Por Trent C. Butler y Gary Hardin
Parte de la creación de Dios que está sobre la tierra y las aguas, incluye el “aire” y el “espacio”, y es la morada de Dios y Sus criaturas celestiales.
Antiguo Testamento
La palabra hebrea shamayim es plural y la gente común la identificaba fácilmente con el término mayim, “aguas”. Los escritores bíblicos se unieron a sus contemporáneos al describir el universo de la manera que aparecía ante el ojo humano: los cielos arriba, la tierra abajo y las aguas alrededor y debajo de la tierra. Al cielo se lo podría describir como una división creada por Dios para separar ríos, mares y océanos de abajo, de las aguas celestiales que producen lluvia (Gén. 1:6-8). Las lumbreras celestiales, o sea, el sol, la luna y las estrellas, se ubican en esta división (Gén. 1:14-18), que tiene ventanas o compuertas por donde Dios envía la lluvia para regar la tierra (Gén. 7:11). Dios “desplegó” o “extendió” esta partición celestial (Isa. 42:5; 44:24; Sal. 136:6, comp. Ezeq. 1:22-26; 10:1). Las nubes desempeñan una función similar como productoras de lluvia, de modo que con frecuencia se ha traducido “cielo”, palabra hebrea que significa “nubes” (Deut. 33:26; Sal. 57:10; Isa. 45:8; Jer. 51:9; comp. Sal. 36:6; 108:4).
Solo Dios tiene sabiduría para “extender los cielos” (Jer. 51:15). El “cielo” entonces se convierte en la cortina de la tienda de Dios que divide Su morada de la morada de la humanidad que está en la tierra (Sal. 104:2; Isa. 40:22). A semejanza de una morada humana, al cielo se lo puede describir como si descansara sobre columnas o pilares (Job 26:11) o sobre cimientos (2 Sam. 22:8; aunque el paralelo en Sal. 18:7 aplica los cimientos a las montañas). Así como Dios creó la división de los cielos, también puede “rasgarla” o desarmarla (Isa. 64:1). Por eso no separan a Dios de Su creación ni de Su pueblo. Las traducciones españolas usan “firmamento”, “expansión”, “bóveda celestial” para describir lo que Dios creó y llamó “cielo” (Gén. 1:8).
El hebreo no emplea un término para el “aire” o “espacio” entre el cielo y la tierra. Todo forma parte del cielo. Por eso la Biblia habla de “aves del cielo”, mientras que algunas traducciones usan “aire” (Deut. 4:17; Jer. 8:7; Lam. 4:19). Incluso Absalón, colgado del cabello en la rama de un árbol, estaba suspendido “entre el cielo y la tierra” (2 Sam. 18:9, comp. 1 Crón. 21:16; Ezeq. 8:3). El cielo es fuente de lluvia (Deut. 11:11; Sal. 148:4), rocío (Gén. 27:28), escarcha (Job 38:29), nieve (Isa. 55:10), terribles relámpagos (Gén. 19:24), polvo (Deut. 28:24) y granizo (Jos. 10:11). Este es el lenguaje de la observación y la descripción humana, pero va más allá. Es el idioma de la fe que describe a Dios en acción, tanto dentro como a favor de Su mundo (Jer. 14:22). El cielo es el cofre del tesoro de Dios y guarda tesoros como lluvia (Deut. 28:12), viento y relámpagos (Jer. 10:13), nieve y granizo (Job 38:22). El milagroso maná descendió de los graneros celestiales de Dios cuando Israel estaba en el desierto (Ex. 16:11-15).
Por lo tanto, el cielo y la tierra abarcan el universo completo y todos sus componentes (Jer. 23:24), pero Dios llena todo eso y más para que nadie pueda ocultarse de Él (comp. 1 Rey. 8:27-30; Isa. 66:1). No obstante, este Ser también vive en el corazón humilde y contrito (Isa. 57:15).
Como morada de Dios, el cielo no es un refugio divino donde Dios puede aislarse de la tierra. Es el taller divino desde donde envía bendiciones a Su pueblo (Deut. 26:15; Isa. 63:15) y castigo a Sus enemigos (Sal. 2:4; 11:4-7). Es un canal de comunicaciones entre Dios y los seres humanos (Gén. 28:12; 2 Sam. 22:10; Neh. 9:13; Sal. 144:5).
Como creación de Dios, los cielos lo alaban y manifiestan Su gloria, Su creatividad (Sal. 19:1; 69:34) y Su justicia (Sal. 50:6). Pero el cielo no deja de ser parte del orden creado. A diferencia de las naciones vecinas, Israel sabía que el cielo y los cuerpos celestes no eran dioses y no merecían adoración (Ex. 20:4). Pertenecían a Dios (Deut. 10:14). El cielo es un símbolo de poder y existencia inmutable y perdurable (Sal. 89:29), pero no es eterno. Llegará el día cuando el cielo desaparecerá (Job 14:12; Isa. 51:6). Así como Dios en una ocasión extendió la tienda celestial, de la misma manera volverá a enrollar los cielos como un pergamino (Isa. 34:4), habrá un cielo y una tierra nuevos (Isa. 65:17; 66:22).
El AT habla del cielo para mostrar la soberanía del Creador y asimismo el deseo de Dios de comunicarse y proveer para la criatura humana. También muestra los atrayentes ejemplos de personas que abandonaron la tierra y fueron llevadas al cielo (Gén. 5:24; 2 Rey. 2:11).
El Nuevo Testamento
En el NT la principal palabra griega traducida “cielo” lo describe situado sobre la tierra, aunque ningún pasaje del NT da datos completos sobre su ubicación o geografía. Salvo la alusión de Pablo a los tres cielos (2 Cor. 12:2-4), el NT habla de uno solo.
Además afirma que Dios creó el cielo (Hech. 4:24), que este y la tierra están bajo el señorío de Dios (Mat. 11:25), y que el cielo es la morada divina (Mat. 6:9).
Jesús predicó que el reino de los cielos (de Dios) se había acercado mediante Su propia presencia y ministerio (Mar. 1:15). Usando la imagen de una fiesta mesiánica, Jesús habló de la vida celestial como un tiempo de gozo, celebración y comunión con Dios (Mat. 26:29). También enseñó que en el cielo no habría casamientos (Luc. 20:34-36).
Los cristianos deben regocijarse de que sus nombres estén escritos en el cielo (Luc. 10:20). Jesús prometió un hogar celestial para Sus seguidores (Juan 14:2-3).
Según Pablo, Cristo está sentado a la diestra de Dios en el cielo (Ef. 1:20). El apóstol creía que era el futuro hogar de los creyentes (2 Cor. 5:1-2), y se refirió a la esperanza del cielo como esperanza de gloria (Col. 1:27). El Espíritu Santo es la garantía de la participación del creyente en el cielo (2 Cor. 5:5). Pedro afirmó que allí está la herencia del creyente hasta la revelación del Mesías (1 Ped. 1:4).
“Cielo” aparece con mayor frecuencia en Apocalipsis que en cualquier otro libro del NT. Se alude al cielo desde el punto de vista de la lucha entre el bien y el mal y el dominio de Dios desde ese lugar. El pasaje más popular sobre el cielo es Apoc. 21:1– 22:5, donde se lo describe con tres imágenes: (1) tabernáculo (21:1-8), (2) ciudad (21:9-27), y (3) huerto (22:1-5). La figura del tabernáculo describe la vida celestial como comunión perfecta con Dios. El simbolismo de la ciudad describe la vida celestial como protección perfecta. La imagen del huerto muestra la vida celestial como perfecta provisión.
Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.
Foto por Johannes Plenio, en Unsplash
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