba prohibida (1 Tes. 4:1-8). Las aberraciones sexuales, tales como la homosexualidad (Lev. 18:22; 20:13; Deut. 23:17) o el bestialismo (Ex. 22:19; Lev. 18:23-30; 20:15-16; Deut. 27:21) resultaban repulsivas ante la santidad de Dios y, por lo tanto, estaban condenadas.
Finalmente, mandamientos sobre la propiedad, la riqueza, las posesiones y el interés por la verdad sentaron nuevas normas. Estas iban en contra de la propensión humana universal a la codicia, a valorar las cosas por encima de las personas y a preferir la mentira como alternativa de la verdad. No importa cuántos temas nuevos se abarcarán en el discurso ético, el resultado final permanecía donde el último mandamiento lo había colocado: los motivos y las intenciones del corazón. Por esto la santidad en el ámbito de la ética comenzaba con el “temor de Yahvéh” (Prov. 1:7; 9:10; 15:33).
El resumen de instrucción ética más importante lo dio nuestro Señor en Mateo 22:37-39: amar a Dios y amar al prójimo. También estaba la “regla de oro” de Mateo 7:12. La mejor manifestación de este amor era la disposición a perdonar a los demás (Mat. 6:12-15; 18:21-35; Luc. 12:13-34).
El NT, al igual que el AT, incluye como parte de su enseñanza la ética social y el deber que uno tiene hacia el estado. Puesto que el reino de Dios estaba obrando en el mundo, era necesario que la sal y la luz también estuvieran presentes en la vida santa.
Mientras ambos Testamentos comparten la misma posición en temas como casamiento y divorcio, el NT a menudo adoptaba en forma explícita sanciones diferentes. Así, en el caso del incesto mencionado en 1 Cor. 5 se recomienda la disciplina aplicada por la iglesia antes que la lapidación.
La principal diferencia entre los dos Testamentos es que el NT presenta a Jesús como el nuevo ejemplo de obediencia incondicional a la voluntad y a la ley de Dios. Jesús no vino a abolir el AT sino a cumplirlo. El NT está lleno de exhortaciones a vivir de acuerdo a las palabras y a andar en la senda propuesta por Jesús de Nazaret, el Mesías (1 Cor. 11:1; 1 Tes. 1:6; 1 Ped. 2:21-25).
Algunas motivaciones para vivir vidas éticas y morales llegan desde el AT, pero se le agregan la proximidad del reino de Dios (Mar. 1:15); la gratitud por la gracia de Dios manifestada en Cristo (Rom. 5:8); y la obra consumada de la redención, la expiación y la resurrección del Señor (1 Cor. 15:20- 21). Al igual que en el AT, el amor es una motivación poderosa; con todo, no ocupa el lugar de la ley. El amor no constituye la ley; es una palabra que dice “cómo” pero que nunca nos va a decir “qué” debemos hacer. El amor es el cumplimiento de la ley (Rom. 13:9) porque nos induce a cumplir con lo que la ley enseña. Por lo tanto, el amor crea afinidad con el objeto amado y afecto hacia él. Proporciona una obediencia voluntaria y alegre más que una aceptación forzada y coercitiva.
Finalmente, el contenido de la ética bíblica no es solo personal sino de amplio alcance. Las cartas de Pablo y de Pedro enumeran un amplio espectro de deberes éticos; hacia nuestro prójimo, respeto por el gobierno civil y sus deberes, el significado espiritual del trabajo, la responsabilidad en el manejo de las posesiones y las riquezas, y mucho más. La ética que exigen y aprueban las Escrituras tiene como parámetro y fuente la santidad de la Deidad; el amor a Dios como fuerza motivadora; la ley de Dios como se la encuentra en el Decálogo y el Sermón del Monte, como su principio directivo, y la gloria de Dios como la meta que lo gobierna.
Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.
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- TÉRMINO «ÉTICA» $ USD
Por Walter C. Kaiser
Parte I
Estudio del buen comportamiento, la motivación y la actitud a la luz de la revelación de Jesucristo y de la Biblia. La disciplina de la ética trata temas como: ¿Qué debo hacer?, ¿Cómo debo actuar para hacer lo que es bueno y correcto?, ¿Qué es el bien?, ¿Quién es una buena persona?
