UNA BIBLIA PERSONALIZADA PARA TI
- TÉRMINO «GNOSTICISMO» $ USD
Por Harold S. Songer y E. Ray Clendenen
Designación moderna para ciertas perspectivas religiosas y filosóficas dualistas que existieron antes que se estableciera el cristianismo, y para sistemas específicos de creencias caracterizados por estas ideas que surgieron a partir del siglo II. El término “gnosticismo” deriva de la palabra griega gnosis (conocimiento) debido a que el conocimiento secreto era una doctrina esencial de dicha corriente de pensamiento.
Importancia del gnosticismo
Surgió en escuelas de pensamiento dentro de la iglesia a principios del siglo II y rápidamente se instaló en los principales centros eclesiásticos como una manera de entender el cristianismo. La iglesia se dividió debido a los acalorados debates sobre este tema, y al final del siglo II muchos gnósticos formaron parte de iglesias alternativas separadas o de sistemas de fe heréticos. De esta manera, el gnosticismo se convirtió en una de las mayores amenazas para la iglesia primitiva, cuyos líderes, por ej. Ireneo (que falleció aprox. en el 200), Tertuliano (que falleció aprox. en el 220) e Hipólito (que falleció aprox. En el 236) escribieron profusamente para refutarlo. En el siglo III, la secta de los maniqueos adoptó muchas características del gnosticismo. Incluso en el siglo IV, el maniqueísmo continuó siendo una amenaza herética para la iglesia.
El gnosticismo también es importante para interpretar algunos aspectos del NT. Ireneo registró que una de las razones por las que Juan escribió su Evangelio fue para refutar los puntos de vista de Cerinto, un gnóstico de aquella época. A fin de refutar la aseveración de los gnósticos acerca de que Dios no vino a nuestro mundo, Juan enfatizó en su Evangelio que Jesús era el Hijo de Dios encarnado.
Sectas gnósticas heréticas
Los gnósticos que se separaron o que fueron excomulgados de la iglesia declaraban ser cristianos verdaderos, y los antiguos escritores cristianos que asumieron el compromiso de refutar sus declaraciones constituyen la mayor fuente para obtener descripciones de dichas sectas heréticas. Aunque existían amplias variaciones entre las diferentes sectas gnósticas en cuanto a detalles, había ciertas características comunes a la mayoría: separación del dios de la creación del dios de la redención, división de los cristianos en categorías con diversos niveles de importancia, énfasis en las enseñanzas secretas que solo las personas divinas podían comprender, y exaltación del conocimiento por sobre la fe. La iglesia rechazó tales enseñanzas catalogándolas de herejías, pero muchos continuaron siendo atraídos por diversas manifestaciones de estas ideas.
Generalmente, los gnósticos distinguían entre un dios inferior o “demiurgo”, al que consideraban responsable de la creación, y el dios superior revelado en Jesús como el Redentor. Esta era una creencia lógica para ellos ya que oponían radicalmente la materia al pensamiento. Consideraban que la materia era algo maligno; el pensamiento o conocimiento, que era imperecedero, capaz de revelar a Dios y el único canal de redención, distinguía a las personas de la materia y los animales. Por lo tanto, el gnóstico Marción rechazó el AT y señaló que el dios inferior o subordinado que se revela allí obraba con la materia, insistía en la ley en lugar de la gracia, y era responsable de nuestro mundo en decadencia y cargado de tragedia. Por el contrario, el Dios que se reveló en Jesús y a través de las enseñanzas secretas adicionales era el Dios absoluto y trascendente. Según Marción, no se había encarnado porque el Dios absoluto no podía entrar en la materia maligna. Cristo solo parecía ser humano; no lo era.
Los gnósticos clasificaban a los cristianos en grupos, compuestos por lo general por los espirituales y los carnales. Los cristianos espirituales formaban parte de una clase especial o más elevada que los cristianos comunes porque habían recibido, como escogidos de la buena deidad, un destello divino o una semilla espiritual dentro de su ser que les permitía obtener redención. Los cristianos espirituales eran los verdaderos cristianos que pertenecían al mundo celestial, que era el verdadero. Esta creencia de que los cristianos espirituales no pertenecían a este mundo inspiró a algunos gnósticos a apartarse del mundo a través del ascetismo. Otros sistemas gnósticos se inclinaron hacia el extremo opuesto del antinomianismo (creencia de que la ley moral no es válida para una persona o un grupo). Proclamaban que los cristianos espirituales no eran responsables de lo que hacían y que realmente no podían pecar, porque su existencia carnal no formaba parte del plan de Dios. Por lo tanto, podían hacer lo que quisieran sin temor a ser disciplinados.
Los gnósticos enfatizaban mucho enseñanzas o tradiciones secretas. Este conocimiento secreto no era producto del esfuerzo intelectual sino que provenía de Jesús, el Redentor enviado por la verdadera deidad, ya sea a través de una revelación especial o mediante Sus apóstoles. Los seguidores del gnóstico Valentino alegaban, por ej. que Teodoto, un amigo de Pablo, había sido el medio para transmitir informaciones secretas. El conocimiento secreto era superior a la revelación del NT y un complemento esencial de esta, ya que era lo único que podía despertar o avivar el destello o la semilla divina dentro del escogido. Cuando una persona recibía la gnosis o el conocimiento verdadero, tomaba conciencia de su verdadera identidad con un ser interior divino, era liberado (salvado) del dominio del dios inferior creador, y capacitado para vivir como un hijo verdadero de la deidad superior y absoluta. Para lograr el destino verdadero como hijo de Dios, la persona debía participar de ciertos rituales secretos y, en algunos casos, memorizar la información secreta que lo capacitaba para atravesar la red de poderes de la deidad inferior que procuraba mantener a las personas bajo su dominio. De esta manera, los gnósticos consideraban la salvación en un contexto cósmico más que moral; ser salvo consistía en ser capacitado para retornar al reino de la pureza espiritual con el Dios trascendente.
Los gnósticos pensaban que la fe era inferior al conocimiento; por lo tanto, más que la fe, lo que salvaba a los hijos verdaderos de la deidad absoluta era el conocimiento. Esta característica de los diferentes sistemas fue lo que les dio a los movimientos la designación de gnósticos, conocedores. Sin embargo, es impreciso a qué se refiere concretamente este conocimiento. Para los gnósticos era más una percepción de la existencia personal que resolvía los misterios de la vida, que un compendio de doctrina. El conocimiento a través del cual se obtenía la salvación se podía mejorar mediante participación en rituales o con instrucción, pero finalmente se trataba de un autodescubrimiento que cada gnóstico tenía que experimentar.
Orígenes de los conceptos del gnosticismo
El gnosticismo no habría representado una amenaza para la iglesia primitiva si no hubiese sido tan persuasivo en los primeros siglos de la era cristiana. Por lo tanto, se debe abordar el tema del origen de dichas ideas y las necesidades humanas que satisfacían.
La explicación clásica de por qué surgió el gnosticismo dice que este representa “la helenización radical del cristianismo”. Según este punto de vista, el gnosticismo fue resultado del intento de pensadores cristianos primitivos de hacer que el cristianismo fuera entendible, aceptable y respetable en un mundo que estaba casi completamente influenciado por suposiciones griegas sobre la realidad del mundo.
El punto de vista clásico que considera que las sectas gnósticas heréticas son distorsiones del cristianismo llevadas a cabo por pensamiento helenista, tiene mucha fuerza porque se puede demostrar con facilidad la manera en que los gnósticos utilizaban textos del NT para adaptarlos a sus propósitos. Por ejemplo, en 1 Cor. 3:1-4 Pablo reprende a los cristianos de Corinto porque eran carnales en vez de espirituales. Este texto se podría utilizar fácilmente como fundamento para respaldar la idea helenística sobre la superioridad de ciertas personas dentro de la comunidad cristiana.
Sin embargo, la explicación clásica deja algunos problemas sin resolver. Hay ideas, actitudes y prácticas incorporadas a muchas herejías gnósticas que sin duda están fuera del pensamiento helenístico y pertenecen a una época mucho más temprana que el siglo II d.C. En particular, la meta específica de los gnósticos (retornar a la deidad absoluta más allá de la materia y ser de alguna manera absorbidos en la deidad) pertenece al pensamiento místico precristiano del Cercano Oriente y no fundamentalmente al mundo helenístico.
Aunque se han descartado las conclusiones radicales de algunos eruditos con respecto al gnosticismo precristiano altamente desarrollado, pareciera que muchas ideas, supuestos y percepciones sobre la deidad, la realidad y las relaciones de las personas con los dioses y el mundo se incorporaron a sectas gnósticas a partir de fuentes extra helenísticas. Dos descubrimientos literarios han inspirado e intentado respaldar esta línea de investigación: los Rollos del Mar Muerto y la biblioteca Naghammadi compuesta por numerosos documentos gnósticos.
Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.
IMAGEN MERAMENTE ILUSTRATIVA. Foto por Tanner Mardis, en Unsplash
- TÉRMINOS «FE / FIEL» $ USD
Por D. Mark Parks
La palabra actual “fe” deriva del latín, fides. En el presente, la palabra “fe” denota confianza. Pero en el español no funciona como verbo; esa función la cumplen los verbos “creer” o “confiar”. El sustantivo “fidelidad” denota confianza o confiabilidad.
El concepto bíblico
En el último siglo, el concepto de la palabra fe ha sido radicalmente redefinido en ciertos círculos filosóficos y teológicos. Esos nuevos conceptos rara vez se remiten a las complejidades del concepto bíblico, un concepto donde toda la persona, el mundo físico, la Palabra de Dios y Dios mismo juegan papeles cruciales. Con frecuencia, esas definiciones alternativas no captan los rasgos objetivos ni subjetivos de la fe bíblica.
A través de las Escrituras, la fe es la respuesta humana de confianza frente a la revelación que Dios hace de sí mismo por medio de Sus palabras y de Sus acciones. Dios inicia la relación entre Él y los seres humanos. Espera que las personas confíen en Él; la falta de confianza en Él fue en esencia el primer pecado (Gén. 3:1-7). Desde la caída de la humanidad, Dios inspira y nutre la confianza en Él por medio de lo que dice y hace en beneficio de la gente que lo necesita. Provee evidencias de su confiabilidad actuando y hablando en el mundo para darse a conocer externamente a las personas que lo necesitan. Por eso, la fe bíblica es un tipo de conocimiento personal y limitado sobre Dios.
