Por Gary R. Habermas
En años recientes, los estudios sobre la resurrección de Jesús han dado un giro sorprendentemente positivo. Esto no significa que los eruditos de la crítica contemporánea ahora acepten la exactitud de las declaraciones de la Escritura. Sin embargo, hay una nueva actitud de respeto hacia algunas de las informaciones contenidas en el NT. Mencionaremos algunas de las áreas clave que han llevado a ese desarrollo y analizaremos su trascendencia.
Tradiciones primitivas incorporadas a los escritos del Nuevo Testamento
Podría decirse que la novedad más interesante de las últimas décadas es el reconocimiento casi unánime por parte de los eruditos de que el NT contiene muchos elementos anteriores al libro en que aparecen. Esto significa que los autores del NT usaron con frecuencia fuentes previas, como, por ejemplo, tradiciones, credos o confesiones que habían recibido de terceros. Algunos ejemplos incluyen declaraciones fiables de otras personas (1 Co. 11:23-26; 15:3 y ss.), repetición de palabras de lo que parece ser un primitivo himno cristiano (Fil. 2:6-11) y resúmenes de predicaciones antiguas (como en Hch. 1:21-22; 2:22-36; 3:13-16). Estas fuentes tuvieron diferentes aplicaciones: llevar un registro confiable, divulgar una doctrina o realizar una función litúrgica, como la adoración.
Por supuesto, solo porque los autores del NT dijeran haber recibido información de fuentes fiables no lo hace cierto. Pero existe un consenso creciente entre la erudición crítica, en cuanto a que estas tradiciones indican ampliamente que los materiales eran dignos de confianza. En el caso de las tradiciones relacionadas con la resurrección, una parte fundamental de los datos se obtuvo de conocidos líderes de la Iglesia que presenciaron los hechos, cuyas vidas dependían de la veracidad de sus informes.
Los informes de los Evangelios
Algunos autores del NT declaran haber sido testigos de los sucesos que narran (Jn. 19:35; Gá. 1:20; 1 Jn. 1:1-3) o haber verificado las fuentes existentes en busca de información relevante (Lc. 1:1-4). Una vez más, los eruditos críticos no aceptan plenamente estos testimonios, pero existe una convicción creciente en los últimos años que apunta a un veredicto positivo. El mejor ejemplo de la crítica es el influyente erudito Richard Bauckham, cuya obra Jesús y los testigos oculares (Eerdmans, 2006) aplica una asombrosa gama de pruebas e imparcialidades a los Evangelios. Los eruditos están cada vez más convencidos de que las pruebas específicas, generalmente conocidas como «criterios», confirman la credibilidad de muchos de los informes individuales de los Evangelios. Por ejemplo, dichas pruebas enfatizan el material que ha recibido el testimonio de varias fuentes, que no se parece a otra literatura judía o cristiana, incluye un trasfondo palestino o arameo, tiene el reconocimiento incluso de enemigos antiguos del cristianismo o contiene elementos vergonzosos.
La prueba de fuego
Por diversas razones, virtualmente todos los eruditos, sin importar cuán inclinados estén al escepticismo, coinciden en que 1 Corintios y Gálatas están entre los primeros escritos autoritativos cristianos redactados por el apóstol Pablo. En 1 Corintios 15:3-7, Pablo presenta la tradición tal vez más antigua de todas, recibida probablemente de los apóstoles Pedro y Jacobo, el hermano de Jesús, cuando los visitó en Jerusalén hacia el 35 d.C., apenas cinco o seis años después de la crucifixión (Gá. 1:18-24). Pablo interrogó a estos dos testigos (gr. historēo, 1:18) y, en el contexto de este capítulo, discute el mensaje del evangelio, el cual sin duda incluía la proclamación de que Jesús había resucitado literalmente de entre los muertos (Ro. 10:9; 1 Co. 15:3-5).
