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UNA BIBLIA PERSONALIZADA PARA TI


  • TÉRMINO «Diácono» $ USD

    Por Ben L. Merkle

    El término diácono proviene del sustantivo griego diakonos que aparece 29 veces en el NT y se traduce comúnmente “siervo” o “ministro”. Deriva del verbo “servir” y se usa para nombrar diferentes clases de servicios. Pablo no solamente se refiere a sí mismo como un diakonos (1 Cor. 3:5; 2 Cor. 3:6; 6:4; Ef. 3:7; Col. 1:23,25), sino que además aplica este término a sus colaboradores: Febe (Rom. 16:1); Apolos (1 Cor. 3:5); Tíquico (Ef. 6:21; Col. 4:7); Epafras (Col. 1:7) y Timoteo (1 Tim. 4:6). Este vocablo también se usa para referirse a los gobiernos (Rom. 13:4) y a Cristo (Rom. 15:8; Gál. 2:17). Con menor frecuencia se lo encuentra como referencia a un ministro de la iglesia local (Fil. 1:1; 1 Tim. 3:8,12; posiblemente Rom. 16:1).

    Aunque es difícil probar que el origen del diaconado se remonta a la elección de los siete en Hech. 6:1-6 ya que no se usa el sustantivo diakonos, es razonable creer que estos siete líderes constituyeron por lo menos el prototipo de los primeros diáconos. Fueron nombrados precisamente cuando los apóstoles necesitaban ayudantes que se hicieran cargo del servicio a fin de que ellos estuvieran libres para dedicarse a la oración y la enseñanza. Se observa entonces que lo que distingue a los diáconos de los obispos o ancianos es la capacidad de estos últimos para enseñar (1 Tim. 3:2; 5:17; Tito 1:9). La imposición de manos efectuada por los apóstoles en Hech. 6:6 se considera frecuentemente como el origen del nombramiento de los diáconos para ejercer sus funciones.

    La primera mención de los diáconos como oficiales de la congregación local aparece en Fil. 1:1 donde Pablo se dirige a la iglesia de Filipos “incluyendo los obispos y diáconos”. Aunque los requisitos de los diáconos se detallan en 1 Tim. 3:8-13, no hay un texto explícito que especifique sus responsabilidades. Debido a que los diáconos se mencionan después de los obispos en Fil. 1:1 y 1 Tim. 3, y dadas las connotaciones del término diakonos, la mayoría concuerda en que cumplen una función de respaldo hacia los obispos. En siglos posteriores, los diáconos estuvieron dedicados a la administración de los bienes para los pobres, la colaboración en las celebraciones del bautismo y la Cena del Señor, y en el cumplimiento de otras tareas administrativas y de servicio. Algunos han sugerido que el requisito de ser “sin doblez” [de una sola palabra, LBLA] (1 Tim. 3:8), tal vez indique un contacto cercano con los miembros de la iglesia durante las visitas hogareñas. Otros sostienen que el requisito de no ser codicioso (1 Tim. 3:8) indica que los diáconos eran responsables de reunir y distribuir dinero.

    En Rom. 16:1 no queda claro si el término diakonos debería ser traducido “siervo” o la forma más oficial, “diácono”. Debido a que diakonos no se usa comúnmente en su significado técnico, algunos entienden que Febe no desempeñaba un servicio oficial en su iglesia. Sin embargo, hay diversos factores que podrían indicar lo contrario. Primero, Pablo usa la forma masculina de diakonos para referirse a una mujer en vez de la forma femenina. Segundo, Pablo específicamente establece que Febe es diakonos de la iglesia de Cencrea, el único lugar donde Pablo se refiere a alguien como diakonos de una iglesia local (comp. Ef. 6:21; Col. 1:7; 1 Tim. 4:6). Tercero, Pablo exhorta a los romanos a ayudar a Febe debido a que ella es enviada para realizar una tarea oficial en nombre del apóstol Pablo y su iglesia. Se sostiene que para cumplir con dicha tarea oficial era necesario tener un cargo oficial.

    Otro texto relacionado con el tema de mujeres- diáconos (diaconisas) es 1 Tim. 3:11. El problema es que el texto es ambiguo ya que Pablo usa el término griego gynaikes (“mujeres” o “esposas”), que podría referirse a las diaconisas o a las esposas de los diáconos. Los argumentos a favor de la última posición son los siguientes: (1) 1 Tim. 3:11 incluye el término “asimismo” tal como lo hace el v.8 y, por lo tanto, también introduce un cargo nuevo. (2) Si no hay requisitos para las esposas de los obispos, ¿por qué debería existir en el caso de las esposas de los diáconos? (3) Aunque la palabra “las” está incluida en algunas traducciones, no se encuentra en el griego. El texto simplemente dice “esposas” o “mujeres” y no “las esposas (de los diáconos)”. (4) Un ministerio de servicio no requeriría que las mujeres tuvieran autoridad sobre los hombres y, en consecuencia, no estaría en contra de 1 Tim. 2:1. Esa es la razón por la cual los diáconos no necesitan ser “aptos para enseñar”, como sucede con los obispos ya que esta es una acción de autoridad. Sin embargo, hay buenos argumentos que se oponen a los cuatro mencionados previamente: (1) Primera Timoteo 2:9 empieza con “asimismo” pero no es una idea paralela (los hombres deben orar…asimismo las mujeres deben vestirse de manera apropiada). También le resultaría extraño a Pablo dirigirse a los diáconos en los vv.8-10, hacer una interrupción para introducir el cargo de diaconisa y luego volver a hablar acerca de los diáconos en los vv.12,13. (2) Es posible que se mencione a las esposas de los diáconos pero no a las de los obispos ya que las primeras participaban en el ministerio de sus esposos (como es el caso del servicio a las viudas). Además, hay otros requisitos de los diáconos que no son necesarios para los obispos. (3) El contexto indica que se hace referencia a las esposas de los diáconos. Si Pablo hubiese tenido intención de hablar del cargo de diaconisa, entonces habría usado esa palabra “diaconisa” en lugar del término que habitualmente se traduce “esposas”. (4) Aunque los diáconos no enseñen, sí ejercen autoridad, lo que sería inapropiado para las mujeres.


    Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.


    Foto por Nycholas Benaia, en Unsplash

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    • TÉRMINO «DÍA DE JEHOVÁ » $ USD

      Momento en que Dios revela Su soberanía sobre los poderes y la existencia humana. El Día del Señor se basa en el término hebreo yom, “día”, el quinto sustantivo más frecuentemente usado en el AT y con una variedad de significados: el tiempo que dura el día, desde que sale el sol hasta que se pone (Gén. 1:14; 3:8; 8:22; Amós 5:8); un período de 24 horas (Gén. 1:5); una expresión general para “tiempo” sin límites específicos (Gén. 2:4; Sal. 102:3; Isa. 7:17); el período de tiempo de un suceso específico (Jer. 32:31; Ezeq. 1:28). El “Día del Señor” no especifica un período de tiempo preciso. Puede significar las horas del día, las 24 horas del día o un período de tiempo general caracterizado tal vez por un suceso especial. En Zac. 14:7 incluso se enfatiza un tiempo cuando es de día en todo momento y las tinieblas de la noche se han desvanecido.