De igual manera, la ética bíblica hace algunas de las mismas preguntas. A pesar de que ninguno de los Testamentos posee un término abstracto o global, ni una definición que se compare al término moderno “ética”, tanto el AT como el NT abordan el tema de la forma de vida que las Escrituras prescriben y aprueban. La palabra hebrea que más se aproxima a “ética”, “virtud” o “ideales” en el AT, es musar, que significa “disciplina” o “enseñanza” (Prov. 1:8); o incluso derek, que significa “camino” o “sendero” de lo bueno y lo correcto. En el NT, la palabra griega que más ofrece un paralelo es anastrofe, que significa “tipo o estilo de vida” (aparece nueve veces en sentido positivo, y en 2 Ped. 3:11 se encuentran los usos más significativos). La palabra griega ethos aparece doce veces en el NT (Luc. 1:9; 2:42; 22:39; Juan 19:40; Hech. 6:14; 15:1; 16:21; 21:21; 25:16; 26:3; 28:17; Heb. 10:25). La forma plural aparece una vez en 1 Cor. 15:33. Comúnmente se traduce “conducta”, “costumbre”, “manera de vivir” o “práctica”.
La definición bíblica de ética está relacionada con lo doctrinal
El problema al tratar de hablar de la ética de la Biblia es que el material ético no se ofrece aisladamente de la doctrina y de la enseñanza bíblica. En consecuencia, lo que Dios es en Su carácter y Su naturaleza, lo que Él desea en Su revelación define lo que es correcto, bueno y ético. En este sentido la Biblia tuvo influencia decisiva para modelar la ética en la cultura occidental.
Algunos han cuestionado si realmente hay una única ética a lo largo de la Biblia. Sienten que hay demasiada diversidad en la amplia variedad de libros y tipos de literatura en la Biblia como para decidir si existe armonía y una posición ética básica en función de lo cual se deben tomar todas las decisiones éticas y morales. No obstante, al seguir las afirmaciones de los libros de la Biblia, algunos consideran que dicho mensaje constituye una contribución al tema actual y permanente del carácter y la voluntad de Dios. Esta narración sobre el carácter y la voluntad divina es la base apropiada para contestar estas preguntas: qué clase de persona debo ser; cómo debemos vivir, pues, para hacer lo correcto, lo justo y lo bueno.
Tal como algunos han señalado, la búsqueda de diversidad y pluralismo en el estándar ético es tanto resultado de una decisión metodológica previa como también búsqueda de unidad y armonía de esos parámetros. No se puede afirmar que la búsqueda de diversidad sea más científica y objetiva que la búsqueda de armonía. Este punto se debe decidir sobre la base de una investigación de los materiales bíblicos y no como una decisión impuesta al texto.
Las tres suposiciones fundamentales
¿Pueden las decisiones éticas o morales subyacer en la Biblia, o acaso se trata de una idea absurda e incoherente? Tres suposiciones ilustran la manera en que un estudioso contemporáneo de la ética o una persona de conducta moral pueden basar sus decisiones en el contenido ético del texto bíblico de una era ya pasada. Estas tres son: (1) las declaraciones morales de la Biblia debían aplicarse a una clase universal de pueblos, épocas y condiciones; (2) las enseñanzas de las Escrituras tienen una congruencia tal que presentan un frente común a las mismas preguntas en todas sus partes y para todas las culturas pasadas y presentes; (3) Cuando hace alguna afirmación o pedido, la Biblia se propone dirigir nuestra acción o nuestra conducta. La Biblia es congruente y procura ordenar cierta conducta moral.
Consideremos en primer lugar la universalidad de la Biblia: cada uno de sus mandamientos, ya sea en un código legal, un texto narrativo, de sabiduría, de carácter profético, de los Evangelios o de las epístolas, fue originalmente dirigido a alguien, en algún lugar y en alguna situación en particular. Dichas particularidades no tenían por objeto condicionar su uso en otros tiempos, lugares o personas. Detrás de cada uno de estos mandatos específicos hay un principio universal. En base al principio general, una persona en una situación diferente puede usar la Biblia para obtener orientación para una decisión específica.
¿Son nuestros problemas, nuestra cultura o nuestros patrones sociales tan diferentes que, aun cuando podemos universalizar los mandatos específicos de las Escrituras, en la actualidad carecen de toda relevancia? ¿Podemos suponer que existe congruencia entre las culturas y las épocas para esta ética? Lo que aquí se requiere es que el mismo escritor bíblico nos haya proporcionado también en otros sitios un patrón completo de pensamiento ético que conduzca a este mandamiento particular y contextualizado. Si podemos suponer que el escritor no cambió su manera de pensar de un momento a otro, podemos dar por sentado que mantiene sus principios para todas las situaciones similares, independientemente de épocas y culturas.
