
Daniel L. Akin
Vuelta o regreso de una persona a Dios; un concepto bíblico y teológico fundamental. La palabra en sí es relativamente inusual en las Escrituras. En el AT, el término es shub, que generalmente se traduce “volver” o “retornar”. En el NT, el verbo básico es epistrepho, y el sustantivo es epistrephe. Este grupo de palabras es más parecido a nuestro concepto de la conversión. Metanoeo (y el sustantivo relacionado) generalmente se traduce “arrepentirse” o “arrepentimiento”. Teológicamente, por lo general se entiende que “conversión” es la experiencia de la salvación, que tiene su fundamento en la obra divina previa de la regeneración (el “nuevo nacimiento”; Juan 3:3,5-8; Tito 3:5). Se refiere a un cambio decisivo del pecado a la fe en Jesucristo como único medio de salvación (Juan 14:6; Hech. 4:12; 1 Tim. 2:5). Es una acción decisiva e irrepetible efectuada una vez y para siempre. Uno se convierte o no. No hay término medio ni tercera opción. Humanamente hablando, la conversión es el comienzo del proceso general de la salvación. Solo en una ocasión se utiliza epistrepho en el NT, y es en relación a un creyente que “regresa” a la obediencia y la fe. Esto sucedió cuando Pedro “volvió” después de haber negado a Cristo (Luc. 22:32).
En el AT, el concepto de conversión se presenta de varias maneras. (1) Se puede hablar de una conversión grupal como en el caso de una ciudad pagana como Nínive en el pasado (Jon. 3:7-10), o de la nación de Egipto (Isa. 19:22) o de todas las naciones en el futuro (Sal. 22:27). El concepto se aplica más comúnmente a Israel que vuelve a Dios. La conversión de Israel se señala mediante el establecimiento de un pacto y un compromiso renovado a ser fieles y leales a Dios, de quien se habían olvidado en el pasado (Jos. 24:25; 2 Rey. 11:4; 2 Crón. 15:12; 29:10; 34:31). (2) Hay relatos de individuos que regresan a Dios (Sal. 51:13; 2 Rey. 5:15; 23:25; 2 Crón. 33:12,13). (3) Incluso existen ocasiones cuando se dice que Dios vuelve o regresa a Su pueblo (Isa. 63:17; Amós 9:14).
El salmista afirma que la Palabra de Dios es esencial para la conversión (19:7). Isaías asocia la conversión con la justicia (1:27), la sanidad (6:10), la misericordia y el perdón (55:7). Jeremías identifica la conversión con dejar de lado los ídolos (4:1,2). La conversión es un regreso genuino hacia Dios que abarca arrepentimiento, humildad, un cambio de corazón y una búsqueda sincera de Dios (Deut. 4:29,30; 30:2,10; Isa. 6:9,10; Jer. 24:7). Da como resultado un conocimiento nuevo de Dios y Sus propósitos (2 Crón. 33:13; Jer. 24:7).
En el NT, un texto clave es Mat. 18:3: “Si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos”. La conversión es posible para todo el que se acerque a Dios con una confianza sencilla tal como un niño lo hace ante sus padres.
En Hechos descubrimos llamados a convertirse como así también el registro de una serie de experiencias de conversión. Pedro asoció la conversión con el arrepentimiento y con que los pecados de uno sean borrados (3:19). Hechos 11:20,21 afirma que la conversión está relacionada con creer en Jesús. Pablo afirma que la conversión consiste en alejarse de las cosas inútiles para volverse al Dios vivo (14:15; comp. 1 Tes. 1:9; 1 Ped. 2:25). La única aparición de la forma sustantiva de la palabra “conversión” en el NT describe a los gentiles que son salvos y el gran gozo que provocó esto (15:3; comp. Luc. 15:7,10).
Al relatar su propia conversión, Pablo dijo que el Señor lo comisionó para predicar a los gentiles, diciéndole: “para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe que es en mí, perdón de pecados y herencia entre los santificados” (Hech. 26:18). En Hechos se registra la conversión de diversos grupos: los judíos en Pentecostés (2:22-41), los samaritanos (8:5-25), los gentiles (10:44-48) y los discípulos de Juan (19:1-7). También aparecen experiencias de conversión de individuos. Algunas son bastante emocionantes y van acompañadas de manifestaciones físicas (por ej. Pablo, 9:5-18; Cornelio, 10:44-48; también 15:7-35; observar 15:19; el carcelero de Filipos, 16:29-34). Otras son silenciosas y calmas (el etíope, 8:26-40; Lidia, 16:14). También es interesante observar que Lucas posee tres relatos de la conversión de Pablo (9:5-18; 22:6-21; 26:12-23) como así también del gentil Cornelio (10:44-48; 11:15-18; 15:7-35). Dios no hace una distinción racial en cuanto a las personas que se pueden volver a Él. Santiago agrega una palabra de aliento para el evangelista fiel al informarnos que “el que haga volver al pecador del error de su camino, salvará de muerte un alma, y cubrirá multitud de pecados” (Sant. 5:20).
En la teología bíblica, la conversión tiene dos aspectos, uno divino y otro humano. Representa la inyección de la gracia divina en la vida humana y una resurrección de la muerte espiritual a la vida eterna. Solo podemos volver a Dios mediante el poder de la gracia divina y el llamado del Espíritu Santo. La conversión es un acontecimiento que da inicio a un proceso. Se refiere al momento en que somos movidos a responder a Jesucristo con arrepentimiento y fe. Esto da comienzo a la obra santificadora del Espíritu Santo en nuestro interior, que nos purifica y nos conforma a la imagen de Cristo. La conversión es el principio de nuestro viaje hacia la madurez cristiana. Nosotros podemos y debemos progresar hacia la perfección, pero nunca seremos capaces de lograrla en esta vida. Incluso el convertido necesita mantener una vida de arrepentimiento constante, y aun el santificado tiene necesidad de volverse nuevamente a Cristo y renovar su limpieza (comp. Sal. 51:10-12; Luc. 17:3,4; 22:32; Rom. 13:14; Ef. 4:22-24; 1 Jn. 1:6–2:2; Apoc. 2:4,5,16; 3:19).
Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.
Foto por Jack Sharp, en Unsplash
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