Terminología hebrea
La palabra hebrea más significativa para fe es aman, una raíz que denota responsabilidad, estabilidad y firmeza. Aman significaba concretamente sostener o mantener, como en el caso, por ejemplo, de los fuertes brazos de un padre cuando sostiene a su hijo. Esos brazos son seguros, confiables y firmes. Diversas formas de esta raíz se usaban metafóricamente para describir la fe (una respuesta humana ante Dios) y la fidelidad (una virtud de Dios y de sus siervos). Cuando se la utiliza para describir las relaciones entre Dios y la gente, la raíz aman expresa un concepto complejo. Expresa tanto la naturaleza objetiva como la subjetiva de la confianza en Dios, y una cualidad objetiva de Dios mismo. Él, que existe objetivamente de modo independiente de los seres humanos, recibe la confianza que se genera en el interior de las personas (Deut. 7:9). Él y sus palabras son objetivamente fieles, constantes y confiables (Sal. 119:86). Dios permite que la gente tenga estas virtudes objetivas, fidelidad y confiabilidad (Jos. 24:14; Isa. 7:9).
Otra palabra hebrea relevante que se usa para transmitir la idea de fe es yare’, generalmente traducida “temer”. Yare’ aparece con más frecuencia que aman en el AT, aunque las dos expresan conceptos muy similares. Temer a Dios es creer en Él con sobrecogimiento reverencial, incluso hasta el punto de causar cierta inquietud. Temer a Dios es tener la firme convicción de que los mandatos divinos son confiables (Sal. 119:89-91), protectores (Sal. 33:18-19) y beneficiosos para el creyente (Sal. 31:19). Alguien que teme a Dios tiene temor de desilusionarlo, pero el temor a Dios produce gozo y plenitud en la persona que lo posee. En Jos. 24:14, “temed al Señor” se usa como análogo a servirle “con integridad y en verdad”. En este temor hay un elemento de responsabilidad humana; “escogeos hoy a quién sirváis” (24:15). Dios no fuerza la fe a quienes no quieren tenerla. Presenta Sus expectativas y las bendiciones prometidas, pero las personas siguen teniendo libertad para elegir y recibir las consecuencias de lo que elijan (Deut. 30:19). La negativa a elegir a Dios puede hacer que Él endurezca la resistencia del incrédulo (Ex. 10:20).
Así como aman, la raíz hebrea yare’ revela mucho sobre las características objetivas y subjetivas de la fe genuina. Los autores del AT usaban el “temor a Jehová” para subrayar la importancia de someterse a Dios por medio de lo que ha revelado en forma objetiva. Este sometimiento debe ocurrir de modo subjetivo en la mente, la voluntad y las emociones de quienes confían en la Palabra de Dios, y da como resultado una conducta objetiva que refleja el carácter divino. A medida que avanzó el período del AT, Dios proveyó más información sobre cómo planeaba conferir a más personas una verdadera fe o “temor al Señor”. Por medio de Jeremías, por ejemplo, predijo que haría un pacto eterno por el cual permitiría que Su pueblo tuviera temor del Señor para siempre (Jer. 32:40). Dios describe un pacto en que escribirá Su ley en el corazón de Su pueblo y les permitirá conocerlo personalmente (31:33-34). La descripción de Dios revela que tener temor de Él es conocerlo de modo personal. Esa relación permite que las personas agraden a Dios. Los profetas del AT condenaban la incapacidad humana para mantener este tipo de temor de Dios.
El tema de la fe en el Antiguo Testamento
El AT provee una clara definición de la fe en el contexto del divino propósito revelado de redimir. Dios hace posible la fe al proveerles información verbal a los seres humanos acerca de sí mismo y de Sus planes. Esta información está relacionada con Sus acciones redentoras en el mundo. Dichas palabras y acciones se combinan para ofrecer una base objetiva para la fe (Ex. 4:29-31). Esas palabras interpretan y explican los actos divinos para la salvación, a fin de que la gente reciba de Él las bendiciones que las acciones ponen a nuestra disposición (Ex. 12:21- 28; Deut. 11:1-11; e Isa. 55:1-3). Así como podemos conocer a otro ser humano por sus palabras y acciones, Dios ha elegido hacerse conocer por medio de Sus palabras y acciones divinas.
Mediante las acciones y las obras de Dios en el AT se puede rastrear el constante tema de la fe. La gente se salvaba por fe en la revelación que Dios hizo de sí mismo durante ese período, tal como en el futuro iba a ser salva por fe en la revelación divina durante el período neotestamentario y el posterior a este. Dios siempre ha requerido fe como respuesta adecuada a la revelación de sí mismo.
Dos pasajes fundamentales del AT revelan el tema de la salvación por fe. Abram fue proclamado “justo” por Dios cuando creyó en Su promesa (Gén. 15:6). En este versículo se usa una forma de aman para describir la respuesta de Abram frente a lo que Dios dijo que planeaba hacer por él. El patriarca se vinculó con Dios por medio de esa promesa, y se convenció interiormente de la confiabilidad de quien había hecho la promesa. La confianza de Abram indujo a Dios a llamar “justo” a Su siervo, completamente aceptable en su relación con Dios. Abram demostró luego que el título que Dios le había dado era acertado. Después de años de comprobar la fidelidad divina, Abraham obedeció la orden de sacrificar a Isaac, a lo que el Señor dijo: “ya conozco que temes a Jehová” (Gén. 22:12). La fe de Abraham fue el tipo de fe que soportaba una dura prueba; eso demostró que dicha fe era sinónimo de temer a Dios.
Una segunda afirmación temática aparece en Hab. 2:4, “el justo por la fe vivirá”. La nación de Judá enfrentaba una enorme amenaza para su existencia futura: el ejército de Babilonia, enviado por Dios para juzgarla. Pero el Señor hizo la promesa de que los justos sobrevivirían al juicio y prosperarían. Por creer en el Dios que hace la promesa, son considerados “justos”. En el NT, Pablo interpreta Hab. 2:4 como una afirmación escritural temática y lo considera una clave hermenéutica para comprender cómo Dios se relaciona sistemáticamente con las personas. Las justifica por la fe.
Génesis 15:6 y Hab. 2:4 revelan un importante principio soteriológico: Dios salva a las personas (en el momento o en el lugar en que vivan) que confían sinceramente tanto en Él como en lo que Él dice sobre cómo relacionarse adecuadamente con Dios. Ambos pasajes revelan que, en el AT, la fe salvadora se ve como respuesta a la revelación verbal de Dios acerca de sí mismo, de Su divino plan para el futuro y de Su accesibilidad divina para el ser humano necesitado. Esta revelación verbal se expresa mediante proposiciones; se comunica por medio de declaraciones hechas por Dios con afirmaciones acerca del presente y del futuro. El modus operandi de Dios durante los períodos del AT y del NT era darse a conocer por medio de Sus palabras en cuanto a cómo las personas pueden relacionarse con Él. Esas palabras no son el objeto de la fe del creyente; el objeto es Dios. Y Sus palabras transmiten fe en Él y guían a las personas a Él. Sin ellas, nadie sabría cómo responderle adecuadamente. Los creyentes del AT alababan a Dios porque Él revelaba palabras de salvación (Sal. 56:4).
La ampliación en el Nuevo Testamento
El término principal en el NT para fe es la palabra del griego koiné pistis, generalmente traducida “fe”. Transmite la idea de confianza, una firme convicción respecto a la veracidad de alguien o de alguna afirmación. La forma verbal, pisteuo, generalmente se traduce “creo” o “confío”. Pistis y pisteuo en el NT corresponden a los términos aman y yare’ del AT. Pistis también aparece en el NT con el artículo definido para describir las creencias cristianas específicas denominadas “la fe”.
Con frecuencia, los autores del NT muestran continuidad con el concepto de la fe en el AT. Pablo señala que la experiencia de Abram provee un modelo de la forma en que Dios sigue salvando por fe (Rom. 4). La cita paulina “el justo por la fe vivirá” respalda los argumentos de Pablo en su Carta a los Romanos (1:17) y a los Gálatas (3:11). De la misma manera que sucedió antes de la venida de Cristo, es imposible que, después de Su venida, alguien sin fe agrade a Dios (Heb. 11:6).
En el NT la fe sigue siendo una respuesta personal de confianza a la revelación personal de Dios, aunque el contenido de esa revelación aumentó de manera notable con la vida, el ministerio, la muerte y la resurrección de Cristo. En el NT, la fe en Dios responde a aquello que Él ha revelado verbal y activamente en Jesucristo. Como Hijo de Dios encarnado, Jesús es el medio perfecto para poder conocer a Dios (Juan 17:3).
En palabras y en hechos, Dios el Padre puso a disposición Su revelación personal y expresa por medio de Cristo. Con la muerte y la resurrección del Hijo, el Padre comunicó Su amor, Su justicia y Su misericordia (Rom. 5:8). Estos acontecimientos, especialmente la resurrección de Cristo, fueron interpretados por los autores del NT como evidencia de que Dios había declarado que Jesús es el único Hijo de Dios (Rom. 1:4).
Dios no solo se comunicó por medio de sus acciones en Cristo; también lo hizo verbalmente. Jesús designó a apóstoles como Sus representantes personales (Mat. 10:2-4). Bajo el poder y el liderazgo del Espíritu de Dios, los apóstoles difundieron esta revelación proposicional mediante enseñanzas y/o escritos. Por ejemplo, Juan afirma claramente que su Evangelio fue escrito para ayudar a las personas a creer (Juan 20:31). Dios proveyó hechos y palabras para ayudarnos a entender qué hizo y qué puede hacer por nosotros en Cristo.
Destacando la naturaleza objetiva de la fe cristiana, los autores del NT hablaban de “la fe” cuando se referían a doctrinas o proposiciones cristianas esenciales que poseían los creyentes (Hech. 6:7; 14:22; Gál. 1:23; 3:25). Dichas doctrinas ayudan a interpretar el objeto de la fe, Dios en Cristo. Pablo invita a sus lectores a que examinen si sus creencias son congruentes con “la fe” (2 Cor. 13:5).