      El “Día del Señor” no designa la perspectiva temporal del hecho, ya sea pasado, presente o futuro. Lamentaciones 2:1 puede hablar del “día de la ira del Señor” en tiempo pasado, ya que describe la caída de Jerusalén. Joel 1:15 podría describir el “Día del Señor” como un desastre en tiempo presente.

      Los profetas del AT usaron un término conocido por su audiencia, y por medio del cual la audiencia esperaba luz y salvación (Amós 5:18), pero los profetas lo describieron como un día de tinieblas y juicio (Isa. 2:10-22; 13:6,9; Joel 1:15; 2:1-11,31; 3:14,15; Amós 5:20; Sof. 1:7,8,14-18; Mal. 4:5). Por lo tanto, el lenguaje del AT para el Día del Señor está dirigido a advertir a los pecadores dentro del pueblo de Dios acerca del peligro de confiar en la religión tradicional sin comprometerse con Dios ni con Su manera de vivir. Es un lenguaje que podría usarse con el propósito de juzgar a Israel o bien para prometerle que será liberada de los enemigos malvados (Isa. 13:6,9; Ezeq. 30:3; Abd. 15). Por lo tanto, el Día del Señor es una instancia temporal cuando Dios despliega Su iniciativa soberana y muestra Su control sobre la historia, el tiempo, Su pueblo y todos los seres humanos.

      Los escritores del NT tomaron la expresión del AT para enfatizar la victoria final de Cristo y el juicio final de los pecadores. Con este propósito, usaron muchas expresiones diferentes: “el día de Jesucristo” (Fil. 1:6); “el día de nuestro Señor Jesucristo” (1 Cor. 1:8); “el día del Señor Jesús” (1 Cor. 5:5; 1 Tes. 5:2); “el día de Cristo” (Fil. 1:10; 2:16); “el día del juicio” (1 Juan 4:17); “aquel día” (1 Tes. 5:4; 2 Tim. 1:12); “el día de la ira” (Rom. 2:5).

      Quienes tienen una perspectiva dispensacionalista de la Escritura con frecuencia tratan de interpretar cada uno de los términos en forma diferente. Por lo tanto “el día de Cristo” es un día de bendición equivalente al arrebatamiento, mientras que el día de Dios es un término que incluye todos los eventos del fin de los tiempos (2 Ped. 3:12). De acuerdo con este punto de vista, el Día del Señor incluye la gran tribulación, el juicio subsiguiente de las naciones y el período de bendición mundial bajo el gobierno del Mesías. Muchos eruditos bíblicos sin un punto de vista dispensacionalista interpretan que las numerosas expresiones del NT se refieren a un acontecimiento de suma importancia: el fin de los tiempos cuando Cristo regrese para el juicio final y establezca Su reino eterno. Más allá de las interpretaciones de los detalles específicos, el Día del Señor enfatiza la promesa de que llegará un día en que la soberanía eterna de Dios sobre la creación y sobre todas las naciones se hará claramente evidente para toda la humanidad.


      Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.


      Foto por Diego PH, en Unsplash

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      • TÉRMINO «DÍA DEL SEÑOR» $ USD

        Fred A. Grissom y Naymond Keathley

        Designación para el domingo, el primer día de la semana, que se emplea una sola vez en el NT (Apoc. 1:10). No obstante, la palabra griega para “del Señor” es exactamente igual que la que se utiliza en el término “cena del Señor” (1 Cor. 11:20). De hecho, la Didaché, un manual cristiano antiguo de adoración e instrucción, une ambos términos, lo cual indica que la Cena del Señor se celebraba cada día del Señor (14:1). Aquí puede radicar el origen del término. Como el primer día de la semana era la jornada en que los cristianos primitivos celebraban la Cena del Señor, se lo conoce como día del Señor, la jornada de adoración característica de los cristianos.

        El relato más antiguo de una experiencia de adoración en el “primer día” se encuentra en Hech. 20:7-12. En este caso, el primer día de la semana por la noche Pablo se reunió con los cristianos de Troas para partir el pan (probablemente una referencia a la Cena del Señor). El día en sí es en cierto modo dudoso. La noche del primer día se podía referir al sábado por la noche (según los judíos) o al domingo por la noche (según los romanos). No obstante, debido a que el acontecimiento incluía a gentiles en suelo gentil, es probable que la referencia corresponda al domingo por la noche.

        La importancia del domingo para los cristianos del siglo I también se percibe en 1 Cor. 16:1-2. Cuando Pablo dio las instrucciones acerca de una ofrenda especial de ayuda que deseaba llevarles a los creyentes de Jerusalén, sugirió que los corintios debían apartar su contribución semanal el primer día de la semana. Es probable que Pablo haya mencionado este día porque sabía que sus lectores acostumbraban a reunirse dicho día para adorar, y que sería una ocasión lógica para que apartaran las ofrendas.

        Otros dos documentos del siglo II arrojan luz al significado del día del Señor para la iglesia primitiva. Primero, en su Epístola a los Magnesianos (aprox. 110–117 d.C.), Ignacio enfatizó la importancia del día del Señor al diferenciarla de la adoración que se ofrecía en la antigua celebración del día de reposo (9:1). Segundo, Justino Mártir (aprox. 150 d.C.) puso por escrito la primera descripción cristiana existente de una reunión de adoración. Señaló que las primeras reuniones del domingo por la mañana comenzaban con un bautismo, que incluían lecturas de las Escrituras, enseñanza expositiva y oración, y luego concluían con la celebración de la Cena del Señor (Apología 65–67).

        Documentos cristianos de los siglos I y II indican que para los creyentes el domingo se convirtió rápidamente en el día específico para la adoración, pero no explican ni cómo ni por qué se produjo este cambio del día de reposo al día del Señor. Desde luego, la razón más evidente fue la resurrección de Jesús que tuvo lugar en ese primer día del Señor. Debido a que las experiencias colectivas más antiguas de los discípulos con el Señor resucitado ocurrieron la noche del domingo de Pascua (Luc. 24:36-49; Juan 20:19-23), es natural esperar que los discípulos se hayan reunido los domingos subsiguientes a esa misma hora para recordarlo en la celebración de la cena. Quizás este modelo se refleje en la reunión en Troas que aparece en Hechos 20.