Por último, la Biblia reclama su autoridad sobre los mortales, hechos a la imagen de Dios. Sea que el material ético esté en modo imperativo o indicativo, la diferencia es poca. Los escritores bíblicos tenían el propósito de hacer algo más que informar; se proponían encauzar la conducta.
Cinco características básicas de la ética bíblica
En contraste con la ética filosófica que tiende a ser más abstracta y centrada en lo humano, la moralidad bíblica estaba directamente relacionada con la fe religiosa. De allí que los hombres y las mujeres inmorales eran por esa misma razón hombres y mujeres irreligiosos, y las personas irreligiosas eran también personas inmorales (Sal. 14:1).
La ética bíblica es, en primer lugar, personal. La base de esta ética es la persona, el carácter y la expresión de un Dios absolutamente santo. En consecuencia, se insta a los individuos: “Santos seréis, porque santo soy yo Jehová vuestro Dios” (Lev. 19:2).
En segundo lugar, la ética de la Biblia es enfáticamente teísta. Se centra en Dios. Conocer a Dios era saber cómo practicar rectitud y justicia.
De manera más significativa aun, la ética bíblica está profundamente vinculada a la respuesta moral interna más que a las meras acciones externas. “Jehová mira el corazón” (1 Sam. 16:7). Este era el clamor repetidamente anunciado por los profetas (Isa. 1:11-18; Jer. 7:21-23; Os. 6:6; Miq. 6:6-8).
La motivación ética de la Biblia estaba orientada hacia el futuro. La creencia en una futura resurrección del cuerpo (Job 19:26-27; Sal. 49:13-15; Isa. 26:19; Dan. 12:2-3) era razón suficiente para hacer una pausa y comprender que cada acción no se limitaba a la situación cuando ocurría y ni carecía de consecuencias para el futuro.
La quinta característica de la ética bíblica es su carácter universal. Abarca el mismo patrón de rectitud para cualquier nación y persona sobre la tierra.
El principio organizador: el carácter de Dios
Lo que da plenitud, armonía y congruencia a la moralidad de la Biblia es el carácter de Dios. Así pues, las instrucciones éticas y la moralidad bíblica estaban fundadas, en primer lugar, en el carácter y la naturaleza de Dios. Lo que Él exigía era lo que Él era y es. La esencia de cada mandamiento moral era el tema que aparecía en Lev. 18:5-6,30; 19:2- 4, 10, 12, 14, 18, 25, 31-32,34,36-37, “Yo Jehová”, o “Seréis santos, porque yo Jehová vuestro Dios soy santo”. Asimismo, Fil. 2:5-8 concuerda diciendo: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios […] se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”.
El carácter y la naturaleza del Dios santo encontraron su expresión ética en la voluntad y en la palabra de Dios. Estas palabras pueden dividirse en leyes morales y leyes positivas. La ley moral expresa el carácter divino. El ejemplo más importante son los Diez Mandamientos (Ex. 20:1-17; Deut. 5:6-21). Otro ejemplo es el código de santidad (Lev. 18–20). La ley positiva afectaba a hombres y a mujeres durante un tiempo determinado en virtud de la autoridad del que les había hablado, o sea, Dios. La ley positiva exigía lealtad de las personas solo por el tiempo y en las situaciones que la autoridad de Dios había determinado al momento de emitir originariamente esa ley. Por lo tanto, en las palabras divinas en el huerto del Edén, “del árbol de la ciencia del bien y del mal, no comerás” (Gén. 2:17), o la orden del Señor “desatadlo [al burro] y traedlo” (Luc. 19:30) estaban destinadas solo para la pareja en el jardín del Edén o para los discípulos. No tenían el propósito de ser mandatos permanentes. No se aplican a nuestro tiempo. Un estudio de la ética bíblica nos ayuda a distinguir entre la ley moral siempre válida y el mandato temporal de la ley positiva.
La ley moral es permanente, universal y con autoridad sobre todos los seres humanos en todos los tiempos. El mejor ejemplo de esta ley es el Decálogo de Moisés. Su profundidad puede entreverse con facilidad al observar la amplitud de los temas y la simplicidad de su expresión. Unas pocas observaciones pueden ayudarnos a interpretar estos Diez Mandamientos.
