Por Daniel L. Akin, Ralph P. Martin y Charles W. Draper
Métodos
Cualquier estudio de cristología debe considerar la metodología. Algunos comienzan con la formulación de credos que confiesan a Jesucristo como “verdaderamente Dios” y “verdaderamente humano”, “completo en Deidad y completo en humanidad” (por ej., de Nicea y de Calcedonia) y luego retroceden hasta la cristología de la iglesia primitiva y del NT. Este método es cristología “desde arriba”. El enfoque alternativo, la cristología “desde abajo”, comienza con los registros históricos y la información teológica del NT y detalla la interpretación cristológica de la Iglesia antes que aparecieran los credos. En otras palabras, ¿es ontológica (que se ocupa del papel trascendente de Cristo en relación con Dios, con el mundo o con la Iglesia) la teología neotestamentaria? ¿O acaso es primeramente funcional (ante todo interesada en relacionar a la persona de Jesucristo con Sus logros como Salvador y Señor en el contexto del ministerio terrenal)?
Los dos métodos tienen distintos puntos de partida. El primero pregunta, “¿Quién es Cristo y cuál es su relación con Dios?” El segundo hace surgir las preguntas: “¿Qué hizo el Jesús humano y cómo llega la Iglesia a considerarlo Dios al otorgarle títulos de divinidad?” O: “¿Es correcto denominar a Jesús Hijo de Dios porque me salva” (cristología funcional), o “me salva porque Él es Dios”? (cristología ontológica). Los dos enfoques alcanzan el mismo objetivo y ambos están presentes en el NT.
Juan, especialmente en el prólogo de su Evangelio (1:1-18), pone mayor atención en la cristología ontológica, igual que otros textos clásicos de cristología. Filipenses 2:6-11 expone la unión hipostática y la doctrina de la kénosis; Col. 1:15-23 y 2:9,10 presentan al Hijo como la misma imagen (eikon) de Dios y el Creador en quien habita toda la plenitud (pleroma); y Heb. 1:1-3 confirma a Cristo como el resplandor de la gloria de Dios y la representación exacta de la naturaleza divina. Es imposible defender el argumento que dice que la iglesia primitiva se interesaba poco o nada en la naturaleza ontológica de Jesús y en su condición de Hijo de Dios. La cristología “desde lo alto” estuvo presente desde el comienzo de la iglesia primitiva.
No obstante, la cristología desde abajo también es valiosa, y fue la manera en que los apóstoles y la iglesia primitiva conocieron a Jesús y entendieron quién era y qué hizo. Es sorprendente que un pueblo aferrado al monoteísmo llegara a afirmar que la vida de Cristo sin pecado (2 Cor. 5:21; Heb. 4:15), Su deidad y Su muerte en la cruz eran necesarias como expiación por el pecado de la humanidad.
El curso de la cristología del Nuevo Testamento
Los primeros creyentes fueron judíos que aceptaron a Jesús por la fe como Mesías y Señor resucitado (Hech. 2:32-36). El reconocimiento hacia Jesús surgió de la convicción de que Su resurrección y exaltación, la nueva era del triunfo de Dios prometido en el AT, ciertamente había amanecido y las Escrituras (Sal. 110:1; Isa. 53:10-13) se habían cumplido. La cruz requería una explicación ya que la forma en que murió Jesús estaba en contraposición directa con las expectativas mesiánicas judías de ese tiempo. Deuteronomio 21:23 declara que cualquiera que fuera colgado de un madero moría bajo la maldición de Dios (comp. Gál. 3:13). La iglesia primitiva respondió de dos maneras: afirmando que el rechazo de Cristo se predijo en el AT (Sal. 118:22; Isa. 53), y que la resurrección reivindicó al Hijo de Dios y lo instaló en el más alto lugar de honra y poder (Fil. 2:5-11). La primera cristología tenía dos ideas centrales: Él es el Hijo de David en su ascendencia humana, y en la resurrección es el Hijo de Dios con gran poder (Rom. 1:3,4). Sus afirmaciones mesiánicas implícitas durante Su vida terrenal se pusieron de manifiesto en Su resurrección y exaltación, y Su naturaleza se reveló gloriosamente. Más aún, la venida del Espíritu Santo en Pentecostés autenticó la nueva era que Jesús inauguró (Hech. 2:16-21; comp. Joel 2:28).
A nivel práctico, esta opinión acerca de la vida y la resurrección de Jesús les dio a los creyentes una relación personal con Jesús como realidad presente. Él no fue una figura del pasado, sino actual. La primera oración cristiana que se registra es “Marana tha” (“el Señor viene”, 1 Cor. 16:22). Al estar dirigida al Señor resucitado, lo hace igual a Jehová, el Dios del pacto con Israel (Rom. 10:9-13; comp. Hech. 7:55,56,59) y lo hace también digno de adoración.
