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- TÉRMINO «ÉTICA» $ USD
Parte II
El contenido de la ética bíblica
La ética bíblica se fundamenta en toda la revelación de la Biblia. El Decálogo y sus expansiones en los otros tres códigos legales básicos se unen al Sermón del Monte en Mateo 5–7 y el Sermón del Llano en Lucas 6:17-49 como textos fundamentales de la enseñanza bíblica en el orden moral y ético. Todos los otros textos bíblicos, o sea, las narraciones de las acciones incorrectas, la colección de Proverbios, las solicitudes personales de cartas, todo contribuye al conocimiento de la ética bíblica. La Biblia no ofrece una lista de donde podamos elegir. Insiste sobre un estilo de vida y llama a ponerlo en práctica.
Varios ejemplos del contenido de la ética bíblica pueden ayudar a entender mejor de qué manera el carácter de Dios, en particular Su santidad, establece la norma para todas las decisiones morales.
Honrar o respetar a los padres era una de las primeras aplicaciones de lo que implicaba la santidad, según Lev. 19:1-3. Esto no debería sorprender, ya que uno de los primeros mandatos que Dios dio en Gén. 2:23-24 establece que la relación monogámica es el fundamento y la piedra angular de la familia.
Marido y mujer debían ser iguales ante Dios. La esposa no era una simple posesión, un bien ni solamente una “procreadora”. No era solo regalo “del Señor” (Prov. 19:14) y “corona” de su esposo (Prov. 12:4), sino también “una fuerza igual” a él (la palabra “ayuda” en Gén. 2:18 NVI, se traduce mejor “fuerza, poder”). El requisito de honrar a los padres no podía darse como excusa para no asumir la responsabilidad de ayudar a los pobres, a los huérfanos y a las viudas (Lev. 25:35; Deut. 15:7-11; Job 29:12-16; 31:16-22; Isa. 58; Amós 4:1-2; 5:12). Los oprimidos debían hallar consuelo en el pueblo de Dios y en sus autoridades.
De igual manera, la vida humana se debía considerar tan sagrada que al asesinato premeditado le correspondía el castigo de la pena capital a fin de mostrar respeto hacia las víctimas afectadas, creadas a la imagen de Dios (Gén. 9:5-6). De esta manera, la vida de todas las personas, ya sea las que no habían nacido y que aún estaban en el útero (Ex. 21:22-25; Sal. 139:13-6) o aquellas que provenían de una nación conquistada (Isa. 10; Hab. 3), para Dios tenían un valor infinito.
La sexualidad humana era un regalo de Dios. No era una maldición ni una invención del diablo. Fue concebida para la relación matrimonial y para disfrutar (Prov. 5:15-21), no solo para procrear. La fornicación estaba prohibida (1 Tes. 4:1-8). Las aberraciones sexuales, tales como la homosexualidad (Lev. 18:22; 20:13; Deut. 23:17) o el bestialismo (Ex. 22:19; Lev. 18:23-30; 20:15-16; Deut. 27:21) resultaban repulsivas ante la santidad de Dios y, por lo tanto, estaban condenadas.
Finalmente, mandamientos sobre la propiedad, la riqueza, las posesiones y el interés por la verdad sentaron nuevas normas. Estas iban en contra de la propensión humana universal a la codicia, a valorar las cosas por encima de las personas y a preferir la mentira como alternativa de la verdad. No importa cuántos temas nuevos se abarcarán en el discurso ético, el resultado final permanecía donde el último mandamiento lo había colocado: los motivos y las intenciones del corazón. Por esto la santidad en el ámbito de la ética comenzaba con el “temor de Yahvéh” (Prov. 1:7; 9:10; 15:33).
El resumen de instrucción ética más importante lo dio nuestro Señor en Mateo 22:37-39: amar a Dios y amar al prójimo. También estaba la “regla de oro” de Mateo 7:12. La mejor manifestación de este amor era la disposición a perdonar a los demás (Mat. 6:12-15; 18:21-35; Luc. 12:13-34).
El NT, al igual que el AT, incluye como parte de su enseñanza la ética social y el deber que uno tiene hacia el estado. Puesto que el reino de Dios estaba obrando en el mundo, era necesario que la sal y la luz también estuvieran presentes en la vida santa.
Mientras ambos Testamentos comparten la misma posición en temas como casamiento y divorcio, el NT a menudo adoptaba en forma explícita sanciones diferentes. Así, en el caso del incesto mencionado en 1 Cor. 5 se recomienda la disciplina aplicada por la iglesia antes que la lapidación.
La principal diferencia entre los dos Testamentos es que el NT presenta a Jesús como el nuevo ejemplo de obediencia incondicional a la voluntad y a la ley de Dios. Jesús no vino a abolir el AT sino a cumplirlo. El NT está lleno de exhortaciones a vivir de acuerdo a las palabras y a andar en la senda propuesta por Jesús de Nazaret, el Mesías (1 Cor. 11:1; 1 Tes. 1:6; 1 Ped. 2:21-25).
Algunas motivaciones para vivir vidas éticas y morales llegan desde el AT, pero se le agregan la proximidad del reino de Dios (Mar. 1:15); la gratitud por la gracia de Dios manifestada en Cristo (Rom. 5:8); y la obra consumada de la redención, la expiación y la resurrección del Señor (1 Cor. 15:20- 21). Al igual que en el AT, el amor es una motivación poderosa; con todo, no ocupa el lugar de la ley. El amor no constituye la ley; es una palabra que dice “cómo” pero que nunca nos va a decir “qué” debemos hacer. El amor es el cumplimiento de la ley (Rom. 13:9) porque nos induce a cumplir con lo que la ley enseña. Por lo tanto, el amor crea afinidad con el objeto amado y afecto hacia él. Proporciona una obediencia voluntaria y alegre más que una aceptación forzada y coercitiva.
Finalmente, el contenido de la ética bíblica no es solo personal sino de amplio alcance. Las cartas de Pablo y de Pedro enumeran un amplio espectro de deberes éticos; hacia nuestro prójimo, respeto por el gobierno civil y sus deberes, el significado espiritual del trabajo, la responsabilidad en el manejo de las posesiones y las riquezas, y mucho más. La ética que exigen y aprueban las Escrituras tiene como parámetro y fuente la santidad de la Deidad; el amor a Dios como fuerza motivadora; la ley de Dios como se la encuentra en el Decálogo y el Sermón del Monte, como su principio directivo, y la gloria de Dios como la meta que lo gobierna.
Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.
Foto por Aaron Burden, en Unsplash
- TÉRMINO «ESPERANZA ESCATOLÓGICA» $ USD
Por Lorin L. Cranford
Expectativa para después de la muerte y en cuanto a un nuevo mundo cuando Dios ponga fin a este.
La esperanza se centra en la expectativa de la consumación de la salvación individual en el fin de los tiempos. Con la venida del orden eterno cuando Cristo regrese, la esperanza del creyente se convierte en una realidad de experiencia más que en una expectativa de experiencia futura (Rom. 8:24- 25). Esta orientación escatológica de la esperanza neotestamentaria surge de la anticipación profética en el AT con respecto a la futura liberación por parte de Dios (Isa. 25:9; ver especialmente el uso paulino de Isa. 11:10 en Rom. 15:12).
Términos del Antiguo Testamento
En el AT hebreo se usan diversos términos para transmitir la idea de esperanza: qawah (ser tironeado hacia delante, anhelar, esperar en [con Dios como objeto, 26 veces]), yachal (esperar, anhelar [a Dios, 27 veces]), chakah (esperar [a Dios, 7 veces]), sabar (esperar, confiar [en Dios, 4 veces]). Los sustantivos correspondientes no se usan con frecuencia; y solo 9 veces en relación con la esperanza en Dios. De las 146 veces que aparecen estos verbos o sustantivos, solamente la mitad se refiere a una realidad espiritual en lugar de tener un sentido no religioso. De estos 73 usos con sentido religioso, el concepto de esperanza está estrechamente relacionado con la confianza. Dios es la base y el objeto frecuente de la esperanza; “esperar en Jehová”, “confiar en Jehová” son expresiones comunes. En la esperanza en Dios está implícita la sumisión a Su gobierno soberano. Por consiguiente, la esperanza y el temor a Yahvéh a menudo se expresan juntos (Sal. 33:18-20; 147:11; Prov. 23:17-18). Esperar en Dios es sentir temor reverencial hacia Él y Su poder, con la confianza de que cumplirá fielmente Su Palabra. Por lo tanto, la esperanza se convierte en confianza en el carácter justo de Yahvéh.
Entre ambos Testamentos
En el período intertestamentario, la esperanza escatológica ocupó un lugar prominente pero también confuso por las diversas expectativas. Con frecuencia se orientaba hacia la expectación de la venida del Mesías y la restauración del reino de Israel. Con el surgimiento de numerosos individuos que hacían afirmaciones mesiánicas y despertaban expectativas de la gente para luego derrumbarse en derrota y destrucción, la esperanza de Israel adquirió un tono pesimista, especialmente en el pensamiento rabínico. El reino de Dios no podría ser restablecido antes de que Israel lograra obediencia completa a la ley.
