Forma Bill Warren y Archie W. England
“Biblia” deriva del término griego biblos (“libros”), y se refiere al AT y al NT. Los 39 libros del AT y los 27 del NT forman el “canon” de las Sagradas Escrituras. “Canon” originalmente quería decir “caña”, y pasó a significar regla o vara para medir. En este sentido, la Biblia es la regla o patrón de autoridad para los creyentes. El concepto de “canon” y el proceso de “canonización” se refieren al momento en que los libros obtuvieron la condición de “Sagradas Escrituras”, los patrones de autoridad para la fe y la práctica.
Organización de la Biblia
El AT se escribió fundamentalmente en hebreo, con algunas porciones de Esdras, Nehemías y Daniel en arameo. El AT hebreo está dividido en tres secciones: la Ley o Torá (Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio); los Profetas, divididos en Profetas Anteriores (Josué, Jueces, 1–2 Samuel, 1–2 Reyes) y Profetas Posteriores (Isaías, Jeremías, Ezequiel y el libro de los Doce, Oseas a Malaquías); y los Escritos. Estos incluyen tres grupos: Libros Poéticos (Job, Salmos, Proverbios); los Rollos de las Festividades o Meguilot (Rut, Ester, Eclesiastés, Cantar de los Cantares y Lamentaciones), y los Libros Históricos (1–2 Crónicas, Esdras–Nehemías y Daniel). El orden actual de los libros del AT está basado en la Septuaginta, la traducción griega del AT.
El NT, escrito en griego, está organizado con los libros narrativos (los cuatro Evangelios y Hechos) seguidos por las epístolas (Epístolas Paulinas y Epístolas Generales) y concluyendo con Apocalipsis. En muchos manuscritos griegos del NT, las Epístolas Generales (Santiago, 1–2 Pedro, 1–3 Juan y Judas) precede a las Epístolas Paulinas (Romanos hasta Filemón más Hebreos) debido probablemente a los lazos más directos entre Jesús y Jacobo, Pedro, Juan y Judas.
Desarrollo del canon del Antiguo Testamento
La opinión crítica común, que se puede remontar hasta Herbert E. Ryle (1892, rev.1895), es que la triple designación de los libros del AT, Ley (Torah), Profetas (Neviim) y Escritos (Kethubim), esté basada en la aceptación gradual como parte del canon de se basa en gran medida en las premisas de que
Moisés no pudo haber sido el autor del Pentateuco y que los libros históricos del AT se recopilaron después del reinado del rey Josías (Judá, 640–609 a.C.). El reconocimiento de la Torá (Ley) en el siglo V a.C. se basa en que los samaritanos, cuyo canon solo incluía la Torá, se separaron de los judíos inmediatamente después del exilio. Se piensa que los Profetas cesaron para el año 200 a.C., y esto explica por qué el profeta Daniel no estaba incluido (su libro se encuentra en los Escritos del canon hebreo); los eruditos críticos ubican la fecha del libro en el siglo II a.C. Generalmente se dice que las Escrituras fueron establecidas en una reunión de rabinos en Jamnia (Jabneh) entre los años 70 y 135 d.C.
Roger Beckwith (1985), basándose en las palabras de Jack P. Lewis (1964), S. Z. Leiman (1976) y otros abordó y refutó muchos de los temas propuestos por la escuela crítica-liberal y llegó a la conclusión de que la colección del AT pudo haberse establecido ya en el siglo IV a.C., aunque es más probable que haya sido en el siglo II a.C. Por ejemplo, el reconocimiento que los samaritanos hicieron solamente de la Torá tal vez no sea una pista en cuanto a la historia del canon sino que, más bien, implicaba un rechazo de los Profetas reconocidos anteriormente. Segundo, los rabinos de Jamnia no estaban interesados en la canonización sino en la interpretación. Finalmente, aunque la designación de Ley, Profetas y Escritos era algo conocido e importante (tal como se señala en el prólogo del Eclesiástico; Luc. 24:44; Josefo, Contra Apión I:8; manuscritos DDS; y los escritos de Filón), Beckwith demostró que este hecho no es una guía creíble en cuanto al proceso de canonización.
Cuando Dios decidió revelarse a Su pueblo y establecer una relación permanente con ellos, utilizó el principio del pacto, un concepto conocido en la cultura del antiguo Cercano Oriente. La formación de un pacto incluía comúnmente la creación de un documento. Además, la historia del pacto se reflejaba naturalmente en la actualización de ese documento. Por lo tanto, junto con el pacto mosaico llegó el documento mosaico y, a medida que se escribía cada uno de los libros del AT, su autoridad como palabra de Dios revelada hacía que la comunidad israelita en surgimiento la adoptara inmediatamente como algo sagrado a lo cual había que someterse. Moisés, como mediador del pacto, escribió la Torá bajo la guía divina. El resto de las Escrituras, los Profetas Anteriores y Posteriores, la literatura poética y la de sabiduría, y los libros posexílicos fueron aceptados de manera igualmente inmediata a medida que cada uno de ellos se le entregaba a la comunidad israelita y esta los recibía. La conclusión de este proceso pudo haberse producido cuando se aceptó el último libro como autoridad y vinculante (a lo que se hacía referencia como que “contamina las manos”). Este libro pudo haber sido Malaquías (reconocido comúnmente como el último profeta) o Crónicas (el último libro del orden canónico hebreo). Cualquiera sea el caso, lo que los protestantes reconocen como los 39 libros del canon antiguo testamentario (igual a los 22 o 24 libros de la comunidad judía [por ej.: los Profetas Menores se contaban como un solo libro; Jeremías y Lamentaciones como uno; Esdras y Nehemías como uno, etc.]) se estableció muy cerca de la época en que se escribió el último libro.
