
Por Daniel L. Akin, Ralph P. Martin y Charles W. Draper
“Cristo” es el término español para el griego Christos, “el ungido”. La palabra hebrea es Mashiach, Mesías. Cristología es un término compuesto por las palabras griegas Christos y logos (palabra, discurso). Cristología entonces es el estudio de la persona de Jesucristo, el Hijo de Dios (quién es) y de su obra (lo que hizo y hace).
Jesús como el Cristo en los Evangelios
Los Evangelios presentan retratos de Jesús que son singulares y a la vez complementarios. Las presentaciones de los Sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) son similares, mientras que la de Juan es significativamente diferente. Los Sinópticos dan menos importancia al título “Cristo” de lo que podríamos esperar. Jesús no hace alarde de Su condición de Mesías ni declara abiertamente serlo debido a que no se presenta como el rey guerrero de Israel que libertaría a Palestina del dominio romano. Sí declaró ser aquel en quien el reino de Dios estaba presente (Mar. 1:14,15; Luc. 11:20). Sus parábolas anunciaban tanto la llegada como el carácter del reino, y a través de ellas enseñaba cómo ser hijos de Dios (Mat. 13; Mar. 4). Sanar a los enfermos, resucitar a los muertos y echar fuera demonios fueron demostraciones de Su poder divino y de la presencia de Dios en Su ministerio (Luc. 5:17). Su enseñanza sobre la oración demostró que era consciente de que Dios era Su Padre de manera exclusiva e íntima. Llamaba a Dios “Abba” (“mi querido Padre”), palabra que los hijos judíos utilizaban afectuosamente con relación a un padre (Mar. 14:36; Luc. 10:21,22; 11:2). Su misión era anunciar el reino venidero que estaba unido a Su muerte sacrificial y sustitutoria en la cruz (Mar. 8:31,32; 9:31; 10:32-34; Luc. 9:51; 13:32-35). El reino de Dios solo podía venir a través de la cruz, y la voluntad de Dios sería hecha mediante su Siervo e Hijo ungido (Luc. 4:16-19).
Puesto que la redención incluía a un Mesías sufriente, Jesús adoptó una actitud reservada en cuanto al título “Cristo”. Cuando Pedro confesó “Tú eres el Cristo” (Mar. 8:29), la respuesta de Jesús fue que lo mantuvieran en secreto. Él no lo negó, pero se alejó de las expectativas nacionalistas judías en cuanto a un Mesías libertador (Mar. 10:35-45; Luc. 24:19-21). Aun los discípulos abrigaban esa esperanza (Hech. 1:6). En el juicio de Jesús ante el Sanedrín, les respondió que Él era el Cristo, el Hijo del Bendito, y luego agregó el título de “Hijo del Hombre” (Mar. 14:61,62). No obstante, ante Pilato fue más cauto (Mat. 26:63,64; Mar. 15:2; Luc. 22:67,68) y no se identificó con ninguna idea política mesiánica. Jesús fue sentenciado a muerte sobre la base de una acusación falsa de ser un mesías político y rival de Roma (Mar. 15:26,32). En cambio, Jesús consideraba su misión como “Hijo del hombre” (Mar. 10:45), representante de Dios que sufre, es leal a la verdad, compartiría el trono de Dios (Dan. 7:13,14) y era el Siervo de Dios sufriente (Isa. 42:14; 49:5-7; 52:13–53:12). En Su bautismo (Mat. 3:13-17; Mar. 1:9-13; Luc. 3:21-22), la voz de Dios reveló la clase de Mesías que era. “Este es mi Hijo amado” (comp. Sal. 2:7) es mesiánico. “En quien tengo complacencia” (Mat. 3:17; comp. Isa. 42:1) proviene de los primeros cánticos del Siervo Sufriente. Su condición de Mesías se concretó por medio de Su sufrimiento y Su muerte, al ser Él quien cargó con los pecados. Como Jesús sabía cuál era Su identidad y cuál Su misión mesiánica, miró con confianza más allá del rechazo por parte de los suyos (Juan 1:11) y la muerte en la cruz, seguro de que Dios lo reivindicaría mediante Su resurrección corporal de entre los muertos.