Esta incertidumbre nacional tendió a producir incertidumbre personal sobre qué significaba la obediencia requerida para complacer a Dios, y así asegurarse la resurrección del cuerpo y la inclusión en el reino mesiánico venidero. En contraste con esta visión pesimista, en Qumrán encontramos esperanza escatológica confiada. No obstante, esta confianza era posible solamente para el grupo selecto que constituían los elegidos de Dios. En el judaísmo helenístico, la esperanza estaba inmersa en el concepto griego de la inmortalidad del alma, como lo demuestran los escritos de Filón.
Nuevo Testamento
Los escritores del NT expresan el concepto de esperanza principalmente con la palabra griega elpis y sus cognados. En Mat. 24:50 (también en Luc. 12:46) y en 2 Pe. 3:12-14 se ve el uso de la esperanza en relación con el regreso de Cristo. En la enseñanza de Jesús sobre estar alerta, no estar atento a la venida del Hijo del hombre puede ser desastroso. En 2 Pedro, esta expectativa sobre el día del Señor se convierte en incentivo para la vida santa. En ambos pasajes, el elemento de incertidumbre asociado frecuentemente con la palabra griega desapareció y es remplazado por un sentido de confianza basada en la promesa del Señor de que volvería.
Contenido de la esperanza
Los objetos de las diversas palabras griegas relacionadas con esperanza ayudan a entender lo que esta constituye. Lo fundamental es la expectativa del regreso de Cristo, descrita como la “manifestación de nuestro Señor Jesucristo” (1 Cor. 1:7) y como “la venida del día de Dios” (parousia, 2 Ped. 3:12), o simplemente como “la esperanza en nuestro Señor Jesucristo” (1 Tes. 1:3; comp. Luc. 12:36; Fil. 3:20; Heb. 9:28). Esta expectativa constituye una esperanza bienaventurada y se define como “la manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (Tito 2:13, comp. Rom. 5:2; Col. 1:27). Junto a esta manifestación de Cristo se encuentra la expectación de un cielo nuevo y una tierra nueva (2 Ped. 3:13; Apoc. 21:1); la resurrección de los justos y los pecadores (Hech. 24:15); la manifestación de los hijos de Dios (Rom. 8:19); nuestra adopción como hijos que se define como redención de nuestro cuerpo (Rom. 8:23); la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna (Jud. 21); la gracia de Dios (1 Ped. 1:13). Así como Abraham esperaba la Ciudad Santa, el creyente también la espera (Heb. 11:10). La esperanza de Israel en la promesa de Dios se cumple en la resurrección (Hech. 26:6- 8). Esto constituye la esperanza de la vida eterna prometida mucho tiempo antes (Tito 1:2; 3:7), de salvación (1 Tes. 5:8) y de justicia (Gál. 5:5). La base de esta esperanza está en Dios. Ponemos la esperanza en Él, que es el Salvador de toda la humanidad (1 Tim. 4:10; 5:5; Rom. 15:12; 1 Ped. 1:21), más que en las riquezas inciertas (1 Tim. 6:17); ponemos la esperanza en Su nombre (Mat. 12:21), o en Cristo (1 Cor. 15:19). Esta esperanza está estrechamente ligada al evangelio (Col. 1:23), a nuestro llamado en Su gracia (Ef. 1:18; 4:4), y a la fe y la presencia del Espíritu Santo (Gál. 5:5). Es una esperanza viva y dinámica (1 Ped. 1:3) que motiva a la persona a llevar una vida justa y santa (2 Ped. 3:14). Así se presenta como integrante de la tríada cristiana de fe, esperanza y amor (1 Cor. 13:13; 1 Tes. 1:3; 1:4-5).
Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.
Foto por Marc-Olivier Jodoin, en Unsplash
- TÉRMINO «DUELO» $ USD
Por John W. Drakeford y E. Ray Clendenen
Prácticas y emociones asociadas con la experiencia de la muerte de un ser amado u otra catástrofe o tragedia. Cuando en la Biblia se menciona la muerte, generalmente se relaciona con la experiencia de alguien desconsolado que siempre responde de manera inmediata y exteriorizada, y sin ninguna clase de reservas. La Biblia relata el duelo de Abraham por Sara (Gén. 23:2). Jacob hizo duelo por José porque pensaba que estaba muerto: “Entonces Jacob rasgó sus vestidos, y puso cilicio sobre sus lomos, y guardó luto por su hijo muchos días. Y se levantaron todos sus hijos y todas sus hijas para consolarlo; mas él no quiso recibir consuelo, y dijo: Descenderé enlutado a mi hijo hasta el Seol. Y lo lloró su padre.” (Gén. 37:34-35). Los egipcios hicieron duelo por Jacob durante 70 días (Gén. 50:3). Generalmente se guardaban 30 días de duelo por los líderes: Aarón (Núm. 20:29); Moisés (Deut. 34:8) y Samuel (1 Sam. 25:1). David lideró al pueblo mientras hacía duelo por Abner (2 Sam. 3:31-32).
María y Marta lloraron por la muerte de su hermano Lázaro (Juan 11:31). Juan escribió que “Jesús lloró” al ver a María y a sus amigos llorando (Juan 11:35). El llanto en aquella época, al igual que ahora, era la principal muestra de dolor. Las lágrimas se mencionan repetidas veces en la Biblia (Sal. 42:3; 56:8). El lamento en voz alta (llorar a gritos) también caracterizaba el duelo; tal es el caso del profeta que gritó “¡Ay, hermano mío!” (1 Rey. 13:30; comp. Ex. 12:30; Jer. 22:18; Mar. 5:38).
A veces la gente rasgaba sus vestiduras (Gén. 37:29,34; Job 1:20; 2:12), evitaba lavarse y realizar otras actividades normales (2 Sam. 14:2), y a menudo se ceñía de cilicio: “Entonces dijo David a Joab, y a todo el pueblo que con él estaba: Rasgad vuestros vestidos, y ceñíos de cilicio, y haced duelo delante de Abner” (2 Sam. 3:31; Isa. 22:12; Mat. 11:21). El cilicio era un material oscuro que se hacía con pelo de oveja o camello (Apoc. 6:12) y se utilizaba para elaborar sacos de grano (Gén. 42:25). Se usaba en lugar de otra vestimenta, o tal vez debajo de ella, y se ataba alrededor de lacintura por fuera de la túnica (Gén. 37:34; Juan 3:6). A veces los que hacían duelo se sentaban o se acostaban sobre el cilicio (2 Sam. 21:10). Lasmujeres usaban vestimenta negra u oscura: “envió Joab a Tecoa, y tomó de allá una mujer astuta, y le dijo: Yo te ruego que finjas estar de duelo,y te vistas ropas de luto, y no te unjas con óleo, sino preséntate como una mujer que desde mucho tiempo está de duelo por algún muerto” (2 Sam. 14:2). Los que estaban de duelo también se cubrían la cabeza: “Y David subió la cuesta de los Olivos; y la subió llorando, llevando la cabeza cubierta y los pies descalzos. También todo el pueblo que tenía consigo cubrió cada uno su cabeza,e iban llorando mientras subían” (2 Sam. 15:30). Los que hacían duelo generalmente se sentaban en el suelo, descalzos, con las manos sobre la cabeza (Miq. 1:8; 2 Sam. 12:20; 13:19; Ezeq. 24:17) y se arrojaban ceniza o polvo sobre la cabeza o el cuerpo (Jos. 7:6; Jer. 6:26; Lam. 2:10; Ezeq. 27:30; Est. 4:1). Incluso se cortaban el pelo, la barba o la piel (Jer. 16:6; 41:5; Miq. 1:16), aunque este tipo de prácticas en el cuerpo estaban prohibidas porque eran paganas (Lev. 19:27-28; 21:5; Deut. 14:1). A veces se hacía ayuno; por lo general solo durante el día (2 Sam. 1:12; 3:35), y tradicionalmente durante siete jornadas (Gén. 50:10; 1 Sam. 31:13). Sin embargo, los amigos proporcionaban comida porque no se podía preparar en una casa que se consideraba impura por la presencia del muerto (Jer. 16:7).
No solo hacían duelo los parientes sino que también contrataban plañideras profesionales (Ecl. 12:5; Amós 5:16). La referencia de Jer. 9:17 a las “plañideras” sugiere que esas mujeres practicaban ciertas técnicas. Cuando Jesús fue a la casa de Jairo para curar a su hija, “vio a los que tocaban flautas, y la gente que hacía alboroto” (Mat. 9:23).
Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.