(1) La ley tiene un prólogo. Este establecía la gracia de Dios, vista en la experiencia del éxodo, como base para cualquier requerimiento a los individuos. La ética era una respuesta amorosa a la gracia, no una respuesta de temor ante un mandato.
(2) Toda ley moral tiene dos facetas que apuntan a la acción positiva y a alejarse de la negativa. No importa si la ley está expresada en forma negativa o afirmativa porque cada acto moral, cuando se adopta una acción positiva, es al mismo tiempo un freno para la contraria.
(3) El simple hecho de omitir o refrenarse de hacer algo prohibido, no es un acto moral. De otra manera, la mera inactividad podría considerarse cumplimiento de la orden. Pero en el ámbito moral, esto es simplemente otra manera de referirse a la muerte. La ética bíblica es un llamado a participación activa en la vida.
(4) Cuando se prohíbe el mal mediante una orden moral, se debe poner en práctica lo bueno antes que a uno se lo considere obediente. No solo debemos rehusarnos a ser homicidas, sino que debemos hacer todo lo que esté a nuestro alcance para socorrer la vida de nuestro prójimo.
La esencia del Decálogo puede encontrarse en tres áreas: (1) relaciones correctas con Dios (primer mandamiento, una adoración íntima a Dios; segundo, una adoración externa a Dios; tercero, una adoración verbal a Dios); (2) relaciones correctas en lo que se refiere al tiempo (cuarto mandamiento); y (3) relaciones correctas con la sociedad (quinto mandamiento, santidad de la familia; sexto, santidad de vida; séptimo, santidad del matrimonio y del sexo; octavo, santidad de la propiedad; noveno, santidad de la verdad; y décimo, santidad de la motivación).
Continuara…
Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.
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- TÉRMINO «ESPÍRITU SANTO» $ USD
Por Paul Jackson
Tercera persona de la Trinidad por medio de la cual Dios actúa revela Su voluntad, da poder y devela Su presencia tanto en el AT como en el NT.
ANTIGUO TESTAMENTO
En el AT la expresión “Espíritu Santo” se encuentra solo en Sal. 51:11; Isa. 63:10-11. Sin embargo, abundan las referencias al Espíritu de Dios. Uno de los aspectos del Espíritu de Dios es ser como viento poderoso. En el hebreo se usa la misma palabra, ruach, para viento, aliento y espíritu. En la época del éxodo, Dios usó ese viento para abrir el Mar Rojo, permitir que los israelitas pasaran a salvo y eludir a Faraón y su ejército (Ex. 14:21). Dios utilizó ese agente en dos sentidos: como fuerza destructora que secó las aguas (Os. 13:15) y como poder divino para juntar nubes que traerían lluvia refrescante (1 Rey. 18:45). Al comienzo de la creación, el Espíritu ejercía control sobre las caóticas aguas (Gén. 1:2; 8:1; comp. Sal. 33:6; Job 26:13). De las 87 veces que el Espíritu se describe como viento, 37 lo muestran como un agente de Dios mayormente funesto y siempre fuerte e intenso. Esta propiedad del Espíritu refleja claramente el poder de Dios. Una cualidad adicional del Espíritu es ser misterioso. El Sal. 104:3 muestra al Espíritu como un viento capaz de transportar a Dios sobre sus alas hasta los confines de la tierra. Nadie puede decir dónde ha estado ni hacia dónde se dirige. El poder y el misterio describen la naturaleza divina.
El Espíritu de Dios se puede expresar como fuerza impersonal o se puede manifestar en individuos. En el AT hay numerosos ejemplos donde Dios inspiró a los profetas indirectamente por medio del Espíritu. La revelación fundamental del Espíritu en el AT, en sentido personal, es por medio de la profecía. Se percibe que los sueños de José son inspirados por Dios (Gén. 41:38); el rey David, como portavoz de Dios, proclamó “el espíritu de Jehová habla por mí” (2 Sam. 23:2); y Zacarías anunció la palabra del Señor a Zorobabel: “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos” (Zac. 4:6). De manera muy similar al poder del viento, el Espíritu equipó a los héroes de Israel con fuerza extraordinaria (Jue. 14:6). Se muestra a los jueces como individuos poseídos por el Espíritu; tal era el caso de Otoniel (Jue. 3:10). A veces el Espíritu llegaba poderosamente sobre las personas y alteraba su conducta (1 Sam. 10:16; 19:23-24).