El papel de la fe en la justificación
El euangelion expresa las creencias fundamentales por las cuales se puede alcanzar la fe en Cristo y se lo puede conocer a Él. Según 1 Cor. 15, la verdad objetiva del euangelion se manifestó en las apariciones de Jesús posteriores a Su resurrección. El apóstol Pablo desafió a los lectores para que examinaran la evidencia directa de la resurrección de Jesús (15:1-6). Dios pone a disposición una gran cantidad de evidencias por parte de testigos históricos de la resurrección. Jesús bendijo a los que creen sin haber visto Su cuerpo resucitado, pero también proporcionó testigos directos de esa verdad (Juan 20:29; Hech. 1:8). Ver Justificación.
Pablo incluso estaba dispuesto a aceptar que, si Jesús no había resucitado de los muertos, la fe cristiana no tenía sentido y era inútil (1 Cor. 15:14-19). La resurrección de Cristo sería evidencia de que Dios desea que la gente crea que Jesús es la solución para la pecaminosidad del hombre; pero sin la resurrección, las personas no pueden llegar adecuadamente a una conclusión tan radical. Por eso, la resurrección de Jesús actúa como la principal base histórica para la fe cristiana.
La fe en Cristo se basa en la evidencia de los testigos oculares, pero la evidencia no es un fin en sí misma. Para que se produzca la fe, es preciso escuchar y comprender el evangelio; la fe tiene lugar cuando alguien analiza las palabras y las evidencias e “invoca” o le pide a Cristo que lo salve (Rom. 10:9-13). Pedirle salvación a Cristo es confiar en lo que Dios declara que es posible a través de la muerte de Cristo, especialmente en relación con el perdón y la liberación del poder del pecado. Cuando Dios salva, el creyente identifica internamente la muerte de Cristo con la muerte de su propio pecado (Rom. 6:1-14), lo cual hace posible genuina y constante obediencia a Dios en el futuro. Este es el tipo de fe que demuestra autenticidad gracias a la vida transformada que Dios produce por medio de ella, tal como ocurrió con Abraham (Sant. 2:14-26). La fe salvadora nunca es una mera respuesta superficial ni verbal. Tampoco es una simple aceptación intelectual de las afirmaciones del evangelio. El tipo de fe mediante la cual Dios justifica a los pecadores va más allá de la aceptación de esas afirmaciones, y llega a Cristo mismo.
En el concepto neotestamentario de la fe se incluye un elemento de elección subjetiva personal (Luc. 13:34). Las personas aún tienen que elegir, pero dicha elección subjetiva debe entenderse a la luz de elementos objetivos que guían y producen la elección. Cuando se destaca la naturaleza subjetiva de la decisión, en el “corazón” de la persona se produce la fe salvadora, y el Espíritu Santo ilumina la necesidad de la persona frente a lo que Cristo ha hecho y puede hacer por ella (Rom. 10:9-10; 1 Tes. 1:5). El reconocimiento de la necesidad siempre precede a la fe salvadora. El Espíritu de Dios ayuda a la persona a entender que la muerte de Cristo y Su resurrección fueron a su favor. Dios le da al incrédulo la capacidad de confiar en Él mediante lo que dice sobre Cristo a través de testigos humanos. El Espíritu de Dios también da testimonio al aplicar personalmente las palabras del evangelio en el interior del oyente. El Espíritu activa, guía y confiere poder para la fe en Dios.
Si Dios dejara que los seres humanos actuaran totalmente sin la influencia de la obra del Espíritu, por naturaleza ellos decidirían en contra de Dios (Rom. 1–3). El Espíritu le “da” fe al creyente, permite que la gente crea lo que Dios dice que hizo y hará para salvar. La fe, entonces, es un don espiritual (Rom. 12:3). Nadie puede jactarse de tener fe salvadora producida por uno mismo; Dios decide capacitar a algunas personas para que crean (Ef. 2:8-9). Solo Dios merece ser alabado por producir fe en las personas. En la descripción neotestamentaria de la fe salvadora existe una tensión paradójica entre la soberanía divina y la responsabilidad humana.
El papel de la fe en la santificación
Dios permite que se ponga a prueba la fe para santificar al creyente, tal como ocurrió con Abraham (Sant. 1:2-8; 2:14-26). Él usa las pruebas para verificar y aumentar la calidad de la fe en los creyentes, para demostrar que haberlos justificado fue una valoración acertada. Dios desea que crezcan en la relación con Él para producir en ellos la fidelidad de Cristo (Mat. 25:21). Cuando los cristianos aprenden a confiar en lo que Dios afirma que ellos poseen en Cristo, pueden descubrir la liberación del pecado y el poder para glorificar a Dios a medida que Cristo produce en ellos el carácter divino (Ef. 1:15-23). El Espíritu de Dios produce la santificación de la misma manera que lo hace con la justificación, por medio de la fe en lo que Dios declara que hizo y que hará en Cristo (Gál. 3:1-5; 5:25).
La fe produce en el creyente confianza o sentido de seguridad a medida que la persona continúa creyendo en Dios a través de las promesas divinas (Heb. 11:1). Esta confianza es posible cuando el creyente, con la ayuda del Espíritu de Dios, puede identificar maneras en que Él lo ha ido transformando (Rom. 8:13-16; Fil. 3:10; 1 Jn. 2:3; 3:14; 5:18-20). Los autores del NT se refieren sin reparo a esta fe confiada llamándola conocimiento de Dios, aun cuando sea conocimiento parcial (1 Cor. 13:9). La fe será innecesaria para el cristiano solo cuando Cristo vuelva y establezca Su reino. Entonces dicho conocimiento ya no será parcial.
El Espíritu Santo les da a algunos cristianos un carisma o don de gracia especial por medio del cual disciernen la voluntad de Dios y, en consecuencia, confían en Dios en situaciones particulares donde la voluntad divina no se ha revelado objetivamente (1 Cor. 12:9). Por ej. algunos cristianos han recibido la capacidad para discernir la voluntad de Dios de sanar a una persona enferma y orar con éxito por la sanidad (Sant. 5:15). Todos los cristianos tienen un don de fe (Rom. 12:3), pero no el don (carisma) de fe que se les otorga a algunos para beneficio del ministerio.
Conclusión
El Dios de la Biblia siempre se ha relacionado con los seres humanos por medio de la fe y la confianza en lo que Él dice y hace. La fe bíblica es un concepto complejo; Dios, Su palabra, Sus actos, toda la humanidad y el mundo físico desempeñan papeles fundamentales. Cuando se produce fe salvadora, significa que Dios ha capacitado a alguien para que lo conozca mediante la revelación de sí mismo en las palabras y los hechos en Cristo. Dios mismo activa la fe en el que oye Su palabra, y permite que el oyente se torne fiel en Cristo, así como Él es fiel (Apoc. 19:11).
Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.
IMAGEN MERAMENTE ILUSTRATIVA. Foto por Samuel Martins, en Unsplash
- TÉRMINO «FAMILIA» $ USD
Por Brent R. Kelly y E. Ray Clendenen
Grupo de personas unidas por lazos de matrimonio, sangre o adopción, que permite la interacción entre los integrantes de la casa en sus diferentes roles sociales. Dios ha ordenado que la familia sea la institución básica de la sociedad humana.
Terminología
Dentro del “pueblo” (am) étnico de Israel, que descendía de Jacob, había tres niveles de relaciones familiares. Uno era la tribu (shevet o mateh), que comprendía los descendientes de uno de los hijos de Jacob. Dentro de las tribus estaban los “clanes” (mishpachah), y dentro del clan estaban las unidades familiares, que eran las unidades básicas de la estructura social de Israel. Se hacía referencia a ellas como “la casa del padre” (bet-’av; Jos. 7:16-18). Esta unidad sería similar a lo que llamamos “familia”, pero generalmente era más grande que nuestro “núcleo familiar”, ya que incluía tres o cuatro generaciones de hijos con sus esposas y niños, que vivían en la misma tierra bajo el liderazgo del patriarca familiar o “cabeza”. El grupo de ancianos que juzgaba a las puertas de una ciudad (por ej., Deut. 21:19) probablemente comprendiera a todas las “cabezas” locales. La percepción y el valor del “núcleo familiar” de dos generaciones se puede inferir de las repetidas referencias a la relación entre padre e hijo.
Los términos “padre” y “madre” podían referirse a cualquier antecesor masculino o femenino, de una o más generaciones anteriores, ya sea vivo o muerto. De la misma manera, “hijo” o “hija” aludía a cualquier descendiente masculino o femenino. De modo similar, los términos “hermano” y “hermana” podían referirse a cualquier familiar del mismo clan (comp. Gén. 12:5 con 14:16).
El término que se usa con mayor frecuencia en el NT es oikos y su equivalente, oikia, “casa, familia”. Sinónimo de la expresión hebrea “la casa del padre”, se usaba para referirse a los habitantes de una casa, incluyendo a los sirvientes y cualquier otro dependiente.
Antiguo Testamento
La importancia de la unidad familiar en Israel se percibe en que por lo menos la mitad de los delitos capitales estaban vinculados con la familia, entre ellos el adulterio, la homosexualidad, el incesto, la desobediencia persistente o la violencia contra los propios padres, y la violación (Lev. 20, Deut. 21–22). La base de la unidad familiar era la pareja casada (Gén. 2:4–5:1). A partir de la unión del esposo y la esposa, la familia se extendía e incluía a los hijos y también a familiares como abuelos y demás.
Junto con la autoridad paterna sobre la familia estaba la responsabilidad de proveer para ella y protegerla. El padre era responsable de la instrucción religiosa y moral de los hijos (Deut. 6:7, 20-25; Ex. 12:26-27; Jos. 4:6-7), y ante la ley actuaba como sacerdote familiar (Gén. 12:7-8; Job 1:2-5). Después del establecimiento del sacerdocio levítico, el padre guiaba a la familia a los sitios de adoración designados por Dios, y los sacerdotes realizaban los sacrificios (1 Sam. 1). La pureza moral se les recalcaba a los hombres y las mujeres de Israel al aplicar castigos severos a ambas partes cuando había pecado (Lev. 18; Prov. 5). El padre solo debía entregar a su hija en matrimonio (Deut. 22:16; 1 Sam. 17:25; Jer. 29:6) a un hombre israelita, generalmente de su propia tribu. Si se descubría que una hija había sido promiscua antes del matrimonio, debía ser apedreada en la puerta de la casa de su padre (Deut. 22:21).
