
Parte II
El contenido de la ética bíblica
La ética bíblica se fundamenta en toda la revelación de la Biblia. El Decálogo y sus expansiones en los otros tres códigos legales básicos se unen al Sermón del Monte en Mateo 5–7 y el Sermón del Llano en Lucas 6:17-49 como textos fundamentales de la enseñanza bíblica en el orden moral y ético. Todos los otros textos bíblicos, o sea, las narraciones de las acciones incorrectas, la colección de Proverbios, las solicitudes personales de cartas, todo contribuye al conocimiento de la ética bíblica. La Biblia no ofrece una lista de donde podamos elegir. Insiste sobre un estilo de vida y llama a ponerlo en práctica.
Varios ejemplos del contenido de la ética bíblica pueden ayudar a entender mejor de qué manera el carácter de Dios, en particular Su santidad, establece la norma para todas las decisiones morales.
Honrar o respetar a los padres era una de las primeras aplicaciones de lo que implicaba la santidad, según Lev. 19:1-3. Esto no debería sorprender, ya que uno de los primeros mandatos que Dios dio en Gén. 2:23-24 establece que la relación monogámica es el fundamento y la piedra angular de la familia.
Marido y mujer debían ser iguales ante Dios. La esposa no era una simple posesión, un bien ni solamente una “procreadora”. No era solo regalo “del Señor” (Prov. 19:14) y “corona” de su esposo (Prov. 12:4), sino también “una fuerza igual” a él (la palabra “ayuda” en Gén. 2:18 NVI, se traduce mejor “fuerza, poder”). El requisito de honrar a los padres no podía darse como excusa para no asumir la responsabilidad de ayudar a los pobres, a los huérfanos y a las viudas (Lev. 25:35; Deut. 15:7-11; Job 29:12-16; 31:16-22; Isa. 58; Amós 4:1-2; 5:12). Los oprimidos debían hallar consuelo en el pueblo de Dios y en sus autoridades.
De igual manera, la vida humana se debía considerar tan sagrada que al asesinato premeditado le correspondía el castigo de la pena capital a fin de mostrar respeto hacia las víctimas afectadas, creadas a la imagen de Dios (Gén. 9:5-6). De esta manera, la vida de todas las personas, ya sea las que no habían nacido y que aún estaban en el útero (Ex. 21:22-25; Sal. 139:13-6) o aquellas que provenían de una nación conquistada (Isa. 10; Hab. 3), para Dios tenían un valor infinito.
La sexualidad humana era un regalo de Dios. No era una maldición ni una invención del diablo. Fue concebida para la relación matrimonial y para disfrutar (Prov. 5:15-21), no solo para procrear. La fornicación estaba prohibida (1 Tes. 4:1-8). Las aberraciones sexuales, tales como la homosexualidad (Lev. 18:22; 20:13; Deut. 23:17) o el bestialismo (Ex. 22:19; Lev. 18:23-30; 20:15-16; Deut. 27:21) resultaban repulsivas ante la santidad de Dios y, por lo tanto, estaban condenadas.
Finalmente, mandamientos sobre la propiedad, la riqueza, las posesiones y el interés por la verdad sentaron nuevas normas. Estas iban en contra de la propensión humana universal a la codicia, a valorar las cosas por encima de las personas y a preferir la mentira como alternativa de la verdad. No importa cuántos temas nuevos se abarcarán en el discurso ético, el resultado final permanecía donde el último mandamiento lo había colocado: los motivos y las intenciones del corazón. Por esto la santidad en el ámbito de la ética comenzaba con el “temor de Yahvéh” (Prov. 1:7; 9:10; 15:33).
El resumen de instrucción ética más importante lo dio nuestro Señor en Mateo 22:37-39: amar a Dios y amar al prójimo. También estaba la “regla de oro” de Mateo 7:12. La mejor manifestación de este amor era la disposición a perdonar a los demás (Mat. 6:12-15; 18:21-35; Luc. 12:13-34).
El NT, al igual que el AT, incluye como parte de su enseñanza la ética social y el deber que uno tiene hacia el estado. Puesto que el reino de Dios estaba obrando en el mundo, era necesario que la sal y la luz también estuvieran presentes en la vida santa.
Mientras ambos Testamentos comparten la misma posición en temas como casamiento y divorcio, el NT a menudo adoptaba en forma explícita sanciones diferentes. Así, en el caso del incesto mencionado en 1 Cor. 5 se recomienda la disciplina aplicada por la iglesia antes que la lapidación.
La principal diferencia entre los dos Testamentos es que el NT presenta a Jesús como el nuevo ejemplo de obediencia incondicional a la voluntad y a la ley de Dios. Jesús no vino a abolir el AT sino a cumplirlo. El NT está lleno de exhortaciones a vivir de acuerdo a las palabras y a andar en la senda propuesta por Jesús de Nazaret, el Mesías (1 Cor. 11:1; 1 Tes. 1:6; 1 Ped. 2:21-25).
Algunas motivaciones para vivir vidas éticas y morales llegan desde el AT, pero se le agregan la proximidad del reino de Dios (Mar. 1:15); la gratitud por la gracia de Dios manifestada en Cristo (Rom. 5:8); y la obra consumada de la redención, la expiación y la resurrección del Señor (1 Cor. 15:20- 21). Al igual que en el AT, el amor es una motivación poderosa; con todo, no ocupa el lugar de la ley. El amor no constituye la ley; es una palabra que dice “cómo” pero que nunca nos va a decir “qué” debemos hacer. El amor es el cumplimiento de la ley (Rom. 13:9) porque nos induce a cumplir con lo que la ley enseña. Por lo tanto, el amor crea afinidad con el objeto amado y afecto hacia él. Proporciona una obediencia voluntaria y alegre más que una aceptación forzada y coercitiva.
Finalmente, el contenido de la ética bíblica no es solo personal sino de amplio alcance. Las cartas de Pablo y de Pedro enumeran un amplio espectro de deberes éticos; hacia nuestro prójimo, respeto por el gobierno civil y sus deberes, el significado espiritual del trabajo, la responsabilidad en el manejo de las posesiones y las riquezas, y mucho más. La ética que exigen y aprueban las Escrituras tiene como parámetro y fuente la santidad de la Deidad; el amor a Dios como fuerza motivadora; la ley de Dios como se la encuentra en el Decálogo y el Sermón del Monte, como su principio directivo, y la gloria de Dios como la meta que lo gobierna.
Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.
Foto por Aaron Burden, en Unsplash
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