        Sin embargo, el cambio de horario de adoración de la noche a la mañana tal vez surgió debido a una necesidad práctica. Cuando Plinio el Joven, gobernador de Bitinia, le escribió al emperador Trajano al comienzo del siglo II, le informó que de conformidad con el edicto de Trajano en contra de las asambleas sediciosas había ordenado que ningún grupo se podía reunir por la noche, incluso los cristianos. A continuación, Plinio describía una reunión de cristianos realizada a la mañana temprano. Ante la prohibición de reunirse de noche, se juntaban para celebrar la cena a la única hora que tenían posibilidad de hacerlo el primer día de la semana: temprano por la mañana antes de ir a trabajar. Es probable que la práctica se haya extendido luego a lo largo de todo el imperio donde estaban vigentes reglamentos similares en contra de la asamblea nocturna. Aunque es probable que algunos cristianos judíos también guardaran el día de reposo, los cristianos primitivos consideraban el domingo como un día de gozo y celebración y no un sustituto del Sábat. El uso del término “día de reposo” para referirse al domingo no se popularizó hasta que los puritanos ingleses comenzaron a emplearlo después del 1500 d.C. Las evidencias de los primeros siglos demuestran que los cristianos consideraban el domingo como día para regocijarse en la nueva vida que la resurrección había traído como resultado. Otros días, los creyentes podían ayunar o arrodillarse para orar, pero el carácter gozoso del día del Señor hacía que esas acciones fueran inapropiadas para los domingos. Poco después de que el cristianismo se convirtiera en la religión del Imperio Romano, el domingo se declaró oficialmente día de descanso.


        Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.


        Foto por John Cafazza, en Unsplash

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        • ¿QUÉ ES EL TÉRMINO «DECADENCIA MORAL»? $ USD

          Por Paul H. Wright

          La Biblia enseña que en los últimos días habrá en el mundo una decadencia moral sin precedentes. La enseñanza falsa hará que aumente la maldad, lo que a su vez producirá apatía (Mat. 24:12) y una abierta actitud hostil (Mat. 24:9-11,24; 2 Tim. 3:1-5) hacia las cosas de Cristo. La religión se convertirá en pretexto para beneficio personal y no una expresión de verdadera devoción a Dios (comp. 2 Tim. 3:5). Como resultado, el patrón de conducta moral fundamentado en la Biblia se considerará irrelevante.

          El NT hace una lista de características de las personas que rechazan a Cristo (Gál. 5:19-21; Ef. 5:3-5; Col. 3:5,6; 1 Tim. 1:9,10; Apoc. 21:8). Dichas características incluyen todos los pensamientos y las acciones que no condicen con el ejemplo de Cristo. En el presente muchos que hablan de la moral la limitan a cuestiones sexuales. Sin embargo, el NT deja en claro que la sexualidad es solo uno de los muchos elementos que conforman el comportamiento humano que ha de ser juzgado de acuerdo al código moral divino.

          Aunque básicamente en el fin de los tiempos el tipo de actividades desenfadadas será similar a lo que la gente siempre ha realizado en oposición a Dios, la intensidad será mucho mayor, y mayor será el efecto y el alcance a nivel mundial.


          Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.


          Foto por Martin Adams, en Unsplash

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          • NOMBRES Y PERSONAJES DE LA BIBLIA | DAVID $ USD

            Nombre de persona que probablemente signifique “favorito” o “amado”. Fue el primer rey que unió Israel y Judá, y el primero que recibió la promesa de un Mesías real en su linaje. David fue considerado el rey ideal para el pueblo de Dios. Reinó aprox. desde el 1005 al 965 a.C.

            Su elección como rey Cuando Saúl no cumplió con las pautas divinas para el reinado (1 Sam. 15:23,35; 16:1), Dios envió a Samuel para que ungiera a quien habría de remplazarlo; o sea, uno de los hijos de Isaí, en Belén (1 Sam. 16:1). Dios le mostró a Samuel que había escogido al menor, quien todavía pastoreaba las ovejas de su padre (16:11,12). La buena apariencia de David era notable.

            En la corte de Saúl El talento musical de David, combinado con su reputación de guerrero, inspiró a uno de los siervos de Saúl para recomendarlo como la persona indicada para tocar el arpa cuando el espíritu maligno enviado por Dios atormentaba a Saúl (1 Sam. 16:18). Saúl se encariñó con David y lo nombró su paje de armas (16:21,22).

            Luego, los filisteos que contaban con el gigante Goliat amenazaron a Israel (1 Sam. 17). David retornó a su casa para pastorear las ovejas de su padre Isaí (17:15), quien envió a David al campo de batalla con comida para sus hermanos, que eran soldados. Al menos uno de sus hermanos no lo valoraba (17:28). Saúl trató de persuadir al joven David a no desafiar a Goliat, sin embargo, David insistió en que Dios le daría la victoria, y así fue.

            Jonatán, el hijo de Saúl, se convirtió en el amigo íntimo de David (1 Sam. 18:1). Este ocupó un lugar permanente en la corte de Saúl y no regresó a la casa paterna (18:2). Saúl le asignó una misión militar, que llevó adelante más allá de lo que se esperaba de él. Venció a los filisteos y se ganó el corazón del pueblo. Esto provocó los celos de Saúl (18:8) quien, impulsado por el espíritu maligno enviado por Dios, trató de asesinar a David con su espada pero la presencia de Dios lo protegió (18:10- 12). Finalmente, David ganó el derecho a casarse con Mical, la hija de Saúl, debido a que los filisteos no lo mataron como Saúl esperaba que sucediera (18:17-27). Con la ayuda de Mical y Jonatán, David escapó de Saúl y se encontró con el profeta Samuel (19:18). Jonatán y David hicieron un juramento de amistad eterna y Jonatán arriesgó su vida para proteger a David (1 Sam. 20).

            El guerrero independiente David reunió una banda de personas pobres y descontentas para que lo siguieran. Estableció relaciones con Moab y otros grupos y se ganó el favor del pueblo a través de sus victorias sobre los filisteos (1 Sam. 22–23). Todos los esfuerzos de Saúl para capturarlo fracasaron. Dios protegió a David y este rehusó hacerle daño al rey. En su lugar, prometió no aniquilar a la familia de Saúl (24:21,22).

            Abigail de Maón intercedió ante David para evitar que castigara a su necio esposo, Nabal. Dios hizo que Nabal muriera y David se casó con Abigail. También se casó con Ahinoam de Jezreel, y Saúl entregó a Mical, la primera esposa de David, a otro hombre (1 Sam. 25).

            Luego de negarse a matar a Saúl, el ungido de Dios, David se unió a Aquis, el rey filisteo de Gat. Finalmente Saúl dejó de perseguirlo. Aquis le dio la ciudad de Siclag a David, lugar donde estableció su cuartel general y comenzó a destruir a los vecinos en el límite sur de Israel (1 Sam. 27). A pesar de los deseos de Aquis, los otros líderes filisteos no permitieron que David se les uniera en la batalla contra Saúl (1 Sam. 29). Cuando David regresó a su casa, descubrió que los amalecitas habían destruido Siclag y capturado a sus esposas. Siguió el consejo de Dios y venció a los amalecitas que estaban celebrando su victoria, recobró todo el botín de guerra y lo distribuyó entre sus seguidores y el pueblo de Judá (1 Sam. 30).

            Rey de Judá Cuando David escuchó sobre la muerte de Saúl y Jonatán, vengó la muerte de estos y cantó un lamento por los caídos (2 Sam. 1). Partió hacia Hebrón, donde los habitantes de Judá lo coronaron rey (2 Sam. 2). Este hecho generó una guerra con Israel, que estaba bajo el gobierno de Is-boset, el hijo de Saúl. Luego de mucha intriga, los comandantes de Is-boset lo asesinaron. David hizo lo mismo con ellos (2 Sam. 4).