A diferencia de las prácticas de naciones vecinas, las esposas no se consideraban una propiedad. Aunque la mayoría de los matrimonios en el AT eran convenidos, no significa que carecían de amor. El Cantar de los Cantares ensalza el gozo del amor físico entre el esposo y la esposa. A Dios se lo ve como ejemplo del esposo perfecto que ama a Su “esposa” Israel (Os. 1-2) y se complace en cuidarla y hacerla feliz.
Las madres daban a luz y criaban a sus hijos, llevaban adelante el hogar bajo la autoridad del esposo, y generalmente eran sus asistentes (Gén. 2:18; Prov. 31:10-31).
La importancia de los hijos en la antigua Israel se puede deducir en la ley del matrimonio por levirato, que aseguraba la continuidad de la línea familiar (Deut. 25:5-10; Sal. 127:3-5). Ellos también constituían el instrumento por el que se transmitían las tradiciones antiguas (Ex. 13:8-9, 14; Deut. 4:9; 6:7). A Dios le complacen las alabanzas de los niños (Sal. 8:2) y a estos se les enseñaba a respetar a la madre y al padre (Ex. 20:12; Deut. 5:16; 21:13; 27:16; Prov. 15:20; 23:22, 25; 30:17), y a obedecer sus instrucciones (Prov. 1:8; 6:20). La disciplina era una manera de demostrar amor a los hijos (Prov. 3:11-12; 13:24).
La poligamia (más específicamente la “poliginia”) era una de las formas anormales de la familia en el AT, y el primero en practicarla fue Lamec, un descendiente de Caín. En las Escrituras nunca se la ve bajo una luz positiva, sino que es fuente de rivalidad y discusiones, tal como se observa en la vida de Abraham y Jacob (Gén. 16; 29-30). Los harenes de los reyes de Israel se presentan como excesos desaprobados en la monarquía (Deut. 17:17). A causa de la poligamia, los reyes de Israel fueron persuadidos a adorar a dioses falsos (1 Rey. 11:1-10). La unidad de la familia normal en Israel nunca era polígama, ni tampoco se practicaba mucho fuera del ámbito de la monarquía.
Los parientes entre quienes se prohibía el matrimonio (por considerarse incestuoso, ver Lev. 18:6- 18; 20:11-14,19-21) parecen haber sido aquellos que normalmente se consideraban miembros de la “casa paterna”. Esto incluía a los padres, los hijos (de cualquier generación), los hermanos, los tíos, los hermanastros, los hijastros, los padrastros, o los parientes políticos, es decir, los padres, los hijos, los hermanos, los tíos por parte del esposo o la esposa. La excepción era el caso del “matrimonio por levirato”, es decir, el matrimonio de un hombre soltero con la viuda sin hijos del hermano fallecido.
Nuevo Testamento
Así como la familia fue la unidad básica de la sociedad y de Israel en el AT, también fue esencial para la vida y el crecimiento de la iglesia primitiva. Los misioneros apostólicos enviados por Jesús debían dirigirse especialmente a las casas de familia (Mat. 10:11-14); el culto primitivo consistía en cierta medida en “partir el pan en las casas” (Hech. 2:46; ver también 5:42; 12:12; 20:20); y las iglesias posteriores se reunían regularmente en casas (Rom. 16:23; 1 Cor. 16:19; Col. 4:15). Incluso las conversiones a veces se producían en toda la casa (Hech. 10:24,33,44; 16:15,31-34; 18:8; 1 Cor. 1:16). Las familias servían como campo de prueba para los líderes de la iglesia, quienes debían mostrar fidelidad en el matrimonio, hospitalidad, administración competente del hogar, lo que incluía una sabia aptitud como padre, y mantener a las esposas “fieles en todo” (1 Tim. 3:2-13; Tito 1:6-9).
En el NT, la estructura familiar no se trata tanto como las funciones y las responsabilidades de quienes la integran. La unidad familiar más común era una relación monógama que incluía el círculo familiar más amplio. En el siglo I ya existía un mayor grado de independencia en la familia, basada en la cultura romana y en la vida urbana. En Israel, por lo común, existían lazos estrechos entre los miembros de la familia.
Durante Su ministerio, Jesús reafirmó la centralidad de la familia monógama y censuró la inmoralidad y el divorcio. Habló de la indisolubilidad de la familia y dijo que ni siquiera las cortes civiles podían romper los vínculos familiares (Mar. 10:1-12). La responsabilidad de cuidar a los integrantes de la familia se puede ver en la cruz donde Jesús, aunque estaba en agonía, le dio al apóstol Juan la responsabilidad de cuidar a Su madre (Juan 19:26-27).
En los escritos paulinos hay muchas enseñanzas sobre la familia. La ética del hogar se describe en Efesios 5–6 y Colosenses 3–4. En estos pasajes, el esposo es responsable de la salud física, emocional, religiosa y psicológica de la esposa. La sumisión de la esposa tiene lugar en el contexto del matrimonio.
Las esposas son llamadas a ser administradoras de la casa. Como tales, las esposas son responsables de darle consejos y orientación a la familia. Pablo afirma que al cumplir con estas tareas no participarán de habladurías ni de otras distracciones inútiles (1 Tim. 5:14). Por eso, es imprudente tomar cualquier decisión dentro de la familia sin el consejo y la guía de la esposa.
Las funciones familiares en el NT también incluyen a los hijos, a quienes se les manda que obedezcan a los padres. Cada miembro de la familia tiene responsabilidades. En Mat. 18:2-14; 19:13-14; Mar. 10:14-16, Jesús afirma la importancia de los niños y la relevancia que tienen para Él.
La familia como metáfora
El AT usa a menudo términos familiares para describir la relación de Dios con el pueblo de Israel. A veces se dice que el pueblo es Su “hijo” o “hijos”, y otras que es Su “esposa”. (Sal. 103:13). Desafortunadamente, a causa de su rebelión contra Dios, se describe muchas veces a Israel como esposa caprichosa o hijo rebelde (Jer. 2:32; 3:14). La iglesia de Jesucristo se podría describir como la “casa de Dios”, de la que eran miembros tanto los creyentes judíos como los gentiles (Ef. 2:19, ver Mar. 10: 29-30; 1 Tim. 3:15). El resultado es que nuestra responsabilidad hacia la familia espiritual es similar a la que le corresponde a la familia física (Gál. 6:10; 1 Ped. 3:8), aunque uno no debería depender de la iglesia para satisfacer las necesidades de su casa (1 Tim. 5:3-8).
Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.
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- TÉRMINO «FALSOS CRISTOS» $ USD
Impostores que afirmaban ser el Mesías (Cristo en griego).
Jesús asoció la aparición de los supuestos mesías con la caída de Jerusalén (Mat. 24:23-26; Mar. 13:21-22). Les advirtió a sus seguidores que desconfiaran de aquellos que se valían de señales y presagios para autenticar falsas pretensiones mesiánicas. Jesús también instó a dudar de aquellos que afirmaban que el Mesías estaba en el desierto o en “los aposentos” (quizás una referencia a las habitaciones interiores del complejo del templo). Josefo menciona varias figuras históricas a quienes podrían considerar falsos cristos:
(1) Teudas, que apareció cuando Fadus era procurador (44–46 d.C.) y convocó a la gente al desierto del Río Jordán con la promesa de dividirlo como lo había hecho Josué, y comenzar así una nueva conquista de la tierra;
(2) diversos “impostores” durante el período de Félix (52–59 d.C.) que también conducían a las multitudes al desierto con promesas de realizar señales y maravillas;
(3) un “impostor” durante el período de Festo (60– 62 d.C.) que prometió liberación de las miserias del dominio romano a quienes lo siguieran al desierto;
(4) Manahem ben Judá (alias “el galileo”) durante el período de Floro (64–66 d.C.); llegó a Jerusalén “como rey” y sitió la ciudad.
Estos impostores mesiánicos y los poco distinguibles falsos profetas instaban repetidamente al pueblo judío a que iniciara una resistencia armada contra Roma o permaneciera en Jerusalén para luchar.
En cambio, Jesús instó a sus discípulos a tratar de salvarse huyendo de la ciudad. Los cristianos de Jerusalén recordaron este consejo cuando estalló la guerra con Roma (66 d.C.), y para protegerse huyeron a Pella en Transjordania.
Algunos intérpretes esperan que surjan falsos cristos antes de la segunda venida de Cristo.
Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.
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- TÉRMINO «FALSOS APÓSTOLES» $ USD
Designación dada a los enemigos de Pablo en 2 Cor. 11:13; también llamados obreros fraudulentos (11:13) y ministros de Satanás (11:15). Se los describe como personas que predicaban a un “Jesús rival” (probablemente la “historia exitosa” de un Jesús grandioso y hacedor de milagros), y poseían un espíritu diferente (una motivación egoísta que se evidenciaba en un estilo de vida distinto al de Pablo) y un evangelio diferente que ignoraba la cruz (y su corolario de sufrimiento para quienes siguen a Cristo). Los falsos apóstoles parecen haber sido cristianos judíos (11:22), oradores hábiles (11:6) que probablemente afirmaban tener “visiones y revelaciones del Señor” (12:1) como señales que autenticaban su apostolado (comp. La experiencia de Pablo camino a Damasco, Hech. 9:15; 22:14-15; 26:16-19). Aunque deseaban sacar provecho del territorio misionero de Pablo, se caracterizaban por ser jactanciosos (2 Cor. 10:13-16) según criterios humanos. Su estilo de liderazgo era opresivo (11:29).
En contraste con Pablo, estos falsos apóstoles dependían de los creyentes corintios para el sustento económico (11:7-11,20; 12:14). Tal vez acusaron a Pablo de recibir el pago que merecía. Pablo respondió que la marca del verdadero apostolado era sufrir por Cristo (11:23). Lo que revela el poder de Dios es la debilidad, no un poder dominante (11:30; 12:5,9). Si se identifica a los “grandes apóstoles” (11:5; 12:11; “superapóstoles”, NVI) con los líderes de la iglesia de Jerusalén, hay que distinguirlos de los falsos apóstoles de Corinto. Estos últimos parecen haber reclamado la autoridad de los primeros.
A los falsos apóstoles de Apoc. 2:2 se los llama malos y mentirosos. Tal vez deban ser identificados con los nicolaítas que actuaban en Éfeso (2:6) y en Pérgamo (2:15), y con los seguidores de la falsa profetisa de Tiatira (2:20).
Continuara…
(FALSOS CRISTOS)
Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.
