
Por E. Ray Clendenen
Responsabilidad de un individuo o de un grupo por una ofensa o mala acción. En el AT, asham y sus derivados son las palabras hebreas más comunes para referirse a “culpa, ser culpable” (Gén. 26:10; Esd. 9:6,7,13,15; Sal. 69:5; además se utiliza para aludir a la ofrenda por la culpa, también conocida como ofrenda propiciatoria, por el pecado o de restitución). Aunque la enseñanza del NT sobre el pecado y sus consecuencias es bastante clara, las referencias explícitas a “culpa” son menos frecuentes. Las palabras griegas que se utilizan en el NT para “culpa” son: enochos, “culpable, responsable” (Mat. 13:41; Mar. 3:29; 1 Cor. 11:27; Sant. 2:10); opheilo, “deuda, obligación” (Mat. 6:12; 18:24,28,30; Luc. 7:41; Rom. 4:4), y aitia, “motivo de castigo” (Luc. 23:4,14,22; Hech. 28:18).
La Biblia enseña que violar la ley moral de Dios (es decir, pecar; 1 Juan 3:4), ya sea a través de una acción o una actitud, produce de inmediato un estado de culpabilidad ante Dios que requiere castigo o expiación. El resultado del pecado es la culpa, sea miembro de la comunidad redimida de Dios o no (comp. Ezeq. 25:12; Amós 1:3-2:16; Hab. 1:11).
En tanto que esta comunidad tiene más responsabilidad de obedecer la ley escrita de Dios, todos los seres humanos son responsables de guardar la ley moral divina (Rom. 2:14-15). El pacto que Dios hizo con la humanidad en Adán, donde estableció que la obediencia daría como resultado bendición y la desobediencia castigo, es la base de la culpabilidad universal (Gén. 2:16-17; 3:17-19,22-24; Os. 6:7; Rom. 7:7-12; 10:5). Cuando Adán eligió desobedecer a Dios, hizo culpable a la humanidad ante Él y, por lo tanto, la sometió a Su ira y la hizo merecedora de la muerte (Rom. 5:12-21; Ef. 2:1-3). El principio referente a que el pecado de ciertos individuos puede hacer culpable a un grupo se puede observar también en pasajes como Lev. 4:3, “Si el sacerdote ungido pecare según el pecado del pueblo, ofrecerá a Jehová, por su pecado que habrá cometido, un becerro sin defecto para expiación” (ver también Gén. 26:10; Jos. 7:1; 1 Crón. 21:3).
Además, cada persona es culpable por el pecado que comete (1 Rey. 8:46; Sal. 51:5; 58:3; 143:2; Rom. 3:9-23; 1 Juan 1:8). Incluso la violación de un solo mandamiento de Dios produce condenación (Gál. 3:10; Sant. 2:10-11), y la Biblia enseña que Dios tiene conocimiento y registro de todos los pecados (Ecl. 12:14; Mat. 12:36; Luc. 12:2-3; Rom. 2:16).
Por ser justo, Dios no puede pasar por alto la culpa que resulta del pecado (Prov. 11:21; Hab. 1:13). La “paga” del pecado es muerte (Rom. 6:23), y Dios no puede dejar la culpa sin castigo y seguir siendo justo (Ex. 34:7; Núm. 14:18; Deut. 7:10; Nah. 1:3). La única manera en que puede perdonar nuestro pecado es por medio de Cristo, a quien le imputa el pecado y en quien lo castiga, “con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús” (Rom. 3:26; ver también Isa. 53:6,12; Juan 1:29; 2 Cor. 5:21; Gál. 3:13; Heb. 9:26-28; 1 Ped. 2:24). El resultado es que no hay “condenación” para los que están “en Cristo”, los que por medio de la fe han sido librados de la culpa (Rom. 8:1).
La presencia o ausencia de sentimiento o comprensión de la culpa no es indicativo confiable de que esta verdaderamente exista porque el corazón es más engañoso que todas las cosas (Jer. 17:9). Quienes se consideran “justos”, es decir, los que no tienen sentimiento de culpa, pueden no obstante ser culpables (Mat. 5:20; 9:10-13), y los que se sienten plagados de dudas personales pueden, de todas maneras, ser justos ante Dios (comp. 1 Cor. 8:7). Por otro lado, la Biblia provee numerosos ejemplos sobre la angustia emocional que produce el pecado (Sal. 32:1-5; 38; 51; Mat. 27:3-5; Luc. 22:62).
Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.
Foto por Melanie Wasser, en Unsplash
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