«Por esto lamentaré y aullaré, y andaré despojado y desnudo; haré aullido como de chacales, y lamento como de
avestruces. Porque su llaga es dolorosa, y llegó hasta Judá; llegó hasta la puerta de mi pueblo, hasta Jerusalén» (1:8-9).
Introducción
El nombre Miqueas, que significa «quién como Jehová» y se encuentra al principio del libro (1:1; comp. Jer. 26:18), y la pregunta que él hace al final del libro, «¿qué Dios como tú?» (7:18), resumen su mensaje general: la humanidad debe ponderar la persona, los hechos y el carácter del incomparable «Señor de toda la tierra» (4:13). Él es incomparable en santidad, poder y amor. Toda la humanidad rinde cuentas ante este Dios soberano por aquello que adora y por su manera de vivir. Los rebeldes y los pecadores serán objeto de Su juicio (1:5), pero aquellos que de todo corazón velan y esperan en Él, encontrarán atento Su oído (7:7).
Circunstancias de la redacción del libro
Autor: Miqueas era de Moreset-gat (1:1,14), en las tierras bajas de Judá, a aprox. 40 km (25 millas) al suroeste de Jerusalén. Se menciona su pueblo natal probablemente porque ministraba en otros lugares, incluso en Jerusalén, y como no se indica su genealogía, podemos suponer que su familia no era prominente. Aunque provenía del campo, no era una persona rústica, sino un orador hábil, maestro de metáforas, y con un don para los juegos de palabras y las imágenes vivas y tajantes. Pocos profetas vieron el futuro con mayor claridad. Miqueas profetizó la caída de Samaria (1:5-9), la destrucción de Jerusalén (1:1-16; 3:12), el cautiverio babilónico y el regreso del exilio (4:6-10), así como el futuro nacimiento del rey davídico de Dios en Belén (5:2).
Su ministerio comenzó probablemente a finales del reinado de Jotam y terminó al principio del de Ezequías, desde el 730 hasta el 690 a.C. La referencia al juicio futuro de Samaria (1:6) demuestra que empezó algún tiempo antes del 722 a.C., por lo que coincidió en parte con el ministerio de Isaías. Los ancianos de la época de Jeremías recordaban que la profecía de Miqueas había provocado las reformas religiosas de Ezequías (Jer. 26:17-19).
Contexto histórico: A finales del siglo VIII a.C., tanto Israel como Judá experimentaron una época de abundancia y prosperidad material. En el sur, las victorias militares del rey Uzías enriquecieron a algunas personas. Se desarrolló una clase de mercaderes ricos, y muchos agricultores más pobres se encontraron a merced de hombres de negocios apoyados por el gobierno. A medida que la corrupción se adueñaba de la vida económica, se alzaron profetas de Dios que hablaron a la nación para denunciar las riquezas ilícitas y la impiedad que las acompañaba. Amós y Oseas profetizaron en el reino del norte, Israel, mientras que Isaías y Miqueas profetizaron en Judá, en el sur.
La cultura comercial y secular de Judá remplazó los ideales del pacto de Dios. Los ricos se enriquecían a expensas de los pobres. Miqueas consideró esto como una señal de que la sociedad se había corrompido y de que los fundamentos nacionales se habían desmoronado. El pueblo de Dios debía ser distinto, tanto social como económicamente. Ellos eran los administradores de la tierra de Dios (Lv. 25:23), que Él había asignado a cada familia (Jos. 13–19). La ley de Dios protegía los derechos de propiedad familiar (Lv. 25:1-55) y proveía para los pobres y los menos afortunados (Dt. 14:28-29; 15:7-11). Pero la creciente prosperidad de los días de Miqueas creó una insensibilidad cada vez mayor hacia los débiles (2:1-2) y una despreocupación flagrante por las leyes fundamentales de Dios (6:10-12). Jueces y legisladores participaban de conspiraciones, sobornos y otros tipos de corrupción (3:1-3,9-11; 7:3). Los líderes religiosos se preocupaban más por ganar dinero que por enseñar la Palabra de Dios (3:11). Los ricos separaban su forma diaria de actuar en los negocios de su vida religiosa.
En esta época, el antiguo Cercano Oriente experimentó un cambio en el equilibro internacional del poder. Asiria iba en ascenso y se convertía en uno de los imperios más malvados, sangrientos, manipuladores y arrogantes del mundo antiguo. Durante el ministerio de Miqueas, cuatro reyes asirios realizaron incursiones militares en Palestina. Tomaron Samaria en el 722 a.C. y convirtieron Israel en una provincia asiria. En el 701 a.C., Senaquerib se apoderó de 46 ciudades y aldeas, y sitió Jerusalén. El rey Ezequías se había aliado con Egipto y Babilonia contra Asiria, de lo cual tanto Miqueas como Isaías lo urgieron a arrepentirse. Dios libró a Jerusalén milagrosamente (2 R. 19:35- 36; 2 Cr. 32:21-23; Is. 37:36-37) y, según Miqueas, su sitio fue tanto un acto de juicio divino como una ocasión para que Su mano la liberara.
Judá nunca aprendió la lección. El pueblo titubeaba entre la fe y la apostasía, y pasó por muchas crisis. Miqueas predicó a un pueblo que había abandonado hacía mucho tiempo la lealtad al pacto, incluidos el rey, la corte real, los jueces y los líderes religiosos. Como los gobernantes demostraron ser cada vez más infieles, Miqueas profetizó la destrucción de Judá y el exilio en Babilonia (586 a.C.). Sin embargo, también pudo ver más allá la restauración futura de un remanente del pueblo (539 a.C.).
Mensaje y propósito
Miqueas trató de «…denunciar a Jacob su rebelión, y a Israel su pecado» (3:8). Pronunció el juicio de Dios para llamar a Su pueblo al arrepentimiento. Como la injusticia era desenfrenada (2:1-2; 3:1-3,9-11; 6:10-11), experimentarían destrucción y exilio (1:10-16), silencio de Dios (3:6-7) y frustración (6:13-16). No obstante, Miqueas equilibró su profecía con la esperanza de un remanente que se salvaría mediante el juicio de Dios y la perspectiva de una restauración futura y gloriosa (2:12-13; 4:1-5; 5:5-9; 7:8-20).
Contribución a la Biblia
El Dios justo y santo de Miqueas demanda santidad y justicia de toda la humanidad. Eso es lo «bueno» que Él pide (6:8). El pueblo se había contentado con los ritos religiosos, pero la devoción espiritual genuina era escasa. Incluso los líderes religiosos preferían predicar mensajes que no resultaran incómodos y les permitieran mantener su propio nivel de vida. Miqueas predicó que la verdadera religión surge de un corazón que se identifica con Dios, y se manifiesta en una vida santa. Así, la religión y la ética son inseparables. Aquellos que se niegan a arrepentirse tendrán que enfrentar el juicio de Dios, pero los fieles encontrarán Su salvación y serán guiados por un Rey levantado por Él, que traerá Su paz y prosperidad.
Estructura
El libro está estructurado temáticamente como un quiasmo equilibrado (A-B-C-D-C-B-A), en el que se destacan las secciones central y final. Cada sección se refleja en su correspondiente pareja. Esta estructura literaria enfatiza los temas principales de Miqueas: los pecados sociales de Judá, el fracaso moral del liderazgo y el establecimiento del reino de Dios en la tierra.
Artículo extraído de la RVR 1960 Biblia de estudio Holman.
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Foto de la RVR 1960 Biblia de estudio Holman
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