El Espíritu también es el origen definitivo de todos los dones espirituales y mentales, como es el caso de inspiración de los hombres sabios (Ex. 31:1- 6; Isa 11:2; Job 4:15; 32:8). No solo se beneficiaban los profetas por la influencia del Espíritu, sino que este también sería derramado sobre el pueblo de Dios (Isa. 44:3) y sobre todas las personas (Joel 2:28). Ezequiel e Isaías expresan la idea del Espíritu más que ninguna otra fuente del AT. Muchas alusiones de Ezequiel al Espíritu se relacionan con la futura restauración de Israel. La recepción del Espíritu nuevo, profetizada en Ezequiel y Jeremías, depende del arrepentimiento (Ezeq. 18:31) y está asociada con un corazón nuevo (Jer. 31:31-34). A la luz de la manifestación individual, esporádica y temporaria del Espíritu en el AT, este anuncio profético apuntaba hacia un tiempo cuando el Espíritu de Dios revitalizaría a Su pueblo escogido, daría poder al Mesías y se derramaría abundantemente sobre toda la humanidad.
NUEVO TESTAMENTO
Cuando Juan el Bautista apareció en escena proclamando el advenimiento del reino de Dios, la voz profética inspirada por el Espíritu regresaba después de 400 años de ausencia. A Zacarías y a Elisabet, los padres de Juan, se les informó que su hijo sería “lleno del Espíritu Santo aún desde el vientre de su madre” (Luc. 1:15). De manera similar, el ángel Gabriel visitó a María y declaró: “el Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá será llamado Hijo de Dios” (1:35).
El hito en la historia bíblica ocurrió en ocasión del bautismo de Jesús cuando fue ungido por el Espíritu de Dios (3:22). El Espíritu entonces fue responsable de conducir a Jesús al desierto para atravesar las tentaciones (4:1-13). Lucas incluye muchas más referencias al Espíritu Santo que los otros relatos sinópticos. Esto puede responder al interés teológico de Lucas que se extiende también al libro de los Hechos de los Apóstoles, que se ha llamado acertadamente “Los Hechos del Espíritu Santo” debido a la importancia que se le imbuye al Espíritu.
Todos los escritores apostólicos dieron testimonio de la realidad del Espíritu en la iglesia; no obstante, el apóstol Pablo, que escribió más que cualquier otro autor, ofrece la reflexión más teológica sobre el tema. Los principales capítulos son Rom. 8; 1 Cor. 2; 12–14; 2 Cor. 3 y Gál. 5.
La teología juanina abunda en la doctrina del Espíritu. En el Evangelio de Juan, el Espíritu habita en Cristo (1:32,33); es una señal del nuevo nacimiento (3:1-16); llegará cuando Jesús se haya ido (16:7-11), y capacitará al creyente después de la resurrección (20:22). La comunidad cristiana está ungida por el Espíritu (1 Jn. 2:20), y este le confirma al creyente la presencia de Jesús en su vida (1 Jn. 3:24). En el libro profético del Apocalipsis, Juan, al estilo del AT, se describe a sí mismo como profeta inspirado por el Espíritu.
Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.
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- TÉRMINO «ESPÍRITU» $ USD
Por Steve Bond
Elemento que habilita la vida humana y el Espíritu Santo que manifiesta la presencia y el poder de Dios en el mundo. Proviene de la palabra hebrea ruach y de la griega pneuma, que según el contexto pueden traducirse “viento”, “aliento” o “espíritu”.
En ambos Testamentos, “espíritu” se utiliza para referirse tanto a Dios como a los seres humanos, pero en ambos casos es difícil de definir. La similitud entre el espíritu, el aliento y el viento es una indicación útil para comenzar a entenderlo. En Su conversación con Nicodemo (Juan 3), Jesús dijo que el Espíritu es como el viento; no se puede ver pero se ven sus efectos. Esto es cierto tanto del Espíritu de Dios como del espíritu del ser humano.
Espíritu de Dios
En el principio de la creación, el Espíritu de Dios se movía sobre las aguas (Gén. 1:2). Eliú reconoció ante Job que el Espíritu de Dios lo había creado y que era la fuente de su vida (Job 33:4). Los animales fueron creados cuando Dios envió Su “Espíritu” (Sal. 104:30).