El Evangelio de Juan efectúa una contribución singular a la cristología. Mateo y Lucas narran acontecimientos relacionados con la concepción y el nacimiento virginal (Mat. 1–2; Luc. 1–2) de Jesús. Juan, por el contrario, enfatiza la encarnación del Hijo divino, el Verbo (Logos) de Dios (Juan 1:1-18). La cristología de los Sinópticos es “desde abajo”, comenzando con el nacimiento de Jesús; la cristología de Juan es “de lo alto”, empezando con el Verbo preexistente (Logos) que estuvo con Dios en la creación y que era Dios (1:1-2). Juan 1 y Colosenses 1 presentan la cristología más elevada del NT. El trasfondo del uso que hace Juan del término logos son los conceptos veterotestamentarios de la “Palabra” y la “Sabiduría” (Prov. 8) de Dios. El Verbo es: el agente de la creación (Juan 1:1-3; comp. Gén. 1:1; Sal. 33:6-9); el agente de la revelación (Juan. 1:4; comp. Gén. 12:1; 15:1; Isa. 9:8; Jer. 1:4; Ezeq. 33:7; Amós 3:1); eterno (Juan 1:1-2; comp. Sal. 119:89) y el agente de la redención (Juan 1:12,29; comp. Sal. 107:20). En Prov. 8, mucho de esto se atribuye a la sabiduría. Esta estaba con Dios en el principio y estaba presente en la creación (Prov. 8:22-31). Génesis 1–2 y Prov. 8 proporcionan el contexto del AT para el prólogo de Juan (1:1-18). Jesús hablaba y enseñaba como un hombre sabio. Gran parte de Su discurso fue sapiencial y utilizó muchas formas tradicionales de sabiduría (incluso parábolas y proverbios). Jesús se presenta a sí mismo como un hombre sabio, y otros también se refieren a Él de ese modo (Mat. 12:42; 13:54; Mar. 6:2; Luc. 2:40,52; 11:31; 21:15; Juan 1:1-4; Rom. 11:33-36; Col. 2:2,3; Apoc. 5:12; 7:10- 12). Además se presenta como la sabiduría misma de Dios (1 Cor. 1:22-24,30; 2:6-8). Esta cristología de la sabiduría es un rasgo importante del retrato neotestamentario de Jesús. Juan también descubrió que Logos era una palabra valiosa que le permitía hablar en forma unitaria a diversas culturas al mismo tiempo, tales como los judíos y los griegos. Para estos, el Logos era el principio ordenador del universo. El Verbo (Jesús) del prólogo de Juan se hizo carne (1:14) y le ha explicado al hombre lo invisible de Dios (1:18).
Juan también desarrolla su cristología en torno a siete señales y siete expresiones “Yo soy”, todas las cuales apuntan a la naturaleza divina del Hijo. Las señales eran milagrosas, pero la importancia que le otorga Juan está en que demostraban quién era Jesús.
LAS SIETE SEÑALES DE JUAN
2:1-11 Jesús convierte el agua en vino.
4:46-54 Jesús sana al hijo de un noble.
5:1-16 Jesús cura a un paralítico.
6:1-15 Jesús alimenta a los 5000.
6:16-21 Jesús camina sobre el agua.
9:1-41 Jesús sana a un ciego.
11:1-57 Jesús resucita de los muertos a Lázaro.
LAS SIETE DECLARACIONES “YO SOY”
“YO SOY el pan de vida” (6:35,41,48,51).
“YO SOY la luz del mundo” (8:12).
“YO SOY la puerta de las ovejas” (10:7,9).
“YO SOY el buen pastor” (10:11,14).
“YO SOY la resurrección y la vida” (11:25).
“YO SOY el camino, la verdad y la vida” (14:6).
“YO SOY la vid verdadera” (15:1,5).
En Juan 8:58, Jesús declara ser el “YO SOY” del AT. No encontramos ninguna declaración más directa en cuanto a la deidad. Juan también desarrolla una teología de gloria mediante el sufrimiento del Mesías (12:27,28; 17:1-5). En Juan se enfatiza que Jesús era consciente de ser el Hijo del Padre, aunque esto no está ausente en los Sinópticos. La deidad de Jesús llega a su clímax mediante la exclamación de Tomás al final de Juan, “¡Señor mío, y Dios mío!” (20:28). Este concepto se proclamó en la iglesia apostólica (Hech. 2:22-36; 8:26-40) y fue expuesto con mayor claridad en manos de teólogos neotestamentarios como Pablo (Rom. 3:24-26) y el autor de Hebreos (Heb. 8–10).
Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.
Foto por BBC Creative, en Unsplash
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