Foto por Samuel Rios, en Unsplash
- TÉRMINO «DONES ESPIRITUALES» $ USD
Por Chad Brand
La frase “dones espirituales” se emplea comúnmente para referirse a la capacidad que Dios les da a los creyentes para el servicio. Las Escrituras emplean estos términos de manera específica: “dones” (gr. domata, Ef. 4:8); “dones espirituales” (pneumatika, 1 Cor. 12:1); “gracia” (charismata, Rom 12:6; 1 Cor. 12:4,9,28, 30,31; 1 Ped. 4:10); “operaciones” (energemata, 1 Cor. 12:6) y “manifestación” (phanerosis, 1 Cor. 12:7). Estos términos indican lo que Dios otorga a los creyentes para que realicen la obra del ministerio en la iglesia. Es apropiado usar la frase “dones espirituales” dado que provienen del Espíritu Santo (aunque también podría decirse que vienen del Padre a través de la obra redentora del Hijo: Ef. 4:8-11; 1 Cor. 12:5-7,11) y son otorgados por Dios de acuerdo a Sus propósitos soberanos (1 Cor. 12:11).
En las dos discusiones más largas sobre estos charismata, Pablo enfatiza la diversidad que existe en la iglesia, el cuerpo de Cristo, y que se ve reflejada en la variedad de dones espirituales (1 Cor. 12:1- 31; Rom. 12:3-8). Los eruditos han intentado clasificarlos de distintas maneras pero ninguna resulta convincente. Una de dichas clasificaciones (James D. G. Dunn) presenta estas distinciones:
- Actividades (milagros, sanidad, fe)
- Manifestaciones (revelación de Cristo, visión y éxtasis, conocimiento y sabiduría, guía)
- Palabra inspirada (proclamación, profecía, discernimiento de espíritus, enseñanza, canto, oración, lenguas, interpretación)
- Servicio (dar y cuidar, ayudar y guiar)
Otra clasificación (Bridge y Phypers) sigue este esquema:
- Líderes reconocidos de la iglesia (apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros, servidores, administradores, ayudantes)
- La iglesia en su totalidad (sabiduría, conocimiento, fe, sanidad, milagros, profecía, discernimiento, lenguas, interpretación, pobreza voluntaria, martirio, celibato, contribución, acciones de misericordia)
Es posible que haya formas más apropiadas de clasificar los dones, los cuales tienen que ser vistos en el contexto de los ministerios, pero estos ministerios se pueden entender de diferentes modos. ¿Qué son exactamente estos dones en el NT? Hay cierto desacuerdo entre los eruditos sobre la interpretación de algunos dones, pero será útil hacer algunos comentarios.
Ciertos dones parecen manifestarse de manera sumamente espectacular. El don de milagros (1 Cor. 12:28,29) se refiere a un poder que manifiesta el señorío de Cristo sobre todo lo creado. Nada está fuera de Su Señorío. La “palabra de sabiduría” (1 Cor. 12:8) tiene que ver con la capacidad para dar un consejo sabio ante cualquier circunstancia difícil. Muchos lo han experimentado en situaciones de la iglesia en que alguien tiene la capacidad de conocer la mente del Espíritu y decir las palabras correctas. A continuación aparece el ministerio de sanidad de la iglesia. Muchas personas del NT demostraron dones de sanidad sorprendentes, y estas manifestaciones estaban entre “las señales de apóstol” (2 Cor. 12:12). No obstante, algunos no eran sanados, como Pablo dice claramente: “a Trófimo dejé en Mileto enfermo” (2 Tim. 4:20), y urgió a Timoteo a tomar “un poco de vino a causa de tu estómago y de tus frecuentes enfermedades” (1 Tim. 5:23). Si bien Pablo tenía el don de sanidad (Hech. 14:6-10), queda claro que solo podía sanar a aquellos a quienes Dios quería sanar de esa manera. También puede resultar significativo que Pablo habló de “dones de sanidades” (1 Cor. 12:28, lit. gr.). El plural puede indicar que ese tipo de don puede manifestarse en más de una forma, y que la sanidad milagrosa tal vez sea solo una de las formas que asume. Otras formas pueden ser las oraciones de los ancianos por los enfermos (Sant. 5:13-16) o incluso el uso de la medicina y de la tecnología médica (ver las palabras de instrucción de Pablo a Timoteo mencionadas más arriba). Este don indica que Dios finalmente producirá la sanidad completa del cuerpo en la glorificación. Sin embargo, al igual que en otras áreas de la experiencia cristiana, hay cosas que ya tenemos pero que aún no se han completado, como sucede con la redención final del cuerpo que aguarda el regreso del Señor (Rom. 8:23; 1 Cor. 15:42-44). El “discernimiento de espíritus” (1 Cor. 12:10) puede aludir tanto a la capacidad para detectar espíritus malignos (Hech. 16:16-18) como también de tener un corazón que pueda discernir las necesidades espirituales del ser humano (Jer. 17:9,10; 1 Cor. 2:14).
Otros dones parecieran más comunes y corrientes y no parecieran venir directamente de Dios. La enseñanza, el servicio, la administración, la ayuda y la misericordia parecen más prosaicos; sin embargo, se mencionan entre los dones espirituales sin sugerir que sean de menor importancia en la iglesia. Más bien, en la analogía del cuerpo que presenta Pablo, dice claramente que los de “menor honra” (1 Cor. 12:23) son tan importantes como los más visibles y honrosos. Ninguna iglesia podría funcionar si todos quisieran tener los roles de pastor, maestro y evangelista. Estos son dones carismáticos (de gracia) al igual que la profecía y los milagros.
Los intérpretes a veces preguntan si los dones enumerados en el NT son los únicos que otorga Dios. Tal vez sea imposible responder dicha pregunta con autoridad. Lo que sí puede decirse con tranquilidad es que estos dones eran representativos de los que estaban presentes en la iglesia del primer siglo y, dado que las necesidades reales de las personas y de la iglesia no cambian, probablemente también lo sean en la iglesia actual. Estos dones pueden ser transferidos a una variedad de contextos específicos del ministerio.
Otros preguntan si todos los dones enumerados en estos pasajes todavía operan en la iglesia de hoy. No es una pregunta fácil. En primer lugar, se debe reconocer que los dones son dados de acuerdo a la soberanía del Espíritu (1 Cor. 12:11). En segundo lugar, no hay nada en estos textos que requiera que, solo porque Dios otorgó un don o ministerio especial en el pasado, está obligado a otorgarlo en cada generación. Podría darse el caso, o tal vez no, de que Dios quisiera dar algún don con un propósito temporal y que, una vez que ese propósito se cumpliera, no hubiera necesidad de otorgarlo a generaciones posteriores. En algunos períodos de la historia bíblica, los milagros y los prodigios no eran prominentes ni siquiera en la vida de algunos héroes de las Escrituras. Moisés, por ejemplo, fue testigo de muchas señales y maravillas, pero David no. Esta cuestión adquiere relevancia en relación a los dones de profecía y apostolado. Pablo les recordó a los efesios que estos dos dones constituían el fundamento de la iglesia (Ef. 2:20), y Jesús le mostró a Juan que los nombres de los apóstoles están en los cimientos de la ciudad celestial (Apoc. 21:14). Si es así, pareciera que esos dones no necesiten seguir operando, por lo menos no de la misma forma que en la primera generación de la iglesia cristiana. De otro modo, el cimiento estaría en proceso de ser colocado nuevamente en cada generación, y eso no parece coherente con estos y otros textos, lo cual no significa que estos dones hayan cesado, como si la iglesia actual hubiera perdido su poder y su objetivo. Más bien, la razón por la cual Dios otorgó alguno de esos dones puede haber sido que se utilizaran para alguna necesidad específica y que, una vez logrado el objetivo, ya no fueran necesarios. Si la profecía y el apostolado tuvieron que ver con el proceso de formación de las Escrituras cristianas, no debemos esperar que esos dones sean necesarios (por lo menos del mismo modo) como lo fueron en los primeros tiempos de la iglesia.
A pesar de que los dones son muchos, el Espíritu que los otorga es uno. Dios ha dado a la iglesia diversidad de dones, dado que las necesidades de la comunidad cristiana son amplias y complejas. La iglesia necesita instrucción, exhortación, ministerios de misericordia, administración de su programa, consolación y sanidad en tiempos de enfermedad, consejo sabio en los días oscuros y mucho más. En consecuencia, Dios le ha dado a Su pueblo una amplia gama de capacidades, y cada persona debe descubrir los dones que posee, dónde ponerlos en práctica y ser feliz con eso (1 Cor. 12:15- 25). Pero esta diversidad no debe ser causa de divisiones y peleas, ya que todos hemos sido dotados por el mismo Espíritu Santo que también mora en otros cristianos (Rom. 8:9-11; 1 Cor. 12:4-7).
Dios da dones espirituales a Su pueblo para que esté capacitado y sea eficaz en el ministerio. Todos los cristianos tienen dones (1 Cor. 12:7; Ef. 4:7), los cuales nunca se dan a los creyentes para beneficio personal ni para que de alguna manera los utilicen para sí mismos. Son dados, como dice el apóstol, “para provecho” (1 Cor. 12:7), e implican ministerio. Todos los cristianos son ministros. Todos tienen tareas que llevar a cabo en la iglesia para servir al Señor. No se espera que nadie sea solo receptor de un servicio; todo el pueblo de Dios da y recibe servicios. Las iglesias nunca podrán lograr el nivel de madurez que Cristo espera hasta tanto todos los miembros estén activos y demuestren qué dones recibieron. Esto lo demuestran mediante dedicación a los ministerios relacionados con sus dones (Ef. 4:12-16). Cuando las iglesias descubran la importancia del ministerio de cada miembro, experimentarán realmente el crecimiento del cuerpo para ser edificados en amor (Ef. 4:16).
Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.
Foto por Timothy Eberly, en Unsplash
- TÉRMINO «DISCÍPULO» $ USD
Por Robert B. Sloan
Discípulo
Seguidor de Jesucristo, especialmente los doce elegidos que siguieron a Jesús durante Su ministerio terrenal. El término “discípulo” proviene de una raíz latina. Su significado primario es “aprendiz” o “pupilo”. El término prácticamente no se encuentra en el AT, aunque hay dos referencias relacionadas (1 Crón. 25:8; Isa. 8:16).
En el mundo griego, la palabra “discípulo” normalmente se refería al adherente a un maestro particular o de una escuela religiosa/filosófica. La tarea del discípulo era aprender, estudiar y transmitir los dichos y las enseñanzas del maestro. En el judaísmo rabínico, el término “discípulo” se refería a alguien que estaba dedicado a las interpretaciones de la Escritura y la tradición religiosa que le había enseñado el maestro o rabino. A través de un proceso de aprendizaje que incluía un tiempo de reunión formal y métodos pedagógicos como preguntas y respuestas, instrucción, repetición y memorización, el discípulo crecería en su devoción al maestro y sus enseñanzas. A su tiempo, el discípulo también transmitiría las tradiciones a otros.
Los Evangelios se refieren con frecuencia a Jesús como “Maestro” (Rabbi) (Mat. 26:25,49; Mar. 9:5;10:51; 11:21; Juan 1:38,49; 3:2,26; 6:25; 20:16). Se supone que Jesús utilizó técnicas rabínicas tradicionales de enseñanza (preguntas y respuestas, discusión, memorización) para instruir a sus discípulos. Él era diferente de los rabinos en muchos aspectos. Invitó a sus discípulos con la palabra “sígueme” (Luc. 5:27). Los discípulos de los rabinos podían seleccionar a sus maestros. Jesús a menudo exigió niveles extremos de entrega personal (pérdida de familia, propiedades, etc.; Mat. 4:18-22; 10:24-42; Luc. 5:27,28; 14:25-27; 18:28-30). Pidió lealtad absoluta (Luc. 9:57-62) como el medio fundamental para hacer la voluntad de Dios (Mat. 12:49-50; Juan 7:16-18). Enseñó más como portador de la revelación divina que como eslabón en la cadena de la tradición judía (Mat. 5:21-48; 7:28,29; Mar. 4:10,11). Así fue que Jesús anunció el final de los tiempos y el largamente esperado reino de Dios (Mat. 4:17; Luc. 4:14-21,42-44).
Los Doce
Como vocero mesiánico del reino de Dios, Jesús reunió a un círculo especial de doce discípulos, una representación claramente simbólica de las doce tribus (Mat. 19:28). Al hacerlo estaba redefiniendo la identidad social judía sobre el fundamento del discipulado en relación a Jesús. Los Doce representaron un grupo único, haciendo de la palabra “discípulo” (como una referencia a los doce) un equivalente exacto a “apóstol” en aquellos contextos donde la última palabra también estaba limitada a los Doce. Las cuatro listas de los Doce en el NT (Mat. 10:1-4; Mar. 3:16-19; Luc. 6:12-16; Hech. 1:13,26) también implican en sus contextos el uso sinónimo de los términos “discípulos” / “apóstoles” cuando se utiliza para referirse a los Doce.
Un grupo más grande de seguidores
Los Evangelios demuestran claramente que la palabra “discípulo” puede aplicarse a otros aparte de los Doce. El verbo “seguir” se convirtió en un tecnicismo que Jesús usó para llamar a sus discípulos, quienes luego fueron llamados “seguidores” (Mar. 4:10). Estos incluían a una gran cantidad de personas de entre las cuales se seleccionó a los Doce (Mar. 3:7-19; Luc. 6:13-17). Este grupo más amplio de discípulos incluía a una gran variedad de hombres y mujeres (Luc. 8:1-3; 23:49). (Incluso en el grupo de los Doce había diversidad: pescadores, un recaudador de impuestos y un zelote). Sin duda Jesús era sumamente popular entre los marginados sociales y los despreciados por la religión, aunque también lo seguían algunos ricos y personas con trasfondo teológico (Luc. 8:1-3; 19:1-10; Juan 3:1-3; 12:42; 19:38,39).
Los Doce fueron enviados como representantes de Jesús, comisionados para predicar la venida del reino, echar fuera demonios y curar las enfermedades (Mat. 10:1,5-15; Mar. 6:7-13; Luc. 9:1-6). Estas tareas no estaban limitadas a los Doce (Luc. 10:1-24). Aparentemente los discípulos de Jesús al comienzo incluían a “una gran multitud de gente” (Luc. 6:17). Jesús formó a ciertos grupos más pequeños y más específicamente definidos dentro de esa “gran multitud”. Estos grupos más pequeños incluían a un grupo de “70” (Luc. 10:1,17), a los “Doce” (Mat. 11:1; Mar. 6:7; Luc. 9:1), y quizás a un grupo aún más pequeño, dentro de los doce, integrado especialmente por Pedro, Jacobo y Juan, cuyos nombres (junto con Andrés) siempre aparecen primeros en las listas de los Doce (Mat. 10:2; Mar. 3:16,17; Luc. 6:14; Hech. 1:13), cuyos llamados se destacan de modo especial (Mat. 4:18-22; Juan 1:35-42 y la tradición de que Juan es “el otro” / “discípulo amado” del Evangelio de Juan: 13:23; 19:26; 20:2; 21:20), y fueron los únicos que acompañaron a Jesús en algunas ocasiones especiales de sanidad y revelación (Mat. 17:1; Mar. 13:3; Luc. 8:51).
Todos los seguidores de Jesús
El libro de Hechos de los Apóstoles frecuentemente utiliza “discípulo” para referirse de manera general a todos aquellos que creen en el Señor resucitado (6:1,2,7; 9:1,10,19,26,38; 11:26,29). Además, la forma del verbo “discipular” como aparece en la escena de la gran comisión del Evangelio de Mateo (28:19,20), también sugiere el uso del término “discípulo” en la iglesia primitiva como un término más generalizado para todos aquellos que respondían a Jesús con fe, luego de haber escuchado y creído en el evangelio.
Conclusión
Como referencia a los Doce entonces, las palabras “apóstol” y “discípulo” podrían ser sinónimos. Sin embargo, así como el término “discípulo” podría referirse a otros seguidores de Jesús además de los Doce en la época de Su ministerio, también después de Su resurrección el término “discípulo” tuvo un significado más amplio y se aplicó claramente a todos sus seguidores. Si bien el término “apóstol” conservó un significado más específico y estuvo ligado a ciertos testigos visuales del Señor resucitado, la palabra “discípulo” tendió a perder sus asociaciones más específicas con los Doce y/o los que siguieron al Jesús histórico o vieron al Señor resucitado, y se convirtió en equivalente de “cristiano” (Hech. 11:26). Sin embargo, en todos los casos el vínculo del significado para las diferentes aplicaciones de la palabra “discípulo” era la lealtad a Jesús.
Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.
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- TÉRMINO «DILUVIO» $ USD
Por Chad Brand
Génesis 6–9 narra la historia del diluvio que cubrió toda la tierra, y de Noé, el hombre que Dios usó para salvar a seres humanos y animales.
Los acontecimientos
El diluvio y la inundación se produjeron por el pecado. Los seis primeros versículos de Gén. 6 hablan de los “hijos de Dios” que tuvieron relaciones con “las hijas de los hombres”. Algunos consideraron a “los hijos de Dios” como seres angelicales (o demoníacos), es decir, el mal en forma de demonios en convivencia con seres humanos. Es más probable que “los hijos de Dios” hayan sido los descendientes del linaje piadoso de Set, mientras que las “hijas de los hombres” fueran descendientes de la línea profana de Caín. El mal entonces consistiría en el yugo desigual entre justos e incrédulos que dominó al resto de la tierra al punto que “se corrompió la tierra delante de Dios, y estaba la tierra llena de violencia” (Gén. 6:11). Aparentemente, solo quedaba Noé. “Pero Noé halló gracia ante los ojos de Jehová” (Gén. 6:8). Era un hombre de fe, y esa fe “condenó al mundo” (Heb. 11:7).
Dios le ordenó a Noé que construyera un arca de “madera de gofer”. En ella entraron 14 ejemplares (“7 parejas”) de todos los animales puros y 2 de cada animal impuro (Gén. 7:1-5). Había más animales limpios porque, cuando terminara el diluvio, iban a ser necesarios como alimento y para los sacrificios (8:20-22; 9:2-4). Entonces Dios mandó Su juicio en forma de una lluvia que cayó sobre la tierra durante 40 días (7:17) y que prevaleció durante 150 días (7:24). Finalmente el arca se asentó sobre el Monte Ararat. Noé envió palomas tres veces hasta que la última no regresó. Luego abrió el arca, alabó a Dios, ofreció un sacrificio y recibió la promesa del pacto divino por el cual Dios no volvería a condenar al mundo con un diluvio (8:21-22).