            Rey de Israel Posteriormente, las tribus del norte coronaron rey a David en Hebrón y unieron a todo Israel bajo su reinado. David tomó Jerusalén y la hizo capital de su reino. Luego de vencer a los filisteos, procuró llevar el arca del pacto a Jerusalén y tuvo éxito en el segundo intento (2 Sam. 6). Comenzó a planificar la construcción de un templo, pero el profeta Natán le hizo comprender que en lugar del templo iba a construir una dinastía con dimensiones eternas (2 Sam. 7) y que el templo sería construido por su hijo.

            Luego David organizó su administración y sometió a otras naciones que se le oponían. Finalmente tomó el control sobre la tierra que Dios originalmente había prometido a sus antepasados. También recordó su promesa a Jonatán y se encargó de cuidar a Mefi-boset, el hijo paralítico de aquel (2 Sam. 9).

            Un pecador David fue un gigante entre los líderes obedientes a Dios, pero su naturaleza humana se puso en evidencia cuando pecó con Betsabé y Urías. David espió a Betsabé cuando ella se estaba bañando, la deseó y luego de cometer adulterio con ella planeó la muerte de su leal esposo, el guerrero Urías (2 Sam. 11). El profeta Natán lo confrontó con su pecado y David confesó su maldad. El hijo que le dio Betsabé murió. El rey reconoció su impotencia ante la situación y declaró su convicción de que un día se reencontraría con el niño. Betsabé concibió nuevamente y dio a luz a Salomón (2 Sam. 12:1-25).

            La intriga familiar David fue capaz de gobernar a su pueblo pero no a su familia. Presenció las intrigas, los pecados sexuales y el asesinato que conmovieron los cimientos de su casa, lo cual dio como resultado el exilio ya que tuvo que retirarse ante la amenaza de Absalón (2 Sam. 18:19-33). El reino de David fue restaurado pero las amenazas de división entre Judá e Israel se mantuvieron (2 Sam. 19:40-43). Tuvo que poner fin a una revuelta que se generó en el norte (2 Sam. 20). El último acto que registra el libro de Samuel acerca de David es el censo del pueblo, que generó la ira de Dios, pero también narra la preparación de un lugar para el templo que se iba a construir (2 Sam. 24). El último capítulo de 1 Crónicas describe los preparativos que hizo el rey David para la construcción del templo y para la práctica de la adoración. Los últimos días de David se vieron envueltos por nuevas intrigas familiares, ya que Adonías buscaba heredar el trono de su padre, pero Natán y Betsabé lucharon para asegurarse de que Salomón se convirtiera en el próximo rey (1 Rey. 1:1-2:12).

            Esperanza profética David desapareció de la escena histórica pero dejó un legado que nunca se olvidaría. Fue el modelo a seguir por los reyes israelitas (1 Rey. 3:14; 9:4; 11:4,6,33,38; 14:8; 15:3,11; 2 Rey. 14:3; 16:2; 22:2). David fue el “hombre de Dios” (2 Crón. 8:14 LBLA) y Dios fue “el Dios de David” (2 Rey. 20:5). El pacto de Dios con David fue un factor decisivo cuando aquel contendió con los herederos desobedientes del trono davídico (2 Crón. 21:7). Incluso cuando los israelitas reconstruyeron el templo, siguieron “lo establecido por David, rey de Israel” (Esd. 3:10 NVI).

            Los profetas de Dios señalaron hacia un futuro David que restauraría a Israel. “Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre” (Isa. 9:7). El profeta Jeremías resumió la garantía de la esperanza en David con las siguientes palabras: “Así ha dicho Jehová: Si pudiereis invalidar mi pacto con el día y mi pacto con la noche, de tal manera que no haya día ni noche a su tiempo, podrá también invalidarse mi pacto con mi siervo David, para que deje de tener hijo que reine sobre su trono […] Como no puede ser contado el ejército del cielo, ni la arena del mar se puede medir, así multiplicaré la descendencia de David mi siervo” (Jer. 33:20-22; comp. 33:15,17,25,26; Ezeq. 34:23,24; 37:24,25; Os. 3:5; Amós 9:11; Zac. 12:6-10).

            Nuevo Testamento El NT relata la historia de Jesús como la historia del Hijo de Dios, pero también como la historia del Hijo de David desde Su nacimiento (Mat. 1:1) hasta Su última venida (Apoc. 22:16). Los Evangelios se refieren por lo menos doce veces a Jesús como el “Hijo de David”. Jesús citó como ejemplo el comportamiento de David (Mat. 12:3), y David lo llamó “Señor” (Luc. 20:42- 44). Por lo tanto David ocupó un lugar en la lista de los hombres de fe expresada en Heb. 11:32. El Señor dice acerca de David: “He hallado a David hijo de Isaí, varón conforme a mi corazón” (Hech. 13:22).


            Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.


            Foto por Paweł Furman, en Unsplash

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            • NOMBRES Y PERSONAJES DE LA BIBLIA | DANIEL $ USD

              Por J.J.Owens

              Nombre de persona que significa “Dios es juez” o “el juez de Dios”. 1. Hijo de David y Abigail, la carmelita (1 Crón. 3:1), también llamado Quileab en 2 Sam. 3:3. 2. Sacerdote del linaje de Itamar (Esd. 8:2; Neh. 10:6), quien retornó con Esdras del cautiverio babilónico. 3. El Daniel de Ezeq.14:14,20; 28:3 se escribe de manera diferente en hebreo, a diferencia de todas las otras formas del AT. Este Daniel era una figura de la antigüedad que se menciona junto con Noé y Job. Era famoso por su sabiduría y justicia. Debido a la similitud en la forma de escribir el nombre y los atributos en común de sabiduría y justicia, algunos intérpretes relacionan a este Daniel con el del libro canónico que lleva su nombre. Sin embargo, la mayoría de los intérpretes notan la diferencia en la escritura del nombre y también el dato de la antigüedad. Algunos relacionan al “Daniel” del libro de Ezequiel con el “Daniel” de la literatura ugarítica antigua. 4. (NTV) Ver Quileab.

              5. El uso más común del nombre “Daniel” se refiere al héroe del libro de Daniel. Este joven de la nobleza fue tomado cautivo por Nabucodonosor, rey de Babilonia, y elevado a un alto rango en los reinos de Babilonia y Persia. Los babilonios trataron de eliminar todos los vestigios de la religión y nacionalidad de Daniel. Por esta razón, le cambiaron el nombre (Dan. 1:7; 2:26; 4:8-9, 18-19; 5:12; 10:1).

              En su adolescencia Daniel fue transportado de Judá a Babilonia en ocasión de la batalla de Carquemis en el 605 a.C. El texto no indica su edad exacta. A Daniel se lo llamó Beltsasar, y a sus tres compañeros hebreos, Ananías, Misael y Azarías, los llamaron Sadrac, Mesac y Abed-nego (Dan. 1:6,7). Fue instruido en artes, letras y ciencias en la capital de Babilonia. Finalmente, alcanzó una alta posición entre los sabios babilónicos. Se mantuvo en ejercicio durante el largo reinado de Nabucodonosor (604–562 a.C.). No se hace mención a Daniel en los tiempos de Evil-Merodac (561–560 a.C.), Neriglisar (559– 555 a.C.), ni Labasi-Marduk (555 a.C.). Sin embargo, hay mucha información relacionada con el trabajo de Daniel durante el reinado de Nabónido (555–539 a.C.). Cuando Nabónido se ausentaba de su país durante largos períodos de tiempo, dejaba a su hijo Belsasar a cargo de los asuntos de gobierno.

