Por Kevin J. Youngblood
En el contexto bíblico, la palabra “carne” tiene una amplia variedad de matices que, en un marco moderno, podrían traducirse “piel”, “alimento”, “parientes”, “ser humano” y “naturaleza pecaminosa”. No obstante, en las lenguas originales, todos estos términos aparentemente no relacionados entre sí se expresan por medio de la misma palabra: basar en hebreo y sarx en griego. Debido a la evidente flexibilidad de la palabra, cada uno de sus significados primarios se enumera a continuación seguido de una explicación y ejemplos bíblicos.
“Carne” como designación del cuerpo o partes del cuerpo
“Carne” con frecuencia alude a la piel o al cuerpo; todo lo que cubre el esqueleto de seres humanos y animales. Por ejemplo, en Sal. 119:120, “carne” describe claramente la totalidad del cuerpo cuando el salmista dice: “Mi carne se ha estremecido por temor de ti”.
Aunque el término se usa predominantemente para el cuerpo humano, también se puede referir al de animales. Por ejemplo, cuando José explica el sueño del faraón sobre las siete vacas gordas y las siete vacas flacas, se refiere sistemáticamente a las flacas como “enjutas de carne”, una expresión idiomática hebrea que significa “flacas” (Gén 41:1- 3). Pablo distingue entre varios tipos de “carne” animal o tipos corporales cuando les explica la resurrección física a los cristianos corintios (1 Cor. 15:39). Como “carne” se puede usar también en relación al cuerpo animal, por extensión también se puede referir a la carne como comida (Ex. 21:28; Isa. 22:13).
Sin embargo, el término también puede aludir a una parte del cuerpo. Por ejemplo, con frecuencia la Biblia usa “carne” como eufemismo de los genitales masculinos. Este uso de la palabra es más común en contextos relacionados con la señal visible del pacto, la circuncisión (Gén. 17:11,14; Rom. 2:28; Gál. 6:13).
En ocasiones, el término “carne” se usa en contraste con “alma” (nephesh en heb.) para distinguir la existencia física de una persona de la existencia espiritual (Sal. 63:1). De manera similar, “carne” se usa en contraste con las palabras corazón o mente (leb en heb.) para diferenciar al cuerpo de la mente, la voluntad y las emociones (Sal. 16:9; 84:2; Prov. 14:30).
“Carne” como designación para humanidad o parientes consanguíneos
A veces, las Escrituras usan “carne” como designación general a todo lo que tiene vida. En Gén. 6:17, Dios advierte que el diluvio sobre la tierra destruiría “toda carne”. Esto incluía animales y seres humanos por igual. En un sentido un poco más limitado, “carne” puede referirse a la humanidad como un todo. La conocida profecía de Joel 2:28-32, citada y cumplida en Hech. 2:17-21, prometía que el Espíritu sería derramado sobre “toda carne”. En este caso es evidente que solo se tiene en vista a la humanidad.
En un aspecto todavía más limitado, “carne” puede aludir a los parientes de alguien. Por ejemplo, Lev. 18:6,17 emplea el término al prohibir las relaciones sexuales entre familiares cercanos.
El uso del término “carne” para designar a la humanidad sugiere una importante diferencia entre el hombre y Dios. El hombre es “carne”, mientras que Dios es “espíritu”; el hombre es finito y mortal, Dios es infinito e inmortal. Numerosos pasajes destacan este contraste al asociar la palabra “carne” con el término “espíritu” (Gén. 6:3; Isa. 31:3; Mat. 26:41). No obstante, “carne” por sí sola también puede destacar la debilidad y la pecaminosidad del ser humano en contraste con el poder y la santidad de Dios (Sal. 56:5 bj; Sal. 78:39; 2 Crón. 32:8).
“Carne” como designación para la naturaleza pecadora
En el NT, especialmente en las cartas paulinas, “carne” toma un sentido teológico especial. Pablo lo usa para referirse a la naturaleza humana caída que es incapaz de alcanzar las expectativas santas de Dios (Rom. 7:5,18; 8:3-9; Gál. 3:3). En este sentido, “carne” es el mero esfuerzo del hombre; simple esfuerzo humano sin el poder del Espíritu Santo. Esta “carne” da lugar al pecado en la vida del creyente (Rom. 8:3-4,9; Gál. 3:3; 5:16-17). Pablo explica que la carne y el Espíritu están en conflicto en los cristianos y hace falta que estos rechacen los deseos pecaminosos y cooperen con el Espíritu Santo (Rom. 8:13; Gál. 2:19-21; Col. 3:5). Desafortunadamente, muchos han entendido mal el uso especializado que Pablo hace del término “carne”, y toman los pasajes mencionados más arriba para afirmar que nuestro cuerpo es inherentemente malo. No obstante, nada puede haber estado más lejos del pensamiento de Pablo. Él enseñó que Cristo mismo vino en forma de carne y que, aun así, llevó una vida sin pecado (Rom. 1:3; 1 Tim. 3:16). Más aún, el cuerpo es creación de Dios y por lo tanto, cuando está dedicado a Dios en un servicio santo, es bueno (1 Tim. 4:4). En realidad, Pablo se refirió al cuerpo del creyente como templo del Espíritu Santo al indicar su naturaleza y propósito sagrado (1 Cor. 6:19-20). La idea de que el cuerpo es inherentemente malo y, por esa razón, un obstáculo para la espiritualidad no proviene de Pablo sino de Platón. Ver Antropología; Cuerpo.
Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.
Foto por Jackson David, en Unsplash
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