Por M. David Sills
Las misiones no solo tienen un fundamento bíblico, sino que podríamos decir sin exagerar que toda la Biblia tiene un propósito misionero. Si Dios no se hubiese revelado en la Escritura, solamente conoceríamos la existencia de un Dios creador (Sal. 19; Ro. 1:18-20) y que somos pecadores (Ro. 2:14-15); y esta revelación general no sería suficiente para llevarnos a un conocimiento salvífico de Dios.
La Biblia enseña que Jesús es la única respuesta a la necesidad humana de santidad y salvación (Jn. 3:16; 14:6; Hch. 4:12; 2 Co. 5:21). Todos somos pecadores por nacimiento y elección (Ro. 3:23). Por lo tanto, todos debemos arrepentirnos y nacer espiritualmente de nuevo, ya que el pecado nos ha separado de Dios (Ro. 3:2). Las personas no son espiritualmente neutrales hasta que oyen el evangelio y lo rechazan, sino que son pecadoras y están condenadas y sin esperanza. Por lo tanto, Dios nos ha dado la Biblia para que podamos conocerlo y darlo a conocer, que es el objetivo fundamental de las misiones.
La Biblia enseña que Dios tiene un corazón misionero. Después que cayeron en el pecado, Dios fue al encuentro de Adán y Eva y les anunció el protoevangelio (primer evangelio): que alguien vendría a destruir la obra del maligno (Gn. 3:15). Cuando más adelante Dios llamó a Abram, le dijo que por medio de él bendeciría a todas las familias de la tierra (Gn. 12:3). Muchos de los salmos revelan también el deseo divino de que todas las naciones lo glorifiquen (Sal. 67; 96). En Isaías 49:6, Dios declara que para el Cristo es poca cosa levantar solamente a las tribus de Israel; será también una luz para los gentiles. Simeón citó este pasaje cuando sostuvo en sus brazos al bebé Jesús en el templo (Lc. 2:29-32). El libro de Jonás revela el latir misionero del corazón de Dios, ya que el Señor envió a Jonás a la pagana Nínive. Los discípulos de Jesús se sorprendieron cuando unos griegos quisieron verlo, pero Él les anunció que debía atraer a todos hacia Sí (Jn. 12:32). A lo largo de la Biblia, vemos que Dios guía a personas de muchas naciones para que se unan a Su pueblo. Incluso podemos verlo en el linaje de Jesús, que incluye antepasados gentiles (Mt. 1:1-17; Lc. 3:3-38).
Vemos el propósito y celo misionero de Dios en tres elementos clave de los Evangelios: la Gran Comisión, el gran mandamiento y la gran compasión. En la Gran Comisión, Jesús encargó a Sus seguidores que fueran e hicieran discípulos a todas las naciones, bautizándolos y enseñándoles a obedecer todos Sus mandamientos (Mt. 28:19-20). En Mateo 22:33-40, el gran mandamiento nos enseña a amar a Dios y a nuestro prójimo. Si amamos a Dios, obedeceremos Sus mandamientos y nos esforzaremos para que todo el mundo lo adore. Si amamos a nuestro prójimo, desearemos que obtenga la vida eterna. Al intentar imitar a Jesús, la gran compasión que caracterizó Su vida moldeará también nuestras vidas. Marcos 6:34 muestra la compasión que sentía Jesús hacia las multitudes, que eran como ovejas sin pastor. En Lucas 19:10, Él afirmó que había venido a buscar y a salvar a los perdidos. Nuestra compasión debería guiarnos a alcanzarlos y predicarles el evangelio, discipular creyentes, capacitar líderes y plantar iglesias neotestamentarias.
El evangelio es poder de Dios para salvación a todos los que creen (Ro. 1:16; 10:13), y Cristo llama a todo cristiano a participar en las obras misioneras por todo el mundo (Mt. 28:19-20). Aunque todo el que invoque el nombre de Jesús será salvo, argumenta Pablo, nadie puede invocarlo si no ha creído, y no puede creer si no ha oído, ni oír si nadie le predica ni predicar si no es enviado. La Biblia enseña que todos tenemos un papel en las misiones, ya sea como enviados o enviando a otros. Ninguno es más bíblico que el otro ni ninguno es posible sin el otro (Ro. 10:13-15).
Artículo extraído de la RVR 1960 Biblia de estudio Holman.
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Foto de Zach VesselsHire /Unsplash
Dios les bendiga gracias por su estudios