              Daniel estaba en Babilonia cuando las fuerzas de Ciro, el persa, la capturaron. Sucesivamente, Daniel fue un alto oficial de gobierno durante el reinado de Ciro (539–529 a.C.) y el de Cambises (529–522 a.C.). Sirvió también durante su ancianidad en el reinado de Darío I, hijo de Histaspes (522–486 a.C.). Era físicamente muy atractivo. A una edad temprana mostró predisposición al conocimiento, la sabiduría y el liderazgo. Además de su sabiduría, era hábil en la interpretación de los sueños. A través de su vida demostró una inconmovible fe en su Dios. Esto le dio valentía para resistir las tentaciones y amenazas con las que se vio confrontado en repetidas oportunidades. Reconoció que Dios estaba juzgándolo continuamente y permaneció fiel.


              Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman. 


              Foto por Glo Bible

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              • TÉRMINO «DÁDIVA-REGALO» $ USD

                Por Chris Church

                Favor u objeto que se le otorga a alguien. En numerosas ocasiones se hicieron regalos, y con diversos propósitos: como dote para una esposa (Gén. 34:12); como tributo a un conquistador militar (2 Sam. 8:2); como soborno (Ex. 23:8; Prov. 17:8; Isa. 1:23); como recompensa por servicio leal y para asegurar lealtad futura (Dan. 2:48), y como ayuda para los pobres (Est. 9:22). Debido a que la costumbre, la ley o la fuerza requerían dádivas, a fin de especificar aquellas que se daban voluntariamente, a veces se utilizaban modificadores tales como: ofrendas o dádivas “voluntarias” o que se dan por decisión propia (Ex. 35:29); dádiva gratuita o dádiva de gracia (Rom. 5:15-17; 6:23); dádiva generosa que no nace de la codicia (2 Cor. 9:5).

                Tanto el AT como el NT dan testimonio de que Dios es la fuente de toda buena dádiva (1 Crón. 29:14; Sant. 1:17). La vida del ser humano es un regalo de Dios (Job 1:21), al igual que todas las cosas necesarias para la vida física, por ej. la luz del sol (Jer. 31:35); las plantas (Gén. 1:29) y los animales que sirven de alimento (Gén. 9:3); el agua (Núm. 21:16); la vestimenta (Gén. 28:20); la hierba para el ganado (Deut. 11:15); las lluvias estacionales para las cosechas (Lev. 26:4); la compañía del hombre y la mujer (Gén. 2:18-24; comp. 3:12); la capacidad de tener hijos (Gén. 17:16), y la capacidad de dormir (Sal. 127:2). Asimismo, Dios nos dota de diversas capacidades humanas tales como capacidad para trabajar (Deut. 8:18); habilidades artísticas (Ex. 31:6); capacidad de aprender y llegar a dominar el arte de la comunicación (Dan. 1:17). Estas dádivas demuestran la providencia general de Dios.

                La Escritura también testifica sobre dádivas de Dios como prueba de providencia especial. En el AT, dichas dádivas incluyen la Tierra Prometida (Gén. 12:7) junto con la conquista exitosa (Deut. 2:36); la posesión de ciudades (Deut. 6:10) y sus botines (Deut. 20:14); el día de reposo (Ex. 16:29); las promesas (1 Rey. 8:56); los pactos (2 Rey. 17:15); la ley (Ex. 24:12), y la paz (Lev. 26:6). En el NT, la providencia especial de Dios se manifiesta particularmente en la dádiva del Hijo de Dios (Juan 3:16) y del Espíritu Santo de Dios (Luc. 11:13).

                Dios hace posible la relación con Él al proveerle a Su pueblo sabiduría (1 Rey. 4:29); comprensión (1 Rey. 3:9); un corazón nuevo (Ezeq. 36:26) y un buen Espíritu como enseñador (Neh. 9:20). El NT expresa que estas dádivas son la potestad para convertirnos en hijos de Dios (Juan 1:12); la justificación del pecado (Rom. 3:24; 5:15-17) y la vida eterna (Juan 10:28; Rom. 6:23).

                Ambos Testamentos testifican sobre la dádiva de Dios para el liderazgo de Su pueblo en las funciones de: sacerdotes (Núm. 8:19; Zac. 3:7); reyes davídicos (2 Crón. 13:5); libertadores (2 Rey. 13:5); pastores con corazones piadosos (Jer. 3:15); apóstoles, profetas, evangelistas y pastores-maestros (Ef. 4:11-12). Pablo manifestó que Dios le había dado el ministerio de reconciliación (2 Cor. 5:18); autoridad para edificar la iglesia (2 Cor. 10:8) y gracia para compartir el evangelio con los gentiles (Ef. 3:8). El NT también enfatiza que Dios concede capacidades espirituales a cada creyente (Rom. 12:6; 1 Cor. 12:4; 1 Ped. 4:10).

                Las dádivas de Dios deberían impulsar a los creyentes a responder de manera apropiada. Esta respuesta incluye: no ser jactancioso (1 Cor. 4:7; Ef. 2:8); asombrarse ante la inefable bondad de Dios (2 Cor. 9:15); usar los dones para la extensión del reino de Cristo (1 Tim. 4:14; 2 Tim. 1:6-11), y vivir haciendo buenas obras (Ef. 2:10).


                Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.


                Foto por Simona Sergi, en Unsplash

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                • TÉRMINOS «CUMPLIMIENTO DEL TIEMPO – CUMPLIR» $ USD

                  Por Chris Church

                  CUMPLIMIENTO DEL TIEMPO

                  Traducción tradicional de dos expresiones griegas similares en Gál. 4:4 y Ef. 1:10. La primera se refiere a un acontecimiento del pasado, el envío de Cristo para redimir a los nacidos bajo la ley. Aunque el envío del Hijo de Dios abarca la totalidad del ministerio encarnado de Cristo, el NT lo relaciona específicamente con la muerte de Jesús como suceso salvífico (Juan 3:17, Rom. 8:3; 1 Jn. 4:9-10). El envío de Cristo en el cumplimiento del tiempo no se refiere tanto a las condiciones del mundo en el sentido de que el dominio del griego como idioma de habla común, los caminos romanos y la paz impuesta por Roma facilitaron la rápida dispersión del evangelio. Más bien, el énfasis está en Dios quien, al enviar a Cristo, no lo hizo como un “último intento desesperado” sino como parte de Su misericordioso plan desde el principio.

