Por Chad Brand
La frase “dones espirituales” se emplea comúnmente para referirse a la capacidad que Dios les da a los creyentes para el servicio. Las Escrituras emplean estos términos de manera específica: “dones” (gr. domata, Ef. 4:8); “dones espirituales” (pneumatika, 1 Cor. 12:1); “gracia” (charismata, Rom 12:6; 1 Cor. 12:4,9,28, 30,31; 1 Ped. 4:10); “operaciones” (energemata, 1 Cor. 12:6) y “manifestación” (phanerosis, 1 Cor. 12:7). Estos términos indican lo que Dios otorga a los creyentes para que realicen la obra del ministerio en la iglesia. Es apropiado usar la frase “dones espirituales” dado que provienen del Espíritu Santo (aunque también podría decirse que vienen del Padre a través de la obra redentora del Hijo: Ef. 4:8-11; 1 Cor. 12:5-7,11) y son otorgados por Dios de acuerdo a Sus propósitos soberanos (1 Cor. 12:11).
En las dos discusiones más largas sobre estos charismata, Pablo enfatiza la diversidad que existe en la iglesia, el cuerpo de Cristo, y que se ve reflejada en la variedad de dones espirituales (1 Cor. 12:1- 31; Rom. 12:3-8). Los eruditos han intentado clasificarlos de distintas maneras pero ninguna resulta convincente. Una de dichas clasificaciones (James D. G. Dunn) presenta estas distinciones:
- Actividades (milagros, sanidad, fe)
- Manifestaciones (revelación de Cristo, visión y éxtasis, conocimiento y sabiduría, guía)
- Palabra inspirada (proclamación, profecía, discernimiento de espíritus, enseñanza, canto, oración, lenguas, interpretación)
- Servicio (dar y cuidar, ayudar y guiar)
Otra clasificación (Bridge y Phypers) sigue este esquema:
- Líderes reconocidos de la iglesia (apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros, servidores, administradores, ayudantes)
- La iglesia en su totalidad (sabiduría, conocimiento, fe, sanidad, milagros, profecía, discernimiento, lenguas, interpretación, pobreza voluntaria, martirio, celibato, contribución, acciones de misericordia)
Es posible que haya formas más apropiadas de clasificar los dones, los cuales tienen que ser vistos en el contexto de los ministerios, pero estos ministerios se pueden entender de diferentes modos. ¿Qué son exactamente estos dones en el NT? Hay cierto desacuerdo entre los eruditos sobre la interpretación de algunos dones, pero será útil hacer algunos comentarios.
Ciertos dones parecen manifestarse de manera sumamente espectacular. El don de milagros (1 Cor. 12:28,29) se refiere a un poder que manifiesta el señorío de Cristo sobre todo lo creado. Nada está fuera de Su Señorío. La “palabra de sabiduría” (1 Cor. 12:8) tiene que ver con la capacidad para dar un consejo sabio ante cualquier circunstancia difícil. Muchos lo han experimentado en situaciones de la iglesia en que alguien tiene la capacidad de conocer la mente del Espíritu y decir las palabras correctas. A continuación aparece el ministerio de sanidad de la iglesia. Muchas personas del NT demostraron dones de sanidad sorprendentes, y estas manifestaciones estaban entre “las señales de apóstol” (2 Cor. 12:12). No obstante, algunos no eran sanados, como Pablo dice claramente: “a Trófimo dejé en Mileto enfermo” (2 Tim. 4:20), y urgió a Timoteo a tomar “un poco de vino a causa de tu estómago y de tus frecuentes enfermedades” (1 Tim. 5:23). Si bien Pablo tenía el don de sanidad (Hech. 14:6-10), queda claro que solo podía sanar a aquellos a quienes Dios quería sanar de esa manera. También puede resultar significativo que Pablo habló de “dones de sanidades” (1 Cor. 12:28, lit. gr.). El plural puede indicar que ese tipo de don puede manifestarse en más de una forma, y que la sanidad milagrosa tal vez sea solo una de las formas que asume. Otras formas pueden ser las oraciones de los ancianos por los enfermos (Sant. 5:13-16) o incluso el uso de la medicina y de la tecnología médica (ver las palabras de instrucción de Pablo a Timoteo mencionadas más arriba). Este don indica que Dios finalmente producirá la sanidad completa del cuerpo en la glorificación. Sin embargo, al igual que en otras áreas de la experiencia cristiana, hay cosas que ya tenemos pero que aún no se han completado, como sucede con la redención final del cuerpo que aguarda el regreso del Señor (Rom. 8:23; 1 Cor. 15:42-44). El “discernimiento de espíritus” (1 Cor. 12:10) puede aludir tanto a la capacidad para detectar espíritus malignos (Hech. 16:16-18) como también de tener un corazón que pueda discernir las necesidades espirituales del ser humano (Jer. 17:9,10; 1 Cor. 2:14).