El Espíritu de Dios está presente en todas partes. El salmista tenía la sensación de que dondequiera que estuviera, allí también estaba el Espíritu de Dios (Sal. 139:7). El faraón percibió el Espíritu de Dios en José (Gén. 41:38). Moisés comprendió que el Espíritu de Dios estaba sobre él y deseaba que estuviera sobre todo el pueblo (Núm. 11:29). Durante el período de los jueces, el Espíritu del Señor iba sobre los individuos y les confería poder para llevar a cabo tareas específicas (Jue. 3:10; 6:34; 11:29; 13:25; 14:6,19). Cuando Samuel, el último de los jueces, ungió a Saúl, el primer rey de Israel, aquel le dijo que el Espíritu del Señor vendría sobre él. El resultado fue que Saúl profetizó y se convirtió en una persona diferente (1 Sam. 10:6). Posteriormente, el Espíritu se apartó de Saúl (1 Sam. 16:14). Del mismo modo, el Espíritu vino sobre David cuando Samuel lo ungió (1 Sam. 16:13). En sus últimas palabras, David dijo que el Espíritu del Señor había hablado a través de él (2 Sam. 23:2).
Isaías habló de alguien que vendría del linaje de Isaí sobre el cual estaría el Espíritu del Señor. Esta persona tendría el Espíritu de sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, conocimiento y temor de Jehová (Isa. 11:1-3). Ezequiel profetizó que Dios daría Su Espíritu a Su pueblo para quitarles los corazones de piedra y cambiarlos por corazones de carne que serían obedientes al camino de Dios (Ezeq. 36:26,27).
Enseñanza del Nuevo Testamento
Los cuatro Evangelios contienen numerosas referencias al Espíritu de Dios o Espíritu Santo. Este fue el agente de la concepción milagrosa de Jesús (Mat. 1:18,20), descendió sobre Jesús en Su bautismo (Mat. 3:16), lo condujo al desierto donde el demonio lo tentó (Mat. 4:1) y le permitió curar enfermedades y expulsar demonios (Mat. 12:28). Cuando se preparaba para partir de este mundo, Jesús les prometió a Sus seguidores el Espíritu Santo. Este sería el Consolador y el Consejero, continuaría enseñándoles y recordándoles lo que Jesús les había dicho (Juan 14:25,26). No muchos días después de la ascensión de Jesús, el Espíritu prometido descendió sobre Sus seguidores durante Pentecostés. El advenimiento del Espíritu estuvo acompañado por un sonido parecido a un viento poderoso. Los testigos de este acontecimiento vieron lo que parecían ser lenguas de fuego sobre los creyentes. Además, a estos discípulos se les dio poder para hablar en lenguas que no eran sus idiomas maternos (Hech. 2:1-3). En todo el relato de Lucas sobre la iglesia primitiva, el Espíritu Santo confería poder y guiaba a los seguidores de Jesús en la misión que debían cumplir en el mundo que rodeaba el Mediterráneo (Hech. 11:12; 13:2; 15:28; 16:6,7; 20:22; 21:11).
El Espíritu es crucial en la explicación de Pablo sobre la relación del creyente con Dios. El Espíritu es una presencia personal otorgada por gracia que vive dentro de la persona que confesó que Jesucristo es el Señor. La relación que existe con Dios a través de Cristo por el Espíritu es revolucionaria. En Gálatas, Pablo declaró que el legalismo y el camino de la fe son incompatibles. El Espíritu de Dios llega a nosotros como un regalo basado en Su gracia y en nuestra fe en Cristo (Gál. 3:1-5). Dicho Espíritu llega a la vida del creyente para darle certeza de que es hijo de Dios (Rom. 8:16). Además es la garantía divina de que seremos totalmente transformados y conformados a imagen de Cristo. (Rom. 8:1-29; 2 Cor. 1:22). Pablo identificó al Espíritu con el Señor (el Cristo resucitado) y afirmó que donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad, una libertad que progresivamente libera de la ley del pecado y de la muerte (2 Cor. 3:18; comp. Rom. 8:2).
El Espíritu distribuye dones en la iglesia destinados a otorgarle al pueblo de Dios lo necesario para servir y edificar el cuerpo de Cristo (1 Cor. 12; Ef. 4:7-13). La evidencia de que el Espíritu de Dios está obrando en una persona o un grupo de personas es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza (Gál. 5:22,23).
Al comienzo de las Escrituras vemos al Espíritu obrando en la creación. Al cierre, el Espíritu y la esposa (la iglesia) invitan a todos los que tienen sed a que vayan y beban del agua de la vida (Apoc. 22:17).
