Por David Lanier
Intención y entrega altruista, leal y benevolente hacia otra persona. El concepto del amor está profundamente arraigado en la Biblia. El término hebreo jesed se refiere al amor correspondiente a un pacto. Jehová es el Dios que recuerda y cumple Sus pactos a pesar de la traición de los seres humanos. Su fidelidad para cumplir Sus promesas demuestra Su amor hacia Israel y toda la humanidad.
Otra palabra, ahavah, se puede emplear al hablar del amor humano hacia uno mismo, hacia una persona del sexo opuesto o a otra persona en general. Se lo utiliza en Jer. 31:3 con respecto al amor de Dios hacia Jeremías: “Con amor [ahavah] eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia [jesed]”.
En la época del NT, el mundo de habla griega utilizaba tres palabras para amor. La primera es eros, que se refiere al amor erótico o sexual. Este vocablo no se emplea ni en el NT ni en la LXX. Se usaba comúnmente en la literatura griega de aquella época.
La palabra phileo (y sus derivados) se refieren a un afecto tierno, como el que se tiene hacia un amigo o familiar. Es común en el NT y en la literatura extrabíblica. Se utiliza para expresar el amor de Dios el Padre hacia Jesús (Juan 5:20), el amor de Dios hacia un creyente en particular (Juan 16:27) y hacia un discípulo (Juan 20:2). La palabra phileo nunca se usa para hablar del amor de una persona hacia Dios. De hecho, el contexto de Juan 21:15-17 parece sugerir que Jesús deseaba recibir de Pedro un amor más profundo.
La palabra agapao (y su derivada ágape) en raras ocasiones se emplea en el griego extrabíblico. Lo usaban los creyentes para indicar un amor incondicional especial hacia Dios, y se lo utilizaba de manera indistinta con phileo para designar el amor de Dios el Padre hacia Jesús (Juan 3:35), del Padre hacia un creyente en particular (Juan 14:21) y el amor de Cristo hacia un discípulo (Juan 13:23).
El amor bíblico tiene como objeto a Dios, el verdadero motivador y fuente de ese amor. El amor es un fruto del Espíritu Santo (Gál. 5:22) y no va dirigido hacia el mundo o las cosas del mundo (los deseos de los ojos, los deseos de la carne o la vanagloria de la vida, 1 Jn. 2:15,16). El ejemplo máximo del amor de Dios es el Señor Jesucristo, quien dijo: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros” (Juan 13:34; comp. 15:12).
La declaración definitiva de Pablo sobre el amor aparece en 1 Cor. 13. La capacidad retorica, la predicación, el conocimiento, la fe que mueve montañas, la caridad hacia los pobres o incluso el martirio no son nada sin ágape.
En 1 Cor. 13:4-8a se enumeran varias características de este amor. Primero, es sufrido [makrothumia] (v.4). Es un fruto del Espíritu (Gál. 5:22). Se refiere a una cualidad que no busca revancha, sino que padece los daños a fin de actuar en forma redentora.
Segundo, el amor es benigno (traducido virtuoso, útil, adaptable, afable, agradable, benevolente, que manifiesta gracia; lo opuesto a áspero, duro, cortante o amargo).
Tercero, el amor no es envidioso (codicioso), no desea celosamente lo que no posee.
Cuarto, el amor no es jactancioso; no se envanece (1 Cor. 8:1). Pablo dice en Fil. 2:3: “[…] antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo”.
Quinto, el amor no se comporta de manera indebida. Los creyentes incluso tienen que evitar toda especie de mal (1 Tes. 5:22).
Sexto, el amor no busca lo suyo. En una ocasión, Pablo envió. a Timoteo diciendo de él: “A ninguno tengo del mismo ánimo, y que tan sinceramente se interese por vosotros. Porque todos buscan lo suyo propio, no lo que es de Cristo” (Fil. 2:20-21).
Séptimo, el amor no se irrita fácilmente (no se exaspera ni se enoja con facilidad). Cuando golpearon a Jesús, él no tomó represalias, sino que dijo: “Si he hablado mal, testifica en qué está el mal; y si bien, ¿por qué me golpeáis?” (Juan 18:23).
Octavo, el amor piensa lo mejor sobre los demás; “no guarda rencor” (RVR1960), “no toma en cuenta el mal recibido” (LBLA). En otras palabras, el amor pasa por alto el insulto o el daño (Prov. 17:9; 19:11; comp. Ef. 5:11).
Además, el amor no se goza de la injusticia (acciones malas, falta de rectitud) sino de la verdad (1 Cor. 13:6). Pablo llega a la conclusión de que el amor sobrelleva todo, cree todo, tiene esperanza de todo y soporta todo. El amor nunca falla. Salomón dijo: “Las muchas aguas no podrán apagar el amor, ni lo ahogarán los ríos” (Cant. 8:7).
En Col. 3:12-16, Pablo utiliza la frase “el vínculo perfecto”. Él amonesta a los colosenses a vestirse de corazones de misericordia, benignidad, humildad, mansedumbre, paciencia y perdón. Por encima de todo, vestirse de amor, que es el vínculo de la madurez. La imagen es la de varas que se sujetan unidas y dan como resultado mayor fuerza.
Para Juan, el amor es prueba del auténtico discipulado. Los judíos centraban la fe en la confesión de la Shem.: “Oye, Israel: Jehová. nuestro Dios, Jehová. uno es. Y amarás a Jehová. tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas” (Deut. 6:4,5), y “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lev. 19:18b; comp. Mat. 19:19; 23:39; Rom. 13:9; Sant. 2:8). Según Juan, “este mandamiento antiguo es el que hab.is o.do desde el principio” (1 Jn. 2:7). Por otra parte, el apóstol les estaba escribiendo
un nuevo mandamiento (1 Jn. 2:8,9). Para Juan, el amor no es solo un requisito para la comunión sino además una prueba de la salvación. “En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios” (1 Jn. 3:10).
Si tenemos una relación genuina con Dios, se debe manifestar mediante el andar en la verdad. “Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en muerte. Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él. En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por nuestros hermanos […] no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad” (1 Jn. 3:14-19).
En el aspecto negativo, Juan amonesta a los creyentes diciendo: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él” (1 Jn. 2:15).
Jesús enseñó que los creyentes incluso tienen que amar a sus enemigos (Mat. 5:44; Luc. 6:27,35). Aunque a los cristianos se les permite, e incluso se les ordena, odiar lo malo (Sal. 97:10; Prov. 8:13), no tenemos que odiar al pecador. No es escritural insistir en que el creyente debe aceptar el pecado a fin de aceptar a una persona. Más bien, debemos censurar al pecador.
Artículo extraído del Diccionario Bíbico Ilustrado Holman.
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Excelente material. El Señor siga derramando del Poder de su Amor. Y que sus hijos seamos impregnados de un amor genuino.