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- TÉRMINO «FALSO PROFETA» $ USD
Por Donna R. Ridge
Persona que difunde mensajes y enseñanzas falsas, y que afirma hablar de parte de Dios.
Antiguo Testamento
Aunque la expresión “falso profeta” no aparece en el AT, hay claras referencias a dichos profetas. Hay páginas del AT repletas de hombres y mujeres que cumplen con la descripción de falso profeta que se da en Jer. 14:14: “Falsamente profetizan los profetas en mi nombre; no los envié, ni les mandé, ni les hablé; visión mentirosa, adivinación, vanidad y engaño de su corazón os profetizan”. Otros ejemplos aparecen en Jer. 23:21-33 y Zac. 10:2. El castigo por profetizar falsamente era severo. Los falsos profetas eran arrojados de la presencia de Dios y humillados constantemente. Además, padecían la destrucción de sus ciudades (Jer. 7:14-16; 23:39).
Un falso profeta también era el que profetizaba en nombre de otro dios. Ejemplo de ello es el relato de Elías y los profetas de Baal (1 Rey. 18:20-39). En una prueba contra Elías y el verdadero Dios, los profetas de Baal sufrieron una derrota humillante.
Israel no siempre lograba distinguir entre los profetas falsos y los verdaderos, tal como se observa en 1 Rey. 22; Jer. 28. El profeta solo podía declarar su profecía, esperar y ver qué profecía se cumplía en la historia (Deut. 18:22; 1 Rey. 22:28; Jer. 29:9; comp. 1 Rey. 13).
Nuevo Testamento
Jesús y los apóstoles hablaron muchas veces sobre falsos profetas. En el Sermón del Monte, Jesús enseñó sobre las marcas que distinguen a un falso profeta y las consecuencias de ser uno de ellos (Mat. 7:15-23). También les advirtió a Sus seguidores que se cuidaran de los falsos profetas que surgirían durante los períodos de tribulación y en los últimos tiempos (Mat. 24:11,24; Mar. 13:22). Les dijo que tuvieran cuidado cuando el mundo alabara las palabras de un profeta porque un profeta falso es propenso a ser popular (Luc. 6:26).
Los apóstoles les enseñaban a los creyentes a ser diligentes en la fe y en la comprensión de las enseñanzas cristianas a fin de poder desentrañar a los falsos profetas cuando surgieran (2 Ped. 1:10; 1:19– 2:1; 1 Jn. 4:1). Pruebas de un profeta: (1) ¿Se cumplen sus predicciones? (Jer. 28:9). (2) ¿Está comisionado por Dios? (Jer. 29:9). (3) ¿Son sus profecías congruentes con las Escrituras? (2 Ped. 1:20-21; Apoc. 22:18-19). (4) ¿Se beneficia espiritualmente la gente con el ministerio del profeta? (Jer. 23:13- 14,32; 1 Ped. 4:11).
Los castigos para los falsos profetas eran tan severos en el NT como en el AT. El apóstol Pablo hizo que uno de ellos quedara ciego temporalmente (Hech. 13:6-12), pero la mayoría de los castigos eran de naturaleza más duradera. Jesús dijo que serían cortados y quemados como un árbol inútil (Mat. 7:19). Segunda Pedro 2:4 los describe diciendo que son arrojados a prisiones de oscuridad. El castigo definitivo aparece en Apoc. 19:20; 20:10; el falso profeta, la bestia y el diablo serán arrojados en un lago de fuego y azufre y serán atormentados para siempre. Ver Profecía, profetas.
Continuara…
(FALSOS APÓSTOLES)
Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.
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- TÉRMINO «ÉTICA» $ USD
Parte II
El contenido de la ética bíblica
La ética bíblica se fundamenta en toda la revelación de la Biblia. El Decálogo y sus expansiones en los otros tres códigos legales básicos se unen al Sermón del Monte en Mateo 5–7 y el Sermón del Llano en Lucas 6:17-49 como textos fundamentales de la enseñanza bíblica en el orden moral y ético. Todos los otros textos bíblicos, o sea, las narraciones de las acciones incorrectas, la colección de Proverbios, las solicitudes personales de cartas, todo contribuye al conocimiento de la ética bíblica. La Biblia no ofrece una lista de donde podamos elegir. Insiste sobre un estilo de vida y llama a ponerlo en práctica.
Varios ejemplos del contenido de la ética bíblica pueden ayudar a entender mejor de qué manera el carácter de Dios, en particular Su santidad, establece la norma para todas las decisiones morales.
Honrar o respetar a los padres era una de las primeras aplicaciones de lo que implicaba la santidad, según Lev. 19:1-3. Esto no debería sorprender, ya que uno de los primeros mandatos que Dios dio en Gén. 2:23-24 establece que la relación monogámica es el fundamento y la piedra angular de la familia.
Marido y mujer debían ser iguales ante Dios. La esposa no era una simple posesión, un bien ni solamente una “procreadora”. No era solo regalo “del Señor” (Prov. 19:14) y “corona” de su esposo (Prov. 12:4), sino también “una fuerza igual” a él (la palabra “ayuda” en Gén. 2:18 NVI, se traduce mejor “fuerza, poder”). El requisito de honrar a los padres no podía darse como excusa para no asumir la responsabilidad de ayudar a los pobres, a los huérfanos y a las viudas (Lev. 25:35; Deut. 15:7-11; Job 29:12-16; 31:16-22; Isa. 58; Amós 4:1-2; 5:12). Los oprimidos debían hallar consuelo en el pueblo de Dios y en sus autoridades.
De igual manera, la vida humana se debía considerar tan sagrada que al asesinato premeditado le correspondía el castigo de la pena capital a fin de mostrar respeto hacia las víctimas afectadas, creadas a la imagen de Dios (Gén. 9:5-6). De esta manera, la vida de todas las personas, ya sea las que no habían nacido y que aún estaban en el útero (Ex. 21:22-25; Sal. 139:13-6) o aquellas que provenían de una nación conquistada (Isa. 10; Hab. 3), para Dios tenían un valor infinito.
La sexualidad humana era un regalo de Dios. No era una maldición ni una invención del diablo. Fue concebida para la relación matrimonial y para disfrutar (Prov. 5:15-21), no solo para procrear. La fornicación estaba prohibida (1 Tes. 4:1-8). Las aberraciones sexuales, tales como la homosexualidad (Lev. 18:22; 20:13; Deut. 23:17) o el bestialismo (Ex. 22:19; Lev. 18:23-30; 20:15-16; Deut. 27:21) resultaban repulsivas ante la santidad de Dios y, por lo tanto, estaban condenadas.
Finalmente, mandamientos sobre la propiedad, la riqueza, las posesiones y el interés por la verdad sentaron nuevas normas. Estas iban en contra de la propensión humana universal a la codicia, a valorar las cosas por encima de las personas y a preferir la mentira como alternativa de la verdad. No importa cuántos temas nuevos se abarcarán en el discurso ético, el resultado final permanecía donde el último mandamiento lo había colocado: los motivos y las intenciones del corazón. Por esto la santidad en el ámbito de la ética comenzaba con el “temor de Yahvéh” (Prov. 1:7; 9:10; 15:33).
El resumen de instrucción ética más importante lo dio nuestro Señor en Mateo 22:37-39: amar a Dios y amar al prójimo. También estaba la “regla de oro” de Mateo 7:12. La mejor manifestación de este amor era la disposición a perdonar a los demás (Mat. 6:12-15; 18:21-35; Luc. 12:13-34).
El NT, al igual que el AT, incluye como parte de su enseñanza la ética social y el deber que uno tiene hacia el estado. Puesto que el reino de Dios estaba obrando en el mundo, era necesario que la sal y la luz también estuvieran presentes en la vida santa.
Mientras ambos Testamentos comparten la misma posición en temas como casamiento y divorcio, el NT a menudo adoptaba en forma explícita sanciones diferentes. Así, en el caso del incesto mencionado en 1 Cor. 5 se recomienda la disciplina aplicada por la iglesia antes que la lapidación.
La principal diferencia entre los dos Testamentos es que el NT presenta a Jesús como el nuevo ejemplo de obediencia incondicional a la voluntad y a la ley de Dios. Jesús no vino a abolir el AT sino a cumplirlo. El NT está lleno de exhortaciones a vivir de acuerdo a las palabras y a andar en la senda propuesta por Jesús de Nazaret, el Mesías (1 Cor. 11:1; 1 Tes. 1:6; 1 Ped. 2:21-25).
Algunas motivaciones para vivir vidas éticas y morales llegan desde el AT, pero se le agregan la proximidad del reino de Dios (Mar. 1:15); la gratitud por la gracia de Dios manifestada en Cristo (Rom. 5:8); y la obra consumada de la redención, la expiación y la resurrección del Señor (1 Cor. 15:20- 21). Al igual que en el AT, el amor es una motivación poderosa; con todo, no ocupa el lugar de la ley. El amor no constituye la ley; es una palabra que dice “cómo” pero que nunca nos va a decir “qué” debemos hacer. El amor es el cumplimiento de la ley (Rom. 13:9) porque nos induce a cumplir con lo que la ley enseña. Por lo tanto, el amor crea afinidad con el objeto amado y afecto hacia él. Proporciona una obediencia voluntaria y alegre más que una aceptación forzada y coercitiva.
Finalmente, el contenido de la ética bíblica no es solo personal sino de amplio alcance. Las cartas de Pablo y de Pedro enumeran un amplio espectro de deberes éticos; hacia nuestro prójimo, respeto por el gobierno civil y sus deberes, el significado espiritual del trabajo, la responsabilidad en el manejo de las posesiones y las riquezas, y mucho más. La ética que exigen y aprueban las Escrituras tiene como parámetro y fuente la santidad de la Deidad; el amor a Dios como fuerza motivadora; la ley de Dios como se la encuentra en el Decálogo y el Sermón del Monte, como su principio directivo, y la gloria de Dios como la meta que lo gobierna.
Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.
Foto por Aaron Burden, en Unsplash
- TÉRMINO «ESPERANZA ESCATOLÓGICA» $ USD
Por Lorin L. Cranford
Expectativa para después de la muerte y en cuanto a un nuevo mundo cuando Dios ponga fin a este.