Los temas
Pocos pasajes han despertado mayor interés que este. Se ha convertido en fuente de debates sobre ética (pena capital), teología (el pacto noeico) y apologética (las evidencias del diluvio). De esto último sobresalieron varios temas. El primero tiene que ver con los restos del arca. En los últimos 30 años se ha puesto mucho interés en fotografías que parecieran mostrar una enorme estructura de madera enterrada en la cima del Monte Ararat en Turquía. Se desconoce si esto se determinará alguna vez y si realmente se trata del arca. Segundo, hay mucha discusión sobre la existencia de pruebas del diluvio. Es como si cada semana aparecieran datos nuevos. No hace mucho, los científicos descubrieron restos de una ciudad a 300 m (100 pies) o más bajo la superficie del Mar Negro. Pareciera que ese mar no siempre estuvo allí o que no siempre fue tan extenso. Eso podría constituir prueba clara de un diluvio en la antigüedad. El tercer tema es si el diluvio fue local o universal. Los que proponen un diluvio local, algunos de los cuales son evangélicos, están en manifiesta oposición a los que sostienen un diluvio universal. Los textos del AT y del NT parecen enseñar claramente que el diluvio fue universal (Gén. 7:19-24; 2 Ped. 3:6). Sin embargo, esto no significa que una determinada forma de argumentar a favor del diluvio universal, como por ejemplo el enfoque catastrófico, sea la última palabra sobre el tema. Queda mucho por hacer. Lo que se puede afirmar es que la evidencia científica de un diluvio universal tiene mucho peso y aumenta diariamente.
Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.
Foto por Elias Null, en Unsplash
- TÉRMINO «DÍA DEL SEÑOR» $ USD
Fred A. Grissom y Naymond Keathley
Designación para el domingo, el primer día de la semana, que se emplea una sola vez en el NT (Apoc. 1:10). No obstante, la palabra griega para “del Señor” es exactamente igual que la que se utiliza en el término “cena del Señor” (1 Cor. 11:20). De hecho, la Didaché, un manual cristiano antiguo de adoración e instrucción, une ambos términos, lo cual indica que la Cena del Señor se celebraba cada día del Señor (14:1). Aquí puede radicar el origen del término. Como el primer día de la semana era la jornada en que los cristianos primitivos celebraban la Cena del Señor, se lo conoce como día del Señor, la jornada de adoración característica de los cristianos.
El relato más antiguo de una experiencia de adoración en el “primer día” se encuentra en Hech. 20:7-12. En este caso, el primer día de la semana por la noche Pablo se reunió con los cristianos de Troas para partir el pan (probablemente una referencia a la Cena del Señor). El día en sí es en cierto modo dudoso. La noche del primer día se podía referir al sábado por la noche (según los judíos) o al domingo por la noche (según los romanos). No obstante, debido a que el acontecimiento incluía a gentiles en suelo gentil, es probable que la referencia corresponda al domingo por la noche.
La importancia del domingo para los cristianos del siglo I también se percibe en 1 Cor. 16:1-2. Cuando Pablo dio las instrucciones acerca de una ofrenda especial de ayuda que deseaba llevarles a los creyentes de Jerusalén, sugirió que los corintios debían apartar su contribución semanal el primer día de la semana. Es probable que Pablo haya mencionado este día porque sabía que sus lectores acostumbraban a reunirse dicho día para adorar, y que sería una ocasión lógica para que apartaran las ofrendas.
Otros dos documentos del siglo II arrojan luz al significado del día del Señor para la iglesia primitiva. Primero, en su Epístola a los Magnesianos (aprox. 110–117 d.C.), Ignacio enfatizó la importancia del día del Señor al diferenciarla de la adoración que se ofrecía en la antigua celebración del día de reposo (9:1). Segundo, Justino Mártir (aprox. 150 d.C.) puso por escrito la primera descripción cristiana existente de una reunión de adoración. Señaló que las primeras reuniones del domingo por la mañana comenzaban con un bautismo, que incluían lecturas de las Escrituras, enseñanza expositiva y oración, y luego concluían con la celebración de la Cena del Señor (Apología 65–67).
Documentos cristianos de los siglos I y II indican que para los creyentes el domingo se convirtió rápidamente en el día específico para la adoración, pero no explican ni cómo ni por qué se produjo este cambio del día de reposo al día del Señor. Desde luego, la razón más evidente fue la resurrección de Jesús que tuvo lugar en ese primer día del Señor. Debido a que las experiencias colectivas más antiguas de los discípulos con el Señor resucitado ocurrieron la noche del domingo de Pascua (Luc. 24:36-49; Juan 20:19-23), es natural esperar que los discípulos se hayan reunido los domingos subsiguientes a esa misma hora para recordarlo en la celebración de la cena. Quizás este modelo se refleje en la reunión en Troas que aparece en Hechos 20.
Sin embargo, el cambio de horario de adoración de la noche a la mañana tal vez surgió debido a una necesidad práctica. Cuando Plinio el Joven, gobernador de Bitinia, le escribió al emperador Trajano al comienzo del siglo II, le informó que de conformidad con el edicto de Trajano en contra de las asambleas sediciosas había ordenado que ningún grupo se podía reunir por la noche, incluso los cristianos. A continuación, Plinio describía una reunión de cristianos realizada a la mañana temprano. Ante la prohibición de reunirse de noche, se juntaban para celebrar la cena a la única hora que tenían posibilidad de hacerlo el primer día de la semana: temprano por la mañana antes de ir a trabajar. Es probable que la práctica se haya extendido luego a lo largo de todo el imperio donde estaban vigentes reglamentos similares en contra de la asamblea nocturna. Aunque es probable que algunos cristianos judíos también guardaran el día de reposo, los cristianos primitivos consideraban el domingo como un día de gozo y celebración y no un sustituto del Sábat. El uso del término “día de reposo” para referirse al domingo no se popularizó hasta que los puritanos ingleses comenzaron a emplearlo después del 1500 d.C. Las evidencias de los primeros siglos demuestran que los cristianos consideraban el domingo como día para regocijarse en la nueva vida que la resurrección había traído como resultado. Otros días, los creyentes podían ayunar o arrodillarse para orar, pero el carácter gozoso del día del Señor hacía que esas acciones fueran inapropiadas para los domingos. Poco después de que el cristianismo se convirtiera en la religión del Imperio Romano, el domingo se declaró oficialmente día de descanso.
Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.
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- TÉRMINOS «CUMPLIMIENTO DEL TIEMPO – CUMPLIR» $ USD
Por Chris Church
CUMPLIMIENTO DEL TIEMPO
Traducción tradicional de dos expresiones griegas similares en Gál. 4:4 y Ef. 1:10. La primera se refiere a un acontecimiento del pasado, el envío de Cristo para redimir a los nacidos bajo la ley. Aunque el envío del Hijo de Dios abarca la totalidad del ministerio encarnado de Cristo, el NT lo relaciona específicamente con la muerte de Jesús como suceso salvífico (Juan 3:17, Rom. 8:3; 1 Jn. 4:9-10). El envío de Cristo en el cumplimiento del tiempo no se refiere tanto a las condiciones del mundo en el sentido de que el dominio del griego como idioma de habla común, los caminos romanos y la paz impuesta por Roma facilitaron la rápida dispersión del evangelio. Más bien, el énfasis está en Dios quien, al enviar a Cristo, no lo hizo como un “último intento desesperado” sino como parte de Su misericordioso plan desde el principio.
La alusión al cumplimiento del tiempo en Efesios es más difícil. Algunas traducciones consideran que el tiempo cuando todas las cosas son reunidas en Cristo corresponde al futuro (NVI); otras, al pasado. Un tema de suma importancia en Efesios es que Cristo ya destruyó la pared divisoria de enemistad entre judíos y gentiles (2:11-22; esp. 2:14,21). Por consiguiente, es probable que el cambio crucial en el tiempo transcurrido entre el pasado con su desesperanza y enemistad y la era presente de reconciliación, ya haya ocurrido.
CUMPLIR
Verbo que se usa en la Biblia en tres sentidos que merecen especial atención: un sentido ético de observar o satisfacer requisitos; un sentido profético de corresponder a lo prometido, predicho o anunciado; y un sentido temporal relacionado con la llegada de los tiempos ordenados por Dios. El sentido ético de “cumplir” aparece en el AT solo en relación a satisfacer los requerimientos de un voto (Lev. 22:21; Núm. 15:3), nunca en conexión con la ley. En el NT, Jesús se sometió al bautismo de Juan y se identificó con los pecadores para que se cumpliera “toda justicia” (Mat. 3:15); es decir, para satisfacer la expectativa de Dios para Su vida. Jesús no describió Su misión como si viniera “para abrogar la ley y los profetas” sino “para cumplir” con eso (Mat. 5:17). El NT habla repetidamente del amor como cumplimiento de la ley (Rom. 13:8-10; Gál. 5:14; Sant. 2:8).
