Por Bruce A. Ware
La cruz y el evangelio de Cristo están inextricablemente unidos. En realidad, el evangelio es la buena noticia que tuvo lugar cuando Cristo murió en la cruz. Así pues, entender lo que Jesús consiguió en la cruz es entender el evangelio. Creer personalmente que lo que Cristo hizo en la cruz fue por uno mismo es creer el evangelio de Jesucristo.
¿Qué ocurrió en la cruz?
¿Qué sucedió cuando Cristo murió en la cruz? En pocas palabras: «… Cristo murió por nuestros pecados…» (1 Co. 15:3). La muerte de Cristo por nuestros pecados debe entenderse de dos formas amplias. En primer lugar, cuando clavaron a Jesús en la cruz, el Padre le imputó todo nuestro pecado (2 Co. 5:21) e hizo que en el momento de su muerte recayera en Él el castigo completo por dicho pecado (Col. 2:14). En segundo lugar, al morir por nuestro pecado, Jesús venció el poder de Satanás, las tinieblas y la muerte (Col. 2:15; He. 2:14), y afirmó así Su suprema autoridad y poder sobre toda la creación (Ef. 1:20-23). En resumen, mediante Su muerte en la cruz, Jesús pagó por completo el castigo por nuestros pecados y venció totalmente el poder del pecado.
La subsiguiente resurrección de Jesús no fue un simple final feliz, sino la prueba necesaria de que Su muerte por el pecado había sido plenamente eficaz (1 Co. 15:17). El castigo por el pecado es la muerte, y esta representa también el mayor poder que tiene el pecado sobre nosotros. Pero como la paga del pecado es la muerte, y como Cristo pagó por completo el castigo por el pecado mediante Su muerte en la cruz, Su resurrección de entre los muertos demostró que dicho castigo había sido completamente pagado. Además, como el principal poder del pecado es la muerte, y Cristo venció todo ese poder mediante Su muerte en la cruz, Su resurrección victoriosa demostró que el poder del pecado había sido también derrotado.
La anulación del certificado de deuda
Gracias a que Cristo pagó el castigo por el pecado, pudo también liberarnos de su poder. Es decir, el haber pagado el castigo por el pecado (lo que se conoce a veces como «sustitución penal») es la base sobre la que se levanta Su victoria sobre el poder del pecado (en ocasiones llamada Christus- Victor).
Por ejemplo, consideremos el siguiente pasaje que nos muestra la verdad de dicha afirmación. Colosenses 2:13-14 enseña que los creyentes son perdonados de todos sus pecados mediante la muerte de Cristo en la cruz. Aquí se enfatiza la expiación: la responsabilidad que tenemos ante un Dios santo de sufrir el castigo por nuestra violación de Su ley desaparece cuando Cristo carga sobre sí todo nuestro historial de deudas. Jesús anuló «… el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz» (v. 14).
La muerte vicaria de Cristo, mediante la cual canceló la deuda de los pecadores, es pues, el telón de fondo de la siguiente verdad gloriosa que encontramos en Colosenses 2:15: Jesús despojó «… a los principados y a las potestades, [y] los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz». Por lo tanto, la muerte que desarma a Satanás y lo exhibe para vergüenza pública es una muerte que cancela nuestro pecado. El desarme de Satanás y la cancelación de nuestro pecado están teológicamente unidos de la siguiente manera: el fundamento del poder de Satanás sobre los pecadores es el propio pecado; la única forma de acabar con ese poder fue pagar por el pecado y perdonarlo. El perdón que Cristo consiguió mediante la sustitución penal es, por lo tanto, el medio por el cual somos liberados del poder de Satanás.
Una analogía de nuestra libertad
Una analogía podría ayudarnos a aclarar la enseñanza de la Escritura sobre el perdón que Cristo consiguió en la cruz para los creyentes. Bajo un sistema legal justo, solo puede encarcelarse a una persona cuando ha sido condenada por un crimen cuyo castigo incluye la reclusión. Observemos, pues, que su culpabilidad es el fundamento de su pérdida de la libertad. El Estado solo tiene derecho de encarcelarla porque se ha probado que es culpable de haber quebrantado la ley. Es más, si un prisionero pudiese probar que en realidad es inocente, con lo cual la acusación que pesaba sobre él debería retirarse (por ej., si una prueba forense o análisis de ADN disponible tras su encarcelación demostrase su inocencia), el Estado estaría obligado a liberarlo. Así pues, queda claro que el poder del Estado para encarcelar criminales deriva de la culpabilidad en que incurrieron y de la pena correspondiente que se les aplica como resultado. Si se elimina la culpabilidad y su castigo, desaparece el fundamento necesario para que el poder del Estado pueda imponer una pena de prisión.
De manera similar, el poder de Satanás sobre los pecadores está unido de manera específica y exclusiva a la culpabilidad por causa del pecado. Su poder sobre ellos se debe a que se ha rebelado pecaminosamente contra Dios. Sin embargo, si se elimina la culpabilidad de alguien gracias al pago de Cristo por el pecado, ¡se habrá eliminado el fundamento del poder de Satanás sobre ese pecador! Así que, mediante Su muerte, Cristo cargó sobre sí el pecado de otros y pagó el castigo completo por el pecado de ellos. En consecuencia, el poder de Satanás sobre los pecadores queda necesariamente quebrantado, ya que el fundamento de su cautividad es eliminado. Elimínese la culpabilidad, y se eliminará el cautiverio; consígase la sustitución penal, y se conseguirá la ChristusVictor.
La cruz es buena noticia
El evangelio es la buena noticia de que el castigo por nuestro pecado ha sido plenamente pagado por Cristo en la cruz. De esta forma, la poderosa reivindicación del pecado sobre nuestras vidas que finalmente nos llevaba a la muerte es derrotada por completo. Si confiamos de verdad en lo que Cristo ha conseguido para nosotros —la paga del castigo por el pecado y la victoria sobre su poder— y no dependemos de nuestras propias obras ni logros, como si pudieran ganarnos el favor de Dios, seremos salvos (Ef. 2:8-9).
Artículo extraído de la RVR 1960 Biblia de estudio Holman.
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Foto por (Cam Ferland) en Unsplash
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