Catorce años después, Pablo volvió a Jerusalén para debatir el evangelio una vez más con los apóstoles Pedro, Jacobo y Juan, y determinar si todos sostenían el mismo mensaje central en cuanto a la resurrección de Cristo (Gá. 2:2). Ninguno añadió nada al mensaje de Pablo (Gá. 2:6), sino que estuvieron de acuerdo con él (Gá. 2:9).
Es fácil perder de vista la trascendencia de la tradición anterior a Pablo que contiene 1 Corintios 15:3-7. Como él mismo dijo a menudo, se trataba de la proclamación más sagrada del cristianismo, el evangelio centrado en la deidad, la muerte y la resurrección de Jesucristo (Ro. 1:3-4; 10:9-13). Por esta razón, Pablo introdujo esta tradición en cuanto al credo afirmando que este mensaje era de máxima importancia (1 Co. 15:3). No había nada más central que la resurrección de Cristo. En realidad, que seamos o no cristianos depende de nuestra respuesta a esta cuestión (1 Co. 15:1-2).
Cuando estudiamos historia, intentamos descubrir qué ocurrió en el pasado. Como los sucesos históricos no pueden repetirse, el mejor método para estudiarlos es analizar las experiencias de quienes estuvieron presentes cuando sucedieron los hechos. Por eso, Pablo entrevistó a los que habían conocido personalmente a Jesús, y tenía un interés especial en aprender de aquellos a quienes se les había aparecido después de Su muerte (1 Co. 15:9-11). Pablo también había visto personalmente a Jesús resucitado, pero Su manifestación al apóstol tuvo características que la hacían peculiar (1 Co. 15:8), así que, al viajar más de una vez a Jerusalén, tuvo oportunidad de conversar con los demás apóstoles respecto a las experiencias de ellos con el Cristo resucitado.
Pablo no solo discutió el asunto con dos de los testigos oculares originales de estos sucesos, Pedro y Jacobo, sino que además lo hizo casi inmediatamente después que ocurrieran los hechos. Su primer viaje a Jerusalén tuvo lugar apenas cinco años después de la crucifixión. En su segunda visita, Juan también estaba presente. Estos tres eran los líderes más influyentes de la Iglesia primitiva, y sus recuerdos aún estaban frescos cuando Pablo habló con ellos.
Aunque Pablo escuchó estos testimonios de primera mano tan solo unos años después de la muerte de Jesús, es evidente que Pedro, Jacobo y Juan experimentaron las apariciones en una fecha aún más temprana. Así pues, tenemos una cadena ininterrumpida que va desde los tempranos testimonios de testigos oculares recibidos por Pablo hasta los propios sucesos históricos.
Aunque los testigos pueden equivocarse, existen indicios adicionales que apuntan a la veracidad de su testimonio sobre la resurrección. Por ejemplo, es sabido que los primeros creyentes estaban más que dispuestos a morir por su proclamación. Aunque esto no hace que los hechos sean necesariamente verdad, indica que estaban convencidos de que su testimonio era verdadero y preferían ser ejecutados antes que negar lo que sabían que era cierto en cuanto a la resurrección. Es importante notar que ellos eran los únicos en posición de juzgar si su testimonio era exacto o no, y que persistieron en dar testimonio de la resurrección hasta el mismo día de su muerte. No existe ninguna hipótesis que haya podido explicar en forma convincente el testimonio de la resurrección en términos naturales. A lo largo de los siglos, los críticos lo han intentado a menudo, pero hoy solamente algunos eruditos siguen sugiriendo soluciones de ese tipo. Las pruebas en cuanto a las apariciones del Jesús resucitado son defendibles y sumamente convincentes, ¡y son la mejor señal de que los creyentes en Cristo también resucitaremos en el futuro! (1 Co. 15:53-57; 2 Co. 4:14-18; 1 P. 1:3-9).
Artículo extraído de la RVR 1960 Biblia de estudio Holman.
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Foto por (Fr. Daniel Ciucci) en Unsplash
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