La esperanza se centra en la expectativa de la consumación de la salvación individual en el fin de los tiempos. Con la venida del orden eterno cuando Cristo regrese, la esperanza del creyente se convierte en una realidad de experiencia más que en una expectativa de experiencia futura (Rom. 8:24- 25). Esta orientación escatológica de la esperanza neotestamentaria surge de la anticipación profética en el AT con respecto a la futura liberación por parte de Dios (Isa. 25:9; ver especialmente el uso paulino de Isa. 11:10 en Rom. 15:12).
Términos del Antiguo Testamento
En el AT hebreo se usan diversos términos para transmitir la idea de esperanza: qawah (ser tironeado hacia delante, anhelar, esperar en [con Dios como objeto, 26 veces]), yachal (esperar, anhelar [a Dios, 27 veces]), chakah (esperar [a Dios, 7 veces]), sabar (esperar, confiar [en Dios, 4 veces]). Los sustantivos correspondientes no se usan con frecuencia; y solo 9 veces en relación con la esperanza en Dios. De las 146 veces que aparecen estos verbos o sustantivos, solamente la mitad se refiere a una realidad espiritual en lugar de tener un sentido no religioso. De estos 73 usos con sentido religioso, el concepto de esperanza está estrechamente relacionado con la confianza. Dios es la base y el objeto frecuente de la esperanza; “esperar en Jehová”, “confiar en Jehová” son expresiones comunes. En la esperanza en Dios está implícita la sumisión a Su gobierno soberano. Por consiguiente, la esperanza y el temor a Yahvéh a menudo se expresan juntos (Sal. 33:18-20; 147:11; Prov. 23:17-18). Esperar en Dios es sentir temor reverencial hacia Él y Su poder, con la confianza de que cumplirá fielmente Su Palabra. Por lo tanto, la esperanza se convierte en confianza en el carácter justo de Yahvéh.
Entre ambos Testamentos
En el período intertestamentario, la esperanza escatológica ocupó un lugar prominente pero también confuso por las diversas expectativas. Con frecuencia se orientaba hacia la expectación de la venida del Mesías y la restauración del reino de Israel. Con el surgimiento de numerosos individuos que hacían afirmaciones mesiánicas y despertaban expectativas de la gente para luego derrumbarse en derrota y destrucción, la esperanza de Israel adquirió un tono pesimista, especialmente en el pensamiento rabínico. El reino de Dios no podría ser restablecido antes de que Israel lograra obediencia completa a la ley.
Esta incertidumbre nacional tendió a producir incertidumbre personal sobre qué significaba la obediencia requerida para complacer a Dios, y así asegurarse la resurrección del cuerpo y la inclusión en el reino mesiánico venidero. En contraste con esta visión pesimista, en Qumrán encontramos esperanza escatológica confiada. No obstante, esta confianza era posible solamente para el grupo selecto que constituían los elegidos de Dios. En el judaísmo helenístico, la esperanza estaba inmersa en el concepto griego de la inmortalidad del alma, como lo demuestran los escritos de Filón.
Nuevo Testamento
Los escritores del NT expresan el concepto de esperanza principalmente con la palabra griega elpis y sus cognados. En Mat. 24:50 (también en Luc. 12:46) y en 2 Pe. 3:12-14 se ve el uso de la esperanza en relación con el regreso de Cristo. En la enseñanza de Jesús sobre estar alerta, no estar atento a la venida del Hijo del hombre puede ser desastroso. En 2 Pedro, esta expectativa sobre el día del Señor se convierte en incentivo para la vida santa. En ambos pasajes, el elemento de incertidumbre asociado frecuentemente con la palabra griega desapareció y es remplazado por un sentido de confianza basada en la promesa del Señor de que volvería.
Contenido de la esperanza
Los objetos de las diversas palabras griegas relacionadas con esperanza ayudan a entender lo que esta constituye. Lo fundamental es la expectativa del regreso de Cristo, descrita como la “manifestación de nuestro Señor Jesucristo” (1 Cor. 1:7) y como “la venida del día de Dios” (parousia, 2 Ped. 3:12), o simplemente como “la esperanza en nuestro Señor Jesucristo” (1 Tes. 1:3; comp. Luc. 12:36; Fil. 3:20; Heb. 9:28). Esta expectativa constituye una esperanza bienaventurada y se define como “la manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (Tito 2:13, comp. Rom. 5:2; Col. 1:27). Junto a esta manifestación de Cristo se encuentra la expectación de un cielo nuevo y una tierra nueva (2 Ped. 3:13; Apoc. 21:1); la resurrección de los justos y los pecadores (Hech. 24:15); la manifestación de los hijos de Dios (Rom. 8:19); nuestra adopción como hijos que se define como redención de nuestro cuerpo (Rom. 8:23); la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna (Jud. 21); la gracia de Dios (1 Ped. 1:13). Así como Abraham esperaba la Ciudad Santa, el creyente también la espera (Heb. 11:10). La esperanza de Israel en la promesa de Dios se cumple en la resurrección (Hech. 26:6- 8). Esto constituye la esperanza de la vida eterna prometida mucho tiempo antes (Tito 1:2; 3:7), de salvación (1 Tes. 5:8) y de justicia (Gál. 5:5). La base de esta esperanza está en Dios. Ponemos la esperanza en Él, que es el Salvador de toda la humanidad (1 Tim. 4:10; 5:5; Rom. 15:12; 1 Ped. 1:21), más que en las riquezas inciertas (1 Tim. 6:17); ponemos la esperanza en Su nombre (Mat. 12:21), o en Cristo (1 Cor. 15:19). Esta esperanza está estrechamente ligada al evangelio (Col. 1:23), a nuestro llamado en Su gracia (Ef. 1:18; 4:4), y a la fe y la presencia del Espíritu Santo (Gál. 5:5). Es una esperanza viva y dinámica (1 Ped. 1:3) que motiva a la persona a llevar una vida justa y santa (2 Ped. 3:14). Así se presenta como integrante de la tríada cristiana de fe, esperanza y amor (1 Cor. 13:13; 1 Tes. 1:3; 1:4-5).
Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.
Foto por Marc-Olivier Jodoin, en Unsplash
- TÉRMINO «DUELO» $ USD
Por John W. Drakeford y E. Ray Clendenen
Prácticas y emociones asociadas con la experiencia de la muerte de un ser amado u otra catástrofe o tragedia. Cuando en la Biblia se menciona la muerte, generalmente se relaciona con la experiencia de alguien desconsolado que siempre responde de manera inmediata y exteriorizada, y sin ninguna clase de reservas. La Biblia relata el duelo de Abraham por Sara (Gén. 23:2). Jacob hizo duelo por José porque pensaba que estaba muerto: “Entonces Jacob rasgó sus vestidos, y puso cilicio sobre sus lomos, y guardó luto por su hijo muchos días. Y se levantaron todos sus hijos y todas sus hijas para consolarlo; mas él no quiso recibir consuelo, y dijo: Descenderé enlutado a mi hijo hasta el Seol. Y lo lloró su padre.” (Gén. 37:34-35). Los egipcios hicieron duelo por Jacob durante 70 días (Gén. 50:3). Generalmente se guardaban 30 días de duelo por los líderes: Aarón (Núm. 20:29); Moisés (Deut. 34:8) y Samuel (1 Sam. 25:1). David lideró al pueblo mientras hacía duelo por Abner (2 Sam. 3:31-32).
María y Marta lloraron por la muerte de su hermano Lázaro (Juan 11:31). Juan escribió que “Jesús lloró” al ver a María y a sus amigos llorando (Juan 11:35). El llanto en aquella época, al igual que ahora, era la principal muestra de dolor. Las lágrimas se mencionan repetidas veces en la Biblia (Sal. 42:3; 56:8). El lamento en voz alta (llorar a gritos) también caracterizaba el duelo; tal es el caso del profeta que gritó “¡Ay, hermano mío!” (1 Rey. 13:30; comp. Ex. 12:30; Jer. 22:18; Mar. 5:38).
A veces la gente rasgaba sus vestiduras (Gén. 37:29,34; Job 1:20; 2:12), evitaba lavarse y realizar otras actividades normales (2 Sam. 14:2), y a menudo se ceñía de cilicio: “Entonces dijo David a Joab, y a todo el pueblo que con él estaba: Rasgad vuestros vestidos, y ceñíos de cilicio, y haced duelo delante de Abner” (2 Sam. 3:31; Isa. 22:12; Mat. 11:21). El cilicio era un material oscuro que se hacía con pelo de oveja o camello (Apoc. 6:12) y se utilizaba para elaborar sacos de grano (Gén. 42:25). Se usaba en lugar de otra vestimenta, o tal vez debajo de ella, y se ataba alrededor de lacintura por fuera de la túnica (Gén. 37:34; Juan 3:6). A veces los que hacían duelo se sentaban o se acostaban sobre el cilicio (2 Sam. 21:10). Lasmujeres usaban vestimenta negra u oscura: “envió Joab a Tecoa, y tomó de allá una mujer astuta, y le dijo: Yo te ruego que finjas estar de duelo,y te vistas ropas de luto, y no te unjas con óleo, sino preséntate como una mujer que desde mucho tiempo está de duelo por algún muerto” (2 Sam. 14:2). Los que estaban de duelo también se cubrían la cabeza: “Y David subió la cuesta de los Olivos; y la subió llorando, llevando la cabeza cubierta y los pies descalzos. También todo el pueblo que tenía consigo cubrió cada uno su cabeza,e iban llorando mientras subían” (2 Sam. 15:30). Los que hacían duelo generalmente se sentaban en el suelo, descalzos, con las manos sobre la cabeza (Miq. 1:8; 2 Sam. 12:20; 13:19; Ezeq. 24:17) y se arrojaban ceniza o polvo sobre la cabeza o el cuerpo (Jos. 7:6; Jer. 6:26; Lam. 2:10; Ezeq. 27:30; Est. 4:1). Incluso se cortaban el pelo, la barba o la piel (Jer. 16:6; 41:5; Miq. 1:16), aunque este tipo de prácticas en el cuerpo estaban prohibidas porque eran paganas (Lev. 19:27-28; 21:5; Deut. 14:1). A veces se hacía ayuno; por lo general solo durante el día (2 Sam. 1:12; 3:35), y tradicionalmente durante siete jornadas (Gén. 50:10; 1 Sam. 31:13). Sin embargo, los amigos proporcionaban comida porque no se podía preparar en una casa que se consideraba impura por la presencia del muerto (Jer. 16:7).