“Cumplir” es más común en las Escrituras en el sentido profético de corresponder a lo prometido, predicho o anunciado. El cumplimiento de profecías en la vida de Jesús es un tema fundamental en el Evangelio de Mateo. La profecía de Isaías (7:14) no solo se cumplió en el nacimiento virginal de Jesús sino también en Su naturaleza de “Dios con nosotros” (Mat. 1:22-23; comp. 28:20). El ministerio de Jesús equivale a Escrituras cumplidas (Isa. 9:1-2; 53:4), tanto en palabras (Mat. 4:14-17) como en hechos (8:16-17). El mandato de Jesús de mantener el secreto de Su identidad (Mat. 12:16), y Su costumbre de enseñar por medio de parábolas (13:35) también era cumplimiento de las Escrituras (Isa. 42:1-3; Sal. 78:2), al igual que lo fue Su humilde entrada en Jerusalén (Mat. 21:4-5: Zac. 9:9). En varios puntos, la historia de la vida de Jesús dio nuevo sentido a la historia de Israel. Como había sucedido con Israel, Jesús era el Hijo de Dios sacado de Egipto (Mat. 2:15; Os. 11:1). El sufrimiento de las madres de Israel (Jer. 31:15) tuvo eco en las madres de Belén (Mat. 2:17-18). En ambos casos se anunciaba el destino del niño Jesús, que fue salvado solo para morir más tarde.
Lucas y Hechos se ocupan especialmente de los sufrimientos de Cristo y Su posterior glorificación como cumplimiento de las expectativas de todo el AT, la Ley, los Profetas y los Escritos (Luc. 24:25- 26,44-47; Hech. 3:18; 13:27-41). Jesús interpretó Su viaje a Jerusalén como un segundo “éxodo” (Luc. 9:31), un hecho que traería como resultado la libertad para el pueblo de Dios.
Para Juan, el hecho de que la gente no reconociera a Dios por medio de las señales de Jesús ni aceptara Su testimonio, se explicaba como el cumplimiento de las Escrituras (12:37-41, comp. Mar. 4:11-12). Juan también veía los detalles de la historia de la pasión de Jesús como elementos que cumplieron las Escrituras (Juan 19:24,28; Sal. 22:18; 69:21). El cumplimiento tipológico donde Jesús equivalía a las instituciones veterotestamentarias es más común que el cumplimiento que lo relaciona con las profecías futuras. Jesús era “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29); probablemente una referencia al cordero de la Pascua (Juan 19:14). Al igual que Bet-el (Gén. 28:12), Jesús ofreció acceso entre el cielo y la tierra (Juan 1:51). En Caná, el regalo del vino por parte de Jesús corresponde a las bendiciones futuras de Dios (Juan 2:1-11; Isa. 25:6; Joel 3:18; Amós 9:13; Zac. 9:17). El cuerpo de Jesús que sería derribado y resucitado se identificó con el templo (Juan 2:19,21). Al ser levantado en la cruz (Juan 3:14), Cristo equivalía a la serpiente que Moisés levantó en el desierto (Núm. 21:9). De la misma manera, cuando Cristo dio Su vida, fue el equivalente del maná vivificador que cayó del cielo (Juan 6:31-32; Ex. 16:15). Con frecuencia, las referencias al tiempo en el Evangelio de Juan sugieren que Jesús dio nuevo sentido a las celebraciones de Israel (Pascua, 2:13; 6:4; 11:55; enramadas, 7:10; la dedicación, 10:22).
El apóstol Pablo habló de Cristo como aquel en quien “todas las promesas de Dios son en él SÍ” (2 Cor. 1:20). Así como Juan, Pablo usó frecuentemente las tipologías. Cristo fue tipificado por Adán (Rom. 5:12-21; 1 Cor. 15:22,45-49), por la roca en el desierto (1 Cor. 10:4), y por el cordero de Pascua (1 Cor. 5:7). Frases relacionadas con el tiempo como, “el tiempo se ha cumplido”, señalan momentos ordenados por Dios; por ejemplo, el tiempo del ministerio de Cristo (Mar. 1:15; Gál. 4:4; Ef. 1:10), el período de la dominación gentil sobre Israel (Luc. 21:24), o el tiempo de la aparición del hombre de pecado (2 Tes. 2:6).
Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.
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- TÉRMINOS «CRUZ-CRUCIFIXIÓN» $ USD
SIGNIFICADO TEOLÓGICO
Por Grant Osborne
Jesús mismo estableció la interpretación primariamente figurativa de la cruz como un llamado a someterse por completo a Dios. La utilizó cinco veces como símbolo del discipulado verdadero en términos de auto negación, de tomar la cruz y de seguir a Jesús (Mar. 8:34; 10:38; Mat. 16:24; Luc. 9:23; 14:27). Él tomó como base la práctica romana de acarrear la cruz hasta el lugar de la ejecución, para graficar dos enseñanzas prácticas: la muerte del yo, que incluía el sacrificio del individualismo con el propósito de seguir completamente a Jesús; y la disposición a imitar a Jesús de modo pleno, aun hasta el extremo del martirio.
El símbolo de Pablo de la vida crucificada está íntimamente relacionado. Conversión significa que el individuo “ya no vive” sino que es remplazado por Cristo y la fe en Él (Gál. 2:20). Los deseos centrados en el yo son clavados en la cruz (Gál. 5:24) y los intereses mundanos están muertos (Gál. 6:14). En Rom. 6:1-8, somos “sepultados con él” (utilizando la imagen del bautismo), lo que trae como resultado que resucitemos “en vida nueva” (v.4). Esto se amplía en 2 Cor. 5:14-17. El creyente reconstruye la muerte y resurrección al hacer morir el viejo yo y vestirse del nuevo. En un sentido, es una acción pasada que se experimenta en la conversión. Aun así, según Ef. 4:22,24 también es un acto del presente que se experimenta en la vida colectiva de la iglesia. En otras palabras, tanto en la conversión como en el crecimiento espiritual, el creyente debe revivir la cruz antes de experimentar la vida resucitada. La paradoja cristiana es que la muerte es el sendero hacia la vida.
Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.
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- Cristología $ USD
Por Daniel L. Akin, Ralph P. Martin y Charles W. Draper
Métodos
Cualquier estudio de cristología debe considerar la metodología. Algunos comienzan con la formulación de credos que confiesan a Jesucristo como “verdaderamente Dios” y “verdaderamente humano”, “completo en Deidad y completo en humanidad” (por ej., de Nicea y de Calcedonia) y luego retroceden hasta la cristología de la iglesia primitiva y del NT. Este método es cristología “desde arriba”. El enfoque alternativo, la cristología “desde abajo”, comienza con los registros históricos y la información teológica del NT y detalla la interpretación cristológica de la Iglesia antes que aparecieran los credos. En otras palabras, ¿es ontológica (que se ocupa del papel trascendente de Cristo en relación con Dios, con el mundo o con la Iglesia) la teología neotestamentaria? ¿O acaso es primeramente funcional (ante todo interesada en relacionar a la persona de Jesucristo con Sus logros como Salvador y Señor en el contexto del ministerio terrenal)?
Los dos métodos tienen distintos puntos de partida. El primero pregunta, “¿Quién es Cristo y cuál es su relación con Dios?” El segundo hace surgir las preguntas: “¿Qué hizo el Jesús humano y cómo llega la Iglesia a considerarlo Dios al otorgarle títulos de divinidad?” O: “¿Es correcto denominar a Jesús Hijo de Dios porque me salva” (cristología funcional), o “me salva porque Él es Dios”? (cristología ontológica). Los dos enfoques alcanzan el mismo objetivo y ambos están presentes en el NT.
Juan, especialmente en el prólogo de su Evangelio (1:1-18), pone mayor atención en la cristología ontológica, igual que otros textos clásicos de cristología. Filipenses 2:6-11 expone la unión hipostática y la doctrina de la kénosis; Col. 1:15-23 y 2:9,10 presentan al Hijo como la misma imagen (eikon) de Dios y el Creador en quien habita toda la plenitud (pleroma); y Heb. 1:1-3 confirma a Cristo como el resplandor de la gloria de Dios y la representación exacta de la naturaleza divina. Es imposible defender el argumento que dice que la iglesia primitiva se interesaba poco o nada en la naturaleza ontológica de Jesús y en su condición de Hijo de Dios. La cristología “desde lo alto” estuvo presente desde el comienzo de la iglesia primitiva.
No obstante, la cristología desde abajo también es valiosa, y fue la manera en que los apóstoles y la iglesia primitiva conocieron a Jesús y entendieron quién era y qué hizo. Es sorprendente que un pueblo aferrado al monoteísmo llegara a afirmar que la vida de Cristo sin pecado (2 Cor. 5:21; Heb. 4:15), Su deidad y Su muerte en la cruz eran necesarias como expiación por el pecado de la humanidad.