Espíritus humanos
Tanto en el AT como en el NT se habla del espíritu de los seres humanos y de otros seres. Cuando se refiere a los seres humanos, el espíritu se asocia con una amplia gama de funciones entre las que se incluyen pensamiento y entendimiento, emociones, actitudes e intenciones. Eliú le dijo a Job que el espíritu de la persona, el soplo de Dios, otorgaba entendimiento (Job 32:8). Cuando Jesús sanó al paralítico, percibió en Su “espíritu” que los líderes religiosos allí presentes cuestionaban que le hubiera perdonado los pecados al hombre (Mar. 2:8).
“Espíritu” se usa ampliamente para referirse a las emociones humanas: dolor (Prov. 15:4,13), angustia (Ex. 6:9; Juan 13:21), ira (Prov. 14:29; 16:32), aflicción (Ecl. 1:14), miedo (2 Tim. 1:7) y gozo (Luc. 1:47).
Una variedad de actitudes e intenciones están relacionadas con el “espíritu”. Caleb tenía un espíritu diferente al de la mayoría de sus contemporáneos dado que siguió al Señor con todo su corazón (Núm. 14:24). Sehón, rey de Hesbón, tenía un espíritu obstinado (Deut. 2:30). En 1 Rey. 22 se alude a un espíritu mentiroso. El salmista llamó “bienaventurados” a los que no tienen engaño en su espíritu (Sal. 32:2). Se puede hablar de un espíritu arrepentido (Sal. 34:18), firme (Sal. 51:10), dispuesto (Sal. 51:12), quebrantado (Sal. 51:17) y lleno de arrogancia (Prov. 16:18). El Evangelio de Marcos frecuentemente alude a Jesús cuando este curaba a personas con espíritus impuros o inmundos.
Espíritu también se usa para referirse a seres, tanto buenos como malos, que no tienen presencia física. A Satanás se lo llama príncipe de la potestad del aire, el espíritu que obra en los desobedientes (Ef. 2:2).
Uno de los constantes puntos conflictivos interminables entre saduceos y fariseos era la existencia de ángeles y espíritus. Los fariseos creían que existían; los saduceos no. Cuando el Cristo resucitado se apareció a los discípulos, estos se sobresaltaron y tuvieron miedo porque pensaron que estaban viendo un espíritu. Jesús los invitó a tocarlo. Luego les recordó que un espíritu no tiene carne ni huesos (Luc. 24:37-39).
Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.
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- TÉRMINO «ESPERANZA ESCATOLÓGICA» $ USD
Por Lorin L. Cranford
Expectativa para después de la muerte y en cuanto a un nuevo mundo cuando Dios ponga fin a este.
La esperanza se centra en la expectativa de la consumación de la salvación individual en el fin de los tiempos. Con la venida del orden eterno cuando Cristo regrese, la esperanza del creyente se convierte en una realidad de experiencia más que en una expectativa de experiencia futura (Rom. 8:24- 25). Esta orientación escatológica de la esperanza neotestamentaria surge de la anticipación profética en el AT con respecto a la futura liberación por parte de Dios (Isa. 25:9; ver especialmente el uso paulino de Isa. 11:10 en Rom. 15:12).
Términos del Antiguo Testamento
En el AT hebreo se usan diversos términos para transmitir la idea de esperanza: qawah (ser tironeado hacia delante, anhelar, esperar en [con Dios como objeto, 26 veces]), yachal (esperar, anhelar [a Dios, 27 veces]), chakah (esperar [a Dios, 7 veces]), sabar (esperar, confiar [en Dios, 4 veces]). Los sustantivos correspondientes no se usan con frecuencia; y solo 9 veces en relación con la esperanza en Dios. De las 146 veces que aparecen estos verbos o sustantivos, solamente la mitad se refiere a una realidad espiritual en lugar de tener un sentido no religioso. De estos 73 usos con sentido religioso, el concepto de esperanza está estrechamente relacionado con la confianza. Dios es la base y el objeto frecuente de la esperanza; “esperar en Jehová”, “confiar en Jehová” son expresiones comunes. En la esperanza en Dios está implícita la sumisión a Su gobierno soberano. Por consiguiente, la esperanza y el temor a Yahvéh a menudo se expresan juntos (Sal. 33:18-20; 147:11; Prov. 23:17-18). Esperar en Dios es sentir temor reverencial hacia Él y Su poder, con la confianza de que cumplirá fielmente Su Palabra. Por lo tanto, la esperanza se convierte en confianza en el carácter justo de Yahvéh.
