Por Eugene H. Merrill
La palabra «expiación» aparece con frecuencia en el Antiguo Testamento (AT) y representa un concepto clave de su teología. Los cristianos sostienen que Jesús es el cumplimiento del AT, especialmente de la necesidad humana de expiación para sus pecados. Pero ¿qué es la expiación y qué tiene que ver Jesús con ella?
Muchos cristianos piensan que la expiación se origina en el AT con la ley mosaica, pero en realidad, los seres humanos reconocieron su necesidad de expiación mucho antes de la época de Moisés. Cuando Adán y Eva cometieron el primer pecado, se escondieron de Dios porque estaban avergonzados (Gn. 3:8). En vez de renunciar a ellos y darlos por perdidos, Dios inició un plan de expiación para restaurar la comunión rota entre Él y la humanidad.
¿Cómo funciona la expiación? La primera referencia (indirecta) a la expiación en el AT la encontramos cuando Dios proveyó pieles de animales para cubrir la desnudez de Adán y Eva, un acto que hizo necesaria la muerte de animales sin pecado; así se derramó sangre a favor de ambos (Gn. 3:21). Esto introduce por primera vez un tema que recorre las páginas de toda la Biblia: la expiación incluye una parte inocente que carga con el castigo que merecía la parte culpable.
La palabra hebrea traducida «expiación» es kafár, que se traduce «cubrir». Esto sugiere la idea de que el acto de expiación cubre el pecado, de modo que Dios ya no lo ve. A lo largo del AT, este acto de cubrir se consigue, al menos en apariencia, con la sangre de un animal inocente, cuya ausencia de pecado vuelve también inocente al pecador arrepentido (Lv. 1:4-5; 17:11). El término del Nuevo Testamento (NT) jilastérion, «propiciación», supone una continuación del concepto del AT, una vez más en contextos de sacrificios cruentos (Ro. 3:25).
¿Qué tiene que ver todo esto con Jesús? Mientras que los animales servían como sacrificios provisionales para los pecados humanos durante la era del AT, en última instancia no podían expiar los pecados (He. 10:4). La humanidad necesitaba a un ser humano sin pecado para representarla y tomar sobre sí el castigo que merecían todos los pecadores. Génesis 3:15 nos da el primer atisbo profético de la solución definitiva de Dios a esta necesidad y apunta hacia el papel central de Jesús en dicha solución. Respecto a Su rol en la redención, el pasaje afirma que la simiente de la mujer sería herida, pero que, a su vez, heriría la cabeza de la serpiente (el diablo) y conseguiría la victoria sobre el pecado y la muerte. El acto de herir, mencionado aquí, recuerda las heridas del Siervo Sufriente descrito en Isaías 52:13–53:12, un pasaje cuyo tema central es la expiación. Jesucristo es tanto el sujeto como el cumplimiento de la profecía de Isaías. En Su juicio, crucifixión y resurrección, Jesús fue el Siervo Sufriente a nuestro favor. Aunque inocente de todo pecado, Él ocupó nuestro lugar para llevar el castigo que nos correspondía, derramando Su sangre para hacer expiación por nosotros. «Y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención» (He. 9:12). «… por el sacrificio de sí mismo…» (He. 9:26), Jesús satisfizo la ira de Dios contra el pecado.
Que la expiación del AT encuentra su culminación en Jesucristo está fuera de toda duda para Juan el Bautista, quien, al ver a Jesús, proclamó: «… He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Jn. 1:29).
Artículo extraído de la RVR 1960 Biblia de estudio Holman.
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Foto por (Soul devOcean) en Unsplash
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