El curso de la cristología del Nuevo Testamento
Los primeros creyentes fueron judíos que aceptaron a Jesús por la fe como Mesías y Señor resucitado (Hech. 2:32-36). El reconocimiento hacia Jesús surgió de la convicción de que Su resurrección y exaltación, la nueva era del triunfo de Dios prometido en el AT, ciertamente había amanecido y las Escrituras (Sal. 110:1; Isa. 53:10-13) se habían cumplido. La cruz requería una explicación ya que la forma en que murió Jesús estaba en contraposición directa con las expectativas mesiánicas judías de ese tiempo. Deuteronomio 21:23 declara que cualquiera que fuera colgado de un madero moría bajo la maldición de Dios (comp. Gál. 3:13). La iglesia primitiva respondió de dos maneras: afirmando que el rechazo de Cristo se predijo en el AT (Sal. 118:22; Isa. 53), y que la resurrección reivindicó al Hijo de Dios y lo instaló en el más alto lugar de honra y poder (Fil. 2:5-11). La primera cristología tenía dos ideas centrales: Él es el Hijo de David en su ascendencia humana, y en la resurrección es el Hijo de Dios con gran poder (Rom. 1:3,4). Sus afirmaciones mesiánicas implícitas durante Su vida terrenal se pusieron de manifiesto en Su resurrección y exaltación, y Su naturaleza se reveló gloriosamente. Más aún, la venida del Espíritu Santo en Pentecostés autenticó la nueva era que Jesús inauguró (Hech. 2:16-21; comp. Joel 2:28).
A nivel práctico, esta opinión acerca de la vida y la resurrección de Jesús les dio a los creyentes una relación personal con Jesús como realidad presente. Él no fue una figura del pasado, sino actual. La primera oración cristiana que se registra es “Marana tha” (“el Señor viene”, 1 Cor. 16:22). Al estar dirigida al Señor resucitado, lo hace igual a Jehová, el Dios del pacto con Israel (Rom. 10:9-13; comp. Hech. 7:55,56,59) y lo hace también digno de adoración.
Además, las Escrituras del AT ponen luz a la verdadera identidad de Jesús y explican cómo Él usó el título “Hijo del Hombre”. Tomado de Dan. 7:13-18, Hijo del Hombre es un título de autoridad y dignidad, dos ideas confirmadas por la resurrección (Hech. 7:56). Aunque rara vez lo utilizaron otras personas aparte de Jesús, la iglesia preservó esta enseñanza por varias razones: (1) para demostrar de qué manera malinterpretaron y rechazaron a Jesús como un mesías falso, pero que como el “Hijo del Hombre”, Él inaugura el reino de Dios y comparte el trono divino; (2) para señalar la forma en que Jesús introdujo una nueva era de revelación que no estaba ligada a la ley de Moisés sino universalizada para todas las personas. El “Hijo del Hombre” es cabeza de un reino universal, que sobrepasa en gran medida las estrechas expectativas judías (Dan. 7:22,27), y (3) para hallar un impulso misionero que llevara a los creyentes a evangelizar a los no judíos (Hech. 7:59–8:1; 11:19-21; 13:1-3).
Esa era la misión de la iglesia en el mundo de la cultura y la religión grecorromanas. El títulomás destacado era “Señor”, que se utilizaba para dioses y diosas. De más importancia aún, “Señor” designaba la honra y la divinidad del culto al emperador. Ambos aspectos resultaron útiles para la aplicación del término Señor, el título cristológico más común de Jesús. Utilizado previamente con referencia a Yahvéh en el AT griego, ahora se aplicaba al Cristo exaltado y se convertía en un punto de contacto útil entre los cristianos y los paganos familiarizados con sus propias deidades (1 Cor. 8:5,6). Posteriormente, “Señor” se convirtió en la piedra angular de la lealtad cristiana a Jesús cuando las autoridades romanas requerían que se le rindiera homenaje al emperador como ser divino, tal como sucede en Apocalipsis cuando el emperador Domiciano (81–96 d.C.) se proclamó señor y dios (Apoc. 17:14).
En Hebreos se observa otro aspecto de la cristología neotestamentaria. El autor de esta epístola demuestra la irrevocabilidad de la revelación de Cristo como Hijo de Dios y gran “sumo sacerdote” (5:5; 7:1–9:28), un tema exclusivo de este libro. Junto con Pablo (Rom. 3:25) y Juan (1 Jn. 2:2; 4:10), Hebreos ve la obra de Cristo como propiciación (satisfacción) por el pecado (Heb. 2:17). Hebreos también afirma que en Su muerte en la cruz, Jesús nos limpió de nuestros pecados (1:3), quitó el pecado (8:12; 10:17), soportó nuestros pecados (9:28), ofreció un sacrificio por los pecados una vez y para siempre (10:12), hizo ofrenda por el pecado (10:18), y anuló el pecado mediante Su sacrificio (9:26). El Hijo se hizo cargo del pecado en todos los aspectos. Aun en estas maravillosas confesiones (Rom. 9:5; Tito 2:13; 1 Jn. 5:20), la iglesia nunca transigió en su creencia en la unidad y la singularidad de Dios (Deut. 6:4-6), una herencia cristiana proveniente de los judíos y elemento esencial del monoteísmo del AT. Jesús y el Padre son uno (Juan 10:30). Jesús, el Verbo, está con Dios y es Dios. Hay unidad en esencia pero distinción entre personas. Jesús no era una deidad nueva ni un rival que competía con el Padre (Juan 14:28; 1 Cor. 11:3; Fil. 2:9- 11). La adoración de la iglesia está correctamente dirigida a ambos, junto con el Espíritu Santo. La iglesia neotestamentaria enseñó y practicó esto sin entrar en una profunda reflexión teológica acerca de las relaciones de la Deidad. No se ha explicado cómo se relacionan los dos lados (humano y divino) de la persona de Jesús. Los escritores le dejaron un rico legado a la iglesia que constituyó la sustancia de los debates trinitarios y cristológicos que condujeron a los concilios de Nicea (325 d.C.) y de Calcedonia (451 d.C.), donde se decretó y expresó que Jesucristo es “Dios de Dios, Luz de Luz, el mismo Dios del mismo Dios”, y que las dos naturalezas de Cristo están unidas en una sola Persona. Esta declaración de fe ha permanecido como la posición esencial de la iglesia desde ese entonces, una verdadera confesión de una cristología cuyas raíces se encuentran en el terreno de las Santas Escrituras.
Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.
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- «CREACIÓN Y CIENCIA» $ USD
Por David Mapes
El precoz progreso de la ciencia se ha hecho posible mediante el método científico que incluye observar un fenómeno, formular una hipótesis para explicar la observación y realizar un experimento para obtener información a fin de afirmar la validez de esa hipótesis. Estos pasos ilustran dos principios importantes de la ciencia. Primero, la ciencia se limita al presente. Sin importar lo sofisticado que sea el equipamiento científico, nunca permitirá que una persona analice datos que no correspondan al tiempo presente. El científico puede examinar los artefactos, catalogarlos y efectuar suposiciones utilizando las técnicas historiográficas, pero nunca puede realizar un experimento controlado para discernir lo que sucedió en el pasado.
Segundo, el método científico proporciona información independiente del punto de vista del científico. Un científico que sea creyente (y hay muchos) arribará exactamente a las mismas conclusiones que un ateo si utiliza el método científico. La ciencia no depende de un sistema de creencias en particular y no es, por lo tanto, dominio exclusivo de los evolucionistas. De aquí que es un error intentar catalogar el debate entre los evolucionistas y los creacionistas como si fuera una disputa de la ciencia frente a la religión o de los hechos en contra de la fe.
En la actualidad, la evolución se presenta como una teoría en crisis. Los experimentos para demostrar la manera en que la vida surgió de la no vida dentro de un caldo primigenio y prebiótico han dejado a todos los evolucionistas sin ninguna explicación en cuanto a la presencia de la vida en la actualidad. El experimento de Stanley Miller del año 1953 en el que produjo algunos aminoácidos, ya no se considera válido aunque aún aparezca como prueba de la evolución en los libros de texto de todas las universidades. Miller presuponía que la atmósfera primitiva de la tierra era reducida y contenía gases de amonio y metano, pero que no había oxígeno. Como él era químico, sabía que una atmósfera reducida era absolutamente necesaria si se iban a formar espontáneamente algunas moléculas. Una nueva interpretación de datos (desde una perspectiva evolucionista) sugiere que en la tierra primitiva se encontraba presente una atmósfera neutral producida por gases volcánicos. Estos gases no forman ningún bloque productor de vida en el aparato de Miller. Como para complicarles las cosas a los evolucionistas, ciertos artefactos (rocas y agua) sugieren que el oxígeno ciertamente estaba presente desde muy temprano. El evolucionista A. G. Cairns-Smith ha demostrado que la producción de elementos químicos de existencia natural, puros y utilizables para desarrollar moléculas, sería imposible en las aguas de la tierra primitiva (Seven Clues to the Origin of Life [Siete pistas para el origen de la vida], Cambridge University Press, 1985, p.43).