Entre ambos Testamentos
En el período intertestamentario, la esperanza escatológica ocupó un lugar prominente pero también confuso por las diversas expectativas. Con frecuencia se orientaba hacia la expectación de la venida del Mesías y la restauración del reino de Israel. Con el surgimiento de numerosos individuos que hacían afirmaciones mesiánicas y despertaban expectativas de la gente para luego derrumbarse en derrota y destrucción, la esperanza de Israel adquirió un tono pesimista, especialmente en el pensamiento rabínico. El reino de Dios no podría ser restablecido antes de que Israel lograra obediencia completa a la ley.
Esta incertidumbre nacional tendió a producir incertidumbre personal sobre qué significaba la obediencia requerida para complacer a Dios, y así asegurarse la resurrección del cuerpo y la inclusión en el reino mesiánico venidero. En contraste con esta visión pesimista, en Qumrán encontramos esperanza escatológica confiada. No obstante, esta confianza era posible solamente para el grupo selecto que constituían los elegidos de Dios. En el judaísmo helenístico, la esperanza estaba inmersa en el concepto griego de la inmortalidad del alma, como lo demuestran los escritos de Filón.
Nuevo Testamento
Los escritores del NT expresan el concepto de esperanza principalmente con la palabra griega elpis y sus cognados. En Mat. 24:50 (también en Luc. 12:46) y en 2 Pe. 3:12-14 se ve el uso de la esperanza en relación con el regreso de Cristo. En la enseñanza de Jesús sobre estar alerta, no estar atento a la venida del Hijo del hombre puede ser desastroso. En 2 Pedro, esta expectativa sobre el día del Señor se convierte en incentivo para la vida santa. En ambos pasajes, el elemento de incertidumbre asociado frecuentemente con la palabra griega desapareció y es remplazado por un sentido de confianza basada en la promesa del Señor de que volvería.
Contenido de la esperanza
Los objetos de las diversas palabras griegas relacionadas con esperanza ayudan a entender lo que esta constituye. Lo fundamental es la expectativa del regreso de Cristo, descrita como la “manifestación de nuestro Señor Jesucristo” (1 Cor. 1:7) y como “la venida del día de Dios” (parousia, 2 Ped. 3:12), o simplemente como “la esperanza en nuestro Señor Jesucristo” (1 Tes. 1:3; comp. Luc. 12:36; Fil. 3:20; Heb. 9:28). Esta expectativa constituye una esperanza bienaventurada y se define como “la manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (Tito 2:13, comp. Rom. 5:2; Col. 1:27). Junto a esta manifestación de Cristo se encuentra la expectación de un cielo nuevo y una tierra nueva (2 Ped. 3:13; Apoc. 21:1); la resurrección de los justos y los pecadores (Hech. 24:15); la manifestación de los hijos de Dios (Rom. 8:19); nuestra adopción como hijos que se define como redención de nuestro cuerpo (Rom. 8:23); la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna (Jud. 21); la gracia de Dios (1 Ped. 1:13). Así como Abraham esperaba la Ciudad Santa, el creyente también la espera (Heb. 11:10). La esperanza de Israel en la promesa de Dios se cumple en la resurrección (Hech. 26:6- 8). Esto constituye la esperanza de la vida eterna prometida mucho tiempo antes (Tito 1:2; 3:7), de salvación (1 Tes. 5:8) y de justicia (Gál. 5:5). La base de esta esperanza está en Dios. Ponemos la esperanza en Él, que es el Salvador de toda la humanidad (1 Tim. 4:10; 5:5; Rom. 15:12; 1 Ped. 1:21), más que en las riquezas inciertas (1 Tim. 6:17); ponemos la esperanza en Su nombre (Mat. 12:21), o en Cristo (1 Cor. 15:19). Esta esperanza está estrechamente ligada al evangelio (Col. 1:23), a nuestro llamado en Su gracia (Ef. 1:18; 4:4), y a la fe y la presencia del Espíritu Santo (Gál. 5:5). Es una esperanza viva y dinámica (1 Ped. 1:3) que motiva a la persona a llevar una vida justa y santa (2 Ped. 3:14). Así se presenta como integrante de la tríada cristiana de fe, esperanza y amor (1 Cor. 13:13; 1 Tes. 1:3; 1:4-5).
Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.
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