No solo hacían duelo los parientes sino que también contrataban plañideras profesionales (Ecl. 12:5; Amós 5:16). La referencia de Jer. 9:17 a las “plañideras” sugiere que esas mujeres practicaban ciertas técnicas. Cuando Jesús fue a la casa de Jairo para curar a su hija, “vio a los que tocaban flautas, y la gente que hacía alboroto” (Mat. 9:23).
Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.
Foto por Samuel Rios, en Unsplash
- TÉRMINO «DONES ESPIRITUALES» $ USD
Por Chad Brand
La frase “dones espirituales” se emplea comúnmente para referirse a la capacidad que Dios les da a los creyentes para el servicio. Las Escrituras emplean estos términos de manera específica: “dones” (gr. domata, Ef. 4:8); “dones espirituales” (pneumatika, 1 Cor. 12:1); “gracia” (charismata, Rom 12:6; 1 Cor. 12:4,9,28, 30,31; 1 Ped. 4:10); “operaciones” (energemata, 1 Cor. 12:6) y “manifestación” (phanerosis, 1 Cor. 12:7). Estos términos indican lo que Dios otorga a los creyentes para que realicen la obra del ministerio en la iglesia. Es apropiado usar la frase “dones espirituales” dado que provienen del Espíritu Santo (aunque también podría decirse que vienen del Padre a través de la obra redentora del Hijo: Ef. 4:8-11; 1 Cor. 12:5-7,11) y son otorgados por Dios de acuerdo a Sus propósitos soberanos (1 Cor. 12:11).
En las dos discusiones más largas sobre estos charismata, Pablo enfatiza la diversidad que existe en la iglesia, el cuerpo de Cristo, y que se ve reflejada en la variedad de dones espirituales (1 Cor. 12:1- 31; Rom. 12:3-8). Los eruditos han intentado clasificarlos de distintas maneras pero ninguna resulta convincente. Una de dichas clasificaciones (James D. G. Dunn) presenta estas distinciones:
- Actividades (milagros, sanidad, fe)
- Manifestaciones (revelación de Cristo, visión y éxtasis, conocimiento y sabiduría, guía)
- Palabra inspirada (proclamación, profecía, discernimiento de espíritus, enseñanza, canto, oración, lenguas, interpretación)
- Servicio (dar y cuidar, ayudar y guiar)
Otra clasificación (Bridge y Phypers) sigue este esquema:
- Líderes reconocidos de la iglesia (apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros, servidores, administradores, ayudantes)
- La iglesia en su totalidad (sabiduría, conocimiento, fe, sanidad, milagros, profecía, discernimiento, lenguas, interpretación, pobreza voluntaria, martirio, celibato, contribución, acciones de misericordia)
Es posible que haya formas más apropiadas de clasificar los dones, los cuales tienen que ser vistos en el contexto de los ministerios, pero estos ministerios se pueden entender de diferentes modos. ¿Qué son exactamente estos dones en el NT? Hay cierto desacuerdo entre los eruditos sobre la interpretación de algunos dones, pero será útil hacer algunos comentarios.
Ciertos dones parecen manifestarse de manera sumamente espectacular. El don de milagros (1 Cor. 12:28,29) se refiere a un poder que manifiesta el señorío de Cristo sobre todo lo creado. Nada está fuera de Su Señorío. La “palabra de sabiduría” (1 Cor. 12:8) tiene que ver con la capacidad para dar un consejo sabio ante cualquier circunstancia difícil. Muchos lo han experimentado en situaciones de la iglesia en que alguien tiene la capacidad de conocer la mente del Espíritu y decir las palabras correctas. A continuación aparece el ministerio de sanidad de la iglesia. Muchas personas del NT demostraron dones de sanidad sorprendentes, y estas manifestaciones estaban entre “las señales de apóstol” (2 Cor. 12:12). No obstante, algunos no eran sanados, como Pablo dice claramente: “a Trófimo dejé en Mileto enfermo” (2 Tim. 4:20), y urgió a Timoteo a tomar “un poco de vino a causa de tu estómago y de tus frecuentes enfermedades” (1 Tim. 5:23). Si bien Pablo tenía el don de sanidad (Hech. 14:6-10), queda claro que solo podía sanar a aquellos a quienes Dios quería sanar de esa manera. También puede resultar significativo que Pablo habló de “dones de sanidades” (1 Cor. 12:28, lit. gr.). El plural puede indicar que ese tipo de don puede manifestarse en más de una forma, y que la sanidad milagrosa tal vez sea solo una de las formas que asume. Otras formas pueden ser las oraciones de los ancianos por los enfermos (Sant. 5:13-16) o incluso el uso de la medicina y de la tecnología médica (ver las palabras de instrucción de Pablo a Timoteo mencionadas más arriba). Este don indica que Dios finalmente producirá la sanidad completa del cuerpo en la glorificación. Sin embargo, al igual que en otras áreas de la experiencia cristiana, hay cosas que ya tenemos pero que aún no se han completado, como sucede con la redención final del cuerpo que aguarda el regreso del Señor (Rom. 8:23; 1 Cor. 15:42-44). El “discernimiento de espíritus” (1 Cor. 12:10) puede aludir tanto a la capacidad para detectar espíritus malignos (Hech. 16:16-18) como también de tener un corazón que pueda discernir las necesidades espirituales del ser humano (Jer. 17:9,10; 1 Cor. 2:14).
Otros dones parecieran más comunes y corrientes y no parecieran venir directamente de Dios. La enseñanza, el servicio, la administración, la ayuda y la misericordia parecen más prosaicos; sin embargo, se mencionan entre los dones espirituales sin sugerir que sean de menor importancia en la iglesia. Más bien, en la analogía del cuerpo que presenta Pablo, dice claramente que los de “menor honra” (1 Cor. 12:23) son tan importantes como los más visibles y honrosos. Ninguna iglesia podría funcionar si todos quisieran tener los roles de pastor, maestro y evangelista. Estos son dones carismáticos (de gracia) al igual que la profecía y los milagros.
Los intérpretes a veces preguntan si los dones enumerados en el NT son los únicos que otorga Dios. Tal vez sea imposible responder dicha pregunta con autoridad. Lo que sí puede decirse con tranquilidad es que estos dones eran representativos de los que estaban presentes en la iglesia del primer siglo y, dado que las necesidades reales de las personas y de la iglesia no cambian, probablemente también lo sean en la iglesia actual. Estos dones pueden ser transferidos a una variedad de contextos específicos del ministerio.
Otros preguntan si todos los dones enumerados en estos pasajes todavía operan en la iglesia de hoy. No es una pregunta fácil. En primer lugar, se debe reconocer que los dones son dados de acuerdo a la soberanía del Espíritu (1 Cor. 12:11). En segundo lugar, no hay nada en estos textos que requiera que, solo porque Dios otorgó un don o ministerio especial en el pasado, está obligado a otorgarlo en cada generación. Podría darse el caso, o tal vez no, de que Dios quisiera dar algún don con un propósito temporal y que, una vez que ese propósito se cumpliera, no hubiera necesidad de otorgarlo a generaciones posteriores. En algunos períodos de la historia bíblica, los milagros y los prodigios no eran prominentes ni siquiera en la vida de algunos héroes de las Escrituras. Moisés, por ejemplo, fue testigo de muchas señales y maravillas, pero David no. Esta cuestión adquiere relevancia en relación a los dones de profecía y apostolado. Pablo les recordó a los efesios que estos dos dones constituían el fundamento de la iglesia (Ef. 2:20), y Jesús le mostró a Juan que los nombres de los apóstoles están en los cimientos de la ciudad celestial (Apoc. 21:14). Si es así, pareciera que esos dones no necesiten seguir operando, por lo menos no de la misma forma que en la primera generación de la iglesia cristiana. De otro modo, el cimiento estaría en proceso de ser colocado nuevamente en cada generación, y eso no parece coherente con estos y otros textos, lo cual no significa que estos dones hayan cesado, como si la iglesia actual hubiera perdido su poder y su objetivo. Más bien, la razón por la cual Dios otorgó alguno de esos dones puede haber sido que se utilizaran para alguna necesidad específica y que, una vez logrado el objetivo, ya no fueran necesarios. Si la profecía y el apostolado tuvieron que ver con el proceso de formación de las Escrituras cristianas, no debemos esperar que esos dones sean necesarios (por lo menos del mismo modo) como lo fueron en los primeros tiempos de la iglesia.
A pesar de que los dones son muchos, el Espíritu que los otorga es uno. Dios ha dado a la iglesia diversidad de dones, dado que las necesidades de la comunidad cristiana son amplias y complejas. La iglesia necesita instrucción, exhortación, ministerios de misericordia, administración de su programa, consolación y sanidad en tiempos de enfermedad, consejo sabio en los días oscuros y mucho más. En consecuencia, Dios le ha dado a Su pueblo una amplia gama de capacidades, y cada persona debe descubrir los dones que posee, dónde ponerlos en práctica y ser feliz con eso (1 Cor. 12:15- 25). Pero esta diversidad no debe ser causa de divisiones y peleas, ya que todos hemos sido dotados por el mismo Espíritu Santo que también mora en otros cristianos (Rom. 8:9-11; 1 Cor. 12:4-7).
Dios da dones espirituales a Su pueblo para que esté capacitado y sea eficaz en el ministerio. Todos los cristianos tienen dones (1 Cor. 12:7; Ef. 4:7), los cuales nunca se dan a los creyentes para beneficio personal ni para que de alguna manera los utilicen para sí mismos. Son dados, como dice el apóstol, “para provecho” (1 Cor. 12:7), e implican ministerio. Todos los cristianos son ministros. Todos tienen tareas que llevar a cabo en la iglesia para servir al Señor. No se espera que nadie sea solo receptor de un servicio; todo el pueblo de Dios da y recibe servicios. Las iglesias nunca podrán lograr el nivel de madurez que Cristo espera hasta tanto todos los miembros estén activos y demuestren qué dones recibieron. Esto lo demuestran mediante dedicación a los ministerios relacionados con sus dones (Ef. 4:12-16). Cuando las iglesias descubran la importancia del ministerio de cada miembro, experimentarán realmente el crecimiento del cuerpo para ser edificados en amor (Ef. 4:16).
Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.