Uno se debe preguntar: “Si fue posible que se formaran bloques productores de vida, ¿pudieron estos ensamblarse espontáneamente para formar una célula viviente?” Sir Fred Hoyle calculó esta posibilidad (que es un número bastante conservador) y determinó que existe solo una chance en 1.040.000 de que una célula se pueda ensamblar para formar moléculas orgánicas (The Universe: Past and Present Reflections [El universo: Reflexiones pasadas y presentes], University College, 1981). La mayoría de los científicos consideran que las posibilidades mayores al 1050 son imposibles. Francis Crick, el biólogo ganador del Premio Nobel por haber descubierto la estructura del ADN, determinó que los cuatro mil millones de años que los evolucionistas determinaron se necesitaban para la evolución, no constituían suficiente tiempo para que la vida surgiera de un caldo primigenio (Life Itself: Its Origin and Nature [La vida misma: Su origen y naturaleza], Simon & Schuster, 1981).
Los defectos de la teoría darwiniana continúan manifestándose. Darwin escribió: “Si se pudiera demostrar que existe un órgano complejo que posiblemente no se haya formado mediante modificaciones numerosas, sucesivas y leves, entonces mi teoría se destruiría por completo” (The Origin of the Species [El origen de las especies], New York University Press, 1988, p.154). ¿Cómo le va a Darwin en el día de hoy? Hay dos líneas de investigación científica que proveen evidencias contra la posición de Darwin.
La primera demuestra que las mutaciones no desarrollan genes nuevos. Pierre-Paul Grassé, antiguo presidente de la Academia de Ciencias, declaró que las mutaciones son solo cambios triviales que resultan de la alteración de genes ya existentes, mientras que la evolución creadora requiere la síntesis de genes nuevos (Evolution of Living Organisms [La evolución de los organismos vivientes], Academia Press, 1977, p.217). Sus estudios proporcionan evidencia de que las mutaciones no se extienden a generaciones subsiguientes alejadas de un punto de partida sino que, en cambio, esas generaciones se mantienen dentro de límites firmemente establecidos. Las bacterias, a pesar de sus innumerables mutaciones, no han excedido el marco estructural dentro del que siempre han fluctuado y aún lo hacen. Lee Spetner no solo ha confirmado estos hallazgos sino que además ha demostrado que las mutaciones dan como resultado una pérdida de información genética; exactamente lo opuesto a lo que pronosticaba el darwinismo. Spetner llegó a esta conclusión: “La imposibilidad de observar siquiera una mutación que agregue información es más que un simple fracaso en hallar un respaldo para la teoría. Es evidencia en contra de la teoría” (Not by Chance: Shattering the Modern Theory of Evolution [No por casualidad: Cómo hacer trizas la teoría moderna de la evolución], Judaica Press, 1998, p.160). Peor aún, una pieza clave de evidencia sostenida durante mucho tiempo como “prueba” de la evolución mediante mutación fue el desarrollo de la resistencia antibiótica de las bacterias. La resistencia antibiótica se desencadena despertando un gen que ya está presente en la bacteria. El resultado es que no existe absolutamente ninguna mutación.
La otra línea de prueba científica que desacredita la evolución es la complejidad irreductible. El esquema de Darwin, que va de lo simple a lo complejo, no ha soportado el escrutinio científico. El bioquímico Michael Behe declaró que la complejidad irreductible no solo se extiende a la célula sino también a las partes que la constituyen (Darwin’s Black Box: The Biochemical Challenge to Evolution [La caja negra de Darwin: El desafío bioquímico a la evolución], Free Press, 1996). Es decir, la célula no se pudo haber desarrollado mediante un proceso de pasos simples. Para que la célula funcionara, debía contar con toda su complejidad desde el principio. De otra manera, habría sido basura orgánica carente de funcionalidad. El famoso ejemplo de la trampa para ratones de Behe ilustra la falacia de que es mejor tener parte de un ojo (órgano, músculo, etc.) que no tenerlo en absoluto. Tener parte de un ojo no funciona mejor que tener solo partes de una trampa para ratones. Uno sencillamente no espera atrapar menos ratones cuando falta la mitad de las partes de una trampa. La complejidad irreductible hasta en las porciones más pequeñas exige un Creador inteligente que, por Su sabiduría, creó una asombrosa célula compleja para confundir la sabiduría del mundo.
La imposibilidad de que la vida aparezca espontáneamente es un problema insuperable para los evolucionistas pero se adecúa con claridad a la verdad que declaran las Escrituras en cuanto a que Dios, en el comienzo, creó la vida. La razón por la que la vida parece ser un “principio” organizado que se autodesarrolló dentro de un plan definido se debe a que Dios, el Gran Diseñador, formó la vida con intrincado detalle. Dios no creó la célula y puso las cosas en movimiento (evolución teísta) sino que Dios creó toda cosa viviente tal como Él lo dijo en los dos primeros capítulos de Génesis.
En tanto que los puntales de la evolución se derrumban, la creación continúa siendo la única explicación realista de la vida. Explica de la mejor manera las evidencias proporcionadas hoy por los artefactos, tales como la ausencia de formas transicionales de vida de lo cual dan testimonio los registros fósiles. Los eslabones perdidos entre los peces y los anfibios, entre los anfibios y los reptiles, etc., dentro del registro fósil no aparecen porque no existen. Dios creó las especies para que se reprodujeran según su género. Aun así, Dios diseñó la diversidad genética dentro de la célula que permite observar variaciones dentro de los géneros.
Si la evolución se encuentra en esta condición, ¿por qué hay tantos que se aferran a ella? Resulta ser que la discusión no es entre la creación y la ciencia. La discusión se ubica en un nivel filosófico. El pensamiento racionalista deja de lado lo sobrenatural y busca otras explicaciones aparte de la obra de un Creador perfectamente sabio quien dejó su sello en el diseño de la creación. ¿Debe la teoría del hombre racionalista y falible moldear nuestro pensamiento, o deberíamos reconocer a Dios quien es nuestro Creador soberano y creer en Su palabra?
Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.
Foto por Alexander Andrews, en Unsplash
- ¿QUÉ ES EL TÉRMINO «CARNE Y ESPÍRITU»? $ USD
Por D. Cornett
Términos usados específicamente en conjunto en el NT para contrastar estilos de vida diametralmente opuestos. Al término “carne” se le atribuye con frecuencia la connotación de un estilo de vida impío de egoísmo y autocomplacencia. “Espíritu” indica características opuestas. Una persona que anda en el Espíritu vive con notoria conciencia de Dios que dirige su disposición, sus actitudes y sus acciones.
Este uso de los términos se evidencia en especial en los escritos paulinos. En Rom. 7, Pablo habla francamente de su constante lucha entre el persistente poder de la carne y las sinceras intenciones de su voluntad para vivir en obediencia a Dios. “Pues no hago el bien que deseo, sino el mal que no quiero, eso practico” (Rom. 7:19 LBLA). Esta lucha se debe a la “carne” con la cual el creyente batalla incluso después de la salvación. Pablo entonces hace la pregunta: “¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Rom. 7:24). Y responde con confianza: “Gracias a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que yo mismo, por un lado, con la mente sirvo a la ley de Dios, pero por el otro, con la carne, a la ley del pecado” (Rom. 7:25 LBLA). Aunque los creyentes luchan con la carne, quienes están en Cristo Jesús ya no están obligados a vivir de manera carnal. En Gál. 5, Pablo trata este tema de manera más completa. Anima a los creyentes que efectivamente “viven por el Espíritu” a que también “anden por el Espíritu” para entonces evitar “satisfacer los deseos de la carne”. La advertencia aquí, al igual que en otras cartas paulinas, es no vivir carnalmente. Un cristiano carnal es un creyente que, aunque ha sido regenerado, persiste en una vida gobernada por los deseos carnales (Rom. 8:7; 1 Cor. 3:1).
Otros pasajes del NT usan los términos “carne” y “espíritu” para enfatizar la misma lucha. Juan les indicó a los creyentes que no se comportaran de una manera que buscara satisfacer “la pasión de la carne” (1 Jn. 2:16 LBLA).
No hay que forzar el sentido de este contraste como si dijera que la existencia física humana es mala. La carne humana en sí fue creada “buena”. Ciertos grupos cristianos gnósticos primitivos pervirtieron este concepto y enseñaron que todo lo que estuviera vinculado con la existencia física debía considerarse malo. Esta falsa dicotomía hizo que algunas sectas se volvieran ascéticas, y privaran al cuerpo de alimento, descanso y cuidado adecuado en un esfuerzo para purificarlo. Otros grupos llegaron a la conclusión de que lo que se hiciera con el cuerpo carecía de consecuencias espirituales, incluso los actos de libertinaje moral. Por medio del poder y la libertad de Cristo, uno debe tomar la decisión de vivir en forma piadosa y no convertir esa libertad en “ocasión para la carne” (Gál. 5:13). La meta consiste en mostrar una vida regida por la constante presencia del Espíritu Santo que se caracteriza por “el amor, el gozo, la paz, la paciencia, la benignidad, la bondad, la fidelidad, la mansedumbre y el dominio propio” (Gál. 5:22-23 LBLA).
Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.