Por Craig Blaising
En Lucas 24, Jesús se presentó vivo a Sus discípulos y les explicó que la cruz y la resurrección, y muchas otras cosas de Su vida, habían sido profetizadas en la Escritura. El versículo 27 afirma: «Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían». Después, en el versículo 44, les declaró «… que era necesario que se cumpliese todo lo que [estaba] escrito de [Él] en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos».
En la predicación de los apóstoles en Hechos, en las pruebas que se ofrecen en los Evangelios y en todo el resto del NT, se aplican a Jesús muchos textos del AT. Es sumamente probable que esta práctica refleje la enseñanza de Jesús en cuanto a la relación del AT con Él. Además, como en la Escritura los temas se repiten y desarrollan, la aplicación de un determinado texto a Jesús señala hacia otros pasajes relacionados o que repiten ese tema. De esta forma, podemos observar un rico cuadro de patrones, tipos, alusiones y profecías del AT que nos presentan la persona y la obra de Cristo. De principio a fin, el AT transmite una expectativa en cuanto a la venida de un determinado personaje.
Génesis 3:15 habla de la «simiente» de la mujer que viene a aplastar la cabeza del tentador. A Abraham se le prometió que, por medio de su «descendencia», vendrían bendición o maldición a todas las naciones (Gn. 12:1-3; 22:15-18). Entre los descendientes de Abraham, hubo muchos patrones y tipos que señalaban al que había de venir. Isaac, nacido de la promesa (Gn. 15:3-6; 17:19), fue ofrecido a Dios como sacrificio, pero redimido por un sustituto (Gn. 22:1-14). José, levantado para bendecir a todas las naciones, fue primero rechazado por sus hermanos, quienes después lo buscaron para obtener perdón (Gn. 37; 41–48; 50:15-21).
Judá se ofreció en lugar de su hermano, y recibió la promesa de un cetro y de la obediencia de todas las naciones (Gn. 49:1,9-12). Moisés no pudo entrar en la tierra prometida a pesar de todos sus esfuerzos, pero se le dijo que, en el futuro, se levantaría un profeta como él (Dt. 18:15-19). David, de la tribu de Judá, fue levantado por Dios para liberar y guiar a Israel. Dios hizo un pacto por el cual sentaría al hijo de David en su trono y establecería su reino para siempre (2 S. 7:8-17; 1 Cr. 17:7-15).
Dios sería su Padre, y él sería Su hijo (2 S. 7:14). El pacto con David es la clave de la profecía mesiánica. Incorpora todas las profecías anteriores respecto a la venida de un rey, como la profecía de Balaam de que surgiría una estrella de Jacob que ejercería el dominio (Nm. 24:15-19; comp. 23:24; 24:7-9). Además, sirve de base para profecías posteriores, como Isaías 9:6-7 respecto al hijo que se sentaría sobre el trono de David para siempre con paz, justicia y juicio; Isaías 11:1-10 en cuanto a que saldrá «una vara […] del tronco de Isaí», sobre quien reposará el Espíritu y quien destruirá a los malvados, trayendo paz y justicia y extendiendo el conocimiento de Dios por toda la tierra; Jeremías 23:5 y 33:15 respecto a un «renuevo» justo de David que reinará con justicia y sabiduría; y Zacarías 9:9-10 sobre un rey justo y humilde, que traerá salvación, hablará paz a las naciones y gobernará de mar a mar.
Las experiencias de sufrimiento, liberación y exaltación por las que pasó David se transformaron en tipos y patrones repetidos y llevados a un nivel más elevado de cumplimiento en las vivencias de su hijo postrero o descendiente: Jesús. Estos incluyen la piedra desechada que vino a ser cabeza del ángulo (Sal. 118); el sufrimiento que se transforma en una descripción literal de la cruz (Sal. 22); el alma que no es abandonada en el Seol y la carne que no ve corrupción (Sal. 16). Entre las profecías de Isaías, son clave las predicciones en cuanto al siervo venidero que llevará a Israel a Dios y será una luz para las naciones (Is. 49), quien llevará nuestras enfermedades, nuestros dolores, será herido por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados y por cuya llaga seremos curados.
Sería como una oveja llevada al matadero, y sin embargo, resucitaría (Is. 53:3-12). A través de la profecía, podemos ver tipos e imágenes de Cristo en el sistema sacrificial, especialmente en la Pascua y en el Día de perdón. Pero todavía hay más: alguien de la casa de David, del que se habla por todo el AT, se encarnaría, alguien capaz de perdonar pecados y curar enfermedades (Sal. 103:3), que alimenta con pan a las multitudes en el desierto (Ex. 16), sosiega el mar (Sal. 89:9) y viene para gobernar como Rey (Zac. 14). Ese hijo de David, hijo de Abraham, simiente de Eva, no es otro que el eterno Hijo de Dios.
Artículo extraído de la RVR 1960 Biblia de estudio Holman.
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Foto por (Tanner Mardis) en Unsplash
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