Otros dones parecieran más comunes y corrientes y no parecieran venir directamente de Dios. La enseñanza, el servicio, la administración, la ayuda y la misericordia parecen más prosaicos; sin embargo, se mencionan entre los dones espirituales sin sugerir que sean de menor importancia en la iglesia. Más bien, en la analogía del cuerpo que presenta Pablo, dice claramente que los de “menor honra” (1 Cor. 12:23) son tan importantes como los más visibles y honrosos. Ninguna iglesia podría funcionar si todos quisieran tener los roles de pastor, maestro y evangelista. Estos son dones carismáticos (de gracia) al igual que la profecía y los milagros.
Los intérpretes a veces preguntan si los dones enumerados en el NT son los únicos que otorga Dios. Tal vez sea imposible responder dicha pregunta con autoridad. Lo que sí puede decirse con tranquilidad es que estos dones eran representativos de los que estaban presentes en la iglesia del primer siglo y, dado que las necesidades reales de las personas y de la iglesia no cambian, probablemente también lo sean en la iglesia actual. Estos dones pueden ser transferidos a una variedad de contextos específicos del ministerio.
Otros preguntan si todos los dones enumerados en estos pasajes todavía operan en la iglesia de hoy. No es una pregunta fácil. En primer lugar, se debe reconocer que los dones son dados de acuerdo a la soberanía del Espíritu (1 Cor. 12:11). En segundo lugar, no hay nada en estos textos que requiera que, solo porque Dios otorgó un don o ministerio especial en el pasado, está obligado a otorgarlo en cada generación. Podría darse el caso, o tal vez no, de que Dios quisiera dar algún don con un propósito temporal y que, una vez que ese propósito se cumpliera, no hubiera necesidad de otorgarlo a generaciones posteriores. En algunos períodos de la historia bíblica, los milagros y los prodigios no eran prominentes ni siquiera en la vida de algunos héroes de las Escrituras. Moisés, por ejemplo, fue testigo de muchas señales y maravillas, pero David no. Esta cuestión adquiere relevancia en relación a los dones de profecía y apostolado. Pablo les recordó a los efesios que estos dos dones constituían el fundamento de la iglesia (Ef. 2:20), y Jesús le mostró a Juan que los nombres de los apóstoles están en los cimientos de la ciudad celestial (Apoc. 21:14). Si es así, pareciera que esos dones no necesiten seguir operando, por lo menos no de la misma forma que en la primera generación de la iglesia cristiana. De otro modo, el cimiento estaría en proceso de ser colocado nuevamente en cada generación, y eso no parece coherente con estos y otros textos, lo cual no significa que estos dones hayan cesado, como si la iglesia actual hubiera perdido su poder y su objetivo. Más bien, la razón por la cual Dios otorgó alguno de esos dones puede haber sido que se utilizaran para alguna necesidad específica y que, una vez logrado el objetivo, ya no fueran necesarios. Si la profecía y el apostolado tuvieron que ver con el proceso de formación de las Escrituras cristianas, no debemos esperar que esos dones sean necesarios (por lo menos del mismo modo) como lo fueron en los primeros tiempos de la iglesia.
A pesar de que los dones son muchos, el Espíritu que los otorga es uno. Dios ha dado a la iglesia diversidad de dones, dado que las necesidades de la comunidad cristiana son amplias y complejas. La iglesia necesita instrucción, exhortación, ministerios de misericordia, administración de su programa, consolación y sanidad en tiempos de enfermedad, consejo sabio en los días oscuros y mucho más. En consecuencia, Dios le ha dado a Su pueblo una amplia gama de capacidades, y cada persona debe descubrir los dones que posee, dónde ponerlos en práctica y ser feliz con eso (1 Cor. 12:15- 25). Pero esta diversidad no debe ser causa de divisiones y peleas, ya que todos hemos sido dotados por el mismo Espíritu Santo que también mora en otros cristianos (Rom. 8:9-11; 1 Cor. 12:4-7).
Dios da dones espirituales a Su pueblo para que esté capacitado y sea eficaz en el ministerio. Todos los cristianos tienen dones (1 Cor. 12:7; Ef. 4:7), los cuales nunca se dan a los creyentes para beneficio personal ni para que de alguna manera los utilicen para sí mismos. Son dados, como dice el apóstol, “para provecho” (1 Cor. 12:7), e implican ministerio. Todos los cristianos son ministros. Todos tienen tareas que llevar a cabo en la iglesia para servir al Señor. No se espera que nadie sea solo receptor de un servicio; todo el pueblo de Dios da y recibe servicios. Las iglesias nunca podrán lograr el nivel de madurez que Cristo espera hasta tanto todos los miembros estén activos y demuestren qué dones recibieron. Esto lo demuestran mediante dedicación a los ministerios relacionados con sus dones (Ef. 4:12-16). Cuando las iglesias descubran la importancia del ministerio de cada miembro, experimentarán realmente el crecimiento del cuerpo para ser edificados en amor (Ef. 4:16).
Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.
Foto por Timothy Eberly, en Unsplash
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