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- TÉRMINO «DISCÍPULO» $ USD
Por Robert B. Sloan
Discípulo
Seguidor de Jesucristo, especialmente los doce elegidos que siguieron a Jesús durante Su ministerio terrenal. El término “discípulo” proviene de una raíz latina. Su significado primario es “aprendiz” o “pupilo”. El término prácticamente no se encuentra en el AT, aunque hay dos referencias relacionadas (1 Crón. 25:8; Isa. 8:16).
En el mundo griego, la palabra “discípulo” normalmente se refería al adherente a un maestro particular o de una escuela religiosa/filosófica. La tarea del discípulo era aprender, estudiar y transmitir los dichos y las enseñanzas del maestro. En el judaísmo rabínico, el término “discípulo” se refería a alguien que estaba dedicado a las interpretaciones de la Escritura y la tradición religiosa que le había enseñado el maestro o rabino. A través de un proceso de aprendizaje que incluía un tiempo de reunión formal y métodos pedagógicos como preguntas y respuestas, instrucción, repetición y memorización, el discípulo crecería en su devoción al maestro y sus enseñanzas. A su tiempo, el discípulo también transmitiría las tradiciones a otros.
Los Evangelios se refieren con frecuencia a Jesús como “Maestro” (Rabbi) (Mat. 26:25,49; Mar. 9:5;10:51; 11:21; Juan 1:38,49; 3:2,26; 6:25; 20:16). Se supone que Jesús utilizó técnicas rabínicas tradicionales de enseñanza (preguntas y respuestas, discusión, memorización) para instruir a sus discípulos. Él era diferente de los rabinos en muchos aspectos. Invitó a sus discípulos con la palabra “sígueme” (Luc. 5:27). Los discípulos de los rabinos podían seleccionar a sus maestros. Jesús a menudo exigió niveles extremos de entrega personal (pérdida de familia, propiedades, etc.; Mat. 4:18-22; 10:24-42; Luc. 5:27,28; 14:25-27; 18:28-30). Pidió lealtad absoluta (Luc. 9:57-62) como el medio fundamental para hacer la voluntad de Dios (Mat. 12:49-50; Juan 7:16-18). Enseñó más como portador de la revelación divina que como eslabón en la cadena de la tradición judía (Mat. 5:21-48; 7:28,29; Mar. 4:10,11). Así fue que Jesús anunció el final de los tiempos y el largamente esperado reino de Dios (Mat. 4:17; Luc. 4:14-21,42-44).
Los Doce
Como vocero mesiánico del reino de Dios, Jesús reunió a un círculo especial de doce discípulos, una representación claramente simbólica de las doce tribus (Mat. 19:28). Al hacerlo estaba redefiniendo la identidad social judía sobre el fundamento del discipulado en relación a Jesús. Los Doce representaron un grupo único, haciendo de la palabra “discípulo” (como una referencia a los doce) un equivalente exacto a “apóstol” en aquellos contextos donde la última palabra también estaba limitada a los Doce. Las cuatro listas de los Doce en el NT (Mat. 10:1-4; Mar. 3:16-19; Luc. 6:12-16; Hech. 1:13,26) también implican en sus contextos el uso sinónimo de los términos “discípulos” / “apóstoles” cuando se utiliza para referirse a los Doce.
Un grupo más grande de seguidores
Los Evangelios demuestran claramente que la palabra “discípulo” puede aplicarse a otros aparte de los Doce. El verbo “seguir” se convirtió en un tecnicismo que Jesús usó para llamar a sus discípulos, quienes luego fueron llamados “seguidores” (Mar. 4:10). Estos incluían a una gran cantidad de personas de entre las cuales se seleccionó a los Doce (Mar. 3:7-19; Luc. 6:13-17). Este grupo más amplio de discípulos incluía a una gran variedad de hombres y mujeres (Luc. 8:1-3; 23:49). (Incluso en el grupo de los Doce había diversidad: pescadores, un recaudador de impuestos y un zelote). Sin duda Jesús era sumamente popular entre los marginados sociales y los despreciados por la religión, aunque también lo seguían algunos ricos y personas con trasfondo teológico (Luc. 8:1-3; 19:1-10; Juan 3:1-3; 12:42; 19:38,39).
Los Doce fueron enviados como representantes de Jesús, comisionados para predicar la venida del reino, echar fuera demonios y curar las enfermedades (Mat. 10:1,5-15; Mar. 6:7-13; Luc. 9:1-6). Estas tareas no estaban limitadas a los Doce (Luc. 10:1-24). Aparentemente los discípulos de Jesús al comienzo incluían a “una gran multitud de gente” (Luc. 6:17). Jesús formó a ciertos grupos más pequeños y más específicamente definidos dentro de esa “gran multitud”. Estos grupos más pequeños incluían a un grupo de “70” (Luc. 10:1,17), a los “Doce” (Mat. 11:1; Mar. 6:7; Luc. 9:1), y quizás a un grupo aún más pequeño, dentro de los doce, integrado especialmente por Pedro, Jacobo y Juan, cuyos nombres (junto con Andrés) siempre aparecen primeros en las listas de los Doce (Mat. 10:2; Mar. 3:16,17; Luc. 6:14; Hech. 1:13), cuyos llamados se destacan de modo especial (Mat. 4:18-22; Juan 1:35-42 y la tradición de que Juan es “el otro” / “discípulo amado” del Evangelio de Juan: 13:23; 19:26; 20:2; 21:20), y fueron los únicos que acompañaron a Jesús en algunas ocasiones especiales de sanidad y revelación (Mat. 17:1; Mar. 13:3; Luc. 8:51).
Todos los seguidores de Jesús
El libro de Hechos de los Apóstoles frecuentemente utiliza “discípulo” para referirse de manera general a todos aquellos que creen en el Señor resucitado (6:1,2,7; 9:1,10,19,26,38; 11:26,29). Además, la forma del verbo “discipular” como aparece en la escena de la gran comisión del Evangelio de Mateo (28:19,20), también sugiere el uso del término “discípulo” en la iglesia primitiva como un término más generalizado para todos aquellos que respondían a Jesús con fe, luego de haber escuchado y creído en el evangelio.
Conclusión
Como referencia a los Doce entonces, las palabras “apóstol” y “discípulo” podrían ser sinónimos. Sin embargo, así como el término “discípulo” podría referirse a otros seguidores de Jesús además de los Doce en la época de Su ministerio, también después de Su resurrección el término “discípulo” tuvo un significado más amplio y se aplicó claramente a todos sus seguidores. Si bien el término “apóstol” conservó un significado más específico y estuvo ligado a ciertos testigos visuales del Señor resucitado, la palabra “discípulo” tendió a perder sus asociaciones más específicas con los Doce y/o los que siguieron al Jesús histórico o vieron al Señor resucitado, y se convirtió en equivalente de “cristiano” (Hech. 11:26). Sin embargo, en todos los casos el vínculo del significado para las diferentes aplicaciones de la palabra “discípulo” era la lealtad a Jesús.
Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.
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- TÉRMINO «DILUVIO» $ USD
Por Chad Brand
Génesis 6–9 narra la historia del diluvio que cubrió toda la tierra, y de Noé, el hombre que Dios usó para salvar a seres humanos y animales.
Los acontecimientos
El diluvio y la inundación se produjeron por el pecado. Los seis primeros versículos de Gén. 6 hablan de los “hijos de Dios” que tuvieron relaciones con “las hijas de los hombres”. Algunos consideraron a “los hijos de Dios” como seres angelicales (o demoníacos), es decir, el mal en forma de demonios en convivencia con seres humanos. Es más probable que “los hijos de Dios” hayan sido los descendientes del linaje piadoso de Set, mientras que las “hijas de los hombres” fueran descendientes de la línea profana de Caín. El mal entonces consistiría en el yugo desigual entre justos e incrédulos que dominó al resto de la tierra al punto que “se corrompió la tierra delante de Dios, y estaba la tierra llena de violencia” (Gén. 6:11). Aparentemente, solo quedaba Noé. “Pero Noé halló gracia ante los ojos de Jehová” (Gén. 6:8). Era un hombre de fe, y esa fe “condenó al mundo” (Heb. 11:7).
Dios le ordenó a Noé que construyera un arca de “madera de gofer”. En ella entraron 14 ejemplares (“7 parejas”) de todos los animales puros y 2 de cada animal impuro (Gén. 7:1-5). Había más animales limpios porque, cuando terminara el diluvio, iban a ser necesarios como alimento y para los sacrificios (8:20-22; 9:2-4). Entonces Dios mandó Su juicio en forma de una lluvia que cayó sobre la tierra durante 40 días (7:17) y que prevaleció durante 150 días (7:24). Finalmente el arca se asentó sobre el Monte Ararat. Noé envió palomas tres veces hasta que la última no regresó. Luego abrió el arca, alabó a Dios, ofreció un sacrificio y recibió la promesa del pacto divino por el cual Dios no volvería a condenar al mundo con un diluvio (8:21-22).
Los temas
Pocos pasajes han despertado mayor interés que este. Se ha convertido en fuente de debates sobre ética (pena capital), teología (el pacto noeico) y apologética (las evidencias del diluvio). De esto último sobresalieron varios temas. El primero tiene que ver con los restos del arca. En los últimos 30 años se ha puesto mucho interés en fotografías que parecieran mostrar una enorme estructura de madera enterrada en la cima del Monte Ararat en Turquía. Se desconoce si esto se determinará alguna vez y si realmente se trata del arca. Segundo, hay mucha discusión sobre la existencia de pruebas del diluvio. Es como si cada semana aparecieran datos nuevos. No hace mucho, los científicos descubrieron restos de una ciudad a 300 m (100 pies) o más bajo la superficie del Mar Negro. Pareciera que ese mar no siempre estuvo allí o que no siempre fue tan extenso. Eso podría constituir prueba clara de un diluvio en la antigüedad. El tercer tema es si el diluvio fue local o universal. Los que proponen un diluvio local, algunos de los cuales son evangélicos, están en manifiesta oposición a los que sostienen un diluvio universal. Los textos del AT y del NT parecen enseñar claramente que el diluvio fue universal (Gén. 7:19-24; 2 Ped. 3:6). Sin embargo, esto no significa que una determinada forma de argumentar a favor del diluvio universal, como por ejemplo el enfoque catastrófico, sea la última palabra sobre el tema. Queda mucho por hacer. Lo que se puede afirmar es que la evidencia científica de un diluvio universal tiene mucho peso y aumenta diariamente.
Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.
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