                  La alusión al cumplimiento del tiempo en Efesios es más difícil. Algunas traducciones consideran que el tiempo cuando todas las cosas son reunidas en Cristo corresponde al futuro (NVI); otras, al pasado. Un tema de suma importancia en Efesios es que Cristo ya destruyó la pared divisoria de enemistad entre judíos y gentiles (2:11-22; esp. 2:14,21). Por consiguiente, es probable que el cambio crucial en el tiempo transcurrido entre el pasado con su desesperanza y enemistad y la era presente de reconciliación, ya haya ocurrido.

                  CUMPLIR

                  Verbo que se usa en la Biblia en tres sentidos que merecen especial atención: un sentido ético de observar o satisfacer requisitos; un sentido profético de corresponder a lo prometido, predicho o anunciado; y un sentido temporal relacionado con la llegada de los tiempos ordenados por Dios. El sentido ético de “cumplir” aparece en el AT solo en relación a satisfacer los requerimientos de un voto (Lev. 22:21; Núm. 15:3), nunca en conexión con la ley. En el NT, Jesús se sometió al bautismo de Juan y se identificó con los pecadores para que se cumpliera “toda justicia” (Mat. 3:15); es decir, para satisfacer la expectativa de Dios para Su vida. Jesús no describió Su misión como si viniera “para abrogar la ley y los profetas” sino “para cumplir” con eso (Mat. 5:17). El NT habla repetidamente del amor como cumplimiento de la ley (Rom. 13:8-10; Gál. 5:14; Sant. 2:8).

                  “Cumplir” es más común en las Escrituras en el sentido profético de corresponder a lo prometido, predicho o anunciado. El cumplimiento de profecías en la vida de Jesús es un tema fundamental en el Evangelio de Mateo. La profecía de Isaías (7:14) no solo se cumplió en el nacimiento virginal de Jesús sino también en Su naturaleza de “Dios con nosotros” (Mat. 1:22-23; comp. 28:20). El ministerio de Jesús equivale a Escrituras cumplidas (Isa. 9:1-2; 53:4), tanto en palabras (Mat. 4:14-17) como en hechos (8:16-17). El mandato de Jesús de mantener el secreto de Su identidad (Mat. 12:16), y Su costumbre de enseñar por medio de parábolas (13:35) también era cumplimiento de las Escrituras (Isa. 42:1-3; Sal. 78:2), al igual que lo fue Su humilde entrada en Jerusalén (Mat. 21:4-5: Zac. 9:9). En varios puntos, la historia de la vida de Jesús dio nuevo sentido a la historia de Israel. Como había sucedido con Israel, Jesús era el Hijo de Dios sacado de Egipto (Mat. 2:15; Os. 11:1). El sufrimiento de las madres de Israel (Jer. 31:15) tuvo eco en las madres de Belén (Mat. 2:17-18). En ambos casos se anunciaba el destino del niño Jesús, que fue salvado solo para morir más tarde.

                  Lucas y Hechos se ocupan especialmente de los sufrimientos de Cristo y Su posterior glorificación como cumplimiento de las expectativas de todo el AT, la Ley, los Profetas y los Escritos (Luc. 24:25- 26,44-47; Hech. 3:18; 13:27-41). Jesús interpretó Su viaje a Jerusalén como un segundo “éxodo” (Luc. 9:31), un hecho que traería como resultado la libertad para el pueblo de Dios.

                  Para Juan, el hecho de que la gente no reconociera a Dios por medio de las señales de Jesús ni aceptara Su testimonio, se explicaba como el cumplimiento de las Escrituras (12:37-41, comp. Mar. 4:11-12). Juan también veía los detalles de la historia de la pasión de Jesús como elementos que cumplieron las Escrituras (Juan 19:24,28; Sal. 22:18; 69:21). El cumplimiento tipológico donde Jesús equivalía a las instituciones veterotestamentarias es más común que el cumplimiento que lo relaciona con las profecías futuras. Jesús era “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29); probablemente una referencia al cordero de la Pascua (Juan 19:14). Al igual que Bet-el (Gén. 28:12), Jesús ofreció acceso entre el cielo y la tierra (Juan 1:51). En Caná, el regalo del vino por parte de Jesús corresponde a las bendiciones futuras de Dios (Juan 2:1-11; Isa. 25:6; Joel 3:18; Amós 9:13; Zac. 9:17). El cuerpo de Jesús que sería derribado y resucitado se identificó con el templo (Juan 2:19,21). Al ser levantado en la cruz (Juan 3:14), Cristo equivalía a la serpiente que Moisés levantó en el desierto (Núm. 21:9). De la misma manera, cuando Cristo dio Su vida, fue el equivalente del maná vivificador que cayó del cielo (Juan 6:31-32; Ex. 16:15). Con frecuencia, las referencias al tiempo en el Evangelio de Juan sugieren que Jesús dio nuevo sentido a las celebraciones de Israel (Pascua, 2:13; 6:4; 11:55; enramadas, 7:10; la dedicación, 10:22).

                  El apóstol Pablo habló de Cristo como aquel en quien “todas las promesas de Dios son en él SÍ” (2 Cor. 1:20). Así como Juan, Pablo usó frecuentemente las tipologías. Cristo fue tipificado por Adán (Rom. 5:12-21; 1 Cor. 15:22,45-49), por la roca en el desierto (1 Cor. 10:4), y por el cordero de Pascua (1 Cor. 5:7). Frases relacionadas con el tiempo como, “el tiempo se ha cumplido”, señalan momentos ordenados por Dios; por ejemplo, el tiempo del ministerio de Cristo (Mar. 1:15; Gál. 4:4; Ef. 1:10), el período de la dominación gentil sobre Israel (Luc. 21:24), o el tiempo de la aparición del hombre de pecado (2 Tes. 2:6).


                  Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.


                  Foto por Aaron Burden, en Unsplash

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                  • ¿QUÉ ES EL TÉRMINO «CULPA»? $ USD

                    Por E. Ray Clendenen

                    Responsabilidad de un individuo o de un grupo por una ofensa o mala acción. En el AT, asham y sus derivados son las palabras hebreas más comunes para referirse a “culpa, ser culpable” (Gén. 26:10; Esd. 9:6,7,13,15; Sal. 69:5; además se utiliza para aludir a la ofrenda por la culpa, también conocida como ofrenda propiciatoria, por el pecado o de restitución). Aunque la enseñanza del NT sobre el pecado y sus consecuencias es bastante clara, las referencias explícitas a “culpa” son menos frecuentes. Las palabras griegas que se utilizan en el NT para “culpa” son: enochos, “culpable, responsable” (Mat. 13:41; Mar. 3:29; 1 Cor. 11:27; Sant. 2:10); opheilo, “deuda, obligación” (Mat. 6:12; 18:24,28,30; Luc. 7:41; Rom. 4:4), y aitia, “motivo de castigo” (Luc. 23:4,14,22; Hech. 28:18).

                    La Biblia enseña que violar la ley moral de Dios (es decir, pecar; 1 Juan 3:4), ya sea a través de una acción o una actitud, produce de inmediato un estado de culpabilidad ante Dios que requiere castigo o expiación. El resultado del pecado es la culpa, sea miembro de la comunidad redimida de Dios o no (comp. Ezeq. 25:12; Amós 1:3-2:16; Hab. 1:11).

