Por Randy Hatchett
Nombre tradicional para el primer pecado de Adán y Eva que produjo juicio sobre la naturaleza y la humanidad.
En Génesis, el ser humano creado a imagen de Dios (Gén. 1:26-28) tenía dominio sobre todo. El hombre y la mujer fueron colocados en la tierra con el mandamiento de obedecer (Gén. 1:28). La idea bíblica de dominio sugiere una mayordomía servicial y no un mero poder (Mat. 20:25-28).
El pecado en el huerto
Génesis describe a los seres humanos como creación especial de Dios (2:7), ubicados en un jardín especial también creado por Él (2:8-15). Existen tres características fundamentales para entender el papel del ser humano en el Edén: (1) Adán fue colocado en el huerto “para que lo labrara y lo guardase” (2:15). Dios proveyó esa vocación para satisfacción del ser humano. (2) A los primeros seres humanos se les concedió gran libertad y autodeterminación en el huerto. Esta libertad les permitió tomar de la abundancia de la creación de Dios (2:16). (3) No obstante, su libertad y autodeterminación eran limitados. Dios les prohibió que tomaran del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal (2:17). Los eruditos han señalado que estas tres características pertenecen únicamente a los seres humanos. Cada persona debe enfrentar la vocación, la libertad y la prohibición. La plena humanidad se experimenta solo cuando se mantienen estas tres cosas.
En cierto modo, la “ciencia del bien y del mal” haría a los seres humanos semejantes a Dios (Gén. 3:5,22). Algunos estudiosos de la Biblia consideran que el árbol abarcaba todo el conocimiento, es decir, la gama completa de la experiencia. Otros sostienen que el árbol proporciona conocimiento de naturaleza moral. Hay quienes afirman que el conocimiento adquirido era simplemente una experiencia sexual.
El propósito del árbol en el relato provee una clave para una explicación más satisfactoria. El árbol era objeto y símbolo de la autoridad de Dios. El árbol les recordaba a Adán y a Eva que su libertad no era absoluta sino que debían ejercerla en dependencia de Dios. Con orgullosa rebeldía, ellos intentaron tener la capacidad de gobernarse a sí mismos; establecer una total independencia para proceder. Tal dominio absoluto le pertenece únicamente a Dios. La ambición de ellos afectó todos los aspectos de la experiencia humana. Por ej. reclamaron el derecho a decidir qué era bueno y malo.
La serpiente
La serpiente apareció en la historia repentinamente. En Génesis solo se la identifica como una criatura. La reflexión teológica la ha identificado como instrumento de Satanás y, por eso, ha sido legítimamente maldita y descrita como enemigo de la simiente de la mujer (Gén. 3:14-15). Más adelante, las Escrituras declaran también que Satanás es, en definitiva, el tentador (1 Jn. 3:8; Apoc. 12:9). No obstante, su presencia no reduce la responsabilidad humana. Las Escrituras señalan que la humanidad no puede culpar de su pecado a la tentación demoníaca (Sant. 1:12-15).
La serpiente comenzó la conversación con una pregunta que evidentemente distorsionó, o por lo menos amplió, la orden de Dios de no comer del árbol (Gén. 3:1). El interrogador invitó a la mujer a entrar en una conversación sobre Dios y a tratarlo a Él y Su palabra como objetos para considerar y evaluar. Más aún, la serpiente describió a Dios como alguien que sádica y arbitrariamente había aplicado una prohibición a la pareja a fin de que el disfrute del jardín fuera restringido.
Aparentemente, la mujer intentó defender la orden divina. Al responderle a la serpiente, citó el mandamiento de Dios. El texto no nos dice cómo fue que ella o la serpiente llegaron a conocer ese mandamiento. Tal vez Adán haya transmitido la información que había recibido inicialmente antes de la creación de la mujer (Gén. 2:17-18). Por lo tanto, ella podría representar a todos los que reciben la Palabra de Dios por mediación “humana” pero que, sin embargo, son llamados a creer (comp. Juan 20:29). Ella respondió con una reafirmación del permiso de Dios de comer libremente de los frutos del huerto (Gén. 3:2). Luego habló de la prohibición de Dios en cuanto a ese árbol en medio del jardín. Tal vez la ansiedad que le produjo dudar del carácter divino hizo que agregara algo a las palabras de Él; amplió la orden incluyendo la prohibición de tocar el árbol, y en consecuencia elaboró su propia ley. Es interesante que el primer desafío a la palabra divina no incluyó una supresión sino un agregado, tanto de parte de la serpiente como de la mujer. La caída humana inicial frente a la tentación comenzó al dudar del mandamiento de Dios y de Su carácter amoroso.
La disposición de la mujer a emitir juicio sobre la instrucción de Dios y el agregado que efectuó, aunque aparentemente eran inofensivos, permitieron que la serpiente continuara audazmente con un ataque directo al carácter divino. Declaró que la pareja en realidad no moriría. En su lugar, argumentó que la motivación de Dios era impedir que ellos fueran como Él. La serpiente afirmó que las frases, “serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal” (Gén. 3:5), fueron lo que motivó a Dios para que dictara la prohibición. En realidad, esas frases expresan la motivación humana para quebrantar el mandamiento. Adán y Eva estaban descontentos con su libertad porque pensaban que podían tener más. Querían una libertad sin restricciones; no ser responsables ante nadie, ni siquiera ante Dios. La serpiente parecía estar segura de que el comer produciría igualdad, no muerte.
La mujer estaba frente al árbol. Inicialmente, observó que la fruta era buena para comer. También la consideró agradable a la vista. Aún más atractiva para su vanidad era la esperanza recién descubierta de que le otorgaría conocimiento (Gén. 3:6; comp. 1 Jn. 2:16). Comió del fruto y se lo dio a Adán, quien también comió.
Los resultados del pecado
El pecado tuvo resultados inmediatos en la relación de la pareja; la actitud “primero yo” y “solamente yo” que desplegaron frente a Dios afectó la forma en que se vieron el uno al otro. La confianza mutua y la intimidad del vínculo en una sola carne (Gén. 2:24) fue devastada por la desconfianza. Esto no sugiere que el conocimiento del bien y el mal se refiera a la conciencia sexual. La relación sexual es un mandamiento y una bendición de Dios previos a la caída (Gén. 1:28). Ante la ausencia de confianza mutua, la intimidad plena implica completa vulnerabilidad (Gén. 3:7).
La pareja también se sintió impulsada a esconderse de Dios cuando lo oyeron caminar por el huerto. Mientras la actitud de la pareja era confianza en amor, aparentemente estaban cómodos en la presencia de Dios. Después del pecado, la vergüenza se tornó en característica apropiada de sus relaciones, tanto humanas como divinas (Gén. 3:8). Los pecadores no pudieron permanecer escondidos. Dios buscó y preguntó: “¿Dónde estás tú?” (Gén. 3:9). Esta podría ser una pregunta normal, pero algunos la ven como la triste antelación divina en cuanto a lo que vendría después. Los pecadores finalmente deben hablar con Dios. Adán admitió que la presencia divina le provocaba temor, y que la vergüenza humana lo llevó a esconderse (Gén. 3:10).
La siguiente pregunta de Dios alejó la atención del hombre de la situación que experimentaba por su pecado (Gén 3:11). La pareja ahora debía enfrentar a su Creador. El hombre admitió su pecado, pero recién después de recordarle enfáticamente a Dios que la mujer lo había inducido a participar. La mujer participó por igual en la acción, pero inmediatamente culpó a la serpiente engañosa (Gén. 3:12-13). Tanto la vergüenza como la culpa, se producen de manera bastante natural en la humanidad.
Inmediatamente Dios pasó al castigo. A la serpiente no la interrogó porque no era portadora de Su imagen; no era alguien en quien Dios pudiera hallar ninguna representación ni relación. La (literalmente) baja condición de la serpiente es un símbolo de la humillación que Dios iba a producir en aquellos que se oponen a Él. Los conflictos que se sucedieron no iban a ocurrir solamente a nivel natural entre la serpiente y los otros animales (v.14), ni entre la serpiente y los seres humanos (v.15). La “simiente” de la mujer representa al Mesías, y la “simiente” de la serpiente representa a Satanás y sus seguidores. Por lo tanto, un sentido más profundo del versículo promete la victoria final de Cristo sobre Satanás (Gén. 3:14-15).
El castigo de la mujer estaba ligado a su papel singular en el cumplimiento del mandato divino (Gén. 1:28). Su privilegio de participar en la obra creadora de Dios se frustró por el intenso dolor que le significaría. A pesar de dicho dolor, ella seguiría deseando tener intimidad con su esposo, pero su deseo quedaría frustrado por el pecado. Anhelaría controlar a su esposo, pero Dios le había dado a él el papel de “señorear” sobre ella (Gén. 3:16).
El castigo de Adán también abarcó la frustración de su servicio. Él era culpable de haber seguido el consejo pecaminoso de su esposa y haber comido del árbol prohibido (Gén. 3:17). La provechosa producción previa a la caída desapareció. De allí en más, aun su mayor esfuerzo se frustraría a causa de la maldición de la tierra. Aparentemente, la tierra fue maldecida por estar bajo la jurisdicción de Adán. Esta mentalidad colectiva nos resulta extraña, pero los autores bíblicos reconocen la necesidad de redención de la naturaleza (Isa. 24; Rom. 8:19-23; Col. 1:15-20).
Resultado y epílogo
El derecho del hombre de ponerle nombre a la mujer es una señal del orden caído, pero la esperanza persiste. La humanidad puede continuar porque la mujer tiene la capacidad de tener hijos. En definitiva, la esperanza surgió a partir de la determinación divina de preservar Su creación. Algunos tal vez esperaban que Dios se echara atrás y abandonara a los pecadores para que gustaran la miseria que seguiría, pero Yahvéh, el dador de la gracia, proveyó vestiduras para la humanidad caída (Gén. 3:20-21).
Yahvéh reconoció la verdad parcial de la afirmación de la serpiente: la autonomía de Adán y Eva los había hecho como la Deidad (Gén. 3:5,22). En esas circunstancias, el acceso al árbol de la vida no es apropiado. Muchas preguntas vinculadas con la naturaleza condicional del árbol de la vida quedan aquí sin respuesta (Ezeq. 47:12; Apoc. 2:7; 22:2,14,19) Como un juicio trágico, la pareja pecadora fue echada del huerto que Dios les había preparado como morada. Querubines guardianes protegerían el huerto y el árbol (Gén. 3:22-24) y, de esa forma, misericordiosamente impediría que las personas entraran en un período interminable de lucha. La mentira de la serpiente con respecto a la muerte (Gén. 3:4) se hizo visible. El pecado humano produjo la muerte (Gén. 3:19,22). Algunos lectores se preguntan por qué la muerte no sucedió ese día, tal como Dios aparentemente había prometido (Gén. 2:17), pero es probable que la expresión hebrea simplemente signifique “cuando”. También debemos recordar la gracia de Dios al permitir que la vida siguiera, y la perspectiva hebrea de que la muerte, además de muerte física, implica separación de Dios (Job 7:21; Sal. 88:5,10- 12; Isa. 38:18-19).
El Nuevo
Testamento Los escritores del NT supusieron la condición caída tanto de los seres humanos como de la naturaleza. Ambos gimen por la redención (Rom. 8:19-23). Al comparar a Adán con Cristo, Pablo declaró que el pecado y la muerte habían entrado al mundo por Adán, y que el pecado y la muerte ahora están en toda la humanidad (Rom. 5:12; 6:23). A Adán se lo describe como representante de la humanidad, cuyos integrantes participan de su castigo (Rom. 5:19).
Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.
Foto por Florian GIORGIO, en Unsplash
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