Además, las Escrituras del AT ponen luz a la verdadera identidad de Jesús y explican cómo Él usó el título “Hijo del Hombre”. Tomado de Dan. 7:13-18, Hijo del Hombre es un título de autoridad y dignidad, dos ideas confirmadas por la resurrección (Hech. 7:56). Aunque rara vez lo utilizaron otras personas aparte de Jesús, la iglesia preservó esta enseñanza por varias razones: (1) para demostrar de qué manera malinterpretaron y rechazaron a Jesús como un mesías falso, pero que como el “Hijo del Hombre”, Él inaugura el reino de Dios y comparte el trono divino; (2) para señalar la forma en que Jesús introdujo una nueva era de revelación que no estaba ligada a la ley de Moisés sino universalizada para todas las personas. El “Hijo del Hombre” es cabeza de un reino universal, que sobrepasa en gran medida las estrechas expectativas judías (Dan. 7:22,27), y (3) para hallar un impulso misionero que llevara a los creyentes a evangelizar a los no judíos (Hech. 7:59–8:1; 11:19-21; 13:1-3).
Esa era la misión de la iglesia en el mundo de la cultura y la religión grecorromanas. El títulomás destacado era “Señor”, que se utilizaba para dioses y diosas. De más importancia aún, “Señor” designaba la honra y la divinidad del culto al emperador. Ambos aspectos resultaron útiles para la aplicación del término Señor, el título cristológico más común de Jesús. Utilizado previamente con referencia a Yahvéh en el AT griego, ahora se aplicaba al Cristo exaltado y se convertía en un punto de contacto útil entre los cristianos y los paganos familiarizados con sus propias deidades (1 Cor. 8:5,6). Posteriormente, “Señor” se convirtió en la piedra angular de la lealtad cristiana a Jesús cuando las autoridades romanas requerían que se le rindiera homenaje al emperador como ser divino, tal como sucede en Apocalipsis cuando el emperador Domiciano (81–96 d.C.) se proclamó señor y dios (Apoc. 17:14).
En Hebreos se observa otro aspecto de la cristología neotestamentaria. El autor de esta epístola demuestra la irrevocabilidad de la revelación de Cristo como Hijo de Dios y gran “sumo sacerdote” (5:5; 7:1–9:28), un tema exclusivo de este libro. Junto con Pablo (Rom. 3:25) y Juan (1 Jn. 2:2; 4:10), Hebreos ve la obra de Cristo como propiciación (satisfacción) por el pecado (Heb. 2:17). Hebreos también afirma que en Su muerte en la cruz, Jesús nos limpió de nuestros pecados (1:3), quitó el pecado (8:12; 10:17), soportó nuestros pecados (9:28), ofreció un sacrificio por los pecados una vez y para siempre (10:12), hizo ofrenda por el pecado (10:18), y anuló el pecado mediante Su sacrificio (9:26). El Hijo se hizo cargo del pecado en todos los aspectos. Aun en estas maravillosas confesiones (Rom. 9:5; Tito 2:13; 1 Jn. 5:20), la iglesia nunca transigió en su creencia en la unidad y la singularidad de Dios (Deut. 6:4-6), una herencia cristiana proveniente de los judíos y elemento esencial del monoteísmo del AT. Jesús y el Padre son uno (Juan 10:30). Jesús, el Verbo, está con Dios y es Dios. Hay unidad en esencia pero distinción entre personas. Jesús no era una deidad nueva ni un rival que competía con el Padre (Juan 14:28; 1 Cor. 11:3; Fil. 2:9- 11). La adoración de la iglesia está correctamente dirigida a ambos, junto con el Espíritu Santo. La iglesia neotestamentaria enseñó y practicó esto sin entrar en una profunda reflexión teológica acerca de las relaciones de la Deidad. No se ha explicado cómo se relacionan los dos lados (humano y divino) de la persona de Jesús. Los escritores le dejaron un rico legado a la iglesia que constituyó la sustancia de los debates trinitarios y cristológicos que condujeron a los concilios de Nicea (325 d.C.) y de Calcedonia (451 d.C.), donde se decretó y expresó que Jesucristo es “Dios de Dios, Luz de Luz, el mismo Dios del mismo Dios”, y que las dos naturalezas de Cristo están unidas en una sola Persona. Esta declaración de fe ha permanecido como la posición esencial de la iglesia desde ese entonces, una verdadera confesión de una cristología cuyas raíces se encuentran en el terreno de las Santas Escrituras.
Artículo extraído del Diccionario Bíblico Ilustrado Holman.
Foto por BBC Creative, en Unsplash
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