                    En tanto que esta comunidad tiene más responsabilidad de obedecer la ley escrita de Dios, todos los seres humanos son responsables de guardar la ley moral divina (Rom. 2:14-15). El pacto que Dios hizo con la humanidad en Adán, donde estableció que la obediencia daría como resultado bendición y la desobediencia castigo, es la base de la culpabilidad universal (Gén. 2:16-17; 3:17-19,22-24; Os. 6:7; Rom. 7:7-12; 10:5). Cuando Adán eligió desobedecer a Dios, hizo culpable a la humanidad ante Él y, por lo tanto, la sometió a Su ira y la hizo merecedora de la muerte (Rom. 5:12-21; Ef. 2:1-3). El principio referente a que el pecado de ciertos individuos puede hacer culpable a un grupo se puede observar también en pasajes como Lev. 4:3, “Si el sacerdote ungido pecare según el pecado del pueblo, ofrecerá a Jehová, por su pecado que habrá cometido, un becerro sin defecto para expiación” (ver también Gén. 26:10; Jos. 7:1; 1 Crón. 21:3).

                    Además, cada persona es culpable por el pecado que comete (1 Rey. 8:46; Sal. 51:5; 58:3; 143:2; Rom. 3:9-23; 1 Juan 1:8). Incluso la violación de un solo mandamiento de Dios produce condenación (Gál. 3:10; Sant. 2:10-11), y la Biblia enseña que Dios tiene conocimiento y registro de todos los pecados (Ecl. 12:14; Mat. 12:36; Luc. 12:2-3; Rom. 2:16).

                    Por ser justo, Dios no puede pasar por alto la culpa que resulta del pecado (Prov. 11:21; Hab. 1:13). La “paga” del pecado es muerte (Rom. 6:23), y Dios no puede dejar la culpa sin castigo y seguir siendo justo (Ex. 34:7; Núm. 14:18; Deut. 7:10; Nah. 1:3). La única manera en que puede perdonar nuestro pecado es por medio de Cristo, a quien le imputa el pecado y en quien lo castiga, “con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús” (Rom. 3:26; ver también Isa. 53:6,12; Juan 1:29; 2 Cor. 5:21; Gál. 3:13; Heb. 9:26-28; 1 Ped. 2:24). El resultado es que no hay “condenación” para los que están “en Cristo”, los que por medio de la fe han sido librados de la culpa (Rom. 8:1).

                    La presencia o ausencia de sentimiento o comprensión de la culpa no es indicativo confiable de que esta verdaderamente exista porque el corazón es más engañoso que todas las cosas (Jer. 17:9). Quienes se consideran “justos”, es decir, los que no tienen sentimiento de culpa, pueden no obstante ser culpables (Mat. 5:20; 9:10-13), y los que se sienten plagados de dudas personales pueden, de todas maneras, ser justos ante Dios (comp. 1 Cor. 8:7). Por otro lado, la Biblia provee numerosos ejemplos sobre la angustia emocional que produce el pecado (Sal. 32:1-5; 38; 51; Mat. 27:3-5; Luc. 22:62).


                    Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.


                    Foto por Melanie Wasser, en Unsplash

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                    • TÉRMINOS «CRUZ-CRUCIFIXIÓN» $ USD

                      SIGNIFICADO TEOLÓGICO

                      Por Grant Osborne

                      Jesús mismo estableció la interpretación primariamente figurativa de la cruz como un llamado a someterse por completo a Dios. La utilizó cinco veces como símbolo del discipulado verdadero en términos de auto negación, de tomar la cruz y de seguir a Jesús (Mar. 8:34; 10:38; Mat. 16:24; Luc. 9:23; 14:27). Él tomó como base la práctica romana de acarrear la cruz hasta el lugar de la ejecución, para graficar dos enseñanzas prácticas: la muerte del yo, que incluía el sacrificio del individualismo con el propósito de seguir completamente a Jesús; y la disposición a imitar a Jesús de modo pleno, aun hasta el extremo del martirio.

                      El símbolo de Pablo de la vida crucificada está íntimamente relacionado. Conversión significa que el individuo “ya no vive” sino que es remplazado por Cristo y la fe en Él (Gál. 2:20). Los deseos centrados en el yo son clavados en la cruz (Gál. 5:24) y los intereses mundanos están muertos (Gál. 6:14). En Rom. 6:1-8, somos “sepultados con él” (utilizando la imagen del bautismo), lo que trae como resultado que resucitemos “en vida nueva” (v.4). Esto se amplía en 2 Cor. 5:14-17. El creyente reconstruye la muerte y resurrección al hacer morir el viejo yo y vestirse del nuevo. En un sentido, es una acción pasada que se experimenta en la conversión. Aun así, según Ef. 4:22,24 también es un acto del presente que se experimenta en la vida colectiva de la iglesia. En otras palabras, tanto en la conversión como en el crecimiento espiritual, el creyente debe revivir la cruz antes de experimentar la vida resucitada. La paradoja cristiana es que la muerte es el sendero hacia la vida.


                      Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.


                      Foto por Aaron Burden, en Unsplash

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                        SIGNIFICADO TEOLÓGICO

                        Por Grant Osborne

                        En tanto que una teología de la cruz se puede encontrar fundamentalmente en los escritos de Pablo, este tema se remonta a una época anterior a él, tal como se puede demostrar en los “credos” (declaraciones de fe o enseñanza) que él citó. Por ejemplo, 1 Cor. 15:3-5 dice que Pablo había recibido y que luego les había enseñado a los corintios la verdad de que Jesús “murió por nuestros pecados conforme a las Escrituras”. Tres temas importantes están entretejidos en esta declaración y en otros credos (Rom. 4:25; 6:1-8; 8:32; Col. 2:11,12; 1 Tim. 3:16; Heb. 1:3,4; 1 Ped. 1:21; 3:18-22): la muerte de Jesús como nuestro sustituto (de Isa. 53:5; comp. Mar. 10:45; 14:24); la muertey resurrección de Jesús como cumplimiento de las Escrituras; y la reivindicación y exaltación de Jesús llevada a cabo por Dios.

                        Para Pablo, la “palabra de la cruz” (1 Cor. 1:18) es el corazón del evangelio, y la predicación de la cruz es el alma de la misión de la iglesia. “Cristo crucificado” (1 Cor. 1:23; comp. 2:2; Gál. 3:1) es más que la base de nuestra salvación; la cruz fue el acontecimiento central de la historia, el momento particular que demostró el control de Dios sobre la historia humana y Su participación en ella. En 1 Cor. 1:17–2:16, Pablo hace un contraste entre la “locura” del “mensaje de la cruz” frente a la “sabiduría” humana (1:17,18), ya que la salvación solo se puede encontrar en la cruz, y “el poder de Dios” solamente se puede ver en la locura del “mensaje de la cruz” y en la “debilidad” (1:21,25). Jesús en Su humildad obtuvo la gloria en virtud de Su sufrimiento; solo el crucificado podía convertirse en el resucitado (1:26-30). Dicho mensaje indudablemente se consideraba una locura en el siglo I. Historiadores romanos como Tácito y Suetonio miraban con desprecio la idea de un “Dios crucificado”.

                        La cruz es la base de nuestra salvación en las epístolas de Pablo (Rom. 3:24,25; Ef. 2:16; Col. 1:20; 2:14), mientras que en el libro de los Hechos se enfatiza como esencia la resurrección (Hech. 2:33-36; 3:19-21; 5:31). Romanos 4:25 presenta ambos énfasis. Lo más probable es que la razón del énfasis distinto se advierta más claramente al observar que Hechos presenta una crónica de la predicación de la iglesia primitiva (donde la resurrección es el fundamento apologético de nuestra salvación) y las epístolas desarrollan la enseñanza de esa iglesia (donde la base teológica de nuestra salvación es la crucifixión). Los tres términos importantes son: “redención”, que enfatiza el “pago del rescate” que efectuó la sangre de Jesús al librarnos del pecado (Tito 2:14; 1 Ped. 1:18); “propiciación”, que se refiere a la muerte de Jesús que “satisface” la ira del Dios justo (Rom. 3:25; Heb. 2:17); y “justificación”, que describe los resultados de la cruz, la “absolución” (“declarar justo”) de nuestra culpa (Rom. 3:24; 4:25; Gál. 2:16-21; 3:24).

                        La cruz ciertamente hizo aún más que procurar salvación. Forjó una unidad nueva entre los judíos y los gentiles al derribar “la pared intermedia de separación” y “crear… de los dos un solo” cuerpo (Ef. 2:14,15); en consecuencia, esto produce la “paz” al crear un nuevo acceso al Padre (v.18). Además, la cruz actuó “despojando” a las “potestades” demoníacas y concibió el triunfo final sobre Satanás y sus huestes, y forzó a esos ejércitos espirituales a seguir a su séquito en una procesión victoriosa (Col. 2:15). La cruz fue el gran error de Satanás. Cuando él entró en Judas para que traicionara a Jesús, no se dio cuenta de que la cruz se convertiría en su gran derrota. Solo pudo reaccionar con ira llena de frustración al saber que “tiene poco tiempo” (Apoc. 12:12). Satanás participó de su propia destrucción.

                        CONTINUARA…


                        Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.


                        Foto por Aaron Burden, en Unsplash

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                          Por Grant Osborne

                          CRUCIFIXIÓN DE JESÚS

                          Jesús predijo muchas veces Su futura crucifixión. Los Evangelios Sinópticos mencionan por lo menos tres ocasiones (Mar. 8:31; 9:31; 10:33,34 y paralelos), mientras que Juan registra otras tres (3:14; 8:28; 12:32,33). Se predicen varios aspectos de la pasión de Jesús: (1) ocurrió por necesidad divina (“necesario” en Mar. 8:31); (2) tanto los judíos (“que lo entregaron”) como los romanos (“que lo mataron”) fueron culpables (Mat. 9:31); (3) Jesús sería reivindicado a través de la resurrección de entre los muertos; (4) la muerte misma implicaba gloria (se observa en las expresiones relacionadas con “levantar” que abarcaba la exaltación en Juan 3:14; 8:28; 12:32,33).

                          La narración de la crucifixión de Jesús en los Evangelios enfatizaba la culpabilidad de los judíos, pero los cuatro separan cuidadosamente a los líderes del pueblo que habían respaldado a Jesús en todo momento y que, al final, fue arrastrado por esos líderes. Sin embargo, la culpabilidad romana también es obvia. Al Sanedrín ya no se le permitía aplicar la pena capital; solo podían hacerlo los romanos. Más aún, solamente los soldados romanos la podían llevar a cabo. Se siguieron las costumbres romanas al aplicar los azotes, al entronarlo en medio de burlas, al acarrear la cruz y al consumar la crucifixión. La ubicación en una colina y el tamaño de la cruz (el uso de la varilla con el hisopo muestra que medía entre 2 y 3 m [7 a 9 pies] de altura) demuestran que deseaban exhibir públicamente a un “criminal”. Los elementos judíos de la crucifixión de Jesús fueron el vino mezclado con mirra (Mar. 15:23), el hisopo con vinagre (Mar. 15:36) y la remoción del cuerpo de Jesús de la cruz antes del crepúsculo (Juan 19:31).

                          Los cuatro Evangelios observan la crucifixión de Jesús desde cuatro puntos estratégicos diferentes y enfatizan aspectos distintos del significado de Su muerte. Marcos y Mateo se centran en el horror de matar al Hijo de Dios. Marcos enfatiza el significado mesiánico al utilizar las burlas de la multitud, que le decía “sálvate a ti mismo” (15:30,31) como una profecía inconsciente que señalaba hacia la resurrección. Mateo fue más lejos que Marcos al señalar a Jesús como el Mesías que enfrentó Su destino con un completo control de la situación. La vindicación de Jesús no solo se evidenció en la ruptura del velo y en el testimonio del centurión (Mat. 27:51,54 en un paralelo con Marcos), sino además en la resurrección asombrosa de los santos del AT (vv.52,53), algo que asocia la cruz con la tumba abierta. Para Mateo, la cruz inauguró los días postreros cuando el poder de la muerte es quebrantado y la salvación se derrama sobre todos.

                          Lucas quizás tenga el retrato más singular al presentar dos aspectos fundamentales: Jesús como el arquetipo del mártir justo que perdona a Sus enemigos, y la crucifixión como una escena asombrosa de reverencia y adoración. Lucas omitió los aspectos negativos de la crucifixión (terremoto, vino con mirra, clamor de abandono) y anuló las burlas cuando las multitudes “se volvían golpeándose el pecho” (23:48). Lucas fue el único que incluyó tres expresiones de Jesús relacionadas con la oración: “Padre, perdónalos” (v.34, en contraste con la burla); “hoy estarás conmigo en el paraíso” (v.43, en respuesta a la oración del criminal); y “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (v.46). Un maravilloso sentimiento de quietud y adoración colorean el retrato de Lucas.

                          La narración de Juan tal vez sea la más dramática. Todos los elementos negativos desaparecen, aun más de lo que sucede en el caso de Lucas (la oscuridad y las burlas al igual que las cosas que también faltan en Lucas), y una atmósfera de calma caracteriza la escena. En el corazón mismo de la situación se observa el control soberano que Jesús posee de toda la escena. La cruz se convierte en Su trono. Juan destacó que la inscripción de la cruz (“JESÚS NAZARENO, REY DE LOS JUDÍOS”) se escribió en arameo, en latín y en griego (19:19,20) y se convirtió así en una proclamación universal de la condición real de Jesús. A lo largo del relato y hasta la exclamación final, “Consumado es” (v.30), Jesús tuvo pleno control de lo que ocurría.

                          No se puede entender la crucifixión de Jesús hasta tanto se consideren los cuatro Evangelios en conjunto. Todos los énfasis (el enfoque mesiánico, Jesús como el Hijo de Dios y el mártir justo, la naturaleza sacrificial de Su muerte, la cruz como Su trono) son necesarios para obtener un cuadro completo del significado de Su crucifixión.

                          CONTINUARA…


                          Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.


                          Foto por Aaron Burden, en Unsplash

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