Desarrollo del canon del Nuevo Testamento
El proceso de canonización del NT es más fácil de determinar, aunque existen preguntas que no se pueden responder completamente. Las Epístolas Paulinas se recopilaron y fueron consideradas como autoridad ya durante la primera mitad del siglo II, tal como se evidencia mediante el canon de Marción (aprox. 140 d.C.) de las diez Epístolas Paulinas y Lucas. Los cuatro Evangelios se convirtieron en unidad canónica durante la segunda mitad del siglo II con Ireneo (180 d.C.), quien defendía el canon de los Evangelios cuádruplos. La esencia del canon neotestamentario estuvo determinado para fines del siglo II incluyendo los cuatro Evangelios, Hechos, 1 Pedro, 1 Juan y 13 Epístolas Paulinas, todo aceptado por las iglesias más importantes como textos con autoridad. Apocalipsis también gozó de una aceptación temprana pero más tarde, cerca de la mitad del siglo III, comenzó a ser cuestionado tanto en relación a su contenido como a su autoría. Hebreos fue debatido de la misma manera a causa de las dudas con respecto a su autoría. Muchas iglesias aceptaron Santiago, 2 Pedro, 2–3 Juan y Judas durante la última parte del siglo III, pero no se consideraron plenamente canónicos hasta el siglo IV. El obispo de Alejandría Atanasio fue el primero en mencionar los 27 libros del canon neotestamentario, y en su carta pascual del año 367 instruía a las iglesias en relación al NT enumerando exactamente los 27 libros que poseemos. No obstante, aun en ese tiempo hubo algunos grupos, por ej. las iglesias siríacas, que utilizaban un canon del NT de 22 libros (sin 2 Pedro, 2–3 Juan, Judas y Apocalipsis) o de 26 libros (sin Apocalipsis). Sin embargo, con el paso del tiempo, los 27 libros del canon neotestamentario prevalecieron virtualmente en todas las iglesias.
La tarea de la iglesia primitiva en cuanto a la confirmación de la voluntad de Dios sobre el canon del NT no fue fácil. Marción promovió en Roma un canon muy limitado (ver arriba) que determinó una reacción extrema contra el judaísmo. Él rechazaba el AT como así también los escritos neotestamentarios que eran “demasiado judíos”, y conservó únicamente a Pablo y Lucas (el único escritor gentil del NT). A manera de reacción, la iglesia defendió el AT y comenzó a definir su propio canon del NT, mucho más amplio que el de Marción.
Hacia fines del siglo II, el montanismo promovió dentro de la iglesia una voz “profética” en desarrollo. Esta afirmación en cuanto a una nueva revelación hizo que la iglesia se volviera más restrictiva con respecto a la definición del canon y que limitara el NT a los libros cuya autoría e influencia apostólica pudieran ser determinadas.
A medida que la tarea continuaba, el proceso guiado por el Espíritu se fue desarrollando según ciertos parámetros. Para que un libro fuese considerado Santa Escritura (canónico) tenía que gozar de una amplia aceptación entre las iglesias. La aceptación local no era adecuada. También era necesario aplicar ciertos criterios para separar las obras posteriores de aquellas correspondientes al siglo I. Los libros tenían que remontarse a la era apostólica y estar conectados con algún apóstol, ya sea en cuanto a la autoría o una asociación directa (por ejemplo, Marcos y Lucas estaban asociados con Pedro y Pablo respectivamente). Los libros también tenían que demostrar ser beneficiosos para las iglesias que escuchaban su lectura. Esta dimensión espiritual probablemente era lo más sobresaliente. Nuestros libros neotestamentarios fueron incluidos en el canon debido a que le hablaban a la gente de una manera tan poderosa que no podían ser dejados afuera. Finalmente, los libros se tenían que considerar apropiados para la lectura pública en la iglesia. Debido a que el analfabetismo era tan grande, el primer contacto que la mayoría de la gente tenía con el texto era cuando se lo leía durante las reuniones de adoración. Esos textos leídos durante las reuniones de adoración se escuchaban como la Palabra de Dios con autoridad. Tales textos se hallaban camino a la plena canonización.
Una etapa adicional de la canonización tuvo lugar durante la Reforma. Los reformadores, haciendo eco a las palabras de Jerónimo, sostenían que era necesario seguir el canon judío del AT y así fue que solamente aceptaron 39 libros del AT hebreo en lugar del AT extendido que se encontraba en la Septuaginta. Estos libros adicionales (Apócrifos) también se encontraban en la Vulgata latina, Biblia fundamental de la Iglesia Occidental durante más de 1000 años antes de la Reforma. Algunas Biblias de la Iglesia Católica Romana y de las Iglesias Ortodoxas generalmente todavía incluyen los Apócrifos pero, desde el Concilio Vaticano II, poseen un menor grado de canonicidad y se los denomina deuterocanónicos. Mientras que los protestantes no niegan que estos libros sean útiles, los rechazan como parte de las Santas